viernes, 1 de octubre de 2010

Un traductor elogia a otro traductor

Según señala la bajada que acompaña el artículo que firma Guillermo Piro en el suplemento cultural del diario Perfil, del domingo 27 de septiembre pasado, "la editorial Edhasa acaba de relanzar una ya clásica traducción de El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (foto), a cargo del traductor argentino Ricardo Pochtar, sin duda la mejor existente. Guillermo Piro, traductor del mismo libro, asegura en este artículo que la renuencia de un traductor a recurrir a las notas al pie es signo evidente de que se ha tomado su trabajo en serio".

 Contra las notas al pie

Hay una excelente traducción de El Gatopardo y no es la mía. Contra lo que las leyes del autobombo reclaman, quiero dejar constancia a los lectores desorientados que deberían evitar por todos los medios cualquier otra traducción de El Gatopardo que no fuera la traducida por Ricardo Pochtar, y que ahora acaba de relanzar Edhasa. Es un libro bello, tiene tapa dura, un prefacio de Gioacchino Lanza Tomasi –primo lejano de Giuseppe Tomasi di Lampedusa– y, sobre todas las cosas, no está traducido por mí.

No suelo ser tan generoso con la obra de otros traductores, más bien todo lo contrario. Creo que, salvo alguna excepción perdida por ahí, los españoles aún no han aprendido a traducir. No es que lo hagan mal, es que durante los años de dictadura franquista se nutrieron de las traducciones made in Argentina y un buen día se encontraron dispuestos y disponibles a encargarse ellos de un trabajo que no saben hacer –y que a este paso no aprenderán nunca–. No traducen para un solo país. No traducen para una sola ciudad. Traducen para una sola calle.

Pochtar es otra cosa. Para empezar es argentino y poeta. Nació en Buenos Aires en 1942 y en 1976 se trasladó a España. Estudió Filosofía en la Argentina y en Francia. Traductor del francés, inglés e italiano, publicó versiones del Zibaldone dei pensieri de Giacomo Leopardi y de El nombre de la rosa de Umberto Eco, entre muchas otras. La última noticia que tengo de él es que reside en Gijón, Asturias.

Si a esta altura hiciera falta escribir acerca de por qué es fundamental leer El Gatopardo significaría que la historia no sirve para nada. Es una novela que podría considerarse “histórica” –no es el momento de discutir eso, pero digamos que es una novela histórica– ambientada en la época del desembarco de Garibaldi en Marsala. Fabrizio, el príncipe de Salina, asiste entonces a la ruina de su propio linaje y a la aparición de una nueva clase social. Como la mayoría de las mejores novelas su trama puede resumirse así, en tres líneas. Pero no es de El Gatopardo propiamente dicho de lo que quiero hablar, sino de la traducción de Ricardo Pochtar.

Como todo buen traductor, Pochtar odia las notas al pie. No las notas al pie de las ediciones críticas, sino específicamente las notas del pie del traductor. Para un verdadero traductor son confesiones de debilidad, confirmación de que hay cosas con las que no han podido lidiar, rendiciones, derrotas. En un pequeño ensayo ("La traición del traductor", publicado por la revista digital Critica.cl) el propio Pochtar lo dice con estas palabras: “Odio las notas del traductor porque recuerdan su injerencia entre el lector y el autor: rompen la ilusión, incluso la del propio traductor, que se sueña invisible… Parecen, son –creo– nimiedades, pero pequeñeces como éstas pueden quitarle el sueño al traductor”. Para leer una buena traducción de cualquier cosa hay que evitar como la peste las traducciones españolas y las traducciones provenientes de cualquier parte del globo excedidas de notas al pie. La tarea del traductor consiste justamente en traducir y desaparecer de la escena, no en estar continuamente presente haciéndonos partícipes de sus dudas y problemas.

