viernes, 26 de mayo de 2023

" ¿Por qué tanto miedo a la incomodidad?"

El pasado 11 de mayo, Gabriela Baby publicó en Cultura InfoBAE una entrevista con la filóloga española Irene Vallejo, quien, convertida en best– seller mundial, visitó la última Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.

“Hablo de la destrucción de libros en el pasado para despertar conciencia de lo que está sucediendo hoy por dos extremos políticos”

Tiene ojos clarísimos, mirada amplia y ese acento ibérico que enamora. A Irene Vallejo le encanta conversar. Cuenta que la escritura de El infinito en un junco le llevó nueve años de trabajo, años durísimos en lo personal porque la enfermedad de su hijo Pedro la tuvo entrando y saliendo de sucesivas internaciones en el Hospital de Zaragoza: “En esos años, la escritura fue el modo de contener esa tremenda angustia. El tiempo de escribir era lo que me permitía escaparme de esa realidad tan terrible y tan inmanejable”, dice la escritora.

Pedro salió adelante y goza de buena salud. Y el libro, también: súper elogiado por la crítica, adorado por miles de lectores de todo el mundo y ganador del Premio Nacional de Ensayo en 2020 en España. El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo cuenta la historia de los libros –desde los primeros papiros, códices y pergaminos– y su permanente tensión con el poder.

 

El texto (450 maravillosas páginas) tiene el tono de leyenda épica en la que los héroes son libreros, bibliotecarios, lectores, juglares y poetas anónimos: gente del montón que hoy reconoceríamos como lectores (el famoso lector de a pie quizá) que defendieron con astucia y tesón el entrañable, mágico tesoro que constituyen los relatos de la humanidad. Y para toda la humanidad.

 

Irene Vallejo está feliz porque ha llegado a Buenos Aires y la esperan días de Feria y encuentro con los lectores y mucho más.

 

“Es una maravilla para mí estar en Argentina, porque de Argentina llegaban muchísimos libros a mi casa durante el franquismo, cuando yo era chica. Mis padres eran muy muy lectores, y a través de libreros amigos y con mucho cuidado llegaban de Argentina libros que la dictadura había prohibido: Miguel Hernández y Lorca, nuestros exiliados, que habían venido a Latinoamérica y acá publicaban, porque estaban prohibidos en España. Pero también los libros de Juan Rulfo y de Cortázar. De Editorial Losada, yo recuerdo libros de César Vallejo y de Roberto Arlt. Estoy hablando con vos y veo la tapa de El juguete rabioso, de Roberto Arlt, en la edición de Losada. Y por supuesto Rayuela, que estaba prohibidísima. Todos los autores que tuvieran un halo izquierdista o incluso todos los libros que fueran muy experimentales o explícitos sexualmente estaban prohibidos, entonces estaba prohibido casi todo.

 

–La persecución a los libros se repite a lo largo de la historia del mundo, en muchos países.

–Pues claro. Ustedes tuvieron la misma historia acá con la dictadura militar. Pero siempre la prohibición produce el efecto contrario que es un gran hambre lector.

 

–En El infinito en un junco se narran varias escenas de destrucción y censura de libros.

–Sí, porque así como existen noticias históricas de la aparición de libros, existen también noticias de persecución a los libros. Quema de libros, ataques a libreros, a autores, encarcelamiento, exilio. Ovidio es el clásico que aparece acá porque él fue condenado al exilio por el emperador Augusto. También los libros relacionados con brujería, con religiones paganas, de adivinación o de historiadores que resultaban incómodos a los poderosos.

 

–¿Son historias que pertenecen al pasado o que también están ocurriendo en el presente?

–Lo cuento como pasado pero para despertar la conciencia de lo que está sucediendo. Acabo de hacer una gira por Estados Unidos y estuve en Harvard, en una conferencia que se titulaba “Leer libros prohibidos”. Y allí me enteré que la Asociación de Bibliotecas americanas ha lanzado una petición de socorro, porque cada vez hay más personas que solicitan que se retiren libros de bibliotecas escolares o públicas. Padres o familias que consideran que esos libros pueden resultar perturbadores para los niños o para cualquier otro lector. Desde clásicos hasta libros contemporáneos.

 

–¿Hay algo de la corrección política que se está pareciendo demasiado a la censura?

–Se ven como dos extremos políticos: por un lado, los más conservadores que se sienten incómodos con libros que hablan del racismo institucionalizado o de libros que dicen ellos que son antiamericanos, o libros con contenido sexual explícito, libros que les parecen que son de temática LGTBI, y no quieren que las personas entren en contacto con ellos. Y, del otro lado, desde las izquierdas, esos libros que se supone que son ofensivos para las minorías, como el caso de Tom Sawyer y Huckleberry Finn, que usan este término niger, u otro tipo de textos que tienen cierta terminología racista o misógina. Las personas que van contra estos libros dicen que esos términos pueden ser ofensivos o inquietar a esas minorías.

 

–¿Qué efectos puede tener esta cultura de la cancelación?

–La pregunta que me surge es ¿por qué tanto miedo a la incomodidad? Por qué no pensamos que la incomodidad es profundamente filosófica. No existe el derecho a que el arte no te incomode. Incluso porque incomodar es una de las obligaciones del arte. Provocar una sensación que puede estar en un arco que va desde la duda, la sacudida de tus certezas, la pregunta, la repugnancia y la repulsión también. Y no tenemos derecho a que esos libros no estén accesibles en las bibliotecas. O en los colegios. En tal caso, enseñar a los niños o a los lectores a ser críticos con los libros.

