Leonardo Bruni (1370-1444) |
El 13 de septiembre de 2000, Anthony Pym publicó en El Trujamán la siguiente columna. Como podrá leerse, es posible que los temas de los que trata la crítica no hayan cambiado demasiado.
Cómo criticar una traducción
sin saber la lengua de origen
A Alonso de Cartagena, converso sabio, jurista y diplomata, obispo de Burgos, no le gustaba la traducción latina de Aristóteles que había realizado el florentino Leonardo Bruni en 1418. En 1430 escribió su primera crítica de la obra; Bruni le contestó antes de 1436; Cartagena replicó; Bruni contestó de nuevo en 1437. En fin, una disputa larga.
¿De qué hablan los disputantes? Cuatro temas:
Bruni opina que se debe traducir lo que dice Aristóteles; Cartagena piensa que es mejor traducir lo que hubiera debido decir el griego.
Bruni no quiere que una traducción del griego tenga palabras griegas; Cartagena argumenta que los términos griegos son tecnicismos que hay que mantener.
Para Bruni, hay que ser filósofo para juzgar la filosofía; para Cartagena, juzgar es tarea del jurista, sea cual fuera el campo de discurso.
Bruni insiste en que no se puede evaluar una traducción sin dominar la lengua de origen; Cartagena opina de lo contrario, ya que él, Cartagena, no sabe griego.
En términos históricos, gana Bruni. No obstante, Cartagena tiene los mejores argumentos:
Insiste en que la confrontación no es entre el griego y el latín, sino entre la nueva traducción y las antiguas, de modo que se trate de latín vs. latín, y todo latinista pueda opinar.
Demuestra que el latín debe mucho al griego, que no hay idioma sin préstamos, y, por lo tanto, hay que aceptar los términos griegos.
Desconstruye el discurso de Bruni para demostrar hasta qué punto depende de la autoridad de Aristóteles. Sin embargo, dice Cartagena, Aristóteles no exprime la razón porque tiene autoridad; le acordamos autoridad porque es conforme a nuestra razón. De ahí que podemos juzgar al filósofo y traducirlo según nuestra razón y no según la letra del texto.
Y Cartagena sabe que la razón es «común a todas las naciones, aunque se exprime en lenguas diversas». Porque a ser de otro modo, ¿cómo sería posible traducir de un idioma extranjero?
Al final del debate los dos principales se saludan como buenos amigos, probablemente unidos por sus compartidos intereses comerciales: los conversos de Burgos vendían lana a los tejedores de Florencia.
Alexander Birkenmajer, ‘Der Streit des Alonso von Cartagena mit Leonardo Bruni Aretino’, Vermischte Untersuchungen zur Geschichte der mittelalterlichen Philosophie (= Beiträge zur Geschichte der Philosophie
des Mittelalters, Band 20, Heft 5), Münster: Aschendorff, 1922, 129-236.
des Mittelalters, Band 20, Heft 5), Münster: Aschendorff, 1922, 129-236.
Una traducción no se puede criticar sin saber o dominar la lengua de origen..es obvio! Saludos
ResponderEliminarEstimado Gabriel Brunner:
ResponderEliminarEn líneas generales estamos de acuerdo, pero, ¿qué pasa cuando usted no conoce la lengua de origen y, sin embargo, advierte que el castellano al que fue traducido ese original presenta anomalías como una morfología errónea, una disposición sintáctica desusada, un vocabulario que perturba la lectura? ¿Esa traducción, supongamos del chino al castellano, no podría criticarse? Todavía se recuerdan en la Argentina las instrucciones de los electrodomésticos importados de China en castellano de Shanghai, donde uno leía "cajeta" por "cassette" y otras lindezas similares.
Cordialmente