El lunes 11 de octubre, el escritor y periodista español Ricardo Bada (Huelva, 1939), residente en Alemania desde 1963 con un paréntesis de dos años escasos (desde noviembre 66/julio 67 en Buenos Aires hasta julio 67/agosto 68 en Huelva), publicó en El Trujamán la siguiente columna donde se ponen de manifiesto los dislates culinarios, algo a lo que todos nos hemos enfrentado tanto en los restaurantes como en la ficción.
Las mantecadas de Astorga alemanas
Lo estaba pensando hace días en Colonia, donde resido, mientras miraba la oferta de una taberna española en el centro de la ciudad, anunciando las tapas que pueden degustarse en ella. Aún estaba preguntándome qué manjar híbrido sería un «conejo de ajo», cuando la sola lectura del nombre de otra especialidad, «plato vegetariano», me hizo poner los pies en polvorosa.
Tales calamidades suceden cuando no se dominan bien los dos idiomas o se pretende dar un toque propio al menú. Un ejemplo del primer caso es aquel restaurante madrileño donde al no encontrar el nombre inglés del rape, incluyeron en su carta el Rape Baskian Art («violación a la vasca») con las consecuencias que ya se imaginan. Y un ejemplo del segundo caso sería un restaurante portugués de pescado, en Hamburgo, cuyo propietario —seguramente salazarista— descubrió que la gallineta nórdica en alemán se llama Rotbarsch, y ya que Rot significa rojo, la rebautizó así: «comunista a la parrilla».
Me podrán argüir, y con razón, que se trata de unos desaguisados (nunca tan bien empleado el sustantivo) cuya culpa debe ponerse en la cuenta de traductores aficionados. Expondré, pues, a la consideración del lector, otros dos botones de muestra cuya responsabilidad corre por cuenta de traductores profesionales o que al menos se dedican a la traducción literaria.
En la página 115 de la traducción española de la novela Las monjas de Bratislava, del autor alemán Fritz Rudolf Fries (quien por cierto nació en Bilbao), tropecé con la frase «vacaciones en Binz, donde se echaba de menos la variedad de Leipzig», y como esa «variedad de Leipzig» me resultó altamente sospechosa, consulté el original, donde decía: im Urlaub nach Binz, wo man das Leipziger Allerlei vermisste.
Para quienes no conozcan los secretos de la gastronomía alemana (incluyendo al traductor de Las monjas de Bratislava): das Leipziger Allerlei es una especie de pisto que se suele comer como guarnición de un plato principal.
Y en la primera versión que hubo al español de una bella y muy triste narración de Heinrich Böll, Cuando la guerra terminó (también traducida como Al acabar la guerra), cuando el tren que trae de vuelta a los prisioneros entra en Alemania, se leía lo siguiente: «Octubre en el bajo [sic] Rin (…) las comitivas de la fiesta de san Martín, los hombres de Wech [sic], el carnaval de Brueghel [sic], y, por todas partes, un olor intenso que, a veces, desaparecía»… siendo así que lo que Böll escribió es esto: Oktober am Niederrhein (…) Martinszüge, Weckmänner, Breughelscher Karneval, und überall roch es, auch wenn es nicht danach roch, nach Printen.
La primera pregunta que un lector debe hacerse es quiénes serán esos «hombres de Wech» que le imprimen carácter al ambiente otoñal bajorrenano. La respuesta es que no hay tales, porque los Weckmänner (foto) son unos muñecos de pan dulce que se encuentran en todas las panaderías de la zona cuando llega la época: sus ojos suelen ser dos pasas, y algunos de ellos hacen como si fumasen de unas pipas no comestibles, la gran preocupación de las mamás que les compran Weckmänner a sus críos.
Y la segunda pregunta tiene que ver con el «olor intenso que, a veces, desaparecía». ¿Un olor a qué?, querrá saber el lector. Y la respuesta es que el traductor no logró encontrar en ningún diccionario la palabra Printen, otra golosina típica de la región bajorrenana en esos meses: la más famosa variedad se hace en Aquisgrán (Aachen, en alemán), y decir Aachener Printen en este país es algo así como decir «mantecadas de Astorga» en España.
Así pues, y resumiendo, la frase hubiera debido traducirse como sigue: «Octubre en el Bajo Rhin (…) Procesiones de San Martín, panecillos en forma de muñecos, carnaval de Bruegel, y por todas partes, aunque no se oliera, el olor a pan de especias».
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