Daniel Varacalli Costas tuvo la
amabilidad de enviar al Club de
Traductores Literarios de Buenos Aires las siguientes reflexiones sobre el
problema que plantea el título de la famosa novela de J.D. Salinger. Lo hace invocando las entradas de Jorge Aulicino (29 de enero de 2010) y
de Fernando Sorrentino (30 de enero
de 2010), amblas oportunamente subidas en este blog.
¿Cazador o guardián?
Hace ya varios años
se publicaron en este blog dos entradas referidas a las traducciones españolas
del título de la novela The Catcher in
the Rye, de J. D. Salinger, firmadas respectivamente por Jorge Aulicino y
Fernando Sorrentino. Ambas coincidían en que el título El cazador oculto, en la versión pionera de 1961 debida al
argentino Manuel Méndez de Andés, resulta superior a El guardián entre el centeno, adoptado por la española Carmen
Criado en 1978 y aprobado por el propio Salinger.
Los ensayistas, sin
embargo, coinciden por razones diferentes. Sorrentino, siguiendo un artículo
previo de Rodolfo Rabanal, considera intraducible el “catcher” del original, dado que el
término es tan claro como popular en Estados Unidos cuando se refiere al
“cátcher” del “béisbol”, una suerte de “arquero” que no puede ser vertido al
español de ese modo ni como “agarrador” sin incurrir en espanto. De modo que
“cazador”, en el sentido de “cazar” la pelota, sería curiosamente para
Sorrentino más aceptable, aunque “guardián” sea una palabra más cercana a
nuestro “arquero”. Para Aulicino, en cambio, el personaje de la novela, el
adolescente Holden Caulfield, nunca está en posición de “guardián”, no vigila a
nadie, y se queda con “cazador” por razones entre nostálgicas –él leyó el libro en esa
traducción, y sabemos del poder de las primeras impresiones- y poéticas.
Al presentar el
debate, el administrador del blog desafió a argumentar a los defensores del
otro título. No sé si alguien lo hizo, pero por de pronto yo me quedo en principio
con el “guardián” y me gustaría explicar por qué.
La clave del
asunto, como no se les escapa a los ensayistas, está en la propia novela. Sin
embargo, pese a reproducir parcialmente el párrafo en el que Salinger da cuenta
de su título, no parecen sacar de él la misma conclusión que yo. Como es
sustancial, lo reproduzco íntegro en la traducción de Méndez de Andés. Habla el
protagonista:
–¿Sabes
lo que me gustaría ser? –dije- ¿Quieres saber lo que me gustaría ser? Es decir,
¿si pudiera elegir?
–¿Qué?
–Sabes
esa canción, “Si un cuerpo agarrase a otro atravesando el centeno”. Me
gustaría…
–¡Es “Si
un cuerpo encontrase a otro atravesando el centeno! Me corrigió Phoebe- Se
trata de un poema de Robert Burns.
–Ya sé
que es un poema de Robert Burns.
Phoebe
tenía razón. Es “Si un cuerpo encontrase a otro atravesando el centeno” Pero en
ese entonces yo no lo sabía.
Creí que
era “Si un cuerpo agarrase a otro” -dije. Bueno, de todos modos me imagino a
muchos niños pequeños jugando en un gran campo de centeno y todo. Miles de
niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy
al borde de un profundo precipicio. Mi misión es agarrar a todo niño que vaya a
caer en el precipicio. Quiero decir, si algún niño echa a correr y no mira por
dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Eso es lo que haría todo el
día: sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una
locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser. Reconozco que es
una locura.
