"Pablo Romero y Juan Lix Klett son poetas, traductores y codirectores de Aguacero Ediciones. En esta entrevista responden sobre la gestión de esta editorial. Hablan del catálogo como una declaración de principios, de los desafíos de editar desde los márgenes, del valor político de la poesía, y de cómo sostener una editorial en tiempos que parecen conspirar contra toda forma de delicadeza." Esto dice la bajada de la nota publicada por Daniel Medina, en La Gaceta, de Tucumán, el pasado 1 de junio
“Ser una editorial independiente es asumir la fragilidad como forma de resistencia”
Desde su fundación en 2018, Aguacero Ediciones ha demostrado que el gesto de hacer libros puede ser también un acto de resistencia, de cuidado y de fe. Nacida en un café de San Telmo pero con raíces profundamente norteñas, esta editorial independiente dirigida por los poetas y traductores tucumanos Pablo Romero (1999) y Juan Lix Klett (2005), se ha consolidado como un espacio que apuesta por lo que aún no tiene nombre: escrituras experimentales, voces incómodas, traducciones necesarias y una concepción de la poesía como cuerpo vivo en constante transformación.
En esta entrevista, Romero y Lix Klett comparten el pulso que los guía: editar no solo como oficio, sino como forma de estar en el mundo. Hablan del catálogo como una declaración de principios, de los desafíos de editar desde los márgenes, del valor político de la poesía, y de cómo sostener una editorial en tiempos que parecen conspirar contra toda forma de delicadeza. Lo hacen con la claridad de quienes creen, con terquedad y afecto, que cada libro puede ser una lluvia distinta.
—Pablo Romero: Aguacero Ediciones nació en 2018, en un café de San Telmo, durante una conversación con Enrique Solinas, en el marco del Festival Internacional de Poesía Joven. En ese momento, la idea surgió casi como un gesto intuitivo, una necesidad que venía gestándose desde hacía tiempo. Juan Lix Klett se sumó de lleno unos años más tarde, aportando su mirada y fortaleciendo el proyecto desde adentro. Las motivaciones, como suele ocurrir en estos casos, son múltiples. Por un lado, hay un impulso vital ligado a la propia historia: yo nací en Concepción, una ciudad del interior de Tucumán donde no había librerías, ni editoriales independientes, y solo un puesto de diarios suplía la necesidad de acceso a ciertos libros (que no eran muchos, ni bien editados, ni nuevos). Crecer en un lugar así deja una marca. En cierto modo, fundar Aguacero fue también una forma de responder a esa falta, de construir el espacio que yo mismo había necesitado. Por eso los primeros dos libros del catálogo fueron del poeta cordobés Alejandro Schmidt y la neoyorkina Margaret Randall. Pero también hubo (y sigue habiendo) una motivación estética y política: la necesidad de publicar libros que no encontraban lugar en los catálogos tradicionales. Aguacero nació del deseo de acompañar esas escrituras, de darles lugar, de leerlas con la atención que merecen. Publicar un libro nuevo es una manera de decir esto importa, aunque nadie lo sepa todavía.
—¿Qué significa para ustedes ser una "editorial independiente"?
—Ser una editorial independiente es asumir la fragilidad como forma de resistencia. Implica independencia económica, estética, política y conceptual. No se trata solo de publicar libros, sino de preguntarse qué clase de libros elige el mercado, qué voces quedan fuera cuando la literatura se convierte en mercancía, qué consigna y qué actos guían nuestro hacer literario. Editar, en este contexto, es un acto de cuidado y de riesgo: cuidar el gesto poético en su singularidad irrepetible, y arriesgarse a sostener proyectos que no prometen rentabilidad absoluta, pero sí coherencia, convicción y sentido.
—¿Cómo definirías el perfil del catálogo de Aguacero en términos de estilo, autores y temáticas?
—Nos interesa una literatura que no se conforma con el poema como un objeto cerrado o decorativo, sino que lo concibe como un cuerpo vivo, en transformación constante. En ese sentido, trabajamos con autorxs que exploran los márgenes del lenguaje: que tensionan la sintaxis, alteran el ritmo, juegan con la disposición gráfica del texto, o incorporan otros lenguajes, no como adorno, sino como parte esencial de su poética. En un contexto marcado por la fragmentación, la saturación y la incertidumbre, la descomposición formal que aparece en autores de nuestro catálogo (como Carmen Berenguer, Luciana García Barraza o Vicente Huidobro) no es un gesto caprichoso: es una forma de habitar la complejidad, de devolverle a la poesía su potencia interrogativa.
