En el diario catalán La Vanguardia, Magi Camps planteó, el 22 de junio pasado, un caso piloto sobre cómo un teatro barcelonés se cargó el nombre de los traductores de al menos cuatro obras que en él se representan y cuál fue la reacción de las asociaciones de traductores. Se trata de un caso testigo que debería interesarles a autores, traductores y adaptadores teatrales.
El Teatre Lliure ha programado cuatro obras de otras lenguas en las que no consta el traductor
Cuando Kenneth Branagh se dedicaba a adaptar para el cine obras de Shakespeare, la broma que le hacían los colegas es que se ahorraba mucha pasta de guionista, porque al autor de Mucho ruido y pocas nueces no había que pagarle nada ni pedirle permiso. Pasados setenta años de la muerte de un autor, los derechos sobre sus obras pasan a ser de dominio público. Eso significa que el adaptador puede hacer lo que quiera con las obras de Shakespeare, sin tener que pagar un céntimo. Ahora bien, si Branagh hubiera hecho lo mismo con un autor no anglófono, habría tenido que disponer de una traducción y, por lo tanto, satisfacer los derechos, excepto si ya hiciera más de setenta años que el traductor criaba malvas. ¿Qué derechos? Eso depende de cada caso, desde los derechos de traducción con exclusividad a partir de un porcentaje de taquilla hasta un precio cerrado y listos.
En todo caso, los derechos de traducción cuentan, y entran dentro del paquete del 10% de taquilla convenido (aunque no es un porcentaje cerrado y puede oscilar según el acuerdo), que se reparten los dramaturgos, los adaptadores y los traductores. Fuentes de la SGAE* explican que, cuando la obra es de dominio público, el adaptador que hace la dramaturgia cobra un 7 o un 8 por ciento, y el traductor el 2 o 3 restante.
La polémica sobre los derechos de traducción ha saltado esta semana a raíz de un tuit del profesor del Institut del Teatre Lluís Hansen interpelando al Teatre Lliure: “Veo que en la programación 24-25 no consta de quién es la traducción de La gavina, El misantrop, Hamlet i Electra, pero sí en The employees, L’herència i Una mena d’Alaska. En los primeros solo consta quien hace la adaptación. ¿Podéis precisarlo, por favor?”.
Las reacciones no se hicieron esperar, como la de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana (AELC), pero el Teatre Lliure también hizo público un comunicado, donde exponía algunas consideraciones al respecto. La Vanguardia ha hablado con el Teatre Lliure y con algunos traductores sobre qué hay que hacer en los diferentes casos de obras de otras lenguas, cuando la adaptación se basa en una traducción o en más de una y de diferentes idiomas, o va más allá y se considera una versión libre. Este caso es el que explicaba la nota del Teatre Lliure con respecto a La gavina, de Chéjov, adaptada por Julio Manrique, Cristina Genebat y Marc Artigau.
Artigau explica cómo trabajaron con Les tres germanes, que es la obra anterior de Chéjov que los tres adaptaron: “No hemos hecho ninguna traducción de traducciones. Esta práctica no nos parece bien. Hacemos público para quien quiera el texto de Les tres germanes para que contraste su originalidad. El de La gavina todavía no porque estamos a punto de empezar ensayos. Son dos reescrituras libres. No sabemos ruso, es cierto, y la manera que tenemos de trabajar es leer traducciones, versiones de todo tipo (literarias, teatrales, cinematográficas...), materiales diversos que nos pueden ayudar y entonces empezamos a escribir nuestra La gavina. Ciertamente, habría que haber citado las fuentes consultadas. Cuando escribimos pensamos en la puesta en escena, en el aquí y ahora, y eso significa, por ejemplo, trabajar con el escenógrafo con el fin de adecuar mejor la pieza al espacio. Un espacio puede condicionarnos el texto. En el caso de Les tres germanes tomamos decisiones dramatúrgicas como reducir personajes, actualizar conflictos y debates (ecologismo, mirada de género, realidad virtual), añadir un prólogo y un epílogo, intentar explicar a los personajes desde el presente. Las tres protagonistas acababan encerradas en un cubículo de cristal apelando a romper los muros invisibles que nos aprisionan”.
Por su parte, el presidente de la AELC, Sebastià Portell, informa de que el Teatre Lliure se ha puesto en contacto con la asociación, aspecto que confirma el director Julio Manrique, “para mantener una reunión en las próximas semanas y tratar de consensuar una manera de actuar”. “Nosotros creemos que aquí hay un conflicto, sobre todo con respecto a la propia concepción de la adaptación, de la práctica de la adaptación, y desde la asociación lo que defendemos es que se haga una lectura legal. Nosotros representamos alrededor de 1.850 autores literarios, 400 de los cuales son traductores, y también representamos a dramaturgos que hacen adaptaciones. Por lo tanto, no estamos de ningún modo en contra de la idea de la adaptación. Lo que exigimos es que cualquier uso de propiedad intelectual sea escrupulosamente respetuoso con los derechos de autor”.
