La hora de Aurora Bernárdez
La hora de Aurora llegó con sus poemas y ahora
con su legado. “Escarbo en mi alma como un perro,/ encuentro viejos huesos
enterrados./ ¿Por quién?/ Los dejo fuera,/ por si acaso,/ al vasto amparo de la
hierba”, escribió en el poema “La memoria”. La biblioteca de la gran traductora Aurora
Bernárdez (1920-2014) –elogiada
por sus traducciones de Jean Paul-Sartre, Albert Camus y Gustave Flaubert del
francés; Paul Bowles o Lawrence Durrell del inglés; y también Italo Calvino del
italiano, entre otras–, quien fuera la primera esposa de Julio
Cortázar y su albacea
literaria, fue donada por su sobrina Alejandra Bernárdez a la Universidad de
San Jorge de Zaragoza (España). En este fondo documental integrado por 2.405
piezas hay ediciones de todos los títulos de Cortázar, como Rayuela en serbio,
chino, italiano, portugués, croata y hebreo; Marcel Proust completo en francés;
libros de Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Enrique Vila-Matas, Javier
Marías, Ida Vitale, Henri Michaux, y una colección de la inglesa Barbara Pym,
además de talismanes, objetos, apuntes y fotografías encontradas dentro de los
libros.
Alejandra Bernárdez, hija de Mariano Bernárdez,
uno de los hermanos de Aurora, cuenta a Página 12 desde Zaragoza que intentó seguir el ejemplo de su
tía. “No pertenezco al mundo de la literatura como ella, no tengo esos
contactos. La elección del destino de la biblioteca de Aurora fue después de
analizar otras posibilidades como la Fundación Juan March, el Fondo Documental
Carmen Balcells, la universidad de Salamanca, incluso la Biblioteca Nacional de
la Argentina, cuando estaba Alberto Manguel como director, que era muy amigo de
Aurora. Manguel estaba muy interesado, pero pocos meses después él renunció al
puesto y se marchó. Era una operación muy compleja porque había que trasladar
la biblioteca y garantizar que ese fondo estuviera en condiciones”. Una vez que
la Biblioteca Nacional quedó descartada, se decidió por la Universidad de San
Jorge porque ahí están dos amigos y exprofesores de Alejandra: Lourdes Diego,
responsable de Cultura de la Universidad; y Javier Hernández, actual decano de
la facultad de Comunicación. Además, la Universidad de San Jorge tiene la
carrera de grado de traducción y un posgrado. “Me parecía muy apropiado que
estuviera ahí la biblioteca de Aurora”, dice Alejandra.
La sobrina
de Aurora Bernárdez, que vive en Barcelona, aún está sorprendida por la
biblioteca de su tía. “La conocía de haberla visto muchas veces en París. Al
catalogarla, descubrí que había autores de los que tenía muchos libros, lo cual
me hacía pensar que eran los autores que más le gustaban. Tenía toda la
colección en francés de Marcel Proust, uno de sus autores preferidos. De
escritores españoles, tenía muchísimos libros de Javier Marías y Enrique
Vila-Matas; era una fan de ellos y eso lo sé porque me lo decía ella. También
tenía los libros de Manguel, que estaban todos dedicados porque se los enviaba
él en cuanto los editaba. Tenía libros de Borges y Bioy Casares, tenía los
libros de Henri Michaux, a quien ella tradujo; una colección de novelas de la
escritora inglesa Barbara Pym –enumera su sobrina algunos de los autores de la
biblioteca de su tía–. Me llamaron la atención los objetos que estaban dentro
de los libros, las cosas más insólitas que usaba como señaladores: pasajes de
avión, una factura, la nómina de la Unesco o un ticket de metro”.
A
diferencia de Cortázar, Aurora no tenía la costumbre de anotar los libros que
leía. Pero hay algunas excepciones. En las primeras páginas de Soñar
la realidad, del mexicano Sergio Pitol, Premio Cervantes, escribió: “Piensa
bien (pero escribe mal)”. Alejandra advierte que quizá no anotaba los libros
porque su tía tenía “una gran memoria”. “Cortázar sí hacía anotaciones, incluso
señalaba las páginas de esas anotaciones, supongo porque después las consultaba
a la hora de escribir, algo que Aurora no hizo. Aunque ella escribió algunas
poesías y cuentos, que se publicaron en El libro de Aurora, no fue
una escritora como Julio”, plantea su sobrina. “Aurora fue una gran traductora,
lo dijo Cortázar antes de conocerla en una revista, hablando de una traducción
que Aurora hizo de Jean-Paul Sartre. Me acuerdo de que estábamos viendo libros
con mi tía en una librería y Aurora estaba mirando un libro de un poeta inglés
traducido al español. Ella me señaló un poema y me dijo que lo traduciría de
esta forma. Primero me leyó la traducción al español que habían hecho y luego
introdujo un pequeño matiz que era una maravilla”.
Aurora nació en Buenos Aires, el 23 de febrero
de 1920 y murió en París, a los 94 años, el 8 de noviembre de 2014. Estudió
Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires y muy tempranamente se
dedicó a la traducción. Conoció a Cortázar en 1948, se fue con él a París en
1952, los dos trabajaron como traductores para la Unesco, y se separaron en
1968, pero nunca dejaron de ser amigos. Dicen que Cortázar murió en sus brazos,
el 12 de febrero de 1984. Desde entonces quedó como heredera de su obra publicada
y albacea literaria del escritor. A ella se le debe la publicación póstuma de
varias novelas como Divertimento (1986) y El examen (1986), Diario de Andrés Fava (1995); textos críticos como Imagen de John
Keats y los Papeles
inesperados (2009), entre
otros libros. “Me gusta la frase 'la hora de Aurora', a ella también le hubiera
hecho gracia –reconoce Alejandra con un tono risueño–. Uno de los objetivos de
haber donado la biblioteca es hacer trabajos sobre la figura de Aurora como
traductora y como editora de Cortázar. Ella ocupó un segundo lugar, pero no era
una persona a la que le interesara la notoriedad. A Cortázar le interesaba
escribir y a Aurora, leer. Mi interés es que la figura de Aurora no sea
investigada como la 'viuda' de Cortázar, sino como la traductora y la
intelectual que fue”, concluye su sobrina.
Lamento que no la haya donado a la Biblioteca Nacional
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