lunes, 6 de septiembre de 2021

“Ya no es posible tener una relación equilibrada con el mundo.”

La siguiente reseña, publicada en La Jornada Semanal, del 8 de enero de este año, fue escrita por Roberto Bernal. En ella se da cuenta de una reciente traducción del escritor inglés Sean Bonney, a cargo de Hugo García Manríquez, un notable traductor mexicano, para Matadero Editorial.


El lenguaje de las barricacas

Han sido tres las ocasiones que el poeta y traductor Hugo García Manríquez ha enriquecido el panorama de las lecturas en nuestro país: primero, ni más ni menos que con Paterson (Aldvs, 2004), largo poema del prestigiado escritor estadunidense William Carlos Williams; más tarde con De ser numerosos (Matadero Editorial, 2019) del poeta y también estadunidense, Premio Pulitzer, George Oppen y, hace apenas unas semanas, con El lenguaje de las barricadas, del poeta inglés Sean Bonney, fallecido en 2019. Estos dos últimos nombres, aunque ocupan un lugar central dentro de la poesía contemporánea, son prácticamente desconocidos en nuestra lengua. Esto hace interesante la propuesta de Matadero Editorial y del propio traductor: traer poesías fundamentales que se producen fuera de México.

Nacido en Brighton, Inglaterra, en 1969, un muy joven Sean Bonney –involucrado en movimientos contraculturales como el entonces recién surgido punk– atestiguó la crisis económica y política que, hacia finales de los años setenta, culminó con la elección de Margaret Thatcher como primera ministra. Época realmente llena de convulsiones para los ciudadanos de la Gran Bretaña: sindicatos en huelga, niveles alarmantes de desempleo, conflictos raciales y, alrededor de todo ello, el antiguo conflicto con el Ejército Republicano Irlandés (IRA, por sus siglas en inglés). El tratamiento de estos temas por parte de la primera ministra le ganó a pulso el ya conocido sobrenombre de la Dama de Hierro: la represión contra la clase trabajadora fue una de las características de sus once años de gobierno. No es extraño que un policía sin rostro aceche las páginas de un Sean Bonney paranoico que tiene la certeza de ser permanentemente perseguido y vigilado por el Estado. “Los policías, como no son humanos ni animales, no sueñan”, escribió el poeta inglés.

La cita al compositor suizo Ernest Bloch, también dentro del libro, provee una pista importante acerca de la postura de Sean Bonney ante la poesía: “Ya no es posible tener una relación equilibrada con el mundo.” Después de asistir a multitud de protestas –que desembocaron en heridos e incluso muertos– y al ser él mismo rociado con gas lacrimógeno, para el poeta resultaba “cursi” regresar a casa y sentarse a escribir poemas. Este rechazo a una poesía dócil e indiferente a la instauración de un nuevo orden fascista lo llevó a la búsqueda de una escritura que respondiera a esa misma violencia del Estado: “La poesía, para qué sirve/ Viene de ‘hacer’/ Significa ‘hazlo’/ Yo quisiera una respuesta/ Desde el terror// Paralizado. Quiero escucharla/ De quienes apenas pueden respirar/ No de ustedes cosas muertas.”

Sin embargo, es importante señalar –como advierte el traductor en la presentación– que la prosa poética de Bonney, aunque militante, está muy lejos de ser panfletaria, pues de ningún modo “busca conmover al lector con imágenes piadosas de muertos y víctimas, sino crear una poética en la que la ‘enfermedad’ es ‘interpretación’, y donde la percepción es agudizada en momentos de quiebre, al punto de concebir el hambre como inicio del pensamiento”. Aunque cercano, entre otros, a Rimbaud, Baudelaire y Pasolini, los devaneos, la crisis y violencia en la escritura del poeta inglés se deben en gran parte, como señala el profesor William Rowe en su magnífica introducción, “al excepcional oído de Bonney para la música como fuerza política”. ¿Qué músicas son éstas? El propio Rowe responde: The Fall, Dylan, los inicios del blues estadunidense –que también atendió nuestro Juan Rulfo–, Albert Ayler y John Coltrane. Aunque no hay que descartar la música punk hardcore en una escritura que genera la sensación de disturbio en el lector, y extrañeza y perturbación en el propio lenguaje, lo cual hace que se comprenda fácilmente la afirmación del crítico inglés: “No existe otra obra contemporánea que destruya tan completamente el universo del fascismo resurgente.”.

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