El escritor y ensayista Fernando Alfón, frecuente colaborador de este blog, nos envió el siguiente artículo donde, probablemente, pone el dedo en la llaga y presente argumentos que no todo el mundo va a querer aceptar. Se trata, una vez más, del lenguaje llamado inclusivo.
La
guerra contra Todos: antecedentes
fascistas del lenguaje inclusivo
Hacia 1861, al proclamarse como un Reino, Italia carecía de una lengua nacional. Aunque el toscano ya oficiaba como una variante de prestigio y servía para actos públicos y oficiales, a lo largo y ancho de aquel territorio, se hablaba diversos dialectos.La llamada lengua italiana de entonces, como hoy día, no era sino la preferencia de ese dialecto. El italiano se hizo a partir del toscano, aunque solo lo hablara el ínfimo porcentaje de italianos cultos de aquella zona central de la Península. La razón de su prestigio provenía de los célebres poetas que habían escrito en ese dialecto: Dante, Boccaccio, Petrarca. Su prevalencia, luego, se puede explicar por el desencuentro de las facciones políticas desde la temprana Edad Media, el analfabetismo generalizado, la imposibilidad de establecer una lengua nacional que no fuera el latín y etcétera.
A partir de la presunción decimonónica de que cada nación debe tener su lengua nacional, el Reino encaró una ambiciosa reforma, italianización de la lengua, cuyo principal objetivo fue imponer el italiano (el toscano) como única lengua oficial del Estado. Para lograrlo, el fascismo persiguió tres objetivos: desprestigiar el resto de los dialectos –piamontese, lombardo, veneciano, napolitano, siciliano–, hostigar a las minorías lingüísticas –la alemana del Alto Adigio, la franco-provenzal, la occitana, la sarda-catalana, la slava– y reprimir la influencia lingüística extranjera –anglicismos, galicismos, españolismos–. Toda esta reforma se justificó en la proclamada autarquía lingüística. El régimen lo impulsó desde el primer año de su gobierno, pero atravesó tres estadios de intensidad: defensivo, propositivo y beligerante. El primero se limitó a una defensa de la italianidad; el segundo aventuró una serie de palabras y formas que sustituyeran las regionales, minoritarias o extranjeras; el tercer estadio, ya desplegada la Gran Guerra, fue de carácter punitivo: sancionar y combatir todo aquello que se le resistiera.
Ya en los albores del año 23 apareció una serie de decretos orientados a la implementación de esta reforma. El 11 de febrero, por ejemplo, el impuesto a la publicidad de una actividad industrial, comercial o profesional se agravó por cuatro cuando se hiciera en lengua extranjera (Decreto 352, artículo 4). En otro del 1° de octubre se lee que «En todas las escuelas primarias del Reino, la enseñanza se imparte en la lengua del Estado» (Decreto 2185, artículo 4). Este último decreto estaba enmarcado en una vasta reforma de la educación –Riforma Gentile–, cuya meta era conducir a los alumnos «daldialettoallalingua».
Al año siguiente, 1924, apareció la radio y, dos años más tarde, el cine, y ambos debieron resignarse a los requerimientos del régimen: evitar los dialectos, las lenguas minoritarias y los forestierismi. En 1926, el presidente del Senado del Reino, Tommaso Tittoni, publicó «La difesa della lingua italiana», donde exhortaba a la eliminación de todos los neologismos. Luego, el régimen fundó L’Ente Italiano per le Audizioni Radiofoniche (L’EIAR), para uniformar la pronunciación en la radio y en el cine. Unos años más tarde, 1931, la Scenaillustratade Florencia exhortó a sus lectores: «Difendiamo la lingua italiana». Poco tiempo después, el periódico romano La Tribuna lanzó un concurso en el que se premiaba el mejor modo de sustituir una voz extranjera. El periodista Paolo Monelli comenzó con «Una parola al giorno» en la Gazzetta del Popolo, que culminó, un año más tarde, en el Barbaro dominio, libro en el que se reunían unas 500 palabras exóticas con sus respectivas voces «autárquicas», y en cuya tapa se alzaba una caricatura de Dante, parado sobre Italia, despotricando contra la vastedad de parole esotiche.
En octubre de 1935, cien mil soldados del Ejército Italiano invadieron Etiopía y pocos meses más tarde, el rey Vittorio Emanuele III fue proclamado Emperador. El suceso no ofrecía límites a la italianización, y hasta algunos puristas imaginaron a la africana Abisinia pronunciar en toscano. Entusiasmado con este tipo de aventuras, hacia 1936, Gabriele D’Annunzio, dador de varios neologismos mussolinianos, sustituyó la palabra sándwich por tramezzino. Después, el lingüista Bruno Migliorini, propuso la sustitución de chauffeurpor autista. Son solo algunas de las voces usuales del nuevo léxico del fascio, cuyas listas comenzaron a crecer de forma vehemente.
En mayo de 1937, el Ministero della Stampa e della Propaganda pasó a denominarse Ministero della Cultura Popolare, temiblemente conocido como Minculpop. Aquel año, las multas por la exhibición pública o el uso comercial de voces extranjeras, que hasta entonces se multiplicaban por cuatro, pasaron a multiplicarse por veinticinco (Regio Decreto del 9 de septiembre). El Touring Club Italiano, entonces, creyó oportuno rebautizarse Consociazione TuristicaItaliana y la Società Anonima Magazzini Standard amputó su rd finales, Standa, para evitar las puniciones.
El primero de septiembre de 1939, los alemanes invadieron Polonia y desataron la Segunda Guerra Mundial. La suerte del Reino de Italia estaba echada. Desplegados los primeros movimientos bélicos, el fascismo radicalizó su reforma lingüística. A partir del 23 de diciembre de 1940 (ley 2024), quedó establecido que «Art. 1: Se prohibe el uso de palabras extranjeras en los títulos de empresas industriales o comerciales, y actividades profesionales». «Art. 2: Se prohibe el uso de palabras extranjeras en rótulos, carteles, anuncios y cualquier forma de publicidad en general, por cualquier medio que se realicen. [...]. Los avisos, letreros, listas y cualquier escrito en general, exhibidos dentro de locales públicos o comerciales, deben estar escritos en italiano». En el artículo quinto se lee que «Los infractores de las disposiciones de esta ley serán castigados con una pena de hasta seis meses de prisióno una multa de hasta 5.000 liras».
La severidad de la norma exigió al máximo la imaginación de las sustituciones, dando lugar a algunas inverosímiles –como ilgiocodella palla ovale,para no decir rugby; disco su ghiaccio, en vez de hockey; o pallacanestro, para no decir basket–. Ya se usaba la italianización calcio para nombrar al football, pero ahora era obligatoria. El penalty pasó a llamarse calcio di rigore, y en vez de un goal se producía un rete. Offside se dijo fuori gioco; y corner, angolo. Los italianos dejaron de tener parquet, para resignarse a un pavimento di legno; en vez de whisky, tomaban acquavite, y en las panaderías ya no vendían croissant, ahora solo se ofrecía el cornetto. Para no decir l’insalata russa, se impuso la patriótica insalata tricolore. La imaginación pudo haber sido falaz, pero no afectó su osadía; también se les ocurrió que, en vez de William Shakespeare se dijera Guglielmo Scuotilancia; en vez de Louis Armstrong: Luigi Braccioforte; y en vez de Benny Goodman: Beniamino Buonuomo. Hay prueba documental de todo esto. No invento ni exagero, me limito a la austera descripción de los hechos. Para colaborar con todos estos rebautizos, la Accademia d’Italia fundada por Mussolini presentó, en 1940, un listado de palabras extranjeras donde se les acomodan sus sustituciones y al año siguiente publicó el primer tomo del Vocabolario della lingua italiana (A-C).
Vamos ahora al punto de este ensayo; al meollo por el cual era necesario trazar esta crónica. En italiano, el pronombre masculinosingular de tercera persona es lui (el), mientras que el femenino es lei (ella). El de segunda persona, tu, no marca género; y en su forma de respeto, Lei (usted), tampoco, aunque tome la forma del pronombre femenino. Cuando el fascismo emprendió la abolición del Lei, lo hizo acusándolo de provenir del hispánico usted, introducido durante el período que se consideraba el Secolibui (época oscura) de la dominación española en Italia. Pero no hacía falta ser lingüista para sospechar que el problema del Lei no era su extranjería, sino su aparente femineidad. El régimen, entonces, descreyó de su función universal y obligó a que se lo reemplace por el pronombre voi.
Ese nuevo enemigo de la autarquía lingüística –una autarquía que no podía sino ser viril– irrumpió el 15 de enero de 1938, cuando el literato florentino, Bruno Cicognani, proclamó la «Abolizione del Lei» en el Corriere della Sera. Traduzco algunos de sus párrafos.
«Hoy que Italia se ve impulsada a una conciencia más profunda de su verdadero ser y a la reconquista de su antigua grandeza, que Italia logre también esto: la erradicación y abolición de un uso que, no solo va en contra de la ley gramatical y lógica, sino que es un testimonio de siglos de servidumbre y abyección».
«Porque esta aberración gramatical y sintáctica no era más que el resultado de la incorrección, la artificialidad de las costumbres, los sentimientos, las ideas y las palabras que nos llegaban de España en aquella época: “el maldito españolismo de la tercera persona”, tal como lo llamó Leopardi».
«Al arraigar el españolismo, no solo arraigó el uso del lei, sino que el estilo y el lenguaje se redujeron a esa cosa repugnante y ridícula que todos conocemos».
La diatriba contra el Lei abundaba en improperios, pero cerraba con una exhortación: «Es ahora o nunca. La Revolución fascista se propuso devolver el espíritu de la raza a sus auténticos orígenes, liberándolo de toda contaminación. Pues bien: que se cumpla también esta purificación; volvamos, incluso en esto, al uso de Roma, al tu como expresión de lo universal romano y cristiano. Y que el voi sea una señal de respeto y reconocimiento de la jerarquía».
El régimen estaba exultante y, no falto de cosas para odiar, ahora había encontrado una cosa más, aunque fuera un pronombre. Poco después de la publicación de este artículo, el secretario del Partido Nacional Fascista, Achille Starace, dictó disposiciones tendientes a la prohibición del Lei en el GIL (Gioventù Italiana del Littorio) y en el Partido, publicadas en el «Foglio di disposizioni» del 15 de febrero de 1938. Entusiasmado con esta demonización del Lei, Mussolini exhortó a sus intelectuales a sumarse a los esfuerzos iniciados por Cicognani. El primero que recogió el guante fue Bruno Migliorini, y publicó «Il Lei in soffitta»
[«El Lei en el ático»], en el número de marzo de Critica fascista, la revista del régimen. «Así como todo plan maestro de ordenación de un centro urbano requiere demoliciones y reconstrucciones, las nuevas formas de tratamiento (o, como dicen los lingüistas, de alocución) requiere una demolición y una reconstrucción. Abolido el lei; el uso del voi y del tu se organiza de una manera nueva. La segunda norma se formula por ahora de manera general: tu equivale a camaradería; voi, a superioridad ojerárquía». El 14 de abril de ese mismo año, una circular de la Presidencia del Consejo de Ministros, firmada por Mussolini, prescribía la supresión del Leipara todos los empleados del Estado y de los organismos públicos.
El 15 de noviembre de 1938, la revista femenina Lei, de un lustro de existencia, fue obligada a cambiar su nombre, que desde entonces se llamó Annabella. El comediante napolitano, Totò, en el curso de uno de sus monólogos, se preguntó si algún día, caminando por la calle, tenía la suerte de encontrarse con Galileo Galilei, ¿debería llamarlo, Galileo Galivoi? Un jerarca que estaba en el público le abrió una causa que el propio Mussolini, con los últimos vestigios de humor que le quedaban, desestimó.
En noviembre de 1939, el fascismo montó una muestra escolar que defenestraba al Lei. La muestra fue emplazada en la Casa Centrale de Balilla, en Turín, un edificio racionalista, en cuya fachada enseñaba, con letras monumentales, Mostra anti-Lei. En un corto conservado en el Archivo Storico Luce, se puede ver la apertura de la muestra, donde los niños ingresaban al edificio y suben por su espléndida escalinata, contemplando las gigantografías y maquetas del voi y del tu. La muestra exponía dibujos de ilustradores turinenses que satirizaban la lucha frontal del voicontra el Lei. En una caricatura se ve unas bolas de bowlingrotuladas voiy tua punto de derribar unos bolos titulados Lei. En otra, un hombre atormentado se arranca el Leide la boca con una pinza. En otra, un árbol enseña una parte de su tronco decrépito con el Lei, mientras que su parte florida con el voi. En otra, un hombre fornido sujeta un pulverizador titulado voi, en el momento que fumiga a un burgués, un snob y un servil, los tres rotulados con un Lei. En otra, Dante Alighieri aparece enojado tachando el Leide un manuscrito. Los niños se matan de risa con los dibujos y aprenden a despreciar aquello que está ahí, dispuesto para el desprecio.
¿Qué otro antecedente más directo de aquel rechazo al Lei, el actual rechazo al todos? ¿Qué otro espejo más representativo para ver lo que puede suceder cuando un movimiento político emprende el exterminio de un pronombre? Huelga enumerar las evidentes diferencias entre aquel Estado totalitario y los actuales Estados que, ajenos al fascismo, incurren en la tentación de probar con alguno de sus métodos. Las diferencias nos consuelan; preocupan las semejanzas. No están las multas y la presencia intimidante de los fusiles; pero cunden los cuadernillos, los protocolos y las cancelaciones. Sé que en este mismo momento se está tramando una muestra contra el todos: ¡adelante: he aquí sus antecesores!
Una demostración práctica de lo que es obvio. Como dice Alfón, "las diferencias -con la campaña fascista contra el lenguaje foráneo- nos consuelan; preocupan las semejanzas".
ResponderEliminarGracias a Dios nuestra lengua ya está consolidada. Nadie deberá decirnos como transformarla, para satisfacción de algunos.
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