El 6 de mayo pasado, el diario Perfil, de Buenos Aires, publicó la siguiente columna de Damián Tabarovsky a propósito del Programa Sur de subsidios a traducciones de autores argentinos, que lleva adelante la Cancillería argentina. Como suele ocurrir en estos casos, la de Tabarovsky es una opinión. A ella se podrían oponer otras opiniones. Por caso, él centra su crítica –atendible, por cierto– en la libertad que se les otorga a los editores extranjeros para publicar lo que publican y no lo que Tabarovsky cree que debería publicarse. Damián –cuyos puntos de vista tanto como escritor, traductor y editor son siempre interesantes– está en todo su derecho. Como podríamos también estar nosotros en el nuestro, advirtiendo que en su lista no hay ni poetas, ni dramaturgos, ni ensayistas, escritores todos quienes, además de los novelistas, forman parte de la literatura argentina, aunque muchas veces ni los narradores ni la crítica lo comprendan.
Quizás las críticas a este programa francamente notable, que pone al país en un lugar de excelencia entre los países que subsidian su literatura en el extranjero, deberían plantearse por otro lado. Por caso, en la constitución de la comisión que analiza los proyectos –donde no hay ningún traductor– y en el conocimiento que del mundo editorial extranjero tienen los que deciden a quiénes subsidiar para así maximizar recursos públicos a los que todos contribuimos. Por lo pronto, este es la columna de opinión en cuestión.
Traducciones en Sur
En una reciente encuesta, publicada en la revista digital de una pequeña editorial argentina, consultados sobre los efectos de la Feria de Frankfurt de 2010 –de la que Argentina fue invitada de honor– un grupo de editores extranjeros resaltaba al Programa Sur de apoyo a las traducciones, que lleva a cabo la Cancillería argentina, como de lo más importante –sino lo más importante– ocurrido en ese evento. Hace unas semanas, en el discurso inaugural de la Feria del Libro, Gustavo Canevaro, presidente de la Fundación El Libro, señaló algo en idéntico sentido. Y así podríamos encontrar decenas de opiniones similares entre los integrantes de la industria editorial y el mercado literario. Es que es verdad: el Programa Sur es uno de los actos de política cultural estatal más relevantes en años. Creado en 2009, con miras al Frankfurt 2010, otorga subsidios a editoriales extranjeras para traducir libros de autores argentinos. Desde sus comienzos aprobó subsidios a más de 400 obras traducidas de múltiples géneros, de autores contemporáneos y clásicos, a 34 idiomas y en cuarenta países, con un criterio plural, democrático y transparente más que auspicioso. Tomando como referencia los programas que países como Francia y Alemania llevan adelante desde hace años, e incluso al pionero subsidio que la local Fundación Typa otorgó para traducir a tres autores argentinos en 2008, el programa deja en manos de las editoriales extranjeras la libertad para elegir qué autores quiere traducir. Es decir, es pura responsabilidad de las editoriales extranjeras que muchos de nuestros peores escritores contemporáneos hayan recibido ese subsidio (¡algunos en más de un idioma!), y que grandes escritores como Matilde Sánchez o Daniel Guebel sean todavía casi desconocidos en otras lenguas. Ningún Programa Sur puede subsanar esa desdicha (por cierto, no son lo escritores quienes reciben el subsidio, sino la editorial extranjera para abonarle al traductor correspondiente). Pero dejando atrás el evidente mal gusto de muchas editoriales extranjeras, algunas otras buenas traducciones sí han encontrado cabida: Bizzio, Fogwill, Saer, Ronsino, entre muchos otros, han visto algunos de sus libros traducidos gracias al subsidio. Ocurre que, más allá del gusto de cada uno, lo que importa es la perspectiva industrial: el subsidio es un gran facilitador en la toma de decisiones editoriales, teniendo en cuenta la importancia que, en el precio de venta de un libro, tiene el costo de la traducción. Publicar libros de autores argentinos traducidos a lenguas extranjeras conlleva una serie de logros imbricados: tiene una evidente importancia cultural y literaria, también defiende un muy relevante eje político-lingüístico (se traduce del castellano argentino) e incluso una dimensión económica, menor quizás, pero también digna de mencionar (los autores cobran anticipos, las editoriales venden derechos de autor, etc.).
Y luego, Frankfurt 2010 pasó y, como suele ocurrir en este tipo de casos, comenzó la incertidumbre, las dudas y los rumores. ¿Continuaría el Programa Sur? ¿Existió sólo para Frankfurt? El reciente anuncio de la continuidad del programa, como política permanente de Estado, es una sabia decisión. Otorgando un subsidio de hasta US$ 3.200 por traducción, se esperan traducir unos 150 libros. Esperemos que, sólo en el género novela, ahora sí las editoriales extranjeras llenen el formulario con los nombres de Sánchez y Guebel, y también con los de Juan José Becerra, Oscar Taborda, Matías Serra Bradford o Ramiro Quintana, que hasta donde sé no están traducidos; o de otros, de los que ya debería haberse traducido sus obras completas, como Luis Chitarroni, Ricardo Zelarayán o Héctor Libertella. Pero eso, como sabemos, va más allá de los innegables méritos del Programa Sur.
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