El 1 de marzo de este año, Xosé Castro Roig publicó un interesante artículo en El Trujamán a propósito de los derechos de autor en España. Lo reproducimos a continuación.
Piratas y Robin Hoods
La cuestión de la que quiero hablar es compleja, lo suficiente como para no poder cubrirla en un artículo de unos cientos de palabras, pero lleva tiempo en el candelero y continuará estándolo una buena temporada: se trata de la piratería y los derechos de autor. Mi intención es solo sembrar algunas dudas o ideas.
Pero yo no quiero hablar de movimientos ciudadanos ni de leyes. Dada la extensión de este artículo, solo me gustaría dar dos pinceladas sobre traducción y derechos de autor. Y es que en los múltiples debates que ha habido en torno a la cuestión, salen a relucir unos argumentos preocupantes. No cabe duda de que si alguien genera un producto sujeto a copyright, que luego se vende ilegalmente, el poseedor de los derechos de autor sufre una merma de sus beneficios. Dicho de otro modo: si yo traduzco una película y esta se descarga de Internet ilegalmente, yo dejo de cobrar los derechos de autor que cobraría por la venta de esa película a determinado número de espectadores. Lo mismo pasa si fabrico un producto exclusivo, se plagia y se vende ilegalmente. ¿O no…?
Algunos aducen que se descargan algunas películas de Internet, porque, al fin y al cabo, nunca pagarían por verlas en el cine o no tendrían tiempo para verlas en televisión. ¿Deberíamos entonces llevarnos gratuitamente productos de las tiendas si nunca iba a ser nuestra intención usarlos?
Lo que sí es cierto es que algunos de los defensores de los derechos de los autores no están dando el mejor ejemplo ni parecen demasiado celosos de su reputación.
De lo que no cabe duda es de que el paradigma está cambiando: cada vez más gente quiere ver la televisión (y eso incluye el trabajo de traductores) cuando mejor le conviene y, por otro lado, el libro electrónico está empezando una breve pero veloz andadura.
Los intermediarios están cambiando. Hasta ahora, es la distribuidora o la editorial la que se lleva un buen pedazo de la tarta, pero con el pirateo en Internet y la reducción de costos de distribución por las descargas, pasan a lucrarse grupos, ya no empresariales, sino de particulares que crean webs con enlaces a material pirateado.
¿Debemos acabar con
Como ven, soy un mar de dudas, y no tengo respuesta firme para casi ninguna.
Interesante artículo. Me aferro a esto: "Dicho de otro modo: si yo traduzco una película y esta se descarga de Internet ilegalmente, yo dejo de cobrar los derechos de autor que cobraría por la venta de esa película a determinado número de espectadores. Lo mismo pasa si fabrico un producto exclusivo, se plagia y se vende ilegalmente. ¿O no…?" Uno siempre deja de cobrar los derechos de autor; cobra el arreglo estipulado con la empresa (ya sea editorial, etc.), después tiran unas monedas más para justificar la "seriedad" con que se mueven, y después, se suba a internet, se reedite o se venda y/o regale el producto, ¡no se ve un mango! El tema no es internet ni, creo, que se pueda tratarlo como plagio. La cosa está en que la cadena, cualquier cadena, legal o ilegal (¿acaso hay algo que se cumpla "legalmente"?), no nos tendrá en cuenta así en la tinta como en el éter, que es una burda forma de decirlo.
ResponderEliminarEsto va para los derechos de autor, traductor, ilustrador, corrector, diseñador, siguen las firmas. Gracias, Irene