Xi Chuan: Mosquitos hacen tigres
Xi Chuan [Xuzhou, China, 1963] permite comprobar
que la tradición no es atemporal, sino más bien plástica: adopta las formas que
el siglo le permite, le exige o le trasmite. Xi Chuan es producto de una
cultura que los países del occidente prefirieron ver siempre impermeable,
enigmática y también inmutable. Las numerosas traducciones francesas e inglesas
de los clásicos chinos respaldan esa ilusión. Pero hay tópicos en esos
clásicos, y uno de ellos es precisamente el del tiempo que se desliza más
rápido para las obras del hombre que para las de la naturaleza. Quizá en esto
reside la trampa que los chinos tienden al lineal occidente.
Ezra Pound, a través de Ernest Fenollosa, tradujo e
intentó dar un código a esta poesía de tapiz: la situación descrita en los
poemas fue directamente explicada o concluida de un modo personal, para
movilizar su sentido. Tenemos ahora la traducción de un poeta chino
contemporáneo realizada directamente del chino por un joven poeta y traductor
argentino, hecho en sí mismo histórico. Y el traductor, Miguel Ángel Petrecca,
es quien precisamente pone de relieve una curiosa situación: habiéndose Pound
fascinado por el chino (y por toda la tradición de oriente y de occidente), y
siendo quien habilitó lo que se llamó imagismo, que es el uso
despojado de la imagen visual pero también la cita encubierta que hace de la
literatura una especie de trompe l'oeil textual, viene a ser
hoy unas de las fuentes de un poeta chino que podría ser su bisnieto.
“Gran conocedor de la tradición occidental, lector
de la Biblia y los evangelios apócrifos, de la tradición visionaria de la
poesía inglesa, desde Blake a Yeats, admirador de Ezra Pound, a quien dedicó la
tesis con la que se graduó en la universidad de Pekín, Xi Chuan escribe una
poesía que se inserta también de manera profunda pero oblicua en la propia
tradición”, escribe Petrecca, y cubre todos los flancos desde los que
querríamos abordar la experiencia de leer una poesía inscrita en una tradición
que a su vez incorporó al occidente, que a su vez le devolvía su reflejo.
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