—Buscamos textos desafiantes, que sean capaces de provocar un extrañamiento, de interrumpir la percepción automática del mundo y del lenguaje. Es decir, escritos que desacomoden, que no repitan fórmulas, que nos obliguen a mirar de nuevo lo que creíamos ya conocido. No hay un criterio único de selección porque todos los textos que editamos tienen desafíos muy íntimos y particulares. En definitiva, elegimos libros que nos hacen ver el lenguaje como si fuera la primera vez. Porque creemos que esa es una de las funciones más poderosas de la poesía: hacernos tropezar con las palabras para poder volver a habitarlas. Evaluamos la originalidad, el trabajo con el lenguaje y el riesgo estético.
—¿Qué lugar creés que ocupa Aguacero dentro del ecosistema editorial argentino y en el de Tucumán?
—Aguacero dialoga con otras editoriales que comparten una sensibilidad por lo experimental, por lo que se sale de la norma, por lo que todavía no tiene nombre. Nos sentimos parte de una red que, aunque fragmentaria, está tejida por el deseo de sostener otro modo de hacer libros: más cercano, más cuidadoso, más crítico. Sabemos que el trabajo con lo local es super importante y necesario, pero entendemos también que el diálogo no pasa por las etiquetas geográficas, sino por una forma de entender la poesía como exploración y como riesgo. Tenemos en nuestro catálogo autores del NOA, pero también de Córdoba, Buenos Aires, Chile, España, Nueva Zelanda y Estados Unidos. Las editoriales independientes, muchas veces, son el territorio de lo inédito: descubren, arriesgan, acompañan procesos largos, trabajan con autores cuando su voz todavía no fue legitimada ni absorbida por el mercado. Apostamos por voces en las que creemos. La edición independiente es una forma hermosa de la fe.
—Editar no es un trámite técnico ni una instancia secundaria: es una forma de lectura atenta, amorosa y comprometida. Creemos que todo libro merece un acompañamiento riguroso, que escuche su singularidad y trabaje para potenciar el estilo sin forzarlo. A pesar de que ambos editores somos poetas, no buscamos imponer nuestra mirada ni intervenir desde nuestras propias escrituras. Muy por el contrario, entendemos que cada voz tiene su respiración, su lógica interna, su modo particular de quebrar o construir sentido. Nuestro rol, entonces, es el de iluminar zonas posibles, sugerir afinidades, proponer preguntas, afinar la forma sin desdibujar el gesto original. Confiamos en el trabajo compartido, en el ida y vuelta entre autor y editor, en la conversación como motor del proceso. Aunque exista una idea de que la escritura nace en la soledad, creemos que el libro es siempre un objeto colectivo: el resultado de una red de cuidados, decisiones, intuiciones y lecturas. No buscamos corregir errores, sino acompañar una poética hasta que encuentre su forma más precisa y viva.
—¿Cuáles son los principales desafíos que enfrentan como editorial hoy en día?
—Juan Lix Klett: Los desafíos que enfrentamos hoy en día son múltiples y, en muchos casos, estructurales. El primero y más evidente es el económico: sostener un proyecto editorial sin financiamiento externo, con recursos limitados y en un contexto de crisis constante, nos obliga a repensar constantemente nuestras estrategias de producción y distribución. No se trata solo de publicarlos, sino de encontrar formas sostenibles de hacerlos circular. A esto se suma la concentración del mercado editorial, dominado por grandes grupos que monopolizan la visibilidad, la distribución y el acceso a librerías. En ese escenario, entrar —o mantenerse— como editorial independiente requiere ingenio, constancia y una enorme dedicación. Competimos con gusto, porque creemos en lo que hacemos y sabemos que hay lectorxs que buscan otras voces, otros ritmos, otras formas de pensar. No editamos para ocupar un nicho ni para complacer a un público, sino para proponer un catálogo que dialogue críticamente con su tiempo. Y lo hacemos con una convicción clara: que editar también es una forma de intervenir en el presente, de construir comunidad y de ofrecer herramientas simbólicas que hoy son más necesarias que nunca. Una de las mayores dificultades también está el desafío de tiempo y energía: llevamos adelante este trabajo a la par de otros empleos y estudios. Seguimos editando a pesar de todo porque para nosotros hacer libros no es solo una tarea, sino una forma de estar en el mundo.
—¿Qué lugar ocupa la poesía en su catálogo, considerando que muchas editoriales la relegan por razones comerciales?
—Sabemos que muchas editoriales grandes evitan la poesía porque “no es rentable”. Pero para nosotros, su aparente inutilidad económica es justamente lo que la vuelve necesaria. La poesía interrumpe, desorganiza, incomoda. No ofrece soluciones rápidas ni respuestas cerradas. Y, sin embargo, ahí está su potencia: en el modo en que produce fisuras, desplazamientos, nuevos modos de decir lo que no se puede decir de otra manera. Desde el gobierno nacional se han impulsado debates sobre el valor de la cultura vinculándolo estrechamente a su capacidad de generar ganancias económicas. Esta mirada mercantil, que pretende medir la cultura en términos de rentabilidad y retorno financiero, plantea un enorme desafío para proyectos como Aguacero, para las editoriales independientes y para la poesía misma.Cuando la cultura se reduce a un bien de consumo —a un producto que debe justificar su existencia por las ganancias que genera— se pierde de vista su dimensión esencial: la cultura es un espacio de pensamiento, de experimentación y de disidencia. La poesía, en particular, se vuelve un territorio incómodo para esa lógica porque no siempre produce resultados inmediatos ni cuantificables. Su valor está en la capacidad de abrir sentidos, de provocar preguntas, de crear nuevas formas de sensibilidad redes afectivas y de pensamiento, muchas veces más allá del beneficio económico. No se trata de rechazar la profesionalización ni la sustentabilidad económica (que son muy importantes) sino de reclamar que la cultura, y en particular la poesía, aportan al tejido social, emocional e intelectual. Muchas veces ese valor no se refleja inmediatamente porque la literatura es una apuesta al futuro.
—¿Qué tipo de lector imaginan cuando publican un nuevo título?
—No imaginamos un lector ideal, pero sí intuimos una sensibilidad posible. Pensamos en alguien que no busca respuestas inmediatas, que no teme a los textos que exigen una lectura activa, que se deja interpelar por lo fragmentario, lo inestable, lo extraño. Pensamos en un lector que no espera que el libro le confirme lo que ya sabe, sino que lo empuje a hacerse nuevas preguntas, a indagar y apostar por ese tejido común que es la literatura
—¿Cómo perciben el vínculo con sus lectores? ¿Participan en ferias, clubes de lectura, presentaciones?
—Percibimos el vínculo con nuestrxs lectorxs como algo afectivo y horizontal. No hablamos de un público distante, sino de una comunidad que se forma alrededor de los libros y que, muchas veces, se involucra activamente en su circulación, recomendación y lectura. La recepción, hasta ahora, ha sido muy buena, incluso en contextos difíciles. Sentimos que hay un deseo genuino de leer poesía, de descubrir nuevas voces, de pensar el consumo literario como algo imprescindible más allá de las lógicas de lo rentable . Amamos las ferias porque en esos espacios encontramos todas estas motivaciones, deseo y fuerza para seguir editando.
—¿Qué rol tienen hoy las redes sociales para una editorial como la suya?
—Somos conscientes de las limitaciones y tensiones que implica ese espacio: la velocidad, la superficialidad y las lógicas algorítmicas muchas veces chocan con la naturaleza de la poesía que publicamos. Por eso intentamos usar las redes como un territorio para crear encuentros genuinos, conversaciones cuidadas, y para compartir no solo los libros, sino también procesos, reflexiones y debates que acompañan nuestro trabajo.
—¿Qué planes tienen para el futuro cercano de Aguacero? ¿Hay algún proyecto especial en camino?
—En julio vamos a relanzar, junto a la Fundación para el Arte Contemporáneo de Tucumán (FACT) el Premio Aguacero de Poesía Joven para poetas de hasta 35 años residentes en el país. También estamos a punto de abrir una colección de Narrativa Clásica traducida desde el Noroeste, con obras de Lewis Carroll, Sheridan Le Fanu, Oscar Wilde y Mary Shelley. En los próximos meses lanzaremos obras increíbles como Bizarría, el primer libro de Claudia Masin que nunca ha sido reeditado hasta ahora, y la obra de dos jóvenes poetas tucumanos, Valentín Cantón y Lisandro Esteban, que retratan la contemporaneidad y Tucumán con una mirada disruptiva, moderna y refrescante.
—¿Qué consejo le darías a alguien que quiere fundar una editorial independiente hoy en Argentina?
—Que va a necesitar una mezcla de paciencia, terquedad, pasión y sentido colectivo. Que hay que aprender a gestionar la frustración, a celebrar las pequeñas conquistas, y sobre todo a no perder de vista por qué se hace lo que se hace. Le diríamos que no tiene que hacerlo solo y que busque aliados, porque las editoriales se sostienen gracias a las redes afectivas, poéticas y políticas. Que se sumen a la trinchera. Que más, en este caso, es siempre mejor.
—¿Qué les gustaría que dijera alguien sobre Aguacero dentro de diez años?
—Que cada título que sacamos fue una lluvia distinta. Que resonaba. Que transformaba algo. Aunque fuera pequeño. Aunque fuera silencioso.
—Mencionaste que buscan especializarse en traducción. ¿Por qué esa apuesta en un contexto donde muchas editoriales pequeñas priorizan autores locales?
—Sabemos que muchas editoriales independientes, sobre todo en contextos tan adversos como el argentino, eligen priorizar autores locales, y con razón: hay una producción inmensa y urgente en nuestro territorio. Pero para nosotros la traducción no es una apuesta que se opone a lo local, sino una forma de diálogo. Hay autores y obras que han sido fundamentales para nuestra sensibilidad poética y que todavía no circulan en castellano, o lo hacen en versiones desactualizadas o poco fieles. Queremos hacernos cargo de esas deudas, de esos vacíos. Apostar por la traducción, para Aguacero, es seguir defendiendo una literatura que se anima a lo complejo, a lo extraño, a lo necesario; y un aporte fundamental para la literatura del NOA.
—En estos cinco años de trabajo editorial, nuestro catálogo fue delineando de manera orgánica una línea estética que reflexiona sobre el arte, el rol de la cultura y la experiencia contemporánea. La elección de los títulos a traducir responde a esa misma sensibilidad: buscamos textos que dialoguen con nuestras inquietudes políticas, poéticas y editoriales. Por ejemplo, el año pasado publicamos Calamus, de Walt Whitman, en edición bilingüe. Es un libro que sentimos necesario rescatar por muchas razones: pone en el centro nociones como el amor entre los hombres, comunidad, democracia y camaradería, en un momento histórico en el que esos valores parecen estar en jaque. Actualmente estamos trabajando con la obra de Sheridan Le Fanu. Buscamos rescatar una tradición literaria fundacional del relato de horror, a menudo eclipsada por Poe o Bram Stocker. Su obra ya anticipa muchas de las tensiones del gótico moderno, desde la figura del vampiro como símbolo de lo reprimido hasta la ambigüedad sexual como amenaza latente. Traducirlo hoy no solo implica recuperar una voz clave del siglo XIX, sino también revisitar desde otro lugar los cimientos del imaginario vampírico. Al momento de elegir qué traducir, no nos interesa solo el prestigio de una obra o de su autor, sino la potencia que esa voz todavía puede tener en el presente. Buscamos obras que resistan el paso del tiempo no por su consagración, sino por su capacidad de seguir diciendo algo incómodo, verdadero o transformador. Y también creemos que aún nos queda mucho por aprender de los clásicos, sobre todo si los leemos con ojos nuevos, desde acá, desde este norte que también traduce.
—¿Qué desafíos implica traducir poesía, un género tan intraducible en muchos aspectos?
—Leopoldo María Panero dice que el traductor es un super lector. Aceptar que las equivalencias idiomáticas son imposibles es parte de nuestro trabajo en el lenguaje. En la traducción, absolutamente todo es un desafío. Y las soluciones son infinitas e imposibles en igual medida.
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