Como recordarán los lectores, la mente del narrador y traductor
Andrés Ehrenhaus hierve permanentemente a muy diversas temperaturas. Pero, en ocasiones, los resultados de tales hervores se
limitan a un baño María que arroja productos como el que sigue, cuya
pertinencia, se comprenderá, es absoluta.
¡Alarma mundial! ¡La traducción al alza! (Y Saccomando dijo mierda 2)
¡La edición convulsionada! ¡Se dispara el precio de la traducción! En los
últimos tiempos, los indicadores globales vienen señalando un ascenso firme y
sostenido de los costos de edición debido al alza experimentada por la
traducción, específicamente la así denominada “literaria”, que los expertos
relacionarían con la crisis de desabastecimiento y la tendencia inflacionaria a
nivel mundial. Acontecimientos como la ulterior pandemia y el actual conflicto
bélico habrían incidido de manera conspicua en la escalada de precios de los
isumos autorales, de los cuales la palma se la lleva la ya mencionada traducción
literaria, que amenaza con subvertir las reglas ya tradicionales de la edición
de obras vertidas a una lengua distinta de la original. El sector industrial
está evaluando toda clase de opciones alternativas y ya se escuchan voces
airadas que manifiestan su preocupación ante un fenómeno de índole aparentemente
imparable. Un alto cargo de uno de los principales conglomerados editoriales,
que ha preferido permanecer en el anonimato, abundaba en ello de la siguiente
manera: “El hecho es irreversible y tenemos que rendirnos ante la evidencia, de
lo contrario nos encaminamos a una situación de no salida. Sin traducción no hay
edición de obras extranjeras, que representaba hasta ahora alrededor del 75% de
nuestra producción, así que vamos a tener que reducir el gasto en otros insumos
más contingentes, digamos, como el papel, los costos de imprenta, la promoción,
los gastos de representación e incluso, mire lo que le digo, nuestros propios
salarios. ¡Imagínese el descalabro que esto supondría!” A la luz de estas
confidencias, no sorprende su voluntad de anonimato.
Otros apuntan a una
profunda reformulación de los márgenes proporcionales que inciden en toda la
cadena de venta del libro. Se trataría en este caso de renegociar con
distribuidoras y librerías y demás intermediarios de la cadena unos porcentajes
insostenibles y basados en normas y circunstancias totalmente desactualizadas,
toda vez que la incontenible marea de incrementos autorales afecta tanto a las
tarifas por encargo como a los porcentajes de los así llamados “royalties”, que
en las últimas semanas ya han superado la legendaria barrera de los dos dígitos.
Ello ha abierto un nuevo frente interno en el seno de las corporaciones y
lobbies de editores, algunos de los cuales estarían reclamando medidas más
drásticas e inmediatas, como por ejemplo la implementación de amplios descuentos
fiscales en todo lo relativo a la creación o, incluso, la aplicación de una
amnistía impositiva aplicada, valga la redundancia, a los insumos autorales.
Medios afines a las administraciones estatales no han avanzado ninguna hipótesis
al respecto, dados las repercusiones que tales medias (calificadas de
“salvavidas pinchados” en los mentideros oficiales) podrían llegar a tener.
Pero
no acaban allí los devaneos y las tribulaciones editoriales. Puesto que la
traducción literaria es, a efectos financieros, como el oro, el petróleo u otras
materias primas, es decir, un bien cultural cuyo valor simbólico se condice con
su valor de mercado, sujeto a fluctuaciones pero nunca contestado en su esencia,
no han faltado aquellos que, con un criterio un tanto oportunista y casi se
diría trivial, han intentado operar prescindiendo de ella, con las consecuencias
ya por todos conocidas. Tal es el caso de una conocida casa editorial que lanzó
hace apenas unos meses una colecciónde clásicos universales “traducidos a la
nada”, es decir, idénticos a los originales en todo, coma por coma y errata por
errata. Huelga mencionar que esta operación, basada en una banalización de la
menardización propuesta como un juego ficcional por una de nuestras luminarias
universales, obtuvo una respuesta tan desastrosa por parte del público que la
susodicha casa fue a la quiebra y ahora está en convocatoria de acreedores; tal
fue su descalabro y desprestigio que no hay megagrupo que quiera fagocitarla.
También resuenan aún en la memoria los inanes esfuerzos de otros sellos por
adaptarse a las exigencias de sus asesores financieros y sus directores
comerciales y “despersonalizar” las traducciones, poniéndolas en manos de
máquinas y motores informáticos, lo cual acabaría de un plumazo con el problema
de tarifas y derechos. ¿Quién no recuerda el reciente batacazo que se dieron las
lujosas ediciones a todo trapo de Alicia a través del vaso mirador, Agarra
veintidós (Coge veintidós en la edición española), La ciencia de los gays o
Harry Potter y el medio príncipe de sangre, por reflejar apenas algunos
ejemplos? El fracaso, claro está, fue sonado. “¿Sabe que pasó?”, confiesa uno de
los responsables del traspié, “Cuando quisimos someter las traducciones no
humanas al sabio criterio de correctores y editores de mesa con experiencia,
descubrimos que los viejos habían muerto de inanición [sic] y los jóvenes
directamente no existían: el oficio estaba baldío”.
Sea como fuere, y dada la
potencia tanto cualitativa como cuantitativa del sector de la traducción
literaria, las soluciones pasarán indefectiblemente por reducir costos y
percentiles superfluos... o asistir al fin de la edición global de libros de
otras lenguas y culturas (incluidas la nuestras, claro, ¡que tampoco se
traducirán!).
Suerte en pila.
No hay comentarios:
Publicar un comentario