"Gran parte de lo que está mal con las grandes editoriales no es culpa de los editores, el departamento de marketing manda"
Desde hace más de ochenta años, la editorial New Directions está a la vanguardia en el mercado literario norteamericano con la publicación de poesía y ficción en inglés pero, ante todo, con las traducciones de la mejor literatura mundial.
Fundada en 1936 por el elegante y millonario poeta James Laughlin, amante de la literatura modernista y amigo de escritores de la talla de Ezra Pound, Gertrude Stein y Williams Carlos Williams, esta casa editorial cambió radicalmente el modo de leer en Estados Unidos. Jorge Luis Borges, W. G. Sebald, Elías Canetti, Robert Walser, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Roberto Bolaño, Clarice Lispector y cientos de autores de distintas partes del mundo llegaron a mediados del siglo pasado y desde entonces a los lectores angloparlantes gracias a la visión, el riesgo y la experimentación de James Laughlin (JL, como lo llama nuestra entrevistada).
Barbara Epler es la actual presidenta y directora editorial de la neoyorquina New Directions y estuvo en Marrakech para la entrega del Prix Formentor 2024 al escritor húngaro László Krasznahorkai, como su editora en inglés. Aprovechamos una pausa en el mediodía marroquí para conversar sobre libros, traducciones, gustos y riesgos del mundo editorial estadounidense y de las posibilidades de mantener el legado y la misión de un hombre que avanzó más allá de lo seguro y apostó por una literatura universalista.
Editar libros es un arte repleto de desafíos y cada fragmento de mundo aporta los propios. ¿Cómo se moldea un público lector? ¿Cómo se instalan autores cuyos nombres parecen impronunciables? ¿Cómo se atraviesa el umbral de la aldea cerrada hacia el vasto universo? Algunas de estas respuestas están en el catálogo de New Directions, una editorial relativamente pequeña centrada principalmente en literatura traducida, poesía y ficción no convencional.
–Me gustaría empezar a conversar acerca de tu historia y cómo has llegado al mundo de la edición. Estudiaste en Harvard, ¿verdad?
–Sí, estudié en Harvard. Hace mucho tiempo, ya.
–¿Cómo fue tu formación?
–Hice Historia de la literatura americana y británica del siglo XX porque soy muy mala con otros idiomas. Estudié francés cinco años durante la escuela secundaria pero yo era horrible. ¡Horrible! Así que es bastante gracioso que tenga este trabajo, es como una comedia. Nosotros, en New Directions, editamos mucha poesía en inglés y, también, algo de excelente ficción, no son solo traducciones. Pero claro, la ficción traducida es alrededor del ochenta por ciento de lo que publicamos.
–Ochenta por ciento, ¡es un montón!
–Sí, y es divertido.
–Cuando estabas en la universidad, ¿qué imaginabas hacer en el futuro?, ¿qué proyectabas para tu vida profesional?
–Mis padres enseñaban en la escuela secundaria, eran profesores y eso es lo que yo imaginaba ser. Iba a una de esas universidades que eran una especie de fiesta para los estudiantes; era divertida y no competías, al menos si estabas en humanidades, y todos te trataban con amabilidad o de forma muy sutil. Me imagino que si hubiera estudiado medicina o negocios, tal vez hubiera sido diferente, pero nada de eso era así entonces para mí. Y comencé a realizar cursos de posgrado porque pensé que eso era lo que iba a hacer: enseñar literatura. Esos cursos fueron grandes errores (risas). ¡Fueron realmente malos! Eran muy básicos y te daban una visión general de la historia de Estados Unidos… Aunque también es cierto que mis profesores eran muy dulces y querían reunirse conmigo para que me quedara, eran muy agradables, en particular David Herbert Donald, un sureño de edad avanzada, un hombre muy pequeño. Recuerdo que se paró en uno de esos grandes anfiteatros elegantes, miró hacia arriba y vio que todos eran, en su mayoría, de clase media, unos niños mimados. Nos miró a todos y nos dijo «siento lástima por todos ustedes». Fue genial y me gustó desde ese momento porque, a su manera, era una especie de comediante y también un hombre muy dulce. Así que nos dijo «lo siento por ustedes» (risas).
–Y después de aquello, ¿cómo fue que llegaste a New Directions?
