El
22 de mayo pasado, en el periódico chileno Las
Últimas Noticias, el escritor y periodista trasandino Roberto Merino escribió la siguiente columna referida a usos de una
palabra en la lengua castellana, con particular atención a lo que se hizo con
ella en Chile. Suponemos que, al cabo de su lectura, seguramente habrá algún
traductor extranjero que empiece a dar saltos y a tirarse de los cabellos.
No hay tu tía
En un titular de este mismo diario vi hace poco que se hablaba de “tías
del aseo” para referirse a mujeres empleadas para la limpieza en un lugar. Esto
significa que la expresión ya pasó a la normalidad, al uso común. Hace veinte
años nos hubiéramos reído de semejante eufemismo: habría sonado forzado,
siútico y, sobre todo, paternalista.
El problema con esta clase de expresiones es que ponen una insistencia
afectiva en una realidad donde –a juzgar por los sueldos que se pagan y las
condiciones de trabajo que se brindan– el afecto no aparece por ninguna parte.
Una vez me tocó escuchar la alocución de un sociólogo medio agitador,
radical en sus propuestas, intransigente y desagradable. Reforzaba sus
argumentos con cifras que desmentían las cifras oficiales. Llegado el momento
de mencionar a las auxiliares y barredoras salió con la culposa paparrucha de
“las tías del aseo”.
Acabo de enterarme de que la frase “no hay tu tía”, tan usada por Julio
Cortázar, tiene más que ver con el óxido de zinc que con tías propiamente
tales.
Tía es una palabra cálida, que al menos quiere expresar una cercanía
entre la persona a quien le es dirigida y aquella que la enuncia. A veces, en
las familias de antes, había una señora que, sin ser técnicamente tía, se
ganaba la calificación por méritos equivalentes: antiguas complicidades, años
de involucramiento familiar. Llegaban unas tres veces al año generando mucha
circulación de tazas de té y de pan dulce y, eventualmente, pasteles. Se
trataba de señoras muy compuestas en la vestimenta, en el peinado y en la
manera de hablar, que a veces las hacía parecer las entrevistadas de un
programa de radio.
En los años 70, si no recuerdo mal, los niños empezaron a decirles tíos
a los padres de sus amigos. Yo, por la edad que tenía, quedé fuera de la
novedad. Me fue imposible hacer la conversión lingüística necesaria para
prosperar en esa modalidad de aproximación confianzuda. Decidí, en
compensación, tutear a los padres de mis amigos, lo que me parecía mucho más
natural.
La utilización más extravagante de la palabra “tío” se la escuché hace
años a unas alumnas universitarias: buscaban al auxiliar que abre las puertas
de las salas, cambia los tubos fluorescentes quemados y en general asiste ante
las eventualidades que se generan en un piso lleno de gente y saturado de
actividad. Este señor tenía nombre, de hecho todo el mundo sabía su nombre y su
apellido, pero estas niñas se referían a él –con la desesperación del que busca
a un salvador– como “el tío de los pasillos”.
Sin duda la tía más famosa de Chile ha sido Carlina Morales Padilla, la
Tía Carlina, regenta del mitificado prostíbulo de Vivaceta. Por ahí le anda el
Tío Valentín, el pianista de Pin-Pon (1).
Los antiguos viejos verdes solían andar con alguna joven treinta años
menor que presentaban como “una sobrina”, y ellos quedaban, por tanto,
automáticamente referidos como tíos, lo que le daba a la palabra un barniz
libidinoso. El tío en este caso era el sátiro dispuesto a dar el salto sobre su
presa erótica dejando ver en el apuro las patas de macho cabrío. Muy distintos
eran los objetivos y la forma de operar de aquel otro anciano que todos conocen
de sobra y que se hacía llamar Tío Permanente (2).
Notas del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires:
(1) Valentín Trujillo Sánchez (1933), también
conocido como “Maestro Valentín” o “Tío Valentín»”, es un pianista y arreglador chileno de música popular, que se ha destacado por su aparición en diversos programas de
televisión, tales como Pin Pon.
(2) Tío Permanente es la
denominación que se dio a sí mismo el ex militar nazi Paul Schäfer,
fundador en Chile, en 1961. de la grotesca y
sanguinaria Colonia Dignidad, tristemente célebre como centro de detención y tortura en tiempos de la
dictadura de Pinochet.
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