Publicado en Babelia, én el día de ayer, la siguiente columna del editor, crítico y comentarista cultural Manuel Rodríguez Rivero se ocupa de tres cuestiones distintas. La primera –acaso la más pertinente para este blog– tiene que ver con su descubrimiento, allá por la niñez y vía las historietas mexicanas, de que el castellano que se hablaba en España no era "un monumento definitivo"; la segunda, se vincula con la torpeza de los editores, lo cual, viniendo de un editor, resulta siempre interesante; la tercera y última, con las novedades que empiezan a poblar los distintos mercados editoriales con la rentrée, luego del verano septentrional. Nótese en esta última que, contrastando con la bulla y algarabía de los integrantes de la COFRA, se habla de la Feria de Frankfurt 2010, pero nada se dice de los ingentes contingentes de argentinos que, sin duda, gracias a la verba inflamada de los gestores de tal designio, terminarán por subyugar a todo el planeta.
Sillón de orejas
La montaña de hielo
Qué calooooor! Desde hace muchos años tengo grabada en la memoria una aventura de Supermán en la que el héroe libraba a Villachica –el pueblecito en cuya vecindad vivían los granjeros Kent– de una tremenda ola de calor que mantenía a sus habitantes sumidos en la angustia. El superhéroe volaba a la Antártida, arrancaba con su superfuerza un bloque de hielo grande como un rascacielos y lo transportaba por los aires hasta plantarlo en la cumbre de una colina cercana al pueblo. Luego se ponía a soplar sobre el hielo, esparciendo una suave y vivífica brisa por la comarca. Desde entonces he reivindicado las cualidades pedagógicas de los cómics. Y no sólo por lo que enseñan, sino por cómo lo hacen. Aquellas historietas de Supermán llegaban a España en ediciones mexicanas que traducían los originales con modismos y giros lingüísticos propios: en ellos obtuve la primera intuición (mucho antes de frecuentar a Rulfo y Revueltas y de leer a los escritores del boom) de que mi lengua no era un monumento definitivo y listo para la posteridad, sino un organismo vivo, fecundado por la creatividad de quienes allá y aquí lo construyen a diario. Guiado por aquel recuerdo, cada verano, una vez que he superado respecto al agobiante calor los cuatro primeros estadios del duelo (negación, ira, pacto, depresión) que describe Elizabeth Kübler-Ross (Sobre el duelo y el dolor, Luciérnaga), y me instalo resignado en el quinto y último (aceptación), me acuerdo del invento y, en los peores momentos de la canícula, coloco una pequeña montaña de cubitos de hielo en un recipiente delante de un ventilador que dispongo frente a mí. Eso me ha permitido, por ejemplo, acabar sin extenuarme la apasionante novela de E. L. Doctorow (Miscelánea) Homer y Langley, una reconstrucción muy ficcionalizada de la peripecia de los célebres hermanos Collyer, aquejados del síndrome de Diógenes, a quienes la policía neoyorquina descubrió muertos (1947) en su casa de Nueva York, rodeados de más de 200 toneladas de objetos (entre ellos todos los diarios publicados en la ciudad en los 30 años anteriores). El pandemonio de enseres que encontraron era tan tremendo que tardaron 18 días en hallar el cuerpo de Langley, sepultado entre cajas y objetos a pocos metros de su hermano y parcialmente comido por las ratas. Comprenderán que para leer esta brillante y sórdida historia de autoexclusión y posesión compulsiva he necesitado bastante hielo (incluyendo el del gintonic).
