Bignozzi traductora
A lo largo de su vida tradujo alrededor de 400 libros. En un archivo de las traducciones registradas en la plataforma del ISBN que figuran como traducidas por ella, hay información de más de 200 de estos títulos. En otros casos, el nombre de quien tradujo no fue consignado en el sistema y la información se perdió. En un recorrido rápido por este documento se confirma lo que ella dijo, la preeminencia de libros teóricos, de historia, arte, política, economía, derecho y, un gusto particular, libros de cocina. En menor medida, pero profusos, aparecen títulos de filosofía, antropología, mitología, enciclopedias, otros de interés general como jardinería, viajes, manuales, pintura, una biografía de Kafka por Pietro Citati, hasta llegar a algunos más exéntricos como uno sobre las propiedades de la arcilla. El nuevo desafío de los OVNI o Los fenómenos paranormales. En comparación tradujo poca literatura. La lista se engrosa con algunas novelas, entre ellas, La vida tranquila y otros libros de Marguerite Duras, Justine del Marqués de Sade, Pompas fúnebres de Jean Genet, El aftricano, de J. M.G. Le Clezio, El amor molesto y otros de Elena Ferrante. Los libros de poesía que tradujo son pocos, sólo de sus maestros italianos. Atilio Bertolucci, Giorgio Caproni, Alessandro Parronchi, poco conocidos en el camp ode la poesía local. Una selección de estos poemas vio la luz en el dossier del Diario de Poesía de 1998, como un modo de divulgarlos y de incentiva su lectura. (...)
En Argentina no tradujo del italiano, sólo del francés, le cuenta a Jorge Fondebrider en una charla del Club de Traductores en 2011, donde por primera vez --casi al final de su vida-- habla extensamente de su trabajo. Empezó a traducir en otro siglo, trabajó un tiempo para grandes editoriales como "traductora negra", y en el año 67, le ofrecen traducir Ubu cornudo, de Alfred Jarry, el primer libro que iba a firmar. Ubú rey lo había traducido Esteban Faszio, un maestro patafísico. Juana pensó que era mejor hacerlo con él. Lo llamó, el aceptó y trabajaron juntos; la traducción misma se convirtió en una acción patafísica, debatieron cada punto y tardaron muchísimo tiempo. En el proceso ella entendió que lo único que podía ser una garantía para el traductor era lo que estaba escrito, y lo mantuvo toda su carrera, atenerse a la letra del autor. En un momento tuvieron una duda con el acápite, lo consultaron con un especialista que empezó a decir lo que él creía que había dicho Jarry, y, ese día, con 29 años, Juana se plantó --No, espiritismo no, esto es traducción, lo que él dijo está ahí escrito. Lo que yo siento que quiso decir, no lo dijo.
Tradujo para las editoriales independientes locales de esos años: Rodolfo Alonso, Ediciones de la Flor, Tiempo contemporáneo. En esta última trabajó con Piglia, en un policial francés, para la serie negra. Piglia establecía los criterios de traducción, por ejemplo, el uso del vos. --A mí no me costaba tanto porque recién empezaba, pero a los grandes traductores como Estela Canto les costaba un horror traducir de vos.
En los treinta años que tradujo en España se dio cuenta de algo muy argentino --Nosotros no temblamos ante los autores y en España sí. Alonso me decía "Juanita, vamos a hacer Fourier" y nos lanzábamos a hacer Fourier. Después cuando llevaba el curriculum para que me dieran trabajo me decían "¡Usted hizo Fourier! ¡Usted hizo Sade!".
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