El pasado 6 de enero, el narrador y periodista chileno Antonio Díaz Oliva publicó el siguiente artículo en el diario La Tercera, de Santiago de Chile, donde se pasa revista a las traducciones y traductoras de literatura chilena. Según la bajada de la nota, "De Los detectives salvajes a Space invades, las letras locales han encontrado quienes las conecten con el mundo anglo: un grupo variopinto de mujeres desarrolla hoy este trabajo.
Megan McDowell |
Era 2009
y Megan McDowell cursaba una maestría en traducción en EEUU. Aprovechando las
vacaciones de verano, viajó a Chile para hablar con editores, libreros y
lectores. Buscaba un autor para traducir, y un nombre se repitió más que los
otros: Alejandro Zambra. De vuelta en EE.UU, se decidió por La vida
privada de los árboles. El resto fue una serie de coincidencias:
presentaría parte de la traducción en una conferencia con cuatro personas en el
público. Entre ellas, eso sí, estaba el editor Chad Post, de Open Letter, quien
terminó publicando el libro.
“Y he sido la traductora de Alejandro desde
entonces”, dice McDowell, quien actualmente vive en Santiago y ha trabajado
también obras de Lina Meruane, Álvaro Bisama, Arturo Fontaine, Alejandro
Jodorowsky, Paulina Flores y Alejandra Costamagna.
Jessica Sequeira |
Megan McDowell no es la única traductora anglo de
la literatura local. A ella se suman Jessica Sequeira, Sophie Hughes y Natasha
Wimmer. Esta última, de hecho, la precede: en 2007 se publicó su traducción
de Los detectives salvajes, que fue un éxito en varias latitudes.
Le seguirían 2666 y otros títulos bolañianos. “Me parece que
la literatura chilena tiene en este momento mucha vitalidad”, dice desde Nueva
York Wimmer, quien recientemente tradujo a Nona Fernández [Space Invaders,
2019]. “Y la manera en que los escritores jóvenes se enfrentan a la historia
del país tiene relevancia para los lectores norteamericanos, que atravesamos un
momento político lleno de peligros”.
Sophie Hughes |
Sophie Hughes, por su parte, vive en Inglaterra y
solo ha trabajado con Alia Trabucco. Aunque eso le bastó para poner a la autora
chilena en el mapa anglo: su traducción de La resta fue
finalista en el Man Booker International. Y ahora traduce Las homicidas.
“No he vivido en Chile, ni siquiera he visitado
Chile, y he leído con suerte una docena de autores chilenos”, dice Hughes. “En
el mundo anglo hay algunos nombres por encima de los demás: Roberto Bolaño,
Alejandro Zambra y Lina Meruane. Supongo que Pablo Neruda e Isabel Allende
siguen siendo probablemente los dos chilenos más leídos en el Reino Unido y
EEUU, para sorpresa de nadie, aunque tal vez para la frustración de otros”.
Jessica Sequeira, en tanto, ha traducido a autores
muertos. Obra suya es una de las pocas traducciones de Adolfo Couve al inglés,
así como un libro de poemas de Teresa Wilms Montt. “Me atraen las obras que
difuminan la distinción entre poesía y prosa”, dice Sequeira, que tiene
residencia en Santiago.
Traducción y política
“Debemos evitar publicar solo ‘literatura
política’, para que la world literature
-un término terrible- deje de ser un eufemismo de ‘literaturas
tercermundistas’”, dice Hughes. “En un mundo ideal, el término world literature no existiría.”
La traductora de Trabucco se refiere a la
“literatura mundial”, etiqueta con la que a veces se cataloga a las obras
traducidas desde otros idiomas al inglés. Hughes no es la única que ha meditado
sobre la relación entre la literatura traducida y la política. O, en el caso
local, entre la dictadura de Augusto Pinochet y la cantidad de libros chilenos
sobre el tema que se publican en inglés. De hecho, a la hora de escribir este
artículo se revisaron los autores traducidos en los últimos cinco años, y casi
todos son libros sobre Pinochet. O sobre los niños crecidos bajo la dictadura,
como Alejandro Zambra y Nona Fernández; o post-dictadura, como Paulina Flores,
Diego Zúñiga y Alia Trabucco, quienes continúan la estética y temática de los
primeros.
No es un problema únicamente chileno. En palabras
de Fredric Jameson, las historias individuales y privadas del “tercer mundo”
son siempre leídas desde EEUU y Europa como “una alegoría de la nación”.
“La triste verdad es que en EEUU la gente sabe muy
poco de Chile, y lo que sí saben es que sufrió una dictadura militar bajo
Pinochet”, asegura McDowell. “Por lo tanto, los libros que tratan de la
dictadura, o incluso simplemente la mencionan, son más fáciles de ubicar en un
contexto, para interpretar y conectarse”.
Natasha Wimmer |
“No se puede separar el valor político e histórico
del valor literario”, comenta por su lado Natasha Wimmer. “Además, en este
momento, cuando el autoritarismo levanta cabeza en EEUU, los lectores
norteamericanos buscamos modelos para enfrentar y entender este fenómeno”.
Desde Inglaterra, Hughes dice que parece haber un
mercado más grande para las novelas chilenas sobre la dictadura, así como para
las novelas mexicanas sobre el narco, pero de igual forma para la literatura
española que cuenta la Guerra Civil y para los países escandinavos que producen
novelas policiales. “Sin embargo, los editores independientes, en mi
experiencia, tienen sus ojos puestos principalmente en la calidad”, dice. Y
Sequeira lo pone de esta manera: “En general, más personas leen libros sobre
primeros ministros que sobre poetas, y eso no es necesariamente algo malo. Los
libros más vendidos en inglés son a menudo, también, libros ‘políticos’, por lo
que no veo esto como un problema geográfico”.
“Es parte del contexto chileno, y creo que es
difícil de ignorar”, agrega McDowell. “Supongo que tendríamos que preguntarnos
cuánto tiempo debe pasar antes de que leamos una novela cien por ciento libre
de la dictadura”.
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