Portell especifica tres puntos: “En primer lugar, transparencia, es decir, explicar el uso que se ha hecho de la obra. En segundo lugar, que haya una autorización expresa de los titulares de los derechos, en caso de que no hayan expirado. Y tercero, tiene que haber una compensación, que se debe negociar proporcionalmente, según el uso que se haya hecho de esta propiedad intelectual. La última directiva europea sobre derechos de autor en el mercado único digital dice que tiene que ser una remuneración adecuada y proporcionada”.
Portell también detalla: “Hemos hecho un llamamiento a los asociados, por si sospechan de que alguna traducción suya ha sido utilizada sin su consentimiento, y ya hemos conocido seis casos potenciales de este tipo de mala praxis. Ahora estamos estudiando qué procedimiento hay que seguir. Porque la ley vigente, que la AELC ayudó a redactar en los años ochenta, es muy clara”. El PEN Català se ha adherido al manifiesto de la AELC y su presidenta, Laura Huerga, declara a La Vanguardia que darán “el apoyo que sea preciso, para que en todos los casos haya, como mínimo, un reconocimiento moral de la traducción” .
Miquel Cabal Guarro, traductor del ruso, es una de las personas que han pedido información sobre las traducciones de Chéjov: “Ya me pasó con el texto de Les tres germanes, que se había llevado a escena en el Lliure (2021) y no se decía en ningún sitio la traducción. En el 2011 hice una, que dirigió Carlota Subirós en el propio Lliure, donde trabajé codo con codo con el equipo y donde estuvo todo perfectamente claro. Hace un par de años, me quedó la espina clavada y con el mensaje de Hansen pensé que quizá era un patrón que se iba repitiendo y valía la pena pedir explicaciones, porque hay un problema de autoría muy claro”.
Joan Sellent opina que “no hacer constar el traductor no es ni legal ni ético”. El reconocido traductor teatral pone un ejemplo del Reino Unido: “Existe una costumbre que es pedir a un traductor una ‘traducción literal’. De hecho, lo que quieren decir es que sea una traducción ajustada. Así consta en todos los programas y es el punto de partida para hacer la adaptación que consideren”.
Sellent explica el caso de un Hamlet en el que se vieron reflejados él y Salvador Oliva, pero no constaban como traductores. Aunque no quiere decir de qué montaje se trataba, sí aclara: “En ningún caso se trata de la compañía Parking Shakespeare, que son muy legales”. Sellent recuerda un caso de 1990, cuando Vázquez Montalbán fue condenado por haber plagiado la traducción de Julio César que había hecho Ángel Luis Pujante.
El director del Teatre Lliure , Julio Manrique, también atiende la llamada de La Vanguardia : “Como director del Lliure , lo que quiero es que encontremos una solución. Más allá del malestar a nivel personal, la polémica tiene que servir para abrir una conversación y estoy convencido de que hallaremos una solución. Lo primero que hice fue llamar a Sebastià Portell a raíz del comunicado de la AELC para mantener un encuentro entre las dos entidades, donde debemos abordar el debate que se ha abierto, que, escuchando voces y opiniones, entiendo que es delicado. Necesitamos escuchar, entender, definir criterios, modificar si hace falta, y después, una vez se llegue a un acuerdo, respetarlo escrupulosamente. Quiero dejar clarísimo que la nueva dirección del Lliure quiere proteger a todos los autores, porque autores, adaptadores y traductores son todos autores. Hay cuestiones jurídicas, terminológicas, qué pasa con una obra de dominio público cuando se adapta y cuando los adaptadores no conocen la lengua en que ha sido escrito el original, que ya es de dominio público, y utilizan a modo de consulta, como defendemos nosotros, varias traducciones en varias lenguas, para acercarse a la obra, y alejarse del material para hacer la propia versión y la firman, defendiendo la originalidad de ese trabajo de versión o adaptación. Nosotros, en todo caso, no hemos tenido nunca la sensación de haber hecho una mala praxis. Necesito tener este debate y estoy convencido de que encontraremos una solución”, concluye.
Nota: La SGAE es la entidad sin ánimo de lucro, que en España se dedica a la defensa y gestión colectiva de los derechos de propiedad intelectual en artes escénicas, audiovisuales y música.
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