martes, 31 de octubre de 2023

Tres traductoras responden una encuesta

Luego del "Manifiesto por la supervivencia de la traducción editorial en España", lanzado por ACE Traductores (ver entrada de ayer), el 27de octubre pasado, Contexto y Acción (ctxt), España, realizó una encuesta que respondieron las traductoras españolas Rita da Costa, Julia Osuna e Inga Pellisa. A continuación sus respuestas.

La supervivencia de la traducción, en juego

Al hilo del reciente manifiesto de la ACE Traductores reclamando una actualización de las tarifas para garantizar la supervivencia del colectivo enviamos un cuestionario a tres reconocidas autoras para que nos contasen de cerca el estado de la cuestión.

¿Cómo es un día de su jornada laboral?

Rita da Costa: Me levanto poco antes de las siete, desayuno, me ducho y me siento a traducir o revisar hasta media mañana, cuando por lo general hago una pausa para ejercitar el cuerpo, llenar la nevera o atender otras obligaciones. Luego vuelvo a sentarme delante de la pantalla hasta la hora de preparar el almuerzo. Después de comer, vuelta al tajo hasta las ocho o, más habitualmente, las nueve de la noche. En total, suelo hacer una jornada de ocho horas reales de trabajo.

Julia Osuna: Desde fuera (una tía sentada delante de un ordenador las horas que le deja la conciliación), podrían parecer todas iguales, pero depende de la fase de la traducción en la que esté: si escribiendo la primera versión, reescribiendo, leyendo en pantalla ya sin el original, leyendo en papel bajo el sol (por eso de hacer la fotosíntesis una vez cada dos meses). Mucho teclear, mucho investigar y mucho leer, más todo lo que conlleva ser autónoma: contacto con editoriales, valorar proyectos que llegan, algún «bolo» para apoyar a la asociación y algún taller para apoyar la economía del hogar, intentos de autobombo (puaj) por eso de conseguir más trabajo… Me he dedicado en exclusiva a la traducción literaria en los últimos 17 años, pero ya llevo dos años dándome cuenta de que, con la subida de TODO, quizá tenga que abandonar el barco. Y no soy solo yo; hay una quemazón generacional, especialmente en el sector cultural y, en concreto, el editorial.

Inga Pellisa: Como todas las autónomas, en particular si tienen hijos, es posible que la frase que más haya oído sea: “Qué suerte, tú, que te lo puedes montar”. “Te lo puedes montar” acostumbra a equivaler a que nada impide que te exprimas a ti misma en jornadas maratonianas. ¿Que un día tienes que dedicar unas horas a papeleos, alguna reunión o reinstalar el sistema operativo? Trabajas más horas. ¿Que necesitas ahorrar por algún motivo, te has pillado los dedos con un libro complicado o has tenido que aceptar una tarifa baja? Trabajas de noche, el fin de semana. ¿Que te pones enferma, o tienes que cuidar de alguien? Pues trabajas enferma, en los resquicios que deje la fiebre; trabajas el doble en cuanto te recuperes. Muchas, cuando empezamos, íbamos llegando a acuerdos con esa tramposa libertad, pero con los años, y con el estancamiento de tarifas, ha terminado convirtiéndose en una especie de pluriempleo autoimpuesto.

¿Incluye su trabajo actividades que no son propiamente pasar de un idioma a otro?