 

–¿Por qué?

–Porque la incomodidad invita a pensar la raíz de esa incomodidad, entonces descubres cosas sobre ti mismo, sobre sociedades del pasado, sobre una herencia recibida, y sobre conceptos que muchas veces están en la atmósfera y no nos cuestionamos. Si eliminamos los libros de Historia o los relatos escritos en otros siglos y las manifestaciones sociales que no nos gustan, estamos borrando la huella de nuestro pasado, de nuestras luchas. Si se borran de la literatura todas las huellas del machismo, entonces ¿dónde queda el feminismo? ¿Cómo construyes la historia del feminismo si borramos las huellas de aquello que se trataba de combatir? Y además es muy peligroso, porque si tienes versiones edulcoradas del pasado puedes provocar movimientos nostálgicos a otras épocas muy idealizadas…

 

–¿Como si existiera un pasado perfecto y limpio?

–Algo así. Ahora hay muchas personas en Estados Unidos que dicen querer volver a la América grande de nuevo, el american way of life y todo eso. Añoran los años 50 o 60 con una mirada muy idealizada de esa época, olvidando muchos aspectos de esa sociedad: el machismo, la caza de brujas, el macartismo, la persecución, la falta de libertad. Y son los relatos de esa época los que nos devuelven a todo aquello que hemos combatido y que siempre está al acecho. O sea: tenemos que mantenernos alerta porque ninguna conquista es para siempre.

 

¿Literatura o mercado?

–Actualmente la comunidad del junco parece reunir a multitudes. ¿Consumo o lectura?

–Esta bueno seguir esta relación entre autores y lectores cronológicamente, porque al principio de la Historia, cuando se escriben los primeros libros, el objeto libro era un privilegio de las clases pudientes. Muy pocas personas tenían libros: los aristócratas, los gobernantes y los sacerdotes, nada más. La mayoría de la gente no había visto un libro en toda su vida. Por supuesto que no sabían leer pero tampoco podían poseer libros porque eran objetos lujosos. Y en las primeras sociedades que podemos investigar, Roma antigua, la circulación de la literatura contemporánea se hacía a través de las amistades. Un autor escribía su libro, encargaba una serie de copias y se las daba a sus amigos y a la gente de su medio intelectual, a sus mecenas. La circulación de los libros era en clases privilegiadas.

 

–¿Eso cambió con la imprenta?

–La imprenta vino muchísimo después. Porque en la antigüedad había librerías y bibliotecas. En Roma, por ejemplo, Marcial, que era un poeta, indica en sus propios poemas donde encontrar sus libros. La primera publicidad de un libro ¡y en la propia poesía! Aparece entonces el lector desconocido. Pero el lector desconocido para algunos escritores es un fenómeno traumático. A Marcial le encanta, pero Horacio siente mucho pudor. Quiero decir que esa circulación comenzó en algún momento. Tiene una historia. No es algo siempre dado. Al igual que la lectura en silencio, la lectura silente. Quiero decir: pensamos que los rituales de lectura han sido siempre iguales y que el acceso a la lectura ha sido siempre como es ahora, pero no. Ha pasado por revoluciones, transformaciones.

 

–Pero, de todas maneras, el mercado es tan prolífico que ningún crítico o especialista llega a leer todas las novedades de cada mes.

–Es desbordante la cantidad de libros que se publican ahora. Y no es tanto que no se publique tu libro sino que no quede totalmente ahogado, opacado por la cantidad de novedades que lo acompañan.

 

–Entonces podríamos pensar en otro tipo de lector: el que sabe o debería saber qué leer, que dejar de lado, aquel que puede discernir entre literatura y mercado.

–Es un cosmos, casi como un ecosistema donde unos se necesitan a los otros. Los grandes best sellers que se venden tanto mantienen las editoriales, libreros y distribuidoras para que puedan sobrevivir y sostener a esos otros libros que se leen menos. Que todos existan y circulen. Como en la naturaleza: tienen que haber grandes árboles para que a su sombra existan otras especies pequeñas. Yo prefiero verlo así como un ecosistema en el que todo tiene su función y todos nos relacionamos… porque todos somos lectores más versátiles de lo que creemos y hemos disfrutado con libros muy comerciales y con otros más de autor o difíciles o exigentes. Y vamos cambiando.

 

–El libro a la vez nos obliga a entrar en otra temporalidad. Tensiona la dicotomía entre la cultura snack actual y el tiempo sostenido de las páginas. ¿Estamos en condiciones de darnos ese tiempo y esa atención?

–Yo creo que esa es la razón por la que el libro cumple una función en nuestro mundo contemporáneo. No es una cuestión de atarse a los viejos rituales, pero realmente los libros ayudan a fortalecer la atención que es un problema de esta época, la dispersión: cada vez tenemos menos capacidad para mantenernos atentos. Los libros son un antídoto porque te acercas a los libros con un estado de ánimo propicio para sostener la atención durante bastante tiempo. Han hecho pruebas de escáner a las personas que leen y han visto que todo el cerebro está activado, a diferencia de cuando vemos una película o una serie, que tenemos involucradas muchas menos áreas del cerebro. Los libros avivan una llamita que tenemos en nuestro interior que ni siquiera conocemos: aparecen recuerdos, se activa la memoria, la reflexión, la concentración, la intimidad. Y son cosas muy valiosas ahora mismo, que estamos en un momento de dispersión y lucha despiadada por la atención, de mercantilización de nuestra atención. Porque las apps de los móviles están pensadas para tomar nuestra atención y mantenernos atrapados todo el tiempo.