En un momento de la novela, Fabrizio sale de caza en compañía de don Ciccio, y éste le confiesa ciertas cosas “difíciles de tragar” (no vale la pena extenderse en eso). En italiano existe una expresión, inghiottire il rospo, que en el español rioplatense es fácilmente traducible por “tragarse el sapo”. El príncipe de Salina se “traga el sapo”, entendido en un sentido más literal del habitual. Esta es mi traducción: “Don Fabrizio se sintió invadido por una gran emoción: el sapo había sido engullido: la cabeza y los intestinos masticados descendían ya por la garganta; quedaban por masticar todavía las patas, pero eso era nada comparable con esto: lo peor había pasado. (…) Los huesitos del sapo habían sido más desagradables de lo previsto; pero, en suma, también habían sido tragados”.

Hasta ahora hablé de Pochtar y de mí, pero hay alguien más de quien es menester hablar. Se trata del otro traductor de El Gatopardo, Fernando Gutiérrez. Las ediciones de la obra de Lampedusa pululan, se multitplican, pero las traducciones existentes se reducen a tres: la de Pochtar, la de Gutiérrez y la mía. En la traducción de Gutiérrez el pasaje anteriormente citado es traducido literalmente, con más o menos variantes que la mía, pero (¡ay! ), lleva una nota al pie (y no es la única) que reza: “Ingiotire il rospo (‘tragar el sapo’) equivale a nuestra frase ‘hacer tripas corazón’”.

Ahora bien, en España la expresión “tragarse el sapo” no parece tener el menor sentido, y la que responde de manera más aproximada a su sentido es, en opinión de Pochtar, no “hacer de tripas corazón”, sino aquella de “tragarse la quina”. Pochtar no recurre a la nota al pie, sino que rescribe y recrea la metáfora del siguiente modo: “Don Fabrizio se sintió invadido por una profunda emoción: la quina ya estaba bebida, casi todo el contenido del frasco había pasado por la garganta; sólo quedaba un poco bajo la lengua, pero eso era nada en comparación con lo otro; lo más importante estaba hecho. (…) Las últimas gotas de quina habían resultado más asquerosas que lo previsto; pero, en definitiva, también las había tragado”.

Anthony Grafton, en Los orígenes trágicos de la erudición, sostiene que el “murmullo” de las notas al pie “es tan reconfortante como el zumbido agudo del torno del dentista”; su presencia provoca tedio (y otras cosas), y al igual que el dolor que provoca el torno, no es aleatorio sino direccional: es el costo que hay que pagar por los beneficios de la ciencia y la tecnología modernas. Grafton, genial productor de metáforas, compara a la nota al pie con el inodoro: es tan esencial a la vida civilizada como él, y como él “es un tema de mal gusto en la plática cortés y por lo general sólo llama la atención cuando se descompone”. La nota al pie suple a la credencial. En la impersonal sociedad moderna, en la que los individuos están obligados a confiar ciegamente en personas absolutamente desconocidas para obtener la mayoría de los servicios que requieren, las credenciales cumplen la misma función que antes era propia de la recomendación personal: dan legitimidad. Al igual que la jarra con agua y la exposición incoherente demuestra que el conferenciante tiene algo importante que decir, las notas al pie confieren al autor un aire de autoridad. Si el texto, entre otras cosas, está destinado a convencer, las notas al pie están destinadas a demostrar. En cierto sentido cumplen la misma función que los diplomas colgando de las paredes del consultorio del odontólogo, es decir, demuestran que el facultativo en cuestión es alguien “competente”, alguien a cuya voluntad uno puede someterse sin reparos. Son las marcas exteriores de la gracia.

La traducción que Ricardo Pochtar hizo de El Gatopardo de Lampedusa es perfecta en todas las variantes y todos los sentidos. No importa lo que cualquier traductor opte por hacer, su solución siempre es la mejor.

Hay una traducción de El Gatopardo ejemplar, que casi compite con el original. Y no es la mía.