–Yo quería quedarme a vivir allí y no regresar a Columbia con mis padres. Eran los primeros años de los ochenta —me gradué en el 84— y la ciudad era bastante peligrosa. Mis padres buscaban algo más seguro y estable, pero yo siempre había soñado con vivir en Nueva York, así que les dije: «voy a hacerlo». Sabía que nunca iba a volver y que se enojarían mucho, así que pensé que necesitaría un trabajo, algo como ser editora. No tenía idea de lo que implicaba, pero en la universidad leía una revista literaria y pensé que sería fácil. «Sí, es un trabajo sencillo», pensé, «¿qué dificultad puede haber para conseguir algo así?». Y en aquella época, no sé si los hombres pasaban por eso, pero las mujeres teníamos que saber escribir a máquina, y yo no tenía ni idea de cómo hacerlo (risas). En la escuela secundaria se ofrecían clases prácticas como economía doméstica o mecanografía, pero yo elegí otros talleres, y luego me encontré con que no podía conseguir trabajo, literalmente, porque no sabía mecanografiar. Así que, sin empleo, decidí escribir a mis editores favoritos, aquellos que publicaban los libros que yo leía. Envié cartas a varias editoriales, tanto grandes como pequeñas, pero ninguna me respondió. La única que lo hizo fue Griselda Ohannessian.
–¿Ella trabajaba en New Directions?
–Sí, era la directora. Así que, cuando le escribí, me respondió, y fue muy gracioso porque me envió una carta con una papelería de lo más anticuada. Era una página entera donde me decía que, como no tenía experiencia en edición, tendría que hacer un montón de tareas básicas, todo el trabajo de «cocina»…
–¿Trabajo de cocina?
–¡Sí! Y también: «tendrás que hacer fotocopias, ponerte muchos sombreros y contestar el teléfono». Así que leí esa carta larguísima y tan extraña, con su firma, Griselda Ohannessian —un nombre muy inusual en América, de origen armenio—, y pensé que debía de ser una broma. Dejé la carta de lado, pero luego hablé con mi madre, que me dijo que necesitaba el trabajo, así que, una semana después, llamé para preguntar si el puesto seguía disponible. Griselda me contestó: «¿Puedes venir esta tarde?». Yo vivía en el Lower East Side, y tuve que pedir prestada una blusa decente porque todo lo que tenía estaba sucio o no era presentable; en realidad, vivíamos como hippies. Fui y ella me recibió preguntando: «¿Qué te pareció mi carta?». «Horrible», le dije, y se echó a reír. Nos sentamos, conversamos, y todo resultó ser más sencillo de lo que parecía en su carta.
Pero aún faltaba la prueba de mecanografía, en una máquina eléctrica donde no podías equivocarte, y tenías quince minutos. Al rato, ella vino a ver y yo aún no había terminado; volvió diez minutos después y luego otra vez, pero la situación no mejoraba. Entonces, tomó el papel, lo dobló por la mitad y me dijo: «Está bien, ya hiciste la prueba. Vamos a conocer a todos». Me llevó a dar una vuelta por la oficina, luego me acompañó al ascensor, me explicó que estaban entrevistando a otros y que me llamaría la semana siguiente. Justo antes de que se cerrara la puerta, asomó la cabeza y dijo: «Tienes el trabajo». Esa no es la forma habitual de actuar de la gente; es que ella no era una persona común en absoluto, era una mujer excepcional.
–En ese momento ella era la editora pero también conociste a James Laughlin, el mítico dueño y fundador de la editorial. ¿Cómo era él?
–JL era un hombre excepcional, muy amable e increíblemente inteligente. Hay una historia sobre el día en que lo conocí. No todo el mundo lo sabía, aunque él era muy abierto al respecto: padecía una enfermedad mental, era bipolar, algo que se repetía mucho en su familia, donde hubo varios suicidios. Trabajó duramente, y es impresionante todo lo que logró. Como te decía, cuando lo conocí, él tomaba litio; era un hombre muy apuesto, alto, elegante, amable, pero algo distante. Luego cambió bastante. Tras tres años de trabajar allí, él ya era otro, muy diferente desde que descubrieron el Prozac. Empezó a tomarlo, y entonces era mucho más feliz; se convirtió en un hombre bromista.
–¿Él fue un jefe o una clase de mentor para ti?