 

La lectura como gimnasia para la democracia

–En tus intervenciones señalás una profunda relación entre la democracia y los libros, la lectura como un ejercicio que posibilita la democracia. ¿Podrías explicar este vínculo?

–Yo creo que los libros fortalecen la democracia en la medida que mediante la lectura te acostumbras a ponerte en la piel de otra persona. A diferencia de los buscadores y algoritmos que te afirman en tus ideas y en los contenidos que saben que te van a gustar y que coinciden con tus ideas o que te halagan – que es lo que intelectualmente hacen para tenernos ahí prendidos de la máquina–  los libros te colocan en universos, en personas, en ideas que no son las tuyas.

 

–Entonces..

–Si la democracia es esta vida en la que tenemos que estar pactando con personas que piensan distinto que nosotros, pues leer libros es un buen ejercicio. Mientras que si estamos enfrentándonos permanentemente con las personas que no piensan como uno, y además las redes están pensadas para recompensar el conflicto, la agresividad, el enfrentamiento, y en general premia al que es más agresivo o polémico con más likes y mejor posicionamiento, más impacto y retwitts, entonces está favoreciendo a que nos encasillemos en nuestras posiciones. Y se arman estas polarizaciones, que están sucediendo mundialmente y tienen en parte que ver con el tiempo que pasamos en las redes y como nos comportamos en ellas. Los libros, en cambio, te confrontan con el otro, con la otredad. Siempre te van a poner en otra esfera social, en otro país, en algo que resulta extraño, a donde te invitan a entender, a comprender los conflictos, los distintos puntos de vista de situaciones complejas, te llevan hacia lo otro. Y de hecho al leer un libro yo creo que es lo más parecido a poder entrar en la mente de alguien distinto de nosotros. Cómo razona, cómo argumenta, cómo ve la realidad. Y esto es fundamental para vivir en un sistema en el que constantemente tenemos que pactar con otras personas que piensan diferente.

 

jueves, 25 de mayo de 2023

"La superioridad del castellano sobre otros idiomas modernos”

“Un religioso chileno-alemán es el autor de la primera traducción de la Biblia completa al español, realizada en América Latina.” Eso dice la bajada del artículo publicado por la periodista Natalia Messer, el pasado 27 de abril, en Deutsche Welle.


Jünemann y la primera Biblia hispana de América

Casi un siglo transcurrió desde que el sacerdote católico Wilhelm Jünemann Beckschäfer, oriundo de Welver, Alemania, emprendió una tarea titánica: traducir en solitario la Sagrada Biblia del griego al español y por primera vez en América.

Hasta ese entonces, los misioneros usaban ediciones traídas desde Europa, como la Biblia Vulgata, una traducción al latín de finales del siglo IV. “Los jesuitas también quisieron hacer adaptaciones a lenguas de las etnias latinoamericanas [...], pero la cultura libresca de aquellos siglos no era popular”, dice en entrevista con DW Pablo Uribe Ulloa, teólogo e investigador en la Universidad Católica de la Santísima Concepción (UCSC), en Chile.

Después de varios años de transcribir manuscritos, el religioso chileno-alemán consiguió publicar, en 1928, en la ciudad de Concepción, centro sur de Chile, el Nuevo Testamento, ya que el Antiguo Testamento se mantuvo inédito hasta 1992.

“Él deseaba que la gente tuviera acceso a una buena traducción de los textos sagrados y que realmente se pudiera apreciar su riqueza. Lamentablemente su edición del Nuevo Testamento tuvo muy poco alcance al no estar a cargo de una editorial, sino que se trató de una autoedición”, explica Uribe.

Filólogo y crítico literario
Wilhelm Jünemann emigró junto a sus tres hermanos y sus padres, Frederick y Christina, desde Hamburgo hacia Chile en 1863. Desembarcaron en noviembre de ese mismo año en Puerto Montt, una ciudad fría y lluviosa en el sur del país.

“Allá, allá muy lejos, al otro lado del océano, al fin del mundo. Espanto, admiración, asombro”, describió el sacerdote en sus memorias.

Pero ese paisaje agreste se convirtió muy pronto en su nuevo hogar. En el colegio también descubrió el gusto por los idiomas clásicos y la literatura, como La Ilíada de Homero o la poesía romántica de Joseph von Eichendorff y Johann von Goethe.

A los 16 años recibió un primer reconocimiento por su avanzado dominio del latín de parte del entonces rector de la Universidad de Chile, Ignacio Domeyko, un destacado científico polaco-chileno.

“Fue un gran filólogo y crítico literario que se adelantó a los tiempos con sus traducciones”, señala el teólogo Pablo Uribe.

En 1880, Jünemann ingresó al Seminario Católico de Concepción para ordenarse como sacerdote. De ahí en adelante dedicó parte de su vida a la escritura de textos religiosos, así como la traducción al español de clásicas obras en alemán, griego y latín.

Fiel al original
Si bien Jünemann publicó cerca de 17 obras, entre biografías, novelas, versos y escritos religiosos, la Biblia Septuaginta, o LXX, en su abreviación, se le considera su trabajo más influyente.

La Biblia Septuaginta ‒ampliamente usada por Jesús y los Apóstoles‒, es una recopilación en griego de los textos hebreos del Antiguo Testamento, realizada en el Siglo III a.C. en la ciudad de Alejandría.