 

15 comentarios:

  1. Hasta hoy he tenido ganas de entrar al trapo (símil taurino y peninsular) en todo este (ba)bélico ruido de sables que se arma al otro lado de no sé qué océano, pero está claro que sí al otro lado de una frontera que yo no (re)conozco. Si miro al suelo, no hay ninguna línea trazada, más allá de la que proyecta mi sombra y la tuya. Y la suya.
    Pero hoy se me han quitado las ganas del todo. El trapo es de una tela demasiado pobre para que nadie le entre. La guerra que en este blog se arma entre los distintos usos de las lengua a partir de hoy sólo puede ser objeto de risa. De risa cadavérica. De arma afiambrada.
    La próxima vez que alguien me diga que mi lengua es suya, a lo mejor quito de en medio el trapo y le digo que se la trague entera.
    El trapo que aquí se esgrime es el vestido de un emperador desnudo.
    More to follow somewhere.
    Y saludos cordiales al club vienés de la plata traducida.

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  2. Estimado Miguel:
    No me queda en claro si tu comentario pretende ser gracioso o es meramente torpe. Acá no se discute a España o a Latinoamerica, ni a los españoles ni a los latinoamericanos, sino a cómo viajan las traducciones de un extremo de la lengua a otro, con todo lo que eso implica. Para dejártelo más claro todavía, tratamos de entender cuáles consideran al prójimo y cuáles no, y qué hay detrás de una y otra actitud. ¿Me explico? Desde esa perspectiva, creo, se opina y discute, en ocasiones, acaloradamente y, en otros momentos, buscando algún punto de contacto que nos permita entendernos. A veces lo logramos y, te aseguro, vale la pena. Eso mismo han intentado muchos de tus connacionales, que se molestaron en participar de algunos de los debates que aquí han tenido lugar, discutiendo en los mejores términos con muchos otros traductores procedentes de todas las provincias de esa lengua que tan dispuesto estás a que otros se traguen.
    Si te parece que todo eso es objeto de risa, lo lamento por vos. Por muy barroca que nos parezca tu manera de expresarte, tal vez sería bueno contar con tu aporte y sumar tu voz a lo que discutimos, sin que ello implique ponernos necesariamente de acuerdo. Pero, claro, tendrías que estar dispuesto a tomarte las cosas en serio y, si no te gusta algo, refutarlo con argumentos y no con bravuconadas. En esas condiciones, las puertas siempre están abiertas. Si no, por favor, por más premio nacional que seas, no nos hinches las pelotas.
    Cordialmente

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  3. Don Fondebrider,
    primero le agradezco que no haya censurado mi comentario. Debo reconocer que temí que lo hiciera.
    Segundo, debo decirle que se confunde cuando dice "por más premio nacional que seas". Yo me miro en el espejo por la mañana y no veo tal ente, sino que veo la cara de un traductor que envejece. Con esa cara y esas manos hablo y escribo y traduzco, no con los laureles que usted ha querido ver.
    Tercero y principal, retomando el lindo final de su ponderado comentario, creo que precisamente de hinchazón de pelotari es de lo que deberíamos hablar, porque usted y el club que le ampara han tenido la rara habilidad, la evidente intención, la churrigueresca ocurrencia de tocarnos los cojones a más de uno.
    Ya le digo que me da cierta pereza meterme en esta harina podrida de la que mal pan se podrá amasar, porque creo que las posturas en que está enrocado el club vienés de la flauta dulce de leche no tienen vuelta de hoja. Pero luego de dejar que mis "connacionales" (el palabro es suyo) intervinieran con criterio y con mesura allá por el mes de febrero en este blog, la entrada que dedica a las traducciones de Lampedusa y las opiniones que de manera encubierta suscribe me ha resultado ya inestomagable.
    Hay detrás de sus consideraciones sobre la lengua muchas lacras que no se mencionan. Hay en sus apreciaciones una serie de carencias que alarman. De momento, me voy a limitar a regalarle una cita. Pero le emplazo a una próxima respuesta por extenso en mi blog, porque no he de incurrir yo en la falta de respeto psicótica (producto de los efluvios mefíticos que se respiran, o a mí me lo parece, en el club psiquiatrizado de los truchimanes bonaerenses)que sería contestarle por ejemplo en la página web del Centro Virtual Cervantes, que lleva el nombre, como todo el mundo sabe, de un escritor cuya proximidad y vigencia ¿se entienden en Buenos Aires?
    Pues no lo parece.
    Me extenderé a su debido tiempo sobre sus baladíes apreciaciones sobre mi traducción de un relato de "Dublineses". Ahora, el regalo de la cita:
    "¡Esa bendita palabra, imperio, que tiene una semejanza tan paradójica con la caridad! Y es que si la caridad empieza en casa, el imperio empieza en el domicilio ajeno, y una y otro pueden abarcar infinidad de pecados. Yo desde luego tomé la determinación de que Irlanda fuera para mí mucho más que el imperio, y resolví que si la caridad empieza en casa, también en casa ha de empezar la lealtad."
    Atentamente,
    2050