–En realidad no era un jefe porque era Griselda quien llevaba las riendas. Él era el dueño y tomaba las decisiones finales.
–La historia de James Laughlin es muy interesante. Creó New Directions, también era poeta y amigo de grandes personalidades de la literatura, como Tennessee Williams.
–Sí, eran muy buenos amigos. Se conocieron antes de que Williams fuera famoso y luego su obra comenzó a ser publicada y sus libros se convirtieron en los más exitosos de nuestro catálogo.
–Incluso ahora, ¿no?
–Sí, prácticamente toda su obra. Bueno, todos los estudiantes de escuela secundaria en Estados Unidos tienen que leer en su último año Un tranvía llamado deseo, así que es el libro con el que podemos contar siempre porque se vende todo el tiempo. Se venden cientos de miles de ejemplares al año, así como de otros libros, Borges, por ejemplo, pero el que más se vende siempre es Tennessee Williams… Y hay otra cosa más sobre JL acerca de lo que me preguntabas sobre si era un mentor. Él murió cuando yo ya llevaba trece años en la editorial pero no lo veía todo el tiempo porque él no estaba mucho en Nueva York, lo que sí es cierto es que él tenía cierto instinto con lo que le gustaba, como por ejemplo cuando descubrió a W. G. Sebald.
–En The New Yorker hablan de New Directions como una casa editorial experimental. ¿Crees que es correcta esta caracterización? ¿Así la concibió Laughlin?
–Cuando JL era alumno en un internado, tuvo como mentor a Dudley Fitts, un profesor, crítico, poeta y traductor que estaba al tanto de la poesía moderna y conocía a figuras como Gertrude Stein y Ezra Pound. JL encontraba fascinante esta poesía. Luego fue a estudiar a Harvard, donde todo le pareció muy anticuado: no enseñaban a los poetas modernos, y así empezó a formarse en él la idea de que en Estados Unidos la literatura de vanguardia estaba desatendida. Finalmente dejó la universidad, viajó a Europa y estudió con Ezra Pound, lo que lo expuso a todo aquel mundo. Pound, al conocerlo, pensó: «Sí, es inteligente, pero no es un gran poeta» y le dijo algo como: «No se pueden hacer dos cosas útiles. Puedes asesinar al crítico del Saturday Post al que no le gustó tu trabajo, o puedes fundar una editorial con buenos escritores. Yo te conectaré con todos los nuevos». JL eligió la segunda opción y contaba con el dinero para hacerlo. Así, fundó su editorial con la misión de ser un foro para los experimentos literarios posibles en poesía y ficción.
En aquella época, Tennessee Williams era visto como radical —obras como El zoo de cristal o Un tranvía llamado deseo rompieron con el teatro rígido y esquemático de entonces. Arthur Miller, muy generoso, dijo sobre Tennessee: «Plantó la bandera de la belleza en las orillas del teatro comercial». Borges y Lorca eran considerados «freak shows» en su momento, pero ahora son parte del canon. JL quiso descubrir ese tipo de talento antes que nadie; admiró a Anne Carson desde muy temprano. Fue poco después de cambiar de medicación, cuando estaba particularmente entusiasmado por descubrir nuevos poetas. JL identificó a una nueva generación, imaginando lo que seguiría tras los poetas de ochenta o noventa años; lo vio antes que nadie.
–Has estado en New Directions durante cuarenta años y durante todo ese tiempo la editorial se puedo mantener cercana al espíritu independiente con el que fue creada. ¿Cómo has podido hacerlo?
–JL despreciaba las editoriales corporativas, pensaba que ese no era un lugar para escritores y redactó un testamento muy tempranamente, creo que en la década de 1970, en el que fijó las condiciones para la dirección editorial tras su muerte. Hizo un fideicomiso de propiedad cuyos términos eran nadar o hundirse: no podríamos comprarnos ni vendernos legalmente y estipuló que si fallábamos, si aún fallamos ahora, los empleados recibirían su salario por tres meses, las oficinas cerrarían y todos los derechos de autor serían devueltos a los autores. Él se aseguró de que seguiríamos con el espíritu inicial centrado en la experimentación y la novedad y lo seguimos haciendo. Es algo maravilloso aunque no sea exactamente igual. No siempre vamos a encontrar a un Borges pero aun así hay grandes escritores. ¡Están por todos lados! Pero son difíciles de encontrar, si puedes permitírtelo, y para eso tienes que ser rápido. Es difícil, pero es genial. Es divertido.