El propio sacerdote reconoció que su obra “es la suma de estudios previos que he hecho con la más rigurosa fidelidad y para probar la superioridad del castellano sobre otros idiomas modernos”.

“Él traduce esta versión de forma muy literal, lo cual es una desventaja, ya que a casi un siglo de su publicación sigue siendo considerada solo por algunos estudiosos”, dice en entrevista con Andrés González Schain, profesor de Religión, quien ha investigado sobre Jünemann.

Uno de esos estudiosos fue Johannes Straubinger ‒sacerdote y teólogo alemán, a quien, erróneamente, se le atribuyó ser el primero en traducir la Biblia al español en América Latina‒, y quien incluso afirmó que la versión de Jünemann “seguía al pie de la letra al original, como si escribiese en griego con palabras castellanas”.

Nuevas generaciones
En el mundo quedan actualmente muy pocos ejemplares de esta versión bíblica, incluso pese a ser reeditada en 1992, después de que un grupo de seminaristas encontró de casualidad el Viejo Testamento.

En la biblioteca del Seminario Metropolitano Concepción, ubicado en la ciudad de Chiguayante, se conservan hasta hoy los manuscritos originales de la Biblia de Jünemann, además de una decena de libros que dejó el sacerdote, como una autobiografía o La Ilíada de Homero, traducida del griego al castellano, entre otros.

Pese a ser desconocida, la Biblia Jünemann inspiró a las nuevas generaciones de sacerdotes a iniciar proyectos de la misma envergadura, como la Biblia Latinoamericana, una adaptación popular de otras versiones españolas de la época, publicada en 1972, en Chile, y a cargo de Bernardo Hurault y Ramón Ricciardi.

“Él fue fiel, cuidadoso, y motivó la catequesis, la investigación, la cultura y el buen ecumenismo con otros cristianos. Un visionario que se adelantó a lo que se conoce como “el conocimiento de las fuentes”, propuestas que ya existían, pero que en los años 40´ se hicieron más firmes por el Papa Pío XII y en los 60´ por el Concilio Vaticano II”, concluye Andrés González.

miércoles, 24 de mayo de 2023

Investigaciones en el SPET curricular

En el próximo encuentro, que tendrá lugar el viernes 2 de junio a las 18:30 (hora argentina) por videoconferencia, se expondrán dos trabajos realizados en el SPET curricular (Traductorado en Portugués y Traductorado en Alemán).

Con esta modalidad de reunión, estrenada en la sesión del 7/08/2019, ofrecemos nuestro espacio para que lxs estudiantes y graduadxs recientes muestren sus investigaciones a la comunidad académica. Pretendemos además facilitar el contacto entre lxs estudiantes que todavía no cursaron el SPET curricular y aquellxs que ya lo hicieron y pueden comunicar sus experiencias y los resultados obtenidos.

Anahí Bustamante disertará sobre "La intérprete de lengua de señas en los márgenes de la traducción. Posición interpretativa y representaciones en los medios audiovisuales"

Anahí Bustamante es intérprete y traductora de portugués-español-lengua de señas argentina. Licenciada en Artes y diplomada en ESI, géneros, DDHH y Discapacidad. Trabaja, desde hace dieciocho años, como intérprete de LSA en medios audiovisuales, conferencias y en el ámbito docente medio y superior.

Lecturas sugeridas:

Famularo, Rosana (2012): “Interpretación en lengua de señas: desde la marginalidad a la profesionalización.” En Massone, María Ignacia/ Virginia L. Buscaglia/ Sandra Cvejanov (comps.): Estudios Multidisciplinarios sobre las comunidades Sordas. Mendoza: UNCuyo, pp. 237-245.

Massone, M. I. (2015), Las Comunidades Sordas y sus lenguas: desde los márgenes hacia la visibilización. Cuadernos del INADI, Número 2 https://www.culturasorda.org/wp-content/uploads/2015/03/Massone_Inadi_Comunidades_sordas_sus_lenguas.pdf [Último acceso: 08- 5-2023].

Mombaça, Jota (2017): “Notas estratégicas quanto aos usos políticos do conceito de lugar de fala”. En <https://www.buala.org/pt/corpo/notas-estrategi- cas-quanto-aosusos-politicos-do-conceito-de-lu- gar-de-fala> [Último acceso: 10 -5-2022].


Katrin Zinsmeister hablará sobre "La revista Nueva Sociedad, un proyecto de transformación de la cultura política de doble vía entre Alemania y América latina"

Katharina (Katrin) Zinsmeister
es Licenciada en Ciencia Política (UBA), Profesora y Traductora en Alemán (Lenguas Vivas). Se desempeña principalmente en la enseñanza del idioma alemán, actualmente a migrantes y refugiados en Alemania. Como traductora se especializó en economía política. Desde 1985 se publicaron sus traducciones de autores como Rosa Luxemburgo, Joachim Hirsch, Oskar Negt, Elmar Altvater, Ricardo Antunes y Rita Segato en Cuadernos del Sur, Herramienta, Nueva Sociedad, Die Tageszeitung (taz) y distintos medios de las fundaciones políticas Friedrich Ebert y Rosa Luxemburgo.