Rita da Costa: Sí, si contemplamos las tareas de documentación, revisión y gestión. La primera puede consumir muchas horas, dependiendo del libro, pero siempre hay que buscar terminología específica de los campos más variopintos y visitar lugares (físicos y virtuales) que darían para varias crónicas de sucesos. La segunda tarea es la revisión, que en mi caso supone por lo menos dos lecturas a fondo y una tercera en papel (que, como el algodón, no engaña). Eso es tiempo que se añade a los cálculos de plazos y retribución. Sumémosle las horas dedicadas a la contabilidad, a reclamar contratos y liquidaciones, a actualizar conocimientos…

Julia Osuna: Casi te diría que eso es lo de menos… A ver, no es así, claro, pero para mí mi actividad principal, si la tengo que explicar, es comprender un texto hasta el tuétano y escribir otro igual. Suena un poco entomológico, pero siempre me ha parecido que hay algo de laboratorio científico cuando estás metida en el estudio ensayando con palabras. Un ejercicio químico de prueba y error y reprueba que es difícil de explicar. Se necesitan unas habilidades mentales que hay que entrenar desde joven y seguir entrenando con el oficio diario. Y no hablo de inteligencia en la más vulgar de sus acepciones, hablo del ejercicio de una ingeniería artesanal.

Inga Pellisa: Esto es algo que, cuando eres novata, acostumbras a pasar por alto, pero muchísimas de las horas que vas a pasar sentada delante del ordenador se van a ir en actividades no facturables. Desde buscar clientes, enviar un presupuesto o revisar las correcciones de las traducciones entregadas, hasta presentar declaraciones o responder a un requerimiento de Hacienda. No idealizo el trabajo asalariado porque estuve ahí diez años, pero lo cierto es que formar parte de un engranaje te soluciona ciertas cosas. Las autónomas tenemos que ser nuestro propio departamento de recursos humanos, jurídico, informático, marketing, contable, sindical, y limpieza.

¿Cuál es la importancia de su trabajo?

Rita da Costa: Parafraseando a Eco, podría decirse que la traducción es la lengua de la literatura universal, que no existiría sin ese constante trasvase. Últimamente oigo decir que las editoriales españolas contratan más originales en castellano que en otras lenguas para ahorrar costes. Es muy posible que durante las últimas décadas se publicaran más traducciones de las que es capaz de absorber un país como España, y el mercado editorial anglosajón, aliado a la febril dinámica capitalista, genera una avalancha de títulos en los que no siempre prima la calidad (bien lo sabemos quienes, más que traducir, tenemos a veces que reescribir libros de muy discutible valor literario), pero que nadie se llame a engaño: la traducción es vital para la supervivencia de la literatura tal como la concebimos hoy (sin olvidar que de los libros se nutre buena parte de la ficción audiovisual que tantos ingresos genera).

Julia Osuna: La importancia de mi trabajo está en contribuir a la cultura como medio de que la vida sea soportable, así lo veo yo. Si se piensa que la cultura y en concreto la literatura es solo ocio, se podría tachar este trabajo de superfluo, pero los que no entendemos la vida sin las expresiones artísticas de los demás, que nos reflejan y nos hacen comprendernos a nosotros mismos, sabemos que con nuestro oficio estamos contribuyendo a mantenerlas vivas y a que no nos coman los monstruos de la sinrazón y el dinero, no somos un «capricho». Las traducciones en el ecosistema literario de un país van a marcar en buena medida la futura creación en ese país, y de nuestras decisiones dependerá el signo de esas creaciones… Si somos más conservadoras o menos, más provocadoras, más subversivas… Eso, con el tiempo, se notará en la obra de nuestras autoras, que leen nuestras traducciones. Y por eso deberíamos estar protegidas como las especies en extinción. O si no, volveremos a que solo traduzcan los privilegiados que se puedan permitir cobrar poco, que no son necesariamente los que tienen más oficio.

Inga Pellisa: Podría perderme aquí en una reivindicación sobre el valor de la cultura, pero ya lo han hecho estupendamente bien mis compañeras. Para mí, este trabajo también tiene una importancia que va mucho más allá de lo laboral –por eso hacemos tantas cosas por, literalmente, amor al arte–, pero a alguien que hable en dinerés no lo voy a convencer de nada. Sus valores y placeres me resultan tan ajenos como los míos a él, supongo. Si lo llevo a un terreno más práctico, mi trabajo va a tener la importancia que los lectores le den al hecho de contar con la traducción de alguien que es, tal vez, la persona que mejor y más a fondo ha leído ese libro. Espero que sigan siendo muchos.

