Como en el caso de muchos otros traductores cuya labor trasciende su visibilidad como personajes, la obra de León Mirlas (1907-1990) es secreta y monumental . Además de haber escrito sus propios libros de ficción –Cuentos de rancho bravo, Carlota inventa un mundo, Timba. Cuentos de la picaresca porteña, entre otros–, de haber escrito para el teatro – La comedia del hombre honrado– y de haber dedicado muchas de sus energías al ensayo teatral – Panorama del teatro moderno, O’Neil y el teatro contemporáneo, Artaud, y el teatro moderno–, fue también guionista cinematográfico –Papá tiene novia (1941), Tela de araña (1947) y Dringue, Castrito y la lámpara de Aladino (1954)– y sobre todo traductor.
A él se debe la traducción del teatro completo de Eugene O’Neill (autor con quien mantuvo una frecuente correspondencia, proseguida a la muerte de éste con su viuda), de buena parte de la obra de Tennessee Williams (Un tranvía llamado deseo, Lo que no se dice, Subitamente el último verano, El zoo de cristal, Período de ajustes), del teatro completo de Nikolai Gogol (al que debe sumarse la traducción de El retrato y otros cuentos y Cuentos ucranios) y de Matrimonio desigual, de Bernard Shaw, y Escenas de la calle, de Elmer Rice.
Por si fuera poco, Mirlas tradujo a Mark Twain (Un reportaje sensacional y otros cuentos, El hombre que corrompió a una ciudad, Fragmentos del diario de Adán, Nuevos cuentos, Un reportaje sensacional y otros cuentos), a Francis Bret Hart (Cuentos del Oeste), a Oscar Wilde (El fantasma de Canterville, El crimen de Lord Arturo Savile, Una mujer sin importancia, El crítico como artista), a O. Henry (Pasajeros en Arcadia y otros cuentos), a D.H. Lawrence (Amores. Amor, Sexo, Hombres y mujeres, Crepúsculo en Italia, Fénix. Naturaleza, pueblos, países y razas y Apocalipsis), a John Galsworthy (El mono blanco, El propietario seguida de El verano otoñal de un Forsyte, Se alquila (Saga de los Forsyte), a Pearl S. Buck (La estirpe del dragón), a Richard Wright (De la inocencia a la pesadilla), a Vicki Baum (El bosque que llora, El ángel sin cabeza), a J.B. Priestley (Los buenos camaradas), a Louis Aragon (El siglo era joven), a Archibald Joseph Cronin (Las fuerzas del mal, Una canción de seis peniques), a Lin Yu Tang (La familia del Barrio Chino, La emperatriz Wu), a Arthur Miller (Tiempo de angustia), a Ferenc Molnar (Liliom. La fábula del lobo. Mima), a Sloan Wilson (Viaje a alguna parte), a Howard Fast (Berenice, la hija de Agripa, El ciudadano Tom Paine), a Jerzy Kosinski (La memoria y el olvido: Pasos).
Asimismo, le quedó tiempo para la traducción de estudios literarios (Esquilo: el creador de la tragedia, de Gilbert Murray, La gran aventura de Jack London, de Irvin Stone, John Steinbeck, de Warren French, Henry Miller, Kingsley Widmer), de ensayos políticos (Rusia y Occidente bajo Lenin y Stalin, de George Kennan, Lincoln, el desconocido, de Dale Carnagie, El comunismo y la conciencia occidental, de Fulton J. Sheen), históricos (El hombre prehistórico, un gran aventurero, de Charles R. Knight, Breve Historia de China, Owen y Eleanor Lattimore, Historia sucinta de los Estados Unidos, de Stephen Vincent Benet, Seis mil años de pan, de H. E. Jacob, Breve historia de Holanda, de A. J. Barnouw, Mi pueblo, de Abba Eban, Gandhi, de Louis Fischer) y filosóficos (La Filosofía del Siglo Veinte. Escuelas vivientes del pensamiento, de Dagobert D. Runes).
Tuvo también tiempo para el ensayo sobre arte y músicos (Genios contemporáneos , de George H. Waltz, “Utrillo” (Genio y locura de Montmartre y el último de los pintores malditos, Stephen y Ethel Longstreet, Claro de luna. Vida y obra de Claude Debussy, de Pierre La Mure), para la pedagogía (Cómo enseñar a pensar, de Raths, Louis E.. Wassermann, Selma, Jonas, Arthur; Rothstein, Arnold M., El problema de la infancia y la maestra, de Charlotte Buhler, Faith Smitter, Sybil Richardson y Franklyn Bradshaw ), los best sellers de su tiempo (Paisaje lunar, Mika Waltari, Una leona de dos mundos, de Joy Adamson, Sayonara, de James Michener) y para todos esos libros incalificables que bordean la psicología o la administración de empresas (El autoanálisis, de Karen Horney, Tú, mi hijo, de Jean M. Bothorel, Los hijos frente al divorcio, de Linda Bird Francke, Cómo privatizar; el verdadero cambio que esperan los argentinos, de Bertrand Jacquillat, Introducción a la dirección de empresas, de Walter W. Perlick).
Esta lista, incompleta, suma Martín, el Gaucho, de Herbert Childs, Los diabólicos, de Mary Stewart, Las locuras del rey y La reina vino de Provenza, de Jean Plaidy, La fiesta, de Margaret Kennedy, El Nilo Azul, de Alan Morread, Una llamarada en la roca, Tan Yun, La carreta, Emerson Hough, La novena ola, de Eugene Burcick, El confidente, de Audrey Erskine Lindop, Los cautivos del bosque, del Capitán Frederick Marryat , La escalera mágica, de Nelson Bond, Hijo del Destino, de Thomas B. Costain, Viaje a través de los mitos irlandeses y Cuentos populares y leyendas de Irlanda, de autores anónimos, Algodón de a dólar, de John Faulkner, El último sheriff, Floyd Miller, Hotel Splendid, de Ludwig Bemelmans, Mi lucha en los tribunales, de Louis Nizer, Safaris inolvidables: La historia de mi vida, de Armand Denis, y Luther Burbank, el mago de las plantas, de Idella Purnell de Stone.
Es probable que tanto León Mirlas como Floreal Mazía nunca tengan una calle que lleve su nombre. La merecen.
domingo, 29 de agosto de 2010
Recuerdo de un traductor (XIII)
Etiquetas:
León Mirlas,
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Traductores argentinos
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ResponderEliminarDeseo tener información sobre los derechos de autor del señor León Mirlas.
Atte.
Valeria Ramos
Bueno, desconocía por completo quién era. Sin embargo tengo su traducción de "El Rey debe morir" de Mary Renault y tiene varios errores, el principal de ellos traducir "corn" por maíz o "minyan" por "minoano"...Aliquando bonus dormitat Homerus.
ResponderEliminarRancho Bravo está bien escrito, y conoce la idiosincracia del criollo. Pero los argumentos son demasiado naive.
ResponderEliminarEl cuento breve "Rencor" de su libro "Timba" Cuentos de la Picaresca Porteña es una joya.
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