Lecturas sugeridas:

Revista Nueva Sociedad, ediciones en español: www.nuso.org

Revista Nueva Sociedad, ediciones en portugués y alemán: https://nuso.org/portugues-deutsch/

Sarlo, Beatriz (1992): “Intelectuales y revistas: razones de una práctica.” En: América: Cahiers du CRICCAL, no 9-10. 1992, Le discours culturel dans les revue latino-américaines, 1940-1970, pp. 9-16. En línea https://www.persee.fr/doc/ameri_0982-9237_1992_num_9_1_1047 (visitado 13/05/2023)

Aviso
La sesión se realizará por videoconferencia. Quienes quieran participar pueden enviarnos un mail con el asunto SPET 154.

martes, 23 de mayo de 2023

"Una historia de la lectura, en Borges: el Babilónico propone ese camino y recrea una biblioteca"

La aparición de Borges babilónico, una obra colectiva ideada por el crítico e investigador argentino Jorge Schwartz, recientemente publicada por el Fondo de Cultura Económica, es uno de los acontecimientos literarios del año, superando largamente la noticia de la publicación de todas las novelas de las sufridas novelistas argentinas de moda, coman o no tierra. Magdalena Cámpora,[1] una de las participantes del proyecto, escribió el texto que sigue a continuación y que publicó el pasado 19 de mayo, el newsletter Lecturas del Fondo,

El libro del lector

Como este proyecto lo ideó, lo trabajó, lo maternó Jorge Schwartz (este Borges babilónico que él suele designar por sus iniciales: el b.b.) o también: porque este libro de algún modo encarna cierta idea de la creatividad y la imaginación críticas, esto es, tener ideas y decirlas con poesía, y eso aparece ya en la primera entrada de la enciclopedia, que es “1910 el año del cometa y del Centenario”, por esas razones, entre otras posibles, quisiera empezar con dos citas de Jorge. La primera es del prólogo de la edición brasileña, donde recuerda que “la historia del Borges babilónico comenzó hace muchos años como ejercicio de lectura”. La segunda viene del prólogo de la edición argentina: "Para ser fiel al espíritu borgeano, recomendamos que el Borges babilónico, además de obra de consulta, sea también de lectura. Será una fuente continua de sorpresas; por ejemplo leer a Stevenson entre Joseph Von Sternberg y Snorri Sturluson responde a una lógica de 'buena vecindad' de la biblioteca de Aby Warburg. También aconseja “perderse entre las páginas, abandonar, volver a intentarlo, no preocuparse por seguir un orden preestablecido, releer”.

Quería empezar con esas citas que hablan de la lectura porque parte de la belleza de este libro, en sus dos versiones, es que hace de la lectura un proyecto vital y además reduplica, en los lectores de Borges, un modo de leer de Borges. ¿Cómo olvidar que estamos ante una enciclopedia sobre un autor que hizo de la lectura de enciclopedias una práctica, un goce y una fuente de escritura? ¿Y cómo no ver en esta enciclopedia babilónica las enciclopedias que Borges leía: la Britannica de 1911, la Montaner y Simón de 1912? Aún queda por estudiar esa onceava edición de la Enciclopaedia Britannica que perteneció a Borges, y que ahora duerme como el puñal su sueño de tigre, en un departamento de la calle Rodríguez Peña. A la espera de poder abrir esos tomos, sí podemos unir estas más de mil entradas del Babilónico con el hecho central de la vida de Borges, que fue leer.

Se sabe, lo contaba él mismo: era el niño en la biblioteca, el adulto que más leía (por deseo, trabajo, cantidad), el ciego que no pudo seguir leyendo. La lectura quizá sea la peripecia más dramática y eficaz en la vida de Jorge Luis Borges.

Y su singularidad como lector, tal como lo muestran tantas páginas de la enciclopedia, es que sabemos qué leía, a quién, e incluso cuándo. Existe un registro casi semanal de sus lecturas, mediado por el trabajo. Los ensayos, las reseñas, las biografías sintéticas en El Hogar, Sur y otras publicaciones dan cuenta de sus lecturas; el diario de Bioy consigna lo que están leyendo; los cuadernos y manuscritos (como hemos visto recientemente en los trabajos de Daniel Balderston) también registran las publicaciones que tenía entre las manos. Muchas de las entradas del Babilónico se tejen a partir de esos registros: en este sentido, para los hacedores de enciclopedias, así como para los historiadores de la lectura, Borges es un deseo cumplido, un sueño realizado.

Y lo es, porque se veía obligado a ganar dinero por medio de la lectura. A diferencia de otros letrados de su círculo cercano (Bioy Casares, Silvina y Victoria Ocampo, María Rosa Oliver), Borges no era un rentista y debía buscar un sueldo. Los treinta años previos al reconocimiento internacional en los años sesenta y a la ceguera física que le impidió, a partir de 1955, la lectura directa, estuvieron marcados por un trabajo específico, que consistía en leer para escribir.

“Me abruman las tareas”, le escribe a Estela Canto a fines de 1944, “un prólogo para las Novelas ejemplares, otro para el Paradise Lost, otro para un libro de Emerson, […] la lectura (nominal) de cuatro volúmenes para el Premio Nacional de Filosofía, la de otras tantas piezas de teatro para un certamen, la innumerable redacción de solapas, noticias y contratapas”.

Esa relación con los libros tampoco es ajena a los sucesos culturales de su tiempo, en particular a los procesos de democratización de la lectura y a las nuevas formas de consumo del libro, que también incluían las enciclopedias. En el Ensayo autobiográfico, Borges recuerda cómo leía La divina comedia en el tranvía de la línea 76, donde viajaba para ir y venir del trabajo en la Biblioteca Miguel Cané, en un trayecto que le tomaba “un par de horas diarias” entre Almagro y el centro. Ahí, leía, solo, en medio de otros, que no sabían quién era.

