Quienes
lo conocen saben que Matías Battiston
es un tipo de genio. Así lo demuestra esta columna que escribió especialmente
para el blog del Club de Traductores Literarios
de Buenos Aires.
La visibilidad
aleatoria
No
sé si será una mejora, pero últimamente pienso más en Édouard Levé que en el
suicidio. Pienso en su trabajo como fotógrafo, por ejemplo. Muchos de los
proyectos de Levéparecen inspirados por una misma idea: poner en conflicto
imagen y texto, foto y epígrafe, representación y nominación. En Amérique, una serie de imágenes nosmuestra
la vida en pequeñas ciudades estadounidenses,bautizadas como famosos centros
urbanos de otros países. Pensemos en París, ciudad de Texas, o en Roma, ciudad
de Nueva York. Así, “Un lisiado en Oxford”, “Himno militar en Lima”, “Ilusiones
de Florencia” son títulos que describen, sin faltar a la verdad, escenas rústicas
de Norteamérica. En Portraits des hommes
homonymes,podemos ver de cerca a Raymond Roussel, Georges Bataille o André
Breton, desconocidos totales con nombres célebres, encontrados en la guía
telefónica. En Angoissenos topamos
confotos neutras y mundanas de una ínfima comuna en Aquitania, comuna cuya
única particularidadse reduce aque su nombre, en francés, significa “angustia”.
Las imágenes, que en otro contexto tal veztransmitirían cierta paz, se ven
teñidas, por mera asociación,de una rara melancolía.
Ahora
bien, desde hace ya algunos años que veo experimentos similares en varios
medios, con la clara ventaja artística de ser completamente involuntarios. En especial,
los he visto en reseñas de mis traducciones. Es como si los autores que termino
traduciendo hubiesen sido elegidos con el único y místico propósito de
confundir a un periodista. He encontrado reseñas de libros de D. H.
Lawrence ilustradas con fotos de T. E. Lawrence, cuando no de Peter
O’Toole en el set de Lawrence de Arabia.Una
nota sobre James Stephens,en vez de al escritor irlandés, mostraba aunhomónimo del
séptimo arte, uno de esos actores conocidos principalmente porque nadie sabe
cómo se llaman. Ya esta altura nada
me sorprendería menos quedescubrir que un popular relator uruguayo corona, con
su infaltable gomina,alguna reflexión sobre Bug-Jargalde
Víctor Hugo.
Hace
poco, sin embargo, me di cuenta de que esta gran obra colectiva de sesgo levesiano
había entrado en una etapa más surrealista, más ambiciosa, quizá hasta
megalómana. El sábado 22 de septiembre, con el título “Una silueta que va
haciéndose visible”, la revista Ñ publicó
un texto firmado por Nora Avaro sobre Mastronardi,
el libro que Miguel Ángel Petrecca acaba de dedicarle al poeta de Entre Ríos. A
mitad de página puede verse una foto, de dimensiones considerables, de alguien
identificado porel epígrafe como autor de “Luz de provincia”. Sonriente, de
campera y contra un cielo gris, el que posa en la foto soy yo.
No
quiero jactarme, pero en general logro reconocerme enseguida. Lo que sí me
cuesta muchas veces es entender por qué estoy donde estoy. Ahora, ¿con qué
razónhabrían elegido mi cara para representar a un famoso escritor que murió
hace décadas? Algo perplejo, pasé a la lectura. “Nunca sabremos –empezaba el
artículo– cómo fue realmente Carlos Mastronardi”. Era una confesión
inquietante, pero iluminadora. Yo vendría a ser, supuse entonces, una primera
hipótesis, un identikit provisorio. Admito que no tenía esto en mente todas
esas veces que pedí que mi cara le hubiese tocado a otro, pero no puedo negar
la posibilidad de que todas las demás imágenes de Mastronardi sean apócrifas y
que esta al fin revele, después de un largo y disimulado suspenso, que
Mastronardi era idéntico a mí.
O
quizá la foto apuntaba a otra cosa. Quizá el mensaje oculto era que, en el
fondo, todos seríamos un poco Mastronardi. En la cara de todo hombre caminando
por la calle, de toda mujer haciendo la cola para un trámite, de todo bebé
ensayando lentas figuras con los manos, deberíamos poder reconocer los rasgos
del autor de “Luz de provincia”, latiendo en cada fisonomía desde nuestro más atávico
Gualeguay. Por supuesto, dependerá de ciertas condiciones, de tener el sol
de frente o en contra, de ubicar la cámara en el ángulo justo. Así como uno
sale más gordo o más ojeroso en algunas fotos, en otras simplemente saldríamos
más Mastronardi.
En
cualquier caso, verme ahí, fuera de contexto, sonriendo a lo Mastronardi como
cualquier hijo del vecino, me hizo pensar, una vez más, en el tema de la
invisibilidad del traductor.Es decir, en la repetida queja de que a los
traductores nadie nos ve. Tal vez, me dije, este fuera el método indicado para
resolver el problema: poner fotos de traductores al azar, exactamente donde el traductor
no tiene nada que ver con nada. Lejos del bombo, incluso del nombre propio, la
visibilización aleatoria sería, en rigor, una visibilización del todo visual. El
mismo título de Nora Avaro lo vaticina. Por fin, los traductores lograrán ser
reconocibles sin perder la discreción, circularán sin caer en reivindicaciones
plañideras. Solo quien padezca prosopagnosia será inmune a la campaña.
Campaña
que empezará de a poco, claro. O, mejor dicho, que de a poco ya está empezando.
Primero vienen los aparentes equívocos, los deslices quizá entendibles. Una
nota sobre Hilaire Belloc nos muestra a Bárbara Belloc; una retrospectiva sobre
Leonard Cohen incluye la foto de un estoico Marcelo Cohen; una entrevista a
Salma Hayek es acompañada de una efigie de Selma Ancira. Son, por así decirlo,
errores para entendidos.Después la lógica del desplazamiento se vuelve más
tenue, más difícil de reconstruir. Una tragedia bélica en Camerún se difunde con
una imagen de José Aníbal Campos, posando orgulloso junto
a una tortilla. Una foto de Jorge Aulicino, al que se ve fumando pensativo su
pipa en un bar, ilustra el perfil deun prolífico descuartizador en Nueva Jersey. Aurora Bernárdez, ya peinando canas, nos sonríe desde una nota
sobre el hallazgo en Laos de un nuevo quelonio.
La
visibilidad aleatoria será un reconocimiento ecuánime, ajeno por igual a la
hagiografía y la calumnia, si no a la misma voluntad. Así y todo, saludo a la revista Ñ por haberme permitido formar parte de
este nuevo proyecto mediático, sea adrede o no. Es el comienzo de una nueva
era. Si todo sale bien, dentro de poco no podremos ver la foto de nadie en un
diario sin preguntarnos, con franca curiosidad, a quién habrá traducido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario