¿Sorprendo a alguien si señalo que entre toda esta gente que ofreció un total de 192 opiniones apenas hubo mención a 6 libros de poesía?
¿Me creerían si añado que en el caso de los libros escritos en otros idiomas no hubo ni una sola mención de traductor, como si los libros se hubiesen traducido solos, sin que nadie mediara para que quienes no saben leer en otros idiomas, pudiesen leer en castellano?
Lo primero habla a las claras de que son muy pocos los periodistas culturales que leen poesía o que siquiera la consideran literatura (lo de la literatura dramática ya es tan terrible, que se entiende perfectamente el desprecio de los dramaturgos por los suplementos culturales).
Lo segundo, en cambio, es indicativo de la torpeza de los editores a quienes probablemente no se les cruzó por la cabeza que quienes traducen son también escritores, aun cuando la Ley Noble, todavía vigente a falta de otra mejor, así los considera.
El fenómeno, claro, no es privativo de Argentina. Jonio González, un querido amigo que trabajó toda su vida en el mundo editorial, pero que además es poeta y traductor, publicó en su Facebook lo que sigue, a propósito de la misma encuesta de fin de año, esta vez realizada por el diario español La Vanguardia, de Barcelona: “El prestigioso diario La Vanguardia ha encargado a varios ‘expertos’ [sic] una selección de los mejores libros del año 2021 (véase la edición de hoy, págs. 28 y 29). Las categorías: Narrativa (en catalán y en castellano), Narrativa Traducida, Ensayo, Memorias, Crónica y ‘Libros de pandemia’ [sic]. Por supuesto, los nombres de los traductores ni se mencionan, lo que no debería sorprender, como tampoco, a estas alturas, el que no exista una categoría denominada Poesía, y ello a pesar de que este año han aparecido, por mencionar tres, Tiempo sin claves, de Ida Vitale, la Poesía esencial de Mircea Cartarescu (en traducción de Marián Ochoa), o (y perdón por el autobombo, pero es que la poeta se lo merece) Esperando mi vida, de Linda Pastan (traducida por primera vez al castellano en versiones de Rosa Lentini y un servidor). Me aburre, a estas alturas de mi vida, hacer análisis sobre algo que cada vez le importa a menos gente. Creo, o quiero creer, que los lectores de poesía no esperan los suplementos literarios (esa suerte de catálogos de supermercado de la ‘cultura’) para saber qué leer; sencillamente van a las librerías y exploran, hurgan, escarban, remueven y manosean, hasta que encuentran lo que ni sabían que buscaban, una puerta que da a otra puerta, que da a otra puerta, que da a otra puerta”.
Considerado uno de los más grandes escritores argentinos del siglo XX, Juan José Saer (me gusta recordarlo) solía decir que los narradores que no leen poesía son semi analfabetos. ¿Cómo habría juzgado a los periodistas culturales?
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