Publicada en El Trujamán del 20 de abril pasado, la siguiente columna de Salvador Peña Martín se refiere a la manera en que el contexto histórico contribuye a las decisiones que se toman a la hora de traducir. El pretexto, en esta oportunidad, son las canciones.
Lo que usted quiera, no faltaba más
Examino, con melancolía, una vieja colección de discos pequeños de vinilo. Música pop de hace unas cuatro décadas. “Atlantis” de Donovan, “Brown Sugar” de los Rolling Stones, “La paloma” de Joan Manuel Serrat, “Canción de Bangla Desh” de Joan Baez. No me acordaba de esta. La publicó Hispavox, en Madrid, en 1972. El nombre original de la grabación principal era “Song of Bangla Desh”, y se trataba de un disco benéfico; los fondos recaudados —leo en la carátula— irían a las víctimas de Bangladesh. Miro con curiosidad la “contra-carátula” (no se me ocurre otro modo de decirlo) y me encuentro con la letra completa de la canción en inglés, acompañada de su versión castellana. Me detengo a leer una y otra, algo molesto, pues lo que pretendía era relajarme un par de horas antes de volver con la traducción que tengo entre manos y que, una vez más, llevo con retraso. La versión de un par de versos me llama la atención: “Once again we stand aside / And watch the families crucified”, que han resultado en “Una vez más nos apartamos de todo esto. / Miramos las familias sacrificadas”. ¿Por qué quien tradujo (el nombre falta) no optó por la solución más sencilla: “las familias crucificadas” para “the families crucified”? Claro —me respondo—, no habrá juzgado conveniente traer a colación una imagen tan cristiana hablando de una sociedad de tradición mayoritariamente islámica como la de Bangladesh; le habrá parecido mejor neutralizar lo confesional. No sé si a mí se me habría ocurrido, pero es una decisión acertada, ¿verdad? Satisfecho, sigo mirando los discos que quedan: “Suzanne” de Leonard Cohen, “Yummy, yummy, yummy”, de Ohio Express… Pero no puedo seguir adelante, tengo que volver a la canción benéfica de Joan Baez. ¿Cómo no me he dado cuenta de que han pasado cuarenta años? ¡Si hasta la ortografía del Estado aludido ha cambiado! Ya no escribimos “Bangla Desh”, sino “Bangladesh”. Las razones que me he dado para el paso de “the families crucified” a “las familias sacrificadas” ya no son válidas. Era 1972. El general F. Franco estaba aún en el poder en España. La corrección política, la laicidad como norma, el respeto a la pluralidad religiosa que ahora damos por descontados no estaban entonces en boga. Si quien tradujo trató de esquivar la palabra “crucificadas”, debió de ser más bien por prudencia ante los poderes del momento. Por aquella misma época, la celebérrima “American pie” de Don McLean se emitía en las radios españolas con la intromisión de un estridente pitido que no permitía oír el verso en que se mencionaba a las tres personas de la Santísima Trinidad (“The Father, the Son and the Holy Ghost”). Supongo que alguien pensó que era una impiedad acordarse de Dios en una canción que acaso terminara bailándose en alguna fiestecilla… El hecho es que, por mucho que Joan Baez se empeñe, lo de “crucified” no iba con la España de aquella época ni va con la de esta. ¡Qué bien dedicarme a un oficio tan dispuesto siempre a plegarse a las sensibilidades de quienes manejan el cotarro!
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