–Acerca de la literatura originalmente escrita es español, ustedes han publicado a Borges, Vila Matas, Javier Marías, García Lorca, Roberto Bolaño…
–Ya no. Bolaño ya no. El agente se ha ido.
–¿Por qué?
–Más dinero. Es así. Bueno, también tenemos a César Aira, a la poeta Alejandra Pizarnik, Fernando Vallejo, Fernanda Melchor, de México y Liliana Colanzi, de Bolivia… Son muchos y eso porque tenemos un poder secreto y es un gran traductor: Chris Andrews. Es un excelente traductor, muy inteligente, y ha realizado muchos estudios sobre traducción; ahora se ha retirado como profesor. Esto es genial porque siempre le estaba pidiendo que leyera cosas, y ahora recibe un pago trimestral, así que podemos enviarle tantos libros como queramos. Nos resulta muy útil, ya que recibimos muchos libros en español. El español es, después del inglés, el idioma más hablado en Estados Unidos, así que tenemos una gran audiencia de lectores. Nuestros traductores también leen y nos ayudan con recomendaciones de todas partes, y recibimos rutinariamente muestras de traducción, lo cual facilita el proceso. Sin embargo, hay que tener cuidado, ya que las traducciones de muestra no siempre son de buena calidad. Debes ser muy cuidadoso, pero también es un sistema excelente. Los agentes son muy activos, ¡son realmente audaces! A veces siento que me estoy perdiendo muchas oportunidades, ya que también necesitas un buen apoyo para gestionar las traducciones.
–Las traducciones son costosas. ¿Reciben apoyo?
–Recibimos apoyo de algunos gobiernos, y es necesario porque tenemos fines de lucro, también hay mucha gente hace muchas traducciones u otro modelo corporativo sin fines de lucro, pero nosotros no podemos. Necesitamos ganar dinero.
–¿Hay algún país latinoamericano con el que trabajan más cercanamente?
–Bueno, México. No tenemos autores venezolanos, por ejemplo, y trabajamos bien con Brasil. No es literatura en español pero trabajamos mucho con ellos porque hacemos todo lo de Clarice Lispector. Ella estuvo siempre en New Directions. Yo pensaba que nuestras traducciones eran buenas, pero hace unos diez o doce años, Benjamin Moser publicó una biografía sobre ella. Lo conocía como crítico, así que fui a la presentación de su libro, y él me invitó a tomar algo. Nos sentamos, y me dijo: «Tus traducciones de Clarice Lispector están todas mal, la simplifican; su escritura es radical y está realmente arruinada, puedo mostrártelo». En ese momento, me hizo una traducción del inicio de The Hour of the Star, mi libro favorito de ella, y me mostró la diferencia con las versiones que teníamos, hechas en los años setenta. Decidimos cambiar de traductor, y Clarice pasó de estar en el top 100 de nuestro catálogo al top 10. Ahora está en todas las librerías y ya no está limitada a ser leída solo en estudios universitarios.
–¿Cómo se conforma un público lector para un autor desconocido que no escribe en inglés?
–Con Clarice los lectores se emocionan con ella. (Susurra:) nuestra audiencia no es tan grande. Pero alguien como Clarice está en las ventas ahora entre las decenas de miles y no entre los cientos, entonces está llegando a todos estos lectores. Voy a decir una frase tonta, pero es verdad: muchos de nuestros escritores son escritores de escritores. Son personas con las que otros escritores se obsesionan y, por suerte, hablan mucho de lo que leen y eso va formando un público lector..
–¿Crees que New Directions ha contribuido a formar en Estados Unidos una comunidad de lectores de traducciones?
–Creo que somos simplemente una parte de algo más grande, que se ha ido desarrollando con el tiempo, en el sentido de que en el pasado había mucha menos traducción. Ahora hay muchas editoriales pequeñas y buenas que no existían en aquel entonces, cuando comenzó New Directions. Sí, las editoriales pequeñas son muy inteligentes y rápidas y las corporativas son lentas. En aquel primer momento fue única, en los años 40 y 50, era súper icónica y hasta había chistes al respecto: si quieres ligar con una chica seria, tienes que llevar contigo un libro de New Directions.