¿Cómo se accede a trabajar como traductor?

Rita da Costa: Hay quienes llegan al oficio después de pasar por una facultad de traducción e interpretación, como es mi caso, hay quienes llegan desde los campos más diversos del saber. Yo empecé a traducir para editoriales en los años noventa, cuando había mucho trabajo y era relativamente fácil conseguir un primer encargo. Me consta que ahora es más complicado, y algunos traductores en ciernes envían propuestas de libros a las editoriales, acompañadas de una breve presentación del autor, reseñas e incluso una muestra de traducción (es decir, ejerciendo de scouts literarios, pero sin cobrar nada por ese trabajo adicional). Con suerte, el esfuerzo les valdrá ese primer encargo que les abrirá las puertas de la profesión.

Julia Osuna: Es un oficio al que se llega por muchas vías, normalmente porque los libros han estado muy presentes en tu vida; también hay quienes llegan porque son personas biculturales con querencia por las lenguas. Yo soy de una generación que ha salido de la universidad y que se ha podido hacer un hueco y una carrera en exclusiva en la traducción editorial, cosa que no era nada habitual, hablamos de solo un 13,4 por ciento de los que nos dedicamos. Pero eso de la exclusividad está dejando de ser posible por lo estancadas que están las tarifas. Y es una pena porque somos gente que a lo mejor llevamos casi 200 libros traducidos y tenemos acumulada una experiencia enorme que nos hace poder aportar cada vez más, vamos mejorando a cada libro, las editoras están muy contentas con nosotras, pero ahora todo esto se va a echar a perder porque seguimos siendo el eslabón más débil en la cadena de producción. Yo me imagino que, puestos a regatear, mejor conmigo, autónoma desamparada en su casa, que con un comité de empresa. Hay que conseguir que tengamos acceso a la negociación colectiva, que es lo que está pidiendo ACE Traductores a través de los (lentos, morosos) canales de la Unión Europea. Yo no tengo ningún interés en ser autónoma, ojalá me contrataran en una editorial y me dijeran toma, traduce lo que puedas en un mes y no te preocupes, que ya te pagamos nosotros la seguridad social e incluso las vacaciones. Que es como estaban antes maquetadores y correctoras, por ejemplo, y ahora todos estamos en nuestra casa, atomizados y separados, vaya a ser que nos juntemos y exijamos algún tipo de prestación por nuestro trabajo diario. Me contaba la compañera Pellisa que a una amiga suya montadora de cine la contratan las empresas por sus trabajos de dos o tres meses, como los nuestros. Trabajamos en exclusiva para una sola empresa durante el tiempo que hacemos un libro, entonces ¿por qué, durante esos meses, soy menos trabajadora que la editora o la de prensa, por ejemplo?

Inga Pellisa: Leyendo, leyendo bien, buscando, enviando propuestas, ofreciéndote como lectora o correctora si tienes los conocimientos necesarios, asociándote y conociendo a otras traductoras, siendo paciente, humilde y desconfiando de ti, siempre.

¿Cómo cobra un traductor?

Rita da Costa: Un traductor –traductora las más de las veces (que éste sea un sector muy feminizado no es ajeno a su precarización)– cobra por página traducida según la tarifa “acordada” con la editorial (un trágala en toda regla, a efectos prácticos) y según un sistema de cómputo heredado de los tiempos previos a la incorporación de herramientas informáticas. Hoy tal vez sería más lógico cobrar por palabras, como se hace en la traducción técnica y comercial, lo que de paso permitiría sacar a relucir el agravio comparativo que supone cobrar la mitad por traducir a un premio Nobel que las instrucciones de un juguete. Luego, si hay (mucha) suerte y el libro se vende como churros (hablamos de más de 10.000 ejemplares), cobrará derechos de autor (entre el 0,5 y el 1% sobre el precio de venta de los ejemplares) una vez cancelada la cantidad que cobró en concepto de anticipo. Pero la mayoría de los traductores rara vez llegan a ver ese unicornio alado que son los derechos (según el Libro Blanco de la Traducción Editorial en España, “más del 70% de los traductores declara que las liquidaciones anuales que recibe no son nunca positivas o lo son pocas veces”).

Julia Osuna: Puede sonar algo enrevesado (lo es), pero digamos que cobramos un anticipo en concepto de derechos de autor y que ese anticipo se calcula sobre una tarifa por 2.100 caracteres de texto traducido. Luego, cuando se cubre ese anticipo (prácticamente nunca), te correspondería un 1 por ciento (en muchos casos, solo el 0,5) sobre el precio de venta de los ejemplares. En la práctica: te pagan ese anticipo y nunca más vuelves a ver un duro (mi ejemplo, 250 euros de derechos en 17 años). Antes sí era más normal percibir derechos, y todavía en LIJ es más corriente porque hay más ventas, pero cuando aducen que tenemos esas regalías para compensar las tarifas, no es algo real en la mayoría de los casos. Por eso es tan importante que se vinculen las tarifas a la subida del IPC anual o que haya otro tipo de ayudas que nos permitan sobrevivir, tanto del Estado (una protección a las trabajadoras culturales), como de las propias editoriales, que hay que reajustar el reparto para que el ecosistema sea habitable para todos. Yo lo que no entiendo es que muchas veces en las editoriales nos vean como un mal necesario y no como una inversión: al fin y al cabo nos revisan y nos corrigen, mejoramos los textos entre todas, aprendemos y nos hacemos mejores, y eso lo cosechan las editoriales, como tiene que ser. Si después las editoras de mesa se pelean por conseguir hueco en nuestro calendario del año, pues, vida mía, asegúratelo pagándome como tiene que ser. Invierte, alma de cántaro.

Inga Pellisa: Las de mi generación les debemos mucho a las pioneras de ACE Traductores, porque fueron ellas las que consiguieron que nos reconocieran como autoras de obra derivada, que percibiéramos derechos de autor y nuestro nombre constara por ley en los créditos. Pero hay que decir que ahí nos hicieron un dos por uno que ha traído muchas complicaciones. El primero que me sacó el tema, debo decir, fue Unai Velasco, y yo había caído tan de lleno que al principio ni siquiera lo entendí. Me explico: las traductoras cobramos a peso –tantos caracteres de texto, tantos euros–, pero ese importe es un adelanto a cuenta de los derechos de autor que genere el libro. Solo cuando se venden suficientes ejemplares para cubrir el adelanto empezamos a cobrar royalties. Y eso ocurre prácticamente nunca; solo cuando el libro vende muchos miles de ejemplares. Así que podríamos decir que nuestros ingresos salen casi en exclusiva de la tarifa que consigamos para cada libro. ¿Por qué los músicos, los guionistas y los traductores audiovisuales cobran royalties desde el primer visionado o escucha y nosotros no? Pues ni idea, pero es una anomalía que solo encontramos en el mundo editorial.

¿Cuál es la relación de sus ingresos con el coste de la vida?

Rita da Costa: Inversamente proporcional, si tenemos en cuenta que las tarifas bajaron con la crisis de 2008 (y eso que ya entonces era difícil vivir de la traducción editorial) y en términos generales apenas se han movido, desde luego no de forma equiparable al coste de la vida, que en los últimos 20 años y en Cataluña (donde resido), ha subido un 57,5% según el INE. Tengo en mis manos un contrato de traducción del año 2003, y constato que entonces cobré 13 euros la página (tarifa que muchas editoriales siguen ofreciendo hoy sin ruborizarse) por traducir una novela para un gran grupo editorial. Hoy, después de 25 años de oficio y constante batallar –y gracias en buena medida al esfuerzo colectivo de asociaciones como ACE Traductores–, me muevo en una horquilla de entre 15 y 16,75 euros por página, de las más altas del sector. Sin embargo, eso supone de media un aumento del 23% en veinte años, frente al 57% que ha subido IPC. En ese mismo período, el salario medio en España creció en torno al 46%. Recordemos, además, que los traductores editoriales somos trabajadores autónomos y, a diferencia de otros sectores más regulados, no podemos negociar colectivamente nuestras condiciones laborales, sino que, en virtud (es un decir) de la ley de la competencia, que nos trata a efectos prácticos como empresarios, sólo podemos negociar a título individual con poderosas multinacionales.