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  4. Estimado Miguel:
    Como ves, tus temores de censura fueron infundados. Que suba al blog una entrada, del tenor que sea, no significa que esté necesariamente de acuerdo. Otro tanto ocurre con los comentarios. Las opiniones (al fin y al cabo, son eso y nada más) están para fomentar algún tipo de debate. A veces se da y a veces no. Y cuando se da, a veces tiene lugar en los mejores términos y a veces, en los peores. Así funciona la cosa.

    Quisiera aclararte que a mí no me ampara ningún Club. Coordino las activades del que llevamos adelante en Buenos Aires y administro este blog, que, en oportunidades, obra como foro. Hastá ahí llega mi responsabilidad pública. Luego, mis opiniones --que también las tengo--, cuando llevan mi firma, son estrictamente mías y no pretendo que quienes vienen a nuestras reuniones o quienes lean este blog las avalen. De hecho, en más de una oportunidad se han discutido acaloradamente y nadie se ha despeinado.

    Dicho lo cual, quisiera hacerte notar que tus juicios, tan cargados de adjetivos y recurrencias a la podredumbre ajena, también son opiniones que podríamos considerar destempladas y, con generosidad, atribuirlas al cansancio. Por lo tanto, concederás que a unas opiniones se les pueden oponer otras, y éstas, llegado el caso, pueden no gustarnos. Es, entiendo, lo que te pasó cuando escribí en El Trujamán sobre tu traducción de un cuento de Joyce. Se ve que te picó, y ahora, amparándote en un comentario que nada tiene que ver con la cuestión, pretendés cargarte de un plumazo a un montón de gente. Te felicito por la omnipotencia, pero no es así como funciona la cosa. Deberás hacer el gasto de explicar por qué no estás de acuerdo con lo que escribí cuando dije que de todas las opciones que había para traducir lo que tradujiste usaste aquéllas más recónditas para la comprensión del lector de otras latitudes de la lengua. Señalé, según recuerdo, que se trataba de una cuestión de responsabilidad. Ése ha sido mi caballito de batalla en varias ocasiones porque, efectivamente, creo que los traductores tenemos una responsabilidad no sólo ante nuestra propia versión de la lengua, sino también ante los lectores ajenos a nuestras particularidades locales. Así de simple. Todo eso lo podemos discutir en el foro que desees, aunque te confieso que yo salgo poco.

    Lo que no vale la pena discutir es la prosa carcelaria, la mala leche, el mal vino. Todo eso está fuera de lugar y me permito hacértelo notar para entender de qué estamos hablando, porque aquí el único que ha apostrofado con adjetivos miasmáticos a los demás has sido vos. Esos no son argumentos.

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  5. Y me permito una posdata: el gentilicio para los habitantes de la ciudad de Buenos Aires es "porteño". Los que viven en la Provincia de Buenos Aires son los bonaerenses. Sería amable de tu parte saberlo.

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  6. Ya he intervenido en otras ocasiones y siempre recalcando que no soy traductora literaria, sino técnica. Sois una de mis primeras lecturas por las mañanas, pero a veces se me hace difícil seguir leyendo. No es plato de gusto leer estas generalizaciones injustas sobre los traductores literarios españoles, como tampoco me gustaría leerlas sobre los traductores argentinos. ¿Qué pensaríais si un traductor español generalizara así sobre los traductores argentinos? ¿Cuál sería la reacción que tales palabras suscitarían?
    Y ya simplemente como lectora, francamente, la traducción que el autor del texto hace de ese párrafo concreto puede que no lleve nota a pie de página, pero está cargada de voces pasivas, algunas de las cuales se podían haber evitado por el bien del texto. Por lo menos, esa es mi visión como lectora. Y es que también los lectores podríamos contar muchas cosas de las traducciones que leemos...
    Muchas gracias por seguir publicando textos nuevos en el blog, un blog que disfruto muchísimo, aunque algunas veces se me haga un poco cuesta arriba leer algunas cosas.
    María

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  7. Querido Fondebrider,
    mal, muy mal vamos de memoria, que es una herramienta imprescindible, pese al cansancio, si pensamos que tú has escrito nada en El Trujamán sobre una traducción de un cuento de Joyce que hice yo. (Y que no es mía: es de un cuento de Joyce.)
    Es en este blog donde escribiste algo francamente insulso sobre esa traducción. En El Trujamán has insistido en los mismos argumentos insidiosos e insostenibles.
    A ver si la página del club vienés de la traducción bonaerense va a ser una extensión de la mano derecha que le faltaba a Cervantes. Sólo faltaba. Sobre los gentilicios, las tropelías que ha cometido usted tomando en vano los nombres de las provincias del país en que habito no le autorizan precisamente a requerir mi amabilidad, que existe, porque si hay que enemistarse, a mí eso por desgracia mal no se me da.
    A todo esto: siendo usted un futbolista argentino, ¿qué más le da en qué club juegue yo?
    Atentamente,
    2050

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  8. Estimado Miguel:
    De veras que no entiendo qué leés. Me hice cargo con absoluta claridad de lo que dije en El Trujamán y en este blog sobre tu traducción de un cuento escrito por Joyce. Señalé cuáles fueron mis razones para hacerlo e hice hincapié en que ése había sido mi caballito de batalla en otras ocasiones. O sea, no hay desmemoria alguna, por lo que me pregunto qué leíste.

    Por otra parte, seguís despotricando contra el Club de Traductores, pese a que te aclaré que 1) no siempre hay que coincidir con lo que se dice en las entradas (y, de hecho, esto está por encima de la nacionalidad de quien lo escriba, que esto no es una guerra entre países), 2) cada cual se hace cargo de las opiniones que firma y nada más.

    Lo que me cuesta entender es por qué a un traductor como vos, que hizo un trabajo admirable con los cuentos de Archibald MacLeod, que ganó merecidamente un premio nacional por su traducción de Boswell (que de paso reseñé en los mejores términos en la revista Ñ hace un par de años), le cuesta reconocer que en el caso de la traducción de Joyce trabajó sobre la base de un léxico exclusivamente local, que viaja mal al otro lado del océano. Y por cierto, que se te haga esta observación no es mentarte a la madre, sino apenas una reflexión sobre un trabajo que, insisto, no está a la altura de tu trayectoria.

    No creo tener nada más que decir, sobre todo porque seguís manifestándote sobre la base de improperios. Ahí no voy a entrar. Cuando tengas argumentos, seguimos conversando.

    Con toda la cordialidad que merece la ocasión.

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  9. Estimada María:

    Por favor, no se sobresalte ni se entristezca. No vale la pena. Como creo haberle señalado a Martínez Lage (que no escucha), no siempre estoy de acuerdo con las entradas que subo. Lo hago porque entiendo son pertinentes para dar cuenta de un estado de situación, sea éste del signo que sea.
    De hecho, si recorre el blog con cuidado, verá que también he subido entradas en las que algunos españoles han señalado lo que interpretaron como mala calidad de ciertas traducciones latinoamericanas. Eso no nos hace entrar en guerra ni tampoco nos descalifica como traductores o lectores. Pero sirve para saber qué es lo que piensan algunos a ambos lados del océano.
    Aquí, en el mero rango de lector, le confieso que, a veces, lo que se piensa no es lo que me gustaría leer. Pero entiendo que se trata de opiniones aisladas que, llegado el momento, deberán ser justificadas.
    Le agradezco la fidelidad, así como sus opiniones. Y vuelvo a repetirle que no vale la pena tomárselo muy a pecho. Usted ya sabe: perro que ladra, no muerde.
    Cordialmente

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  10. Al igual que María, sigo este blog, aunque en mi caso, lo leo de cuando en cuando. No soy traductor, tan sólo un lector con cierto interés por conocer los mecanismos que rigen este oficio tan complejo; por fortuna, este blog ofrece claves y reflexiones pertinentes a este respecto, por lo que aprovecho para felicitar y agradecérselo a sus responsables.
    El caso es que, a mi juicio, Jorge Fordenbrider no ha contestado como se merece la pregunta que ha planteado María: "¿Qué pensaríais si un traductor español generalizara así sobre los traductores argentinos?". Fordenbrider se ha limitado a decir que "también" ha subido "entradas en las que algunos españoles han señalado lo que interpretaron como mala calidad de ciertas traducciones latinoamericanas". Si es así, si tales entradas se han referido a "ciertas traducciones", entonces no se trata de una generalización. Al margen de que mi nacionalidad sea española, la opinión aquí vertida sobre los traductores españoles me ha parecido gratuita y destinada únicamente a generar polémica. Incluso, en algunos casos, como se ha visto, ha causado malestar. Curiosamente, durante el reciente mundial de fútbol leí en algunos medios digitales comentarios de un tono similar referidos a algunos equipos de fútbol. Y claro, igual de gratuito me parecería que alguien, sea de donde sea, opinara lo siguiente:
    "Creo que, salvo alguna excepción perdida por ahí, los argentinos aún no han aprendido a traducir. No es que lo hagan mal, es que durante los años de dictadura que gobernó la Argentina se nutrieron de las traducciones made in Spain y México y un buen día se encontraron dispuestos y disponibles a encargarse ellos de un trabajo que no saben hacer –y que a este paso no aprenderán nunca–. No traducen para un solo país. No traducen para una sola ciudad. Traducen para una sola calle".
    Gracias por la atención. Un saludo cordial para todos.
    Carlos

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  11. Estimado Carlos:

    Sinceramente, no puedo evitar pensar en lo que suele decirse en España (y no me refiero necesariamente a los lectores, sino a los reseñadores en los medios, los editores y, en más de una ocasión, los colegas)sobre las traducciones no peninsulares, precisamente porque siempre hay alguien que nos lo recuerda y, en general, por escrito, con consiguiente daño que eso implica para nuestro trabajo. Sin más, lo remito a la entrada del 30 de julio pasado, que con el título de "El tópico de las malas traducciones latinoamericanas", firma Marietta Gargatagli.

    Usted pensará que sigo sin responderle, pero yo podría indicarle asimismo que si lee detenidamente todas las entradas correspondientes a "A qué castellano se traduce" tendrá esa respuesta que considera no haber recibido de mí. Le sugiero entonces que lo haga sistemáticamente y verá a qué me refiero.

    Estoy de acuerdo en que toda generalización es grosera e injusta, pero, insisto, a esta altura, desde este lado, empezamos a estar acostumbrados a ese trato hasta que, de vez en cuando, alguien paga con la misma moneda. No está bien hacerlo y, personalmente, condeno ese punto de vista, pero como le señalé a María, entiendo que indica un estado de situación. En las actividades del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires y en este blog intentamos revertirlo para llegar a un acuerdo satisfactorio para todos.
    Cordialmente

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  12. Realmente, el comentario de Piro es desafortunado. Tanto por la torpe y absurda generalización como por el análisis mecanicista y somero de la evolución de la traducción en España. Suponer que, además, en un ámbito tan complejo, variopinto y profesionalizado no existe un debate en torno al lenguaje de la traducción es mucho suponer sin haber hecho el mínimo esfuerzo previo de averiguar, tanto directa como indirectamente, si eso es, no sólo cierto sino lejanamente factible.

    Puesto que pertenezco a ese medio, el de la traducción en España, me siento, a pesar de no haber nacido allí, injustamente aludido y doblemente lastimado: una vez, porque se me atribuye -junto a mis colegas de ámbito- un mal aprendizaje del oficio, y otra porque quien lo hace parece dar retóricamente por sentado que los traductores argentinos sí han sabido aprenderlo, cosa que como argentino no puede por menos de producirme una vergüenza considerable.Más aún si tenemos en cuenta que el comentario procede de un colega traductor que sabe -o debería saber- perfectamente bien en qué condiciones de temperatura y presión se trabaja en la mina, cómo se blanquean los textos y quién se lleva el oro al agua.

    En cualquier caso, puedo dar sobrada fe de que el debate sobre la lengua del traductor es materia de discusión constante a este lado del charco, entre otras cosas porque aún no me he cansado de organizar encuentros y jornadas en torno a ese aspecto y colaborar o participar en muchas otras, y porque es algo de lo que los traductores hablamos a menudo en foros menos copetudos y más nocturnales incluso. Quizás aquí, salvo alguna excepción perdida, no hayamos aprendido a traducir y, a este paso, no vayamos a hacerlo nunca, pero no será por las razones que aduce Piro. A ningún colega, español o no, que yo conozca, y conozco a muchos, se le ocurre ni siquiera remotamente traducir para una sola calle. Esa acusación es triste síntoma de un prejuicio que no ayuda, precisamente, al desarrollo saludable y fructífero del debate en cuestión.En mi opinión, comentarios de esta guisa contribuyen al desprestigio de la profesión en general y a alejar la ya de por sí lejana posibilidad de que surja y se consolide una crítica de la traducción rigurosa y sensata, libre de lugares comunes, alergias lexicológicas y desautorizaciones poco autorizadas.

    Eso sí, no se confunda la severidad de mi tono con una colleja (coscorrón en mi barrio) oportunista y propinada a traición contra la persona de alguien a quien respeto como traductor, como crítico y como persona humana, aspecto este último cuyas dimensiones pude corroborar en contadas ocasiones, suficientes no obstante como para generar en mí una espontánea simpatía. Te lo digo derecho viejo, Guillermo: como baten por acá, te pasaste cuatro pueblos.

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  13. busco a una traductora Marcela Prieto diculpen las molestias que causo ya le he buscado por muchos medios no descarto nuguno la ultima vez que la vi fue en capital federal Argentina en fin si sabrian algo soy de Mexico direccion electronica oscarlopez@smartadt.com Gracias de antemano

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  14. Con todo respeto, debo hablar de mi propia experiencia en la lectura de este libro. La traducción de Guillermo Piro en la edición de Losada de mayo de 2004 está plagada de faltas de ortografía. Reiteradamente aparece en ella 'brazas' en vez de 'brasas'; se escribe también 'fustaso' (por 'fustazo'), 'princecitas' y otras de similar tenor que realmente molestan a lo largo de la lectura. En la página 88, habla de 'los caracoles de los Tritones [y] las conchillas de Naiadi', como si 'Naiadi' fuera un lugar geográfico o el nombre de una persona, cuando claramente la referencia (iluminada por la de los Tritones que la precede) es a las Náyades, seres mitológicos al igual que los primeros. Hay varios ejemplos de este tipo a lo largo del libro.

    Desconozco si estas faltas son atribuibles al traductor o a un editor descuidado, pero de cualquier modo es inaceptable que se publique una edición en estas condiciones. Me gustaría saber si alguien más ha leído esta edición y se ha sentido tan molesto como yo.

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    1. He releído esa edición de Losada con la misma incomodidad por por errores ortográficos y de normativa. La traducción Piro me gustó mucho

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