'Pentimentos'
¿Tienen los editores derecho a equivocarse? Evidentemente, como usted y como yo. La historia de la edición española –y particularmente la de las últimas décadas– abunda en meteduras de pata. Han errado en programaciones, en tiradas, en "apuestas", en expectativas. Se equivocan cuando, por ejemplo, algunos rechazan el primer Harry Potter por parecerles "demasiado british" y otros dejan emigrar a catálogos de la competencia a autores como Henry Roth o Alice Munro. Mientras el problema es sólo suyo y afecta a su cuenta de resultados o a su prestigio, allá ellos. Lo malo es cuando sus errores repercuten en el lector, que –no lo olvidemos– es, en primer lugar, un consumidor que invierte su dinero en un libro. Eso ocurre, por ejemplo, cuando el editor "se arrepiente" de haber puesto a la venta la primera parte de un libro o serie de libros que no ha "funcionado" bien y decide interrumpir la publicación de los siguientes. Su "error" recae entonces en el consumidor-lector que se gastó su pasta comprando el primer volumen, lo leyó, y nunca pudo adquirir el siguiente. ¿Quieren algunos ejemplos sonrojantes? Ahí van: la (estupenda) biografía de Sade, de Jean-Jacques Pauvert, cuyo primer volumen publicó Tusquets en 1989; la tetralogía José y sus hermanos, de Thomas Mann (Ediciones B), a la que todavía le falta el último tomo; la Historia de la literatura española dirigida para Espasa por Víctor García de la Concha (al final saldaron los tomos publicados); el segundo volumen de los Evangelios apócrifos publicado por Ariel (edición de Armand Puig); el quinto y último de la (insuperada) biografía de Dostoievski, de Frank, publicada por el Fondo de Cultura; el último volumen del Picasso de Richadson (Alianza), etcétera. La lista se haría interminable. Y eso que no incluyo "obras completas" que, como las de Alberti (Seix Barral) o Dalí (Destino), podrían deber la interrupción (o el retraso) a causas más justificables. Por cierto: ¿qué se ha hecho de la importante Enciclopedia Cervantina que venía publicando (con subvenciones) Castalia antes de su compra por Edhasa? En fin, ya que los editores jamás devuelven el dinero de sus pentimenti, al menos que digan algo.
'Rentrée'
No crean que la avalancha de publicaciones ante la rentrée es un fenómeno hispano. En Francia, donde inventaron el término, los editores tampoco se contienen demasiado. Por limitarme a la narrativa, en los próximos meses se publicarán en el país vecino 700 nuevos títulos, de los que 500 corresponden a ficción francesa (¡85 primeras novelas!) y 200 a traducciones. Los libreros esperan ventas superiores a 200.000 ejemplares de Une forme de vie, de Amélie Nothomb; La chute des géants, de Ken Follet (aquí la publicará Plaza & Janés); La carte et le territoire, de Michel Houellebecq, y L'enquête, de Philippe Claudel. En el Reino Unido, y tras un año en el que se publicaron muchas biografías de celebridades del tres al cuarto, se anuncian auténticos bombazos. El ex premier Tony Blair, la estupenda actriz Judi Dench, el presidente sudafricano Mandela y el incombustible guitarrista de los Stones Keith Richards publicarán sus memoirs, aunque los libreros también esperan mucho de la biografía de Roald Dahl. En el terreno de la ficción las esperanzas (y la campaña de Navidad) están puestas, además de en Our Kind of Traitor, la nueva novela de Le Carré (que también publicará Plaza & Janés) en ficciones procedentes de Estados Unidos: Freedom, de Jonathan Franzen (continuación de Las correcciones); Sunset Park, de Paul Auster, y Némesis, de Philip Roth, más incontinente literariamente hablando cuantos más años cumple. En Alemania hay grandes esperanzas respecto a 3096 tage, la autobiografía de Natascha Kampusch, cuya historia saltó a las páginas de sucesos de la prensa internacional en 2006, cuando tras permanecer secuestrada durante más de ocho años (los días del título) en un sótano cercano a Viena logró escapar a su captor (que se suicidó) y recobrar su libertad. El libro, que aparecerá el 8 de septiembre, será llevado al cine por Bernd Eichinger (el director de El hundimiento), con estreno en 2012. Y, ya puestos a hablar del futuro, en la feria de Fráncfort habrá mucho ruido en torno a los derechos de dos novelas de fuste comercial: The Land of Painted Caves, sexta entrega de la popular (45 millones de ejemplares vendidos) saga prehistórica de Jean Auel, cuya publicación está prevista para marzo de 2011, y The Prague Cemetery, una nueva novela de Umberto Eco que no se pondrá a la venta hasta finales de 2011. Ya ven: sigue el negocio.
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