–¿Cómo ha cambiado el mundo de las traducciones desde que tú comenzaste hasta ahora?
–Muchísimo. Hay muchas más traducciones ahora, aunque la participación en el mercado no parece haber cambiado tanto. Según una especie de encuesta reciente, en Estados Unidos menos del 3% de los libros son traducidos, y, lamentablemente, ese porcentaje incluye manuales técnicos, libros que no son literatura, como manuales japoneses sobre cómo manejar computadoras japonesas o cosas similares, así que el porcentaje es muy bajo. Aun así, la aparición de pequeñas editoriales que hacen traducciones excelentes ha sido significativa, e incluso las grandes casas editoriales han empezado a notar que las traducciones pueden ser rentables. Gran parte de lo que falla en las editoriales grandes no es culpa de los editores; sé que en Estados Unidos hay editores muy inteligentes, pero el departamento de marketing manda y dice cosas como: «¿Cómo vamos a vender esto si ni siquiera podemos pronunciar el nombre del autor?». Es, literalmente, así. Sé que el cambio es real. Hace quince años, una compradora en Barnes & Noble llegó a decir públicamente: «No creo en la traducción», como si no tuvieras una Biblia en casa o nunca hubieras leído La guerra y la paz o Madame Bovary. Increíble. En todo caso, nuestros libros siempre han estado en los estantes: Borges estaba allí, Tennessee Williams estaba allí, Dylan Thomas estaba allí, y se vendían y se siguen vendiendo. Además, en distintas épocas, surgen tendencias, como la actual, que favorece a las escritoras japonesas.
–Te he escuchado decir en una entrevista que Estados Unidos tiende a ser parroquial y que por eso no se expande la literatura originalmente escrita en otros idiomas.
–Una parte importante del país, que es realmente importante, algo así como un diez por ciento de la gente, regularmente compra ficción. Sí, tal vez sea ese porcentaje y, de esa cantidad, una parte importante está interesada en aprender sobre el mundo. No hay muchos, pero son compradores habituales, compran muchos libros y están muy involucrados, incluso comprarán nuestros libros, ¡y tenemos tantos! Hay una estadística realmente espantosa, muy triste, y es la misma cantidad: el cincuenta por ciento de los estadounidenses no vota y el cincuenta por ciento de los estadounidenses no ha estado nunca en una librería. La mitad está fuera. Somos un país realmente jodido. Es muy triste, y que Trump sea considerado siquiera votable es increíble. Es como si me alegrara de que mi padres estuvieran muertos, morirían de nuevo si vieran así a su país. Eran verdaderos patriotas, demócratas, pero no eran de izquierdas ni nada por el estilo, simplemente creían en la Constitución. Es trágico, todo esto es trágico… De todos modos, aunque no es una gran cantidad de personas la que compra nuestros libros, es suficiente para que podamos seguir adelante. Es divertido y es algo que realmente funciona y ayuda.
–Hablando del arte y el oficio de editar libros, ¿cuál es la relación o el balance necesario entre los negocios y el gusto? Me refiero a tu gusto como editora.
–Nuestro gusto. Tanto el mío como el de mis colegas, que son increíbles y nos ha ido muy bien consiguiendo cazadores de trufas, yo los llamo así, o buscadores de conejos. Son personas jóvenes, tienen entre treinta y veinte años, que salen y algunos de ellos siempre traen a casa posibles conejos.
–¿Cuántas personas trabajan en la editorial?
–Ahora somos once personas y media, porque nuestro editor de poesía es un gran poeta lobo (solitario y autodidacta). Traduce y trabaja a partir de sus reseñas, pero vive en el mundo de la poesía y nos ayuda muchísimo. Amo a mis poetas. Aun así, tenemos que asegurarnos de que lo que queremos lo tengamos. No cavamos demasiados hoyos, pero tampoco queremos perder a nuestros autores, así que simplemente invertimos en ellos. Hay momentos en que queremos continuar con un autor, pero llega un punto en que sus libros dejan de venderse, y tenemos que decir: lo sentimos. No contamos con demasiados recursos, y por eso nunca, o casi nunca, publicamos a alguien que no sea realmente bueno. La teoría es que, si la mitad de los libros no pierden dinero, estamos bien, y hay una cierta cantidad de libros que no generarán pérdidas, pero son poetas. Creemos que debemos publicarlos porque es una oportunidad y estamos asumiendo el riesgo con un autor desconocido. Y luego está la otra mitad… Ahí es cuando empiezas a notar conexiones, como con Jenny Erpenbeck, que ganó el Booker; sus primeros libros con nosotros fueron hace veinte años, y vendieron apenas mil copias, pero ahora vende cuarenta mil. Lo mismo pasa con Yoko Tawada, que vende miles de copias.
