"La inmersión lingüística viola los derechos de los ciudadanos hispanohablantes"
Manuel Toscano (Málaga, 1963) es profesor titular de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Málaga. Doctor en Filosofía, Toscano ha publicado recientemente un ensayo que da de qué hablar: Contra Babel. Ensayo sobre el valor de las lenguas (editorial Athenaica). Es una sosegada reflexión acerca de una serie de falacias, clichés y tópicos que rodean a la política lingüística y a la diversidad de lenguas. ¿Lo diverso es siempre una ventaja? ¿Nos enriquece la variedad de lenguas? ¿Cómo afecta la fragmentación lingüística al engranaje político de nuestras democracias liberales? Son algunas de las cuestiones que se plantean, y sobre las que conversamos.
–En las primeras páginas de este ensayo subrayamos un dato: son cada vez más las lenguas que están desapareciendo en el mundo. No obstante, también señala que debemos ser prudentes con esa estimación.
–En los años noventa, lingüistas y activistas fueron los que dieron la voz de alarma de la desaparición de las lenguas en todo el mundo. En el ensayo cito un monográfico especialmente influyente entre los lingüistas. En ese monográfico aparece un artículo de Michael Krauss –que discuto con atención– donde se daban unas cifras ciertamente alarmantes. Krauss calculaba, a principios de los años noventa, que el 90% de las lenguas del mundo estaban condenadas a desaparecer en un medio o corto plazo. Fueron cálculos muy repetidos y con influencia en la literatura sobre la muerte de las lenguas. Sin embargo, esos cálculos han sido rebajados sustancialmente por muchos lingüistas profesionales y expertos.
–Sigue reflexionando acerca de la desaparición de las lenguas. Considera que ese fenómeno no merece tanto discurso sentimental y trágico. No pasa nada si una lengua desaparece. Incluso tiene sus ventajas, nos indica.
–Así dicho parecería que estoy a favor de que las lenguas desaparezcan. Pero no es el caso. Lo que yo señalo es que el discurso catastrofista que se ha generado en torno a la muerte de las lenguas da muchas cosas por supuestas. Por ejemplo, acerca del valor de las lenguas. Esos presupuestos valorativos que pasan sin discusión merecen un examen. Eso es lo que intento en Contra Babel. Dicho de otro modo: mi argumento principal es que habría que llevar a la discusión sobre la diversidad lingüística eso que los filósofos llaman el pluralismo de valores. Aplicado a las lenguas quiere decir que estas pueden ser valiosas por diferentes razones, y que entre esos aspectos de valor pueden darse conflictos. Por ejemplo: entre el valor comunicativo que tiene el idioma y su valor como patrimonio cultural o seña de identidad. Las lenguas moribundas –y por eso empiezo el libro por ahí– plantean esos conflictos de valor de manera especialmente aguda. Eso requiere que examinemos o analicemos las descripciones que se dan del valor de las lenguas. De eso va propiamente el libro.
–Es el suyo un ensayo que pretende rebatir clichés. El primero: el de asociar lengua a nación.
–Sí: en el libro hay un propósito crítico muy claro. Se trata de desmontar tópicos, clichés e incluso falacias que se dan en torno a las lenguas. Uno de estos clichés, así es, es el de identificar lengua y nación. Una idea que es la base, si no de todo nacionalismo, sí de todo nacionalismo lingüístico. Es un tópico al que conviene prestar atención. Porque en España, todos los nacionalismos llamados «periféricos» son nacionalismos de corte lingüístico. Es decir: hacen de la lengua una seña de identidad de un pueblo. Para rebatir ese tópico basta con repasar los datos que doy al principio del libro: existen más de 7000 lenguas en el mundo. Miles de las cuales son usadas por apenas unos centenares o unos pocos de miles de hablantes. Si pensamos que cada lengua va a asociada a una nación, ¿habría 7000 naciones potenciales?
-No sé si he leído bien: en su ensayo concluyo que la variedad de lenguas no nos enriquece.
-Yo no me atrevería a decir que la variedad lingüística no nos enriquece. Eso no es cierto. Lo que sí digo es que no basta con repetir el tópico de que la diversidad nos enriquece. Esta idea se ha convertido en un mantra contemporáneo. Lo que hay que determinar es de qué forma nos enriquece o cuáles son los beneficios concretos de esa diversidad lingüística. Sobre todo, planteo que hay diferentes formas de concebir la diversidad lingüística. La diversidad nos enriquece a través del contacto, la difusión y la mezcla. Pero no si la pensamos en términos de comunidad homogénea y separadas unas de otras.
–Un aserto que le discutirán los poetas: “La lengua no es una obra de arte”.
–Los poetas no tendrían por qué discutirlo. Con la lengua se pueden hacer obras de arte. Una novela o un poema. Lo que digo es que la lengua como tal no es una obra de arte en el sentido de una escultura. O una catedral. El idioma no es un artefacto diseñado intencionalmente por alguien. La lengua sería el resultado de las acciones comunicativas de muchos.
–Asegura que la diversidad lingüística es más habitual en sociedades subdesarrolladas.
–Haría una matización: diversidad lingüística hay en todas las sociedades. Y eso sin mencionar las variedades que existen en una misma lengua. La cuestión no es que haya diversidad, sino cuánta. El ejemplo que pongo en el libro es muy claro: en Papúa Nueva Guinea hay más de 800 lenguas para una población que no llega a los nueve millones de habitantes. Más que la cuestión cuantitativa es el grado de fragmentación lingüística de un país. Una alta fragmentación lingüística y el subdesarrollo es fácil de explicar, porque esa fragmentación lingüística tiene costes sociales y económicos de todo tipo.
–No ve usted demasiados aciertos en las leyes de normalización lingüística, de 1982 y 1998, por las que se pretendía equiparar la lengua oficial y las cooficiales del Estado.
–Bueno, no tengo nada contra la equiparación del tratamiento institucional de las diferentes lenguas oficiales. Lo que no me termina de convencer es que la política lingüística se convierta en una forma de ingeniería social. Es decir, que trate de moldear la realidad social de modo que esta encaje en un supuesto ideal nacional.
–También habla del fracaso de la inmersión lingüística.
–En el libro hablo poco de la inmersión lingüística, aunque el lector podrá intuir mi posición en contra. Mi principal argumento en contra es que es una anomalía en términos comparados. A ver dónde encontramos un caso en el que una de las lenguas oficiales, que además es la lengua familiar de los ciudadanos, es tratada en la escuela como un idioma extranjero. La inmersión no encaja en el marco constitucional –algo que han reiterado los tribunales- y viola los derechos de los ciudadanos hispanohablantes. Los intereses de los estudiantes de las familias hispanohablantes son sacrificados en aras de promover la lengua como seña de identidad nacional.
–¿La variedad de lenguas no favorece la democracia? No sé si lo he interpretado bien al leer su ensayo.
–Es una pregunta compleja. Para empezar: la democracia es un concepto disputado. Diría, si hablamos del funcionamiento de una democracia representativa y liberal, que la fragmentación lingüística supone, en principio, un problema. Una democracia es un régimen de opinión pública. Pero eso exige que haya un foro común en el que ciudadanos y representantes deliberen acerca de los asuntos comunes. La fragmentación lingüística levanta barreras al entendimiento. El ejemplo que se me ocurre con más claridad es el de la Unión Europea. ¿Por qué no hay opinión pública europea? ¿Por qué las opiniones públicas quedan encerradas dentro de las fronteras nacionales? Creo que se debe a la diversidad de lenguas.
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