En realidad el acceso de Borges a los libros en esos tiempos no era distinto del de cualquier lector culto, de pocos ingresos económicos, proveniente de las capas medias en la Argentina de la modernización. Aparecen entonces los títulos, los autores, las ediciones analizadas en el Babilónico. Libros de Garnier Hermanos publicados en castellano en Europa (como su edición infantil del Quijote), enciclopedias y bibliotecas de clásicos (por ejemplo Clásicos Jackson y la enciclopedia Jackson, donde colaboró), los veinticinco tomos del diccionario hispanoamericano de Montaner y Simón, los veintinueve de la Britannica, las ediciones inglesas de bolsillo de Everyman’s Library, manuales, introducciones a disciplinas, textos y autores: esos también eran los libros a los que accedía Borges, que leía sentado en el piso de las librerías inglesas, en Mitchell’s, sobre Cangallo (hoy calle Perón); en Mackern, sobre Reconquista, “donde era conocido y se le permitía revolver todo lo que quisiera” sin comprar, como contó Estela Canto.

Una historia de la lectura, en Borges: el Babilónico propone ese camino y recrea una biblioteca, y de ese modo integra poderosamente la última etapa de la crítica borgeana, que se abre con la ampliación del perímetro de la obra tras la muerte de Borges en 1986, cuando se publican –y ese fue un trabajo de María Kodama– aquellos escritos, en general tempranos, que Borges había descartado en vida: los tres primeros libros de ensayos, los “textos recobrados”, gran parte de los trabajos en la prensa (por ejemplo: la Revista Multicolor de los Sábados, Los Anales de Buenos Aires sobre los que trabajó Annick Louis). Los nuevos registros de lectura, que ya no dependían de la obra editada y curada por él, revelaron vínculos desconocidos que nutrían la escritura. Las entradas del Borges Babilónico analizan sagazmente esas afinidades electivas y usos estratégicos de los textos, las ideas y los libros.

El estudio de Borges lector se consolida en 2010, desde la Biblioteca Nacional, con la publicación del catálogo razonado Borges, libros y lecturas a cargo de Laura Rosato y Germán Álvarez. Ese archivo releva la biblioteca personal que Borges donó a la BN en su paso como director (1955-1973) y consta de unas quinientas entradas de libros anotados. A la luz de esa biblioteca de trabajo, y también del estudio (que está en curso) de los cuadernos, las conferencias, las clases, los manuscritos, otros libros en otras bibliotecas, se comprueba hasta qué punto la lectura es en Borges un continente sumergido, un proceso cognitivo que sigue trabajando la escritura desde la ausencia, como en aquel texto de El hacedor donde el cautivo seguía “trabajado por el desierto”. De ahí que Borges babilónico muestre una y otra vez su mano convirtiendo lo leído en texto escrito.

Michel de Certeau describió al lector como un viajero y a la lectura como un espacio fuera del texto, donde la imaginación y el pensamiento se alejan de la página para armar el propio goce. El libro de Jorge, en la voz de sus colaboradores, muestra esa magia que toma de aquí y de allá, iluminando “coexistencias maravillosas”, como decía Paul Valéry. Propongo empezar con la letra Y, constituida por las entradas Yacaré, Yacimientos del Chubut, Yeats, Yrigoyen.



[1] Investigadora independiente del CONICET, profesora titular de Literatura francesa en la Universidad Católica Argentina y en la Universidad del Salvador y doctora en Literatura comparada por la Universidad de la Sorbonne (Paris IV). Actualmente investiga las transformaciones editoriales, la historia de la lectura y los usos ideológicos de la literatura francesa en la Argentina del siglo XX, así como las relaciones entre Borges, el francés y la literatura francesa.

lunes, 22 de mayo de 2023

"Los que no vivimos entre nosotros somos nosotros"

Hacía rato que extrañábamos la pluma de Marietta Gargatagli. Pero, como se leerá a continuación, hemos sido recompensados con el siguiente artículo que trata de la inteligencia artificial, el texto de la "nueva" novela de García Márquez y vaya uno a saber qué otras cosas más.


La máquina que traducirá En agosto nos vemos de García Márquez

1

Siempre imaginé a las máquinas de traducir enlosadas en blanco y con bordes redondeados como las heladeras Siam. Ahora que las máquinas existen (y traducen fetén) la imagen desapareció como la diosa Tara cuando los monjes del templo budista corrigen la traducción errónea del texto que convocaba su presencia.

Octavio Paz (que contó la preciosa historia anterior) fue uno de los que pensaba que la traducción se parece a la creación poética sólo que se despliega en sentido inverso. Un pensamiento que siempre me pareció como si pasara un hada. Leído ahora que terriblemente abolido queda todo eso. No me refiero a que una máquina de verdad traduzca, me refiero al sentido final de que una máquina sea capaz de hacerlo para quienes recordamos todavía la manija del mimeógrafo en la noche cerrada del pasado. Parece que los abolidos somos nosotros. Los que tenemos recuerdos.

2

 En estos días raros, los diarios de España comunicaron la aparición de una “nueva” novela de Gabriel García Márquez. El capítulo reproducido se lee pensando que se trata de uno de los experimentos sobre Inteligencia Artificial de ahora y que en un instante va a aparecer alguien gritando ¡Sorpresa! y nos revelará la verdad. 