Julia Osuna: Mi relación es que en los 17 años que llevo trabajando he subido algo las tarifas, pidiéndolo con esta boquita una y otra vez, no porque me las hayan subido motu proprio a pesar de trabajar años con las mismas empresas y cumplir siempre, y también porque he ido buscando yo otras editoriales que pagaran más. Pero la realidad es que lo que haya podido subir se lo ha comido las subidas del IPC y mi poder adquisitivo se ha ido a la mierda, a pesar de que ahora puedo aportar mucho más como traductora. Para que os hagáis una idea, hace poco le pedí un aumento a un editor porque iba a cobrar la misma tarifa que cobré en 2016 por hacer a la misma autora y me subió un total de medio euro por página, lo que en un libro de 400 páginas y casi tres meses de trabajo (porque además es difícil) supone 200 euros. Cuidao, vaya a comprar leche ecológica…

Inga Pellisa: La relación es… problemática. Cuando trabajaba como editora, hará quince años, uno podía entrar en la página de ACE Traductores y encontrar unas tarifas mínimas de referencia para cada par de lenguas. Era una simple guía, pero ahora no tenemos permitido ni eso. Tampoco mencionar cifras en nuestros manifiestos: nada que se pueda entender mínimamente como una recomendación. Alguna asociación, de hecho, ha tenido que hacer frente a multas porque sus socios habían compartido información sobre tarifas y eso, por lo visto, violaba la ley de defensa de la competencia. Estamos en una situación de vulnerabilidad total, obligadas a hacer frente a una inflación tremenda cada una por sus propios medios, sin la posibilidad de fundar un sindicato ni acogernos a un convenio colectivo y renegociando nuestras condiciones encargo tras encargo. Es posible que mucha gente tenga una visión glamurizada de nuestra labor y que, cuando reivindicamos una mejora de las tarifas, no entienda la situación tan precaria en la que nos encontramos. Como decía Carlota Gurt en un artículo reciente, en los últimos años las tarifas están atrapadas en la barrera de los 13-15 euros. Ya he dicho antes que no todo el tiempo que pasamos sentadas en el ordenador lo dedicamos a teclear, así que para alcanzar con tarifas como esas un sueldo equivalente al SMI y pagar la cuota de autónomos, es decir, para facturar un bruto anual de 20.000 euros, que es lo que percibe entre nóminas y cotizaciones a la Seguridad Social un asalariado, tenemos que traducir a un ritmo de aproximadamente 15.000 caracteres al día, todos los días laborables del año que dediquemos exclusivamente a traducir, empalmando un encargo con otro, sin parones voluntarios o involuntarios. Si queremos cosas tan burguesas como disfrutar de vacaciones, pillar algún que otro festivo, ahorrar un poco para no pasar nervios cuando tardan medio año en abonarnos una factura, pagar el coste de calefactor en invierno, de un ordenador nuevo cuando el nuestro dice basta, o de un gestor que nos haga la declaración de la renta (la Agencia Tributaria no da cita a los autónomos); esto es, lo mismo que un asalariado SMI, pero asumiendo los gastos mínimos de nuestra actividad y sin derecho real a prestaciones de desempleo, podemos plantarnos perfectamente en los 20.000 caracteres al día, unas 11 o 12 páginas, que, dependiendo del libro, empieza a ser complicado o directamente inasumible. No creo que mis compañeras, Julia, Rita (y Victoria Alonso), todas ellas nominadas al premio Esther Benítez de este año, hayan traducido los libros finalistas a ese ritmo. Y también cabría preguntarse por qué escoger para estos cálculos el SMI y no el sueldo que tienen en el convenio colectivo estatal de editoriales puestos como el de redactor o técnico editorial. La categoría más baja, que es la de auxiliar técnico editorial, tiene un sueldo bruto más cotizaciones de, si no me equivoco, unos 25.000 euros. ¿Traduciendo solo libros con jornadas racionales? Un unicornio.

Entonces, ¿cómo conseguimos ir tirando? Pues, como decía antes, haciéndonos trampas al solitario: trabajando todos los días, demasiadas horas, fines de semana incluidos, llevándonos el portátil de «vacaciones», cotizando por la base mínima que nos permitan, futura miseria para nuestra jubilación, y todo eso solo para llegar a igualar las condiciones de un trabajador con el SMI, sin posibilidades de ir mejorando año tras año más que mínimamente y a costa de muchos tira y afloja. Creo que no hace falta decir que, con tantos condicionantes, son muchas las traductoras que no llegan a tener siquiera estas condiciones, en particular si topan con editoriales que ofrecen tarifas todavía más bajas.

¿Cómo han ido evolucionando sus tarifas?

Rita da Costa: A los datos anteriores me remito. Aun cobrando tarifas superiores a la media, ya no puedo vivir exclusivamente de traducir libros, sino que debo complementar esos ingresos con otro tipo de traducciones mejor remuneradas (si las encuentro), a menudo a costa de trabajar los fines de semana y hacer largas jornadas, porque otro de los rasgos de la actual dinámica editorial es que los plazos son cada vez más cortos e inamovibles, por lo que se hace difícil compaginar la traducción de libros con otras más rentables. A esto hay que añadir que, cuanto más cobra un traductor, por lo general, más difíciles son los encargos que le llegan, y la dificultad de un libro se refleja en horas de trabajo, con lo cual, a la larga, puede salir más a cuenta traducir libros «fáciles» por una tarifa baja que libros «difíciles» por una tarifa alta.

Pero traduzcamos (nunca mejor dicho) todo esto a cifras concretas, para que los lectores se hagan una idea: una novela de 300 páginas y dificultad media puede suponerme fácilmente dos meses y medio de trabajo. Supongamos que me pagan una de las tarifas más altas del sector, 16,00 € la página. Una vez deducido el IRPF y las cuotas de autónomos correspondientes, me quedará un sueldo neto de 1.325,60 € mensuales (no es una estimación hipotética, tengo delante un Excel que seguramente me valdría para convalidar primero de Contabilidad), y eso cobrando una de las mejores tarifas del mercado. Ah, y nada de pagas extra ni vacaciones pagadas, salvo que vayas apartando una parte de ese magro sueldo todos los meses para compensar los períodos de inactividad voluntaria o impuesta.

Inga Pellisa: Solo trabajo con una editorial que actualice las tarifas anualmente; en el resto, es posible que la subida en los últimos diez años haya sido, de media, de un diez por ciento total. Pero, ojo, hablo de mis tarifas, no de las tarifas que se ofrecen en general, que están absolutamente estancadas. He conseguido compensar una ínfima parte de la inflación, sin dejar de trabajar (y me doy con un canto en los dientes), en una franja de edad en la que supuestamente debería haberme hecho definitivamente adulta. Sé que no estoy sola; se supone que mi generación es la última que ha conocido alguna clase de bonanza, pero yo, la verdad, ya no me acuerdo. Creo que nos hemos comido las mismas crisis a una edad que nos deja cada vez menos margen de mejora, como les pasó a nuestros padres, fantasías piso-coche-trabajofijo aparte.

¿Considera una recompensa ver su nombre escrito en la portada de un libro?

Rita da Costa: En absoluto. Lo considero de justicia. Igual que espero ver el nombre del intérprete en la portada si compro un disco de los conciertos de Rachmaninov.

Julia Osuna: No, ahí es donde tiene que estar, como autora que soy y para que los lectores tengan todos los datos de quien ha escrito el libro sin tener que irse a la página de créditos. Antes me hacía ilusión, más que nada por mi gente, porque me vieran ahí, pero los sinsabores del oficio hacen que pierda la gracia, le quita el brilli-brilli, una lástima… Ya estoy curada de entusiasmo, gracias, Remedios Zafra.

Inga Pellisa: Sí, y también cuando se nos menciona en las reseñas. Ahí ha ayudado mucho la campaña #citaaltraductor, por ejemplo. No es casualidad que tengan esa iniciativa editoriales y críticos que tienden a valorar especialmente nuestro trabajo. Siempre habrá alguien que se suba al carro para hacer un poco de social washing, pero qué le vamos a hacer.

¿Cómo calificaría su relación con el resto de los desempeños editoriales: autores, editores, correctores?

Rita da Costa: En el caso de los autores, siempre que les he escrito para resolver alguna duda o los he conocido en persona, he tenido con ellos una relación cordial y respetuosa. En el caso de los editores en general y en particular los editores de mesa –editoras, en su mayoría–, suele haber una gran complicidad: son quizá quienes más y mejor aprecian el valor del traductor editorial en la cadena del libro. En cuanto a los correctores, he tenido experiencias que van de la indignación máxima a la gratitud eterna. La precarización a la que se ven sometidos es comparable a la nuestra o incluso peor, y eso se nota en el grado de preparación de quienes revisan las traducciones. Pero justo es reconocer que un buen corrector –de nuevo, correctoras en su mayoría– es una bendición: pilla al vuelo cosas que el traductor no puede porque está demasiado pegado al original. Son un eslabón fundamental de la cadena de producción editorial.

Julia Osuna: De pobre porque me encantaría tener una relación mucho más cercana y humana. Es verdad que el teletrabajo no ayuda en eso, pero también he procurado siempre poner cara y cuerpo a la gente con la que trabajo en el día a día, hace que todo sea mucho más flexible y empático. Con los autores tenemos cada vez menos relación por culpa de tanto intermediario, tantas agencias. Y luego me llevo muy bien con las editoras de mesa y las revisoras, en general, porque somos las que nos adentramos juntas en el barro de los textos y somos igual de friquis y nos gusta discutir sobre una palabra y otra. Es muy satisfactorio ese intercambio y es una pena que cada vez haya menos tiempo para eso porque, claro, libros, libros, más libros, parafraseando a Cortocircuito, o a los Hermanos Marx si me apuras…

Inga Pellisa: Cuando no hablamos de dinero, estupenda. Trabajo con editores pequeñitos para los que cada proyecto es una apuesta personal importantísima, y también con editores de mesa de grandes grupos que le ponen muchísimo amor a su trabajo, y debo decir que son muy pocos los casos en los que no me haya sentido bien tratada. Al final, los traductores siempre tratamos con la gente que trabaja a pie de texto, y esa suele ser buena gente.

¿Conoce casos de colegas que trabajan en peores condiciones que las suyas?

Rita da Costa: Por supuesto, y no sólo traductores jóvenes. Sé de excelentes colegas con experiencia y oficio que han abandonado la profesión porque se han cansado de vivir en una situación de perpetua y creciente precariedad. Por eso es tan importante ir hacia fórmulas que hagan posible la negociación colectiva, ya sea luchando por una exención de la ley de competencia (algo que se ha logrado en Alemania, por ejemplo) o a través de la sindicalización de las asociaciones de traductores. Como reivindica el manifiesto de ACE Traductores, urge compensar nuestra endémica pérdida de poder adquisitivo subiendo las tarifas en proporción al coste de la vida y actualizándolas anualmente en función del IPC. También habría que darle un repasito a la LPI, que 36 años después empieza a tirar de las sisas, para reformular aspectos patrimoniales y la más que previsible irrupción de la IA en el sector editorial (que daría para otra entrevista).

Julia Osuna: Siempre hay colegas que cobran menos, pero la triste realidad es que el intervalo de tarifas por las que nos movemos es muy pequeño y que esa diferencia no supone tanto en el cómputo total. Con esto quiero decir que sí, hay tarifas por las que no llegas a mileuristas, pero quizá con las tarifas más altas llegas por los pelos a milquinientourista o dosmileurista (traduciendo libros de géneros más fáciles), pero quítale luego el autónomos y quítale tu irpf del 7 o del 15… Y otro factor importante es que muchas veces puedes tener una tarifa «buena», pero que el libro sea un infierno (AKA “literario”) y acabes cobrando por debajo del mileurismo. Y es triste que esos libros “infierno” sean los libros que te dan un supuesto prestigio, muy una de cal y otra de arena y nada en la nevera, vaya…

Inga Pellisa: Sí, claro, a montones. Principiantes a los que ofrecen tarifas de risa, o que aún no tienen un flujo de trabajo continuo. Gente que se ha ganado el título de traductora prestigiosa y no le dan más que clásicos o futuros premios Nobel con una tarifa que no compensa la dificultad. Traductoras veteranas que no perciben derechos de autor porque sus contratos se firmaron en otra época. Siempre digo que se puede vivir bien si una no tiene que pagar vivienda, o muy poco; si no tiene a nadie que dependa económicamente de ella, y si puede compartir gastos con otra/s persona/s con ingresos serios y estables. Yo no tengo ni una casilla marcada: me he agarrado con uñas y dientes a Barcelona, tengo hijos y mi pareja también es traductor literario. Y, claro, no vivo bien.

¿Alguna vez ha pensado al ver imágenes de fiestas, premios y celebraciones editoriales: alguna de estas copas las estoy pagando yo?

Rita da Costa: Bah, ¿qué sería del mundillo literario sin un poco de glamour y oropel? Pero sí he sentido el impulso de abordar a los lectores en una librería para explicarles qué proporción de esos dieciséis o veinte euros que cuesta un libro va a parar a manos de quienes lo han hecho posible en primera instancia. Es a ellos –libreros y lectores– a quienes apelo: de ellos depende que nuestro trabajo se visibilice y dignifique.

Julia Osuna: A mí me encantaría que fuésemos todos de fiesta y venga premios y venga celebraciones porque la gente lee como loca, porque España ha subido mil puntos en los índices de lectura y se pudiera vivir mejor de la cultura y no simplemente sobrevivir. Pero entonces oigo como unas uñas por una pizarra y la fantasía de la fiesta se diluye y me viene a la cabeza que, cuando me niegan un aumento después de años de trabajo con la misma editorial, ni siquiera se paran a pensar que me están negando doscientos euros de diferencia en un trabajo especializado de casi tres meses… Y entonces ya no está una para farolillos, por decirlo fina y popularmente…

Inga Pellisa: Nosotras somos muy realistas. Sabemos perfectamente cómo funciona una empresa y cómo de bien tiene que ir todo para que nos llegue alguna migaja a nosotros, que somos el último mono. También te digo que nos gustan mucho los saraos, ¡y que a veces hasta nos invitan! Pero creo que no se entiende que la situación es tan urgente como para que muchas nos estemos planteando si podremos seguir trabajando de esto, y que la inversión necesaria para mejorarla es asumible para muchos editores que llevan años contando con esa partida congelada en sus escandallos para compensar los incrementos en las demás. #notallpublishers, lo sabemos, y creo que somos muchas las traductoras que apoyamos los proyectos que empiezan, pero sí muchos.

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