–Ella es increíble. Escribe en japonés y alemán, dos traductores, ¿no?
–Tenemos al menos dos traductores. Es increíble ver casos como el de Fleur Jaeggy, que antes vendía poco y ahora es tan reconocida como Clarice Lispector. Solo necesitas una cierta cantidad de libros y, con algo de suerte, algunos comienzan a tener éxito gracias a los títulos que ya están en el catálogo. No es fácil; incluso tuve situaciones difíciles como durante el COVID, cuando dependimos de los préstamos sin intereses que ofreció el gobierno para poder mantener a los empleados. Mientras no despidieras a nadie, podías salir adelante. No sabía de dónde saldría el dinero, con el impacto que tuvo en las librerías, y fue aterrador; pero resultó que la gente leía más, y mis temores no se hicieron realidad. Había un libro japonés en nuestro catálogo —normalmente tenemos entre mil y mil doscientos títulos activos, que suelen vender unas quinientas copias al año— que se puso de moda en TikTok. Se trata de No Longer Human, de Osamu Dazai. ¡Me encantan los autores japoneses! Este libro se hizo popular entre los jóvenes en TikTok y llegamos a vender cuatrocientas cincuenta y cinco mil copias. Nunca habíamos vendido nada de esa magnitud, y es un título que JL publicó a principios de los años 50. Aunque ahora las ventas han bajado, tratamos de aprovechar ese dinero para generar más ingresos, realizar nuevos proyectos y evitar sacar dinero de la empresa; normalmente lo reinvertimos o lo destinamos a los empleados, buscando así reducir impuestos sobre ganancias.
–Es increíble cómo una moda en una red social puede influir tanto en el movimiento del mercado o producir cambios tan significativos en las cifras de ventas de una editorial. Y con respecto a Amazon, ¿es importante para ustedes?
–Amazon representa, de lejos, nuestra mayor cantidad de ventas. Para bien o para mal (risas).
–¿Los necesitan?
–Sí, totalmente. No sé si es la mitad de nuestras ventas, pero quizás sí un tercio… Entre un tercio y la mitad de lo que vendemos es a través de Amazon. No podríamos hacerlo sin eso.
–Pero las librerías son importantes también, ¿no?
–Las librerías independientes son nuestros mejores amigos. Pasamos el tiempo con ellos, nos gusta conocerlos porque tienen cosas muy importantes para la comunidad. La gente ama a sus librerías independientes, a las que sobrevivieron a la pandemia, claro. Son como nosotros.
–¿Suelen hacer presentaciones en las librerías norteamericanas con los autores extranjeros?
–Sí, cuando llegan al país, sí lo hacemos. Les pedimos que hagan una lectura pública, pero claro, eso hasta donde toleren los autores.
–Por último, ¿qué es lo próximo que editará New Directions de autores que escriben en español?
–Ahora tenemos The abyss, de Fernando Vallejo, algo nuevo de César Aira y de Gabriela Cabezón Cámara, su último libro (Las niñas del naranjel) es muy interesante sobre un personaje que comienza en un convento y su relación con los animales y la gente. También publicaremos a Ariana Harwicz y a una joven escritora muy interesante Malén Denis, es argentina, vive en Queens pero escribe en español. También está por salir algo de Alejandra Pizarnik y vamos a reeditar A certain Lucas de Julio Cortázar y estamos preparando Five by Aira, un quinteto de César Aira, un escritor que tanto amamos y nos llevará al punto de tener veintiún libros publicados de él: es como si estuviéramos reflejando el modo narrativo semi loco de su «huida hacia adelante». Espero no olvidar ningún nombre, esto es en lo que estamos trabajando ahora con la literatura en español.