Pasaron los días y nada pasó. Por el contrario, continúan los artículos que anuncian la llegada de En agosto nos vemos, el “inédito” de García Márquez.

Diré mi opinión. El anticipo de la novela que se conoció no tiene la cadencia de la prosa de García Márquez, se repiten palabras (en el segundo párrafo hay un libro “intenso”, en el tercero unos labios “intensos”), aparece un uso de los pronombres personales que no corresponde al castellano de América Latina (Drácula “le” había fascinado desde el principio” [a ella]), hay comas mal puestas, y sobre todo, siempre hay un sobretodo que lo envuelve todo: la historia repite un cuento de un escritor argentino de hace más de sesenta años. Dalmiro Sáenz.

Según leí después García Márquez lo publicó como cuento que, formalmente, es lo que parece. Y también leí que el final de lo que parece un cuento y es el final del cuento de Dalmiro Sáenzes también el final de todos los capítulos de la novela que, a lo mejor, naciódel cuento que sigue pareciendo un cuento.

3

 El libro de Dalmiro Sáenz, Setenta veces siete, apareció en 1956 y quedó registrado en mi cabeza como una auténtica rareza porque fue la única vez que en mi casa no me dejaron leer un libro. Mis padres lo leyeron, lo comentaron, lo escondieron y, como nunca escondían nada, lo encontré enseguida. El cuento de la muchacha (ahora en GGM) que después de una noche que ella cree romántica encuentra unos sucios billetes sobre la mesita de luz porque el hombre que la acompaña cree otra cosa, no era el más escabroso. Había otro donde una mujer tiraba al marido y al amante a un pozo en la Patagonia después de sufrir mil vejaciones que impresionaba mucho más y Leopoldo Torre Nilson llevó al cine con Isabel Sarli como protagonista.

4

Según la prensa mexicana, la novela “póstuma” fue descubierta por el escritor colombiano Gustavo Arango en el Archivo Gabriel García Márquez del Harry Ransom Center de la Universidad de Texas, enun conjunto de cartas, manuscritos, documentos y fotografías comprados en 2014 a la familia de García Márquez. El manuscrito de la novela inédita incluía al final (o al principio) un informe de lectura muy desfavorable de la agencia de Carmen Balcells que describía la obra como un “cuento repetitivo y alargado” (lo que según el capítulo que leí estaría resultando muy cierto).

El hallazgo del informe de lectura parece “un pormenor de larga duración” como lo llamó Borges (algo pasó “en una tarde lluviosa”, ¿quién va a dudar de lo que pasa en las tardes lluviosas?) y resulta una prueba inapelable (aunque hay muchos que quieren apelar) que la novela existía antes de la Inteligencia Artificial.

Random House tiene los derechos de la novela para todo el mundo y se publicará de manera simultánea en todo el mundo, salvo en México donde (creo) lo hará Diana. Superado el estremecimiento de que alguien tenga los derechos de algo para todo el mundo, viene imaginar a las heladeras Siam batallando con la legibilidad de la novela en todos los idiomas del mundo.

5

Hice una prueba con el traductor de Google que juzgo muy competente y el resultado a continuación. Una traducción fetén. No digan que no. Los errorcitos, bueno, con un humano basta para corregirlos. El resultado es el previsto: frente a una prosa aplanada las máquinas de traducir no se equivocan demasiado. La literatura fordista ya vive entre nosotros. Los que no vivimos entre nosotros somos nosotros.

“En la cumbre de la colina estaba el cementerio triste de los pobres. Empujó sin esfuerzo el portón oxidado, y entró con el ramo de flores en el sendero de túmulos tragados por la maleza, con escombros de ataúdes y saldos de huesos calcinados por el sol. Las tumbas parecían iguales en el cementerio desamparado con una ceiba de grandes ramas en el centro. Las piedras afiladas hacían daño aun a través de las suelas de caucho recalentado, y el sol duro se filtraba por el raso de la sombrilla. Una iguana surgió de los matorrales, se detuvo en seco frente a ella, la miró un instante y escapó en estampida.” (GGM[1])

In cima alla collina c'era il triste cimitero dei poveri. Spinse senzas forzó il cancello arrugginito, e dentrò con il mazzo di fiori nel sentiero di tumuli inghiottitidalsottobosco, con macerie di bare e resti di ossa calcinate dal sole. Le tombe sembravano le stesse nel cimitero abbandonato con un albero di ceiba dai grandi rami al centro. Le pietre aguzze facevano male anche attraverso le suole di gomma surriscaldate e il sole cocente filtrava attraverso il raso dell'ombrello. Un'iguana è emersa dai cespugli, si è fermata davanti a lei, l'haguardata per un momento e si è allontanata.” (Google)

Au sommet de la colline se trouvait le triste cimetière des pauvres. Sans effort, elle poussa le portail rouillé, et s'engagea avec le bouquet de fleurs dans l'allée de monticules engloutis par les broussailles, avec des décombres de cercueils et des restes d'ossements calcinés par le soleil. Les tombes se ressemblaient dans le cimetière abandonné avec un arbre ceiba à grosses branches au centre. Les pierres pointues faisaient mal même à travers les semelles en caoutchouc surchauffées, et le soleil dur filtrait à travers le satin du parapluie. Un iguane sortit des buissons, s'arrêta net devant elle, la regarda un instant et s'enfuit.(Google)

At the top of the hill was the sad cemetery of the poor. Effortlessly she pushed open the rusty gate, and entered with the bouquet of flowers into the path of mounds swallowed by the undergrowth, with rubble from coffins and balances of sun-baked bones. The tombs looked the same in the abandoned cemetery with a large-branched ceiba tree in the center. The sharp stones hurt even through the overheated rubber soles, and the harsh sun filtered through the satin of the umbrella. An iguana emerged from the bushes, stopped short in front of her, looked at her for a moment, and stampeded away.” (Google)



[1] Publicado en La Vanguardia, Barcelona, 28 de abril de 2023.

viernes, 19 de mayo de 2023

El monstruo sigue engullendo sellos


El pasado 8 de mayo, sin firma, elDiario.es, de Cataluña, publicó la noticia de la compra de Roca Editorial por parte del grupo Penguin Random House. En la foto se ve a Núria Cabutí, direcora de PRH, y a Blanca Rosa Roca, directora de Roca Editorial mostrando los dientes.

