Poeta, novelista y ensayista, el colombiano Darío Jaramillo es uno de los escritores más importantes de la lengua. Por su parte, Juan Bonilla, además de poeta, narrador y periodista cultural, es uno de los más notables escritores españoles de la actualidad, merecedor del último Premio Nacional de su país en la categoría novela. Ambos accedieron a responder las preguntas que el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires les ha enviado a autores, traductores, editores y agentes.
–¿Qué sentido tienen los agentes literarios?
–Mi opinión la expresó hace casi un siglo el titulo de un texto de Raymond Chandler sobre los agentes: “el diez por ciento de tu vida”. La del libro actual es la historia de un una cadena de produción y venta llena de eslabones que no agregan nada. El primero, totalmente superfluo, el agente
–¿En qué consiste la tan mentada fidelidad entre autores y editores?
–En general, se trata de hallar una ética que regule esas relación, y creo que es una ética puramente comercial, si cabe, en consideración de que los editores por regla general están en el baile por intereses pecuniarios. Eso, en general. Pero en mi caso concreto mi editor es un amigo mío y mi relación con él, si ha de aplicársele alguna ética, es la de la amistad, que incluye lealtad, franqueza, amor por los libros y, sobre todo, la facilidad para ponerse cada uno en el pellejo del otro.
–Considerando que a los autores les corresponde entre el 10% y el 8% del precio de tapa de los libros que publican, y a los traductores entre el 4% y el 1%, cómo se justifica que a las librerías les toque entre el 40% y el 35% y a las distribuidoras entre el 30% y el 25%, reservándose el resto a las editoriales. ¿Se puede sostener esa proporción? ¿Por qué sí o por qué no?
–Los distribuidores no aportan ningún valor agregado y, en gran parte, los libreros tampoco. Si algo bueno dejó la pandemia fue el principio de una conexión directa entre editores y lectores, gracias a las ventas por computador. Las librerías son un buen escenario de exhibición, pero tendrán que reinventarse. Los clubes de lectura son un buen primer paso. Si se eliminara la distribución y los editores le vendieran al consumidor final y a las librerías, la cadena bajaría un 40 % de sus costos; el problema siguiente sería trasladar algún porción de ese porcentaje a los lectores.
–¿Qué pasa con las traducciones cuando los autores cambian de editorial y se decide usar una traducción nueva?
–Me gusta mucho que haya varias traducciones de los textos. La reivindicación de los traductores es que se mantenga el principio de que su remuneración, al contrario de la de los autores, esté desligada de las unidades vendidas.
–¿Qué sentido tienen los agentes literarios?
–En un sistema como el español –de España, me refiero–, donde, más o menos, nos conocemos todos, no haría apenas falta los agentes literarios, de manera que su principal utilidad se proyecta hacia el extranjero. Es verdad que una agencia es capaz de negociar mil veces mejor que uno, no hay que engañarse, pero aquí cuando digo uno me estoy refiriendo sólo a mí, habrá quien sea un hacha negociando sus condiciones y no necesite de una agencia para tales trámites. Mi experiencia es esa: la agencia que me representa se ocupa de algo que yo no podría hacer, como es negociar el precio de venta de lo que escribo (siempre que lo que yo pensaba conseguir era X, la agencia obtenía X+5) y buscar editores en el extranjero.
–¿En qué consiste la tan mentada fidelidad entre autores y editores?
–Yo publiqué mis primeros libros –uno de relatos y otro de poemas– con Pre-Textos. El de relatos hizo algo de ruido y varias editoriales me ofrecieron comprarme una novela. Una editora, Silvia Querini, de Ediciones B, me citó en el Café Gijón de Madrid y me dijo: mira, sé que tienes ofertas y no me gustan las subastas, esto es lo que te ofrezco, piénsatelo. Y me dio un contrato en el que figuraba una suma admirable. Yo me hospedaba en casa de Manolo Borrás, y al volver de ese encuentro me dijo: ¿qué te ofrecen? Le mostré el contrato. Se sacó la pluma del bolsillo de la chaqueta y me ordenó: fírmalo ahora mismo. Lo hice. Han pasado 25 años de eso, y aún publico con Pre-Textos cuando puedo -mi último libro de relatos lo publiqué con ellos. Supongo que es una forma de fidelidad, pero es una palabra que no viene a cuento: es sencillamente que los libros de Pre-Textos me encantan. Supongo que por fidelidad debemos entender la relación de décadas que mantuvo Miguel Delibes con Destino o la de Eduardo Mendoza con Seix Barral: en ambos casos, fíjate bien, a la fidelidad las acompañaba el éxito de ventas, lo que es un punto que facilita mucho las fidelidades.
–Considerando que a los autores les corresponde entre el 10% y el 8% del precio de tapa de los libros que publican, y a los traductores entre el 4% y el 1%, cómo se justifica que a las librerías les toque entre el 40% y el 35% y a las distribuidoras entre el 30% y el 25%, reservándose el resto a las editoriales. ¿Se puede sostener esa proporción? ¿Por qué sí o por qué no?
–El sistema es una locura, sí. Pero, más allá de esos porcentajes, nuestro principal problema, no nos engañemos, es que no hay un colchón de lectores suficientemente mullido, y sin eso es muy difícil alcanzar cualquier tipo de profesionalización como la que se da en otros lugares donde se pagan hasta las frases promocionales que se colocan en las fajas. Si en España hubiera, no sé, 10 millones de lectores habituales, el peso de esos porcentajes no nos parecería tan escandaloso como, seguramente, es
–¿Qué pasa con las traducciones cuando los autores cambian de editorial y se decide usar una traducción nueva?
–Ni idea, supongo que se pierden hasta nunca jamás si el autor original tiene derechos porque el traductor es propietario de su traducción, pero no del original. Lo idóneo, sin duda, sería que la nueva editorial comprara la traducción ya hecha. La retraducción, como vemos algunas veces, es un nombre bastante cursi para lo que podría ser mero plagio –y si no lo es, como supongo que será en la mayoría de los casos, dada la imposibilidad de probar que nuevas traducciones no tuvieron a la vista las antiguas, condenaría a alguna multa a todo aquel que no citara las traducciones previas– no perdemos nada por citar, vivimos en una casa de citas. Nunca he entendido esa manía de no citar traducciones previas: si los traductores no respetan a los traductores, ¿cómo van a esperar que alguien los respete?
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