lunes, 16 de junio de 2025

"No controla el lenguaje, solo recoge los significados, como quien cosecha"

En su columna del pasado 15 de junio, en el diario Perfil, de Buenos Aires, el escritor y traductor Guillermo Piro (foto) reflexiona sobre un problema que suelen traer los diccionarios, pero en el cual el de la Real Academia es campeón

De judíos, suecos y borrachos

Un borracho busca un manojo de llaves bajo la luz de un farol en la calle. Un transeúnte se acerca para ayudarlo y lo acompaña en la pesquisa, pero al no dar con las llaves le pregunta al borracho: “¿Está seguro de que las perdió acá?”, y el borracho responde: “No las perdí acá, las perdí en la otra cuadra, pero busco aquí porque hay más luz”. El chiste no resultaría tan amargo si no fuera porque hay gente que se comporta igual que el borracho, buscando soluciones donde las soluciones no están.


En septiembre de 2024 un juez argentino hizo un pedido insólito a la RAE (Real Academia Española): suprimir del Diccionario de la lengua española la definición de la palabra “judío” como “persona avariciosa y usurera”, alegando que tal definición configura “un discurso de odio que incita a la discriminación por motivos religiosos” y ofende a la dignidad humana. El pedido del juez roza la extravagancia o la estupidez, depende de cómo se lo mire, como puede resultar extravagante o estúpido el borracho que busca las llaves no donde las perdió, sino donde hay más luz. El diccionario (cualquier diccionario) no hace más que dar cuenta de las distintas acepciones que una palabra puede tener. El diccionario no opina: es como el agua, no tiene opiniones. No controla el lenguaje, solo recoge los significados, como quien cosecha. Arturo Pérez-Reverte, miembro de la RAE, define bien su labor: “El Diccionario de la RAE no es la policía normativa del lenguaje, sino el notario que levanta acta de cómo se utilizó y cómo se utiliza ahora el lenguaje”. En resumen: la RAE está después del lenguaje, no antes. No establece los significados, simplemente hace acopio de ellos.

Emulando al juez argentino, la embajada de Suecia en España acaba de lanzar una campaña tendiente a cambiar el significado a la expresión “hacerse el sueco”, expresión que alude a fingir que no se entiende o no se sabe para evitar responsabilidad o compromiso, y que probablemente tiene su origen en los marineros suecos que visitaban la península y no entendían una palabra de los que se les decía. Bien mirado, alguien que simula no entender lo que se le dice de algún modo imita a esos marineros (la expresión está emparentada con “hacer oídos de mercader”, cuyo significado sería el mismo que la expresión “hacerse el sueco”).

El embajador sueco en España, Per-Arne Hjelmborn opina que “hacerse el sueco” debería significar “sumarse a la transformación global necesaria para crear un futuro mejor para todos”. Un poco en broma, un poco en serio, han lanzado una campaña, apoyada por empresas suecas conocidas como Ikea, Ericsson, Scania y Volvo, para cambiar el significado de la expresión, como si las expresiones pudieran cambiarse así, simplemente pidiéndolo, o exigiéndolo, como en el caso del juez argentino.

Per-Arne Hjelmborn lanzó una petición a la RAE, como si la RAE pudiera falsear el significado de una expresión. Una propuesta que recuerda un poco al Humphrey Borgart de No somos ángeles, que al descubrir que los libros contables de un tendero no dan los resultados esperables se frota las manos y comienza a intervenirlos para hacer que tengan un aspecto más conveniente. Desconozco cuál sería el mecanismo para cambiar el significado de una palabra, pero sé que la solución no es pedírselo a la RAE. Con suerte, disponiendo de los suficientes satélites esparcidos por España que enarbolen el nuevo significado deseado, dentro de trescientos o cuatrocientos años los suecos se saldrán con la suya. Aunque tal vez hagan falta mil años.

Nunca está de más recordar el “Nocturno” de Rafael Aberti, que comienza diciendo: “Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre/ se escucha que transita solamente la rabia,/ que en los tuétanos tiembla despabilando el odio/ y en las médulas arde continua la venganza,/ las palabras entonces no sirven: son palabras.”

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