Penguin Random House adquiere Roca Editorial

Penguin Random House Grupo Editorial ha anunciado este lunes la adquisición de Roca Editorial, fundada en 2003 y dirigida por Blanca Rosa Roca desde su creación. La operación supone un nuevo paso en la colaboración que ambas firmas iniciaron en 2007 en la publicación de libros de bolsillo y la distribución de los títulos en papel de Roca en España y América Latina.

Fundada en Barcelona en septiembre de 2003 por seis socios con una dilatada experiencia en el mundo del libro, Roca Editorial lanzó sus primeros títulos en marzo de 2004 y ha conseguido, bajo el liderazgo de Blanca Rosa Roca, ser una de las diez editoriales independientes más importantes en lengua española.

Con un catálogo conformado por más de 1.100 títulos de ficción, no ficción, literatura infantil y juvenil y cómic distribuidos en los sellos Roca, Corner, Sapristi y Roca Bolsillo, Roca Editorial publica alrededor de 150 títulos al año de autores nacionales e internacionales como Elia Barceló, Dulcinea, Fernando Rueda, Cristopher Paolini, Nicholas Sparks, John Verdon, entre otros.

La directora general de Roca Editorial, Blanca Rosa Roca, se ha mostrado “orgullosa” del trabajo conseguido por los actuales socios de la firma, Carlos Ramos, Ángel Molina, Sunsi Molins y Silvia Fernández. La editora ha recordado que todos ellos trabajaron juntos en Ediciones B y fundaron el nuevo sello “con el lema 'una pequeña gran editorial'”.

“El cambio importante se produjo en 2007, cuando Noah Gordon quiso publicar con nosotros, siempre se lo he agradecido. Al poco tiempo firmamos el acuerdo de coedición de bolsillo con Penguin. Agradezco a Riccardo Cavallero y a Núria Cabutí que confiaran en nosotros, y también quiero agradecer a nuestro primer distribuidor, UDL, que se desveló para que nuestros libros llegaran a las librerías”, ha rememorado Roca.

La editora también ha querido mostrar su agradecimiento a los autores que han elegido a Roca para publicar sus libros, las agentes literarias, los libreros, el equipo de Roca –“con el que hemos vivido épocas buenas y malas y siempre ha sido un equipo increíble”–, así como a los periodistas y a los medios por ayudar a difundir los libros de la firma.

“Estoy convencida de que en la nueva casa editorial nuestros autores estarán en las mejores manos para llegar a las librerías y a los lectores gracias al excelente liderazgo de Nuria Cabutí”, ha agregado Roca.

Por su lado, la directora general de Penguin, Núria Cabutí, ha destacado el “especial cariño” que el sello siente por los libros de Roca ya que hace 15 años que la editorial colabora con la distribución de sus títulos. “Agradezco a Blanca Rosa Roca, editora admirable que ha hecho un trabajo encomiable, que nos deje al cuidado de Roca Editorial”, ha añadido Cabutí.

Penguin es la empresa líder en edición y distribución de libros y forma parte del grupo internacional Penguin Random House, fundado el 1 de julio de 2013 por Bertelsmann. Su objetivo es publicar libros para todo tipo de lectores, de todas las edades y en cualquier formato en todos los países en los que opera: España, Portugal, México, Colombia, Perú, Chile, Argentina, Uruguay y Estados Unidos.

Además, el grupo editorial exporta y distribuye sus títulos en más de 45 países de América Latina, Asia, Europa y Estados Unidos. Hoy el grupo editorial está formado por 50 sellos editoriales, independientes tanto en sus decisiones editoriales como creativas, y publica más de 2500 nuevos títulos al año; sus catálogos incluyen docenas de premios Nobel y cientos de los autores más leídos y más vendidos del mundo.

jueves, 18 de mayo de 2023

A los 64 años, falleció el querido Luis Chitarroni

Hace unas horas se conoció la noticia de la muerte de Luis Chitarroni. Escritor, crítico y, sobre todo, editor, fue un auténtico erudito y una persona fundamentalmente honesta, con quien daba gusto tratar. A modo de homenaje, publicamos a continuación una excelente entrevista que mantuvo con Daniel Gigena y que fue publicada en el diario Perfil, de Buenos Aires, el 22 de diciembre de 2019. En su copete se lee: “Prestigiado hace décadas por ser un escritor para escritores, el editor Luis Chitarroni –uno de los baluartes de la cultura nacional– repasa en esta entrevista momentos centrales de su carrera, que son, a la vez, claves de lectura para comprender el pasado y el presente de la literatura argentina”.

La invención extrema

 

Editor, crítico, narrador y docente, Luis Chitarroni (Buenos Aires, 1958) concluