Esto, bajado a la realidad del comercio, implica, enumerar los logros y anunciar los objetivos, lo que en el mundo editorial se traduce en hacer mención de los libros publicados en el período y anunciar los que vendrán. Hay incluso algunas editoriales que separan lo escrito en la lengua nativa de las traducciones.
Nombrar a los autores es obligatorio y, mal que les pese a los editores, su principal argumento de venta.
Nadie, en esas publicidades disfrazadas de buenos deseos, nombra a los traductores. O sea, los libros traducidos se tradujeron solos. Y acá no se trata de reclamar dinero, sino del reconocimiento debido. Pero, el nombre del traductor, ese mismo que suelen olvidar los periodistas culturales, también lo olvida la gran mayoría de los editores, que, como todo el mundo sabe, son unos grandes humanistas.
Jorge Fondebrider
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