La hora de un traductor vale tanto como la de la limpieza
"¿Qué es el alma rusa? Yo sé lo que es la ensaladilla rusa, la ruleta rusa y la montaña rusa -que, por cierto, en Rusia no se llaman así-, pero ¿el alma?". Ricardo San Vicente lo dice porque en el menú hay filetes rusos, pero ya puestos: ¿qué es lo más parecido a esa alma? "Pues tal vez la española: ser un país de frontera y preguntarse todo el día por el alma".
San Vicente es catedrático en la Universidad de Barcelona, responsable de la edición de las obras completas de Dostoievski para el Círculo de Lectores y -de Chéjov a Brodsky- traductor de más autores de los que caben en un almuerzo. Solo la peripecia de su vida duraría litros de vodka.
El profesor pasó por Madrid para asistir, como jurado, a la entrega del premio que la Fundación Yeltsin otorga a la mejor versión del ruso al castellano. Este año ha sido para Fernando Otero Macías, Yulia Dobrovolskaya y José María Muñoz Rovira. El restaurante no lo ha elegido él, pero al sentarse recuerda haber estado allí con su tío Fernando Claudín, el histórico dirigente expulsado del PCE junto a Semprún en 1964. "De repente no existía", dice. "Lo borraron de la historia". Sus padres fueron dos de los niños enviados por la República a San Petersburgo en 1936 para ahorrarles la Guerra Civil. Él nació en Moscú en 1948 y allí aprendió ruso antes que castellano: "Con mi padre siempre hablé en ruso. Estaba muy agradecido a la URSS porque, en un tiempo de privaciones, se ocupó de ellos con todo el cuidado. Recibió una formación de altísimo nivel como ingeniero. Su agradecimiento era tal que no quería ver que el régimen que se volcó con aquellos niños también cometió atrocidades con sus ciudadanos". Algunas de esas atrocidades las recogió Varlam Shalámov en sus Relatos de Kolimá, una obra a la altura de Archipiélago Gulag y que San Vicente está traduciendo por primera vez completa al castellano para la editorial Minúscula. Son seis tomos y ya han aparecido tres.
Por momentos, el arenque es tan ácido como la memoria: Ricardo San Vicente volvió a España con su familia en 1957. Fue una decepción para sus padres: "Encontraron un país egoísta y poco solidario, frío". ¿Y su propio aterrizaje en la posguerra franquista? "Nunca noté nada. Luego me dijeron que en la mili había un largo informe sobre mí".
Este filólogo llegó a su oficio después de, "como todos los hijos de emigrantes", pasar años sin querer saber nada de Rusia. Ahora le preocupa el futuro de la universidad en tiempos del Plan Bolonia: "Estamos en manos de gestores que no entienden lo que hacemos. Las humanidades se diluyen". Además, el jarro de agua fría llega en un gran momento de la filología eslava, cuando ya es costumbre traducir a Tolstói del original y no, como antes, a través del francés o el alemán. Comenzaron a hacerlo los que, como sus padres, fueron "niños de Rusia" y hoy lo hace una brillante generación de traductores salidos de las facultades, algo que puede tener los días contados: "Bolonia hará que vuelva el amateurismo: traducirán un diplomático que se quede a vivir aquí, un emigrante...". Sus filetes se enfrían, pero San Vicente rebaña tiempo para recordar que el sueldo de los traductores no está a la altura de su cualificación: "Casi todo el mundo tiene otro trabajo porque la hora media de un traductor vale en España, con todos los respetos, lo que la de una mujer de la limpieza".
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