Ricardo Bada, ya viejo conocido de este blog, firma en El Trujamán del 29 de octubre pasado la siguiente columna sobre Heinrich Heine (1797-1856), donde, de paso, polemiza con Borges.
"Si a la noche en Alemania pienso yo..."
Los versos iniciales de su canción de la Lorelei (Ich weiss nicht, was soll es bedeuten, / dass ich so traurig bin, «No sé qué puede significar / que esté tan triste») forman parte irreversible del acervo popular alemán, y son ya tan proverbiales como otros dos versos suyos definitivos: Denke ich an Deutschland in der Nacht, / dann bin ich um den Schlaf gebracht, que tal vez debieran traducirse «Si a la noche en Alemania pienso yo, / el sueño desde luego se fregó»… para usar un verbo suave y que no comienza con jota.
Heine no ha tenido mucha fortuna en nuestro idioma, si descontamos su rastreable influencia en la Rimas de Bécquer. Pero su propio vino, casi siempre, por no decir siempre que fue vertido en nuestros odres, se convirtió en vinagre durante el trasvase. Y en un caso concreto, para más inri, con el aval de un gran amante de su obra.
En el prólogo a Alemania, cuento de invierno, y otras poesías (de Editorial Leviatán, Buenos Aires, 1984), y después de dedicarle a su autor todas las loas posibles, Borges perpetra estas palabras: «En este libro, que tengo la alegría de prologar, oímos en castellano la voz de Heine. La empresa es ardua, ya que el alemán y el castellano son tan distintos. A priori se diría que es imposible. Mi amigo Alfredo Bauer lo ha logrado. Su traducción es fiel al sentido y fiel a la forma. No pensamos, al recorrerla, en las equivalencias que proponen los diccionarios, pensamos que ha surgido en castellano, directamente». Ay… las dos palabras claves de este prólogo son «mi amigo».
Porque ese juicio sobre la traducción de Alfredo Bauer es casi un insulto a Heine. Basta leer unos versos famosos del primer capítulo del libro (Ein neues Lied, ein besseres Lied, / O Freunde, will ich euch dichten: / Wir wollen hier auf Erden schon / Das Himmelreich errichten) y contrastrarlos con la versión panegirizada por Borges:
Un canto nuevo, un canto mejor,Hasta a Borges debería habérsele atragantado ese «permiso» que es un vergonzoso ripio para rimar con «paraíso». ¿Es posible que Borges haya tenido tan mal oído y pensara seriamente que así sonaría en nuestro idioma la poesía de Heine? Pues lo cierto es que no hay que esforzarse mucho para traducir esos cuatro versos de manera harto más fiel y aseada, como lo hace Jesús Munárriz (Ediciones Hiperión, Madrid 2001):
cantaré con vuestro permiso.
Queremos aquí en la Tierra ya
construir el paraíso.
Una canción nueva y mejor,Y si uno tira por la borda todos los prejuicios en materia métrica, dadas las diferencias entre los dos idiomas, que hasta Borges reconoce como un obstáculo, entonces podemos acercarnos casi con zoom al original:
amigos, quiero componeros.
Aquí en la tierra queremos fundar
nosotros el reino de los cielos.
A una canción nueva, una canción mejor,Lo mismo sucede con otra famosa cuarteta de la emotiva «Despedida de París» con que se inicia el libro (Ich sehne mich nach Tabaksqualm, / Hofräten und Nachtwächtern, / Nach Plattdeutsch, Schwarzbrot, Grobheit sogar, / Nach blonden Predigerstöchtern), que en la traducción tan elogiada por Borges suena poco más o menos como un inventario contable («Anhelo el humo tabacal, / centinelas, profesores, / pan negro, rudeza, dialecto hamburgués, / rubias hijas de predicadores»), aparte de ¿qué habrá querido decir eso de «anhelo el humo tabacal», y por qué el Plattdeutsch (=bajo alemán, por contraste con el Hochdeutsch =alemán alto, o culto) se convierte en dialecto hamburgués?
¡oh amigos! le dedico mis desvelos.
Queremos ya aquí en la Tierra
edificar el reino de los cielos.
Y pensar que esa cuarteta también podría sonar, en alejandrinos, bastante más Heine…
Añoro el aire denso del humo de cigarros,
a los guardias nocturnos y doctos profesores,
el dialecto y el pan negro,
la grosería incluso,
y a las rubias hijas de los predicadores.
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