Cuando Aulicino dice que Holden Caulfield no cuida ni vigila a nadie,
se refiere a cómo el protagonista se comporta en la novela, pero no a lo que el
personaje dice querer ser. Más allá de ser un chico escapista y alocado, Caulfield
está hablando de su vocación en una particular coyuntura vital: la
adolescencia. Aunque suena delirante –y Caulfield lo admite al final- a él sólo
le gustaría dedicarse a estar oculto entre el centeno y agarrar a los chicos
que juegan para que no caigan en un precipicio. En definitiva: cuidarlos. Es
claro que la palabra “cazador” nunca alude a alguien que cuida, sino a quien se
apropia para sí de un animal, al que en general termina comiendo. Es imposible
seguir a Aulicino cuando dice: “Lo que hace el personaje es soñar que, en un gran campo de centeno, él
se empeña desesperadamente en atrapar a los niños para que no caigan en el
precipicio cercano. En este sentido, está lejos aún de ser un guardián.” Pero
si no es un guardián, mucho menos entonces es un cazador.
Más adelante aclara: “El cazador atrapa su presa, se cobra una pieza, la
derriba y siempre, en último caso, la toma.” Completamente de acuerdo: Holden Caulfield
sueña en cambio con ser un guardián, un cuidador, un custodio, pero jamás un
cazador.
Ahora bien, el texto de Salinger da una segunda clave acerca del título.
Está tomada de un poema del escocés Robert Burns, que Caulfield recuerda mal.
Si volvemos al texto, veremos que él dice “agarrar” un cuerpo donde el original
dice “encontrar” (esto es, cambia “meet” por “catch”), ante lo cual es
corregido inmediatamente por su interlocutora.
Para disipar la cuestión, tengo ante mí una hermosa edición de 1884 de
la obra poética completa de Robert Burns, en cuya página 481 luce el poema en
cuestión, en letra diminuta:
Comin thro' the rye, poor body,
Comin thro' the rye,
She draigl't a' her petticoatie,
Comin thro' the rye!
Comin thro' the rye,
She draigl't a' her petticoatie,
Comin thro' the rye!
O, Jenny's a' weet, poor body,
Jenny's seldom dry:
She draigl't a' her petticoatie,
Comin thro' the rye!
Gin a body meet a body
Comin thro' the rye,
Gin a body kiss a body,
Need a body cry?
Gin a body meet a body
Comin thro' the glen
Gin a body kiss a body,
Need the warl' ken?
Se trata de la letra de una canción popular escocesa, una de las tantísimas a cuya música Burns asignó una letra propia, alterando la original. En este caso, de una canción infantil, Burns hizo en 1782 una balada que, como veremos, ya no tiene nada para niños.
Jenny's seldom dry:
She draigl't a' her petticoatie,
Comin thro' the rye!
Gin a body meet a body
Comin thro' the rye,
Gin a body kiss a body,
Need a body cry?
Gin a body meet a body
Comin thro' the glen
Gin a body kiss a body,
Need the warl' ken?
Se trata de la letra de una canción popular escocesa, una de las tantísimas a cuya música Burns asignó una letra propia, alterando la original. En este caso, de una canción infantil, Burns hizo en 1782 una balada que, como veremos, ya no tiene nada para niños.
Ensayo una traducción sencilla del poema:
“Yendo a través del centeno, pobrecita / yendo a través del centeno /
se manchó sus enaguas / yendo a través del centeno. / O, Jenny está mojada,
pobrecita / casi nunca está seca / se manchó sus enaguas / yendo a través del
centeno. / Si un cuerpo encuentra a otro / yendo a través del centeno / si un
cuerpo besa a otro cuerpo / ¿es necesario gritar? / Si un cuerpo encuentra a
otro cuerpo / yendo a través de la cañada / si un cuerpo besa a otro cuerpo /
¿tiene que saberlo todo el mundo?”
El procedimiento de Burns explica el título y la novela toda. El poeta
escocés transformó una canción aparentemente ingenua en una canción erótica. Holden
Caulfield es un adolescente que, como todo adolescente, se resiste a abandonar
la niñez. Aunque no hay marcha atrás, él sólo tiene una vocación: evitar que
los niños que juegan en un campo de centeno caigan en un precipicio. Él quiere
ser el guardián que los salve sin ser visto, “agarrándolos” del brazo. Nada de
cazador: él es un cuidador, oculto si se quiere, pero un guardián al fin que se
ve reflejado en esos niños imaginarios que no se resisten a abandonar la añorada
latencia. Lo prueba la escena final de la novela que sucede en la calesita:
para mí, el momento más emotivo de esta vibrante pintura de Salinger sobre el
dolor que genera la irreversibilidad del crecimiento.
Por supuesto que no es casual que Caulfield confunda la cita del poema:
él cambia “encontrar” por “agarrar” en relación a los “cuerpos”. Para un
argentino quedaría muy claro si la
traducción dijera “coger”. En el “salvar” al niño Caulfield imagina a su cuerpo
interactuando con otro. El adolecente no puede escapar a su sino: al querer
salvar a otro sólo puede penetrar al otro. El cuerpo del niño que debe ser
salvado se transforma así en un cuerpo deseado y deseante. Sólo llegados a este
punto el “guardián” se convierte en “cazador”: el cuerpo cuidado(r) es un
cuerpo cazado(r) que ya no puede escapar a su propia sexualidad.
Resta todavía una cuestión y es la referente al “centeno”. Quizás
tampoco se justifique en este caso ser excesivamente literal. La palabra “Rye”
en el poema de Burns podría terminar siendo un apelativo antes que un
sustantivo común. La “cañada”” o mejor, “desfiladero” (glen) al que alude el
poema de Burns en su última estrofa es un lugar real de Escocia: por allí se
desliza un arroyo llamado “Rye” que confluye con el río Garnock en la localidad
de Drakemyre. Una leyenda del siglo XVIII ubicaba allí las correrías de la
“húmeda” Jenny –natural de Dalry- y no faltó quien le cambiara algunas palabras
a la balada (a la que se agregaron un par de estrofas), entre ellas “fuck” en
lugar de “kiss”. Así de groseros eran en el siglo XVIII.
Acaso hayamos ido demasiado lejos, pero el camino está señalado
claramente en el párrafo citado de Salinger, y no hay que hacer demasiado
esfuerzo para recorrerlo en estos tiempos de Internet.
Creo haber sido claro en mi opción por “El guardián en[tre] el
centeno”, en tanto Caulfield aspira a ser un cuidador de niños para que su
propia niñez no desaparezca en el abismo del tiempo que se escurre. Intención
inútil, que no podrá contra su propia sexualidad que hará que el “guardián”
devenga, fatalmente, en “cazador”.
Mantengo esta vacilación para honrar el trabajo del ignoto Manuel Méndez
de Andés, cuya identidad fue develada por Fernando Sorrentino en otro trabajo:
se trata del sobrino nieto del homónimo cuyo nombre lleva una calle de Buenos
Aires. Mientras tanto, me indigna que en un ensayo español se consigne a la
traducción de Carmen Criado como la primera en nuestra lengua, al mismo tiempo
que me divierte saber que en 1965 la editorial Ariel publicó una traducción al
catalán de la novela de Salinger bajo el título de L´ingenu seductor, firmada por Xavier Berenguel. Esto sí, claro, es
haber ido demasiado lejos.
1. m. y f. Persona que guarda algo y cuida de ello.
ResponderEliminarDRAE
Estoy de acuerdo en este caso con la RAE. Esa es mi idea de guardián. Hay una segunda acepción que la RAE no tiene en cuenta: vigilante, custodio, etc. Pero yendo a la primera únicamente, creo que el protagonista de "El cazador oculto" no guarda nada ni en sueños. Lo que querría es evitar que los niños se caigan en el abismo. Pero hay muchos niños en ese sueño y eso le da un carácter angustioso. Es mi lectura. Por eso sigo sosteniendo que el protagonista ni en sueños guarda ni cuida nada. Solo quiere evitar que los chicos se pierdan, atrapándolos. Sueño que podría tener cualquier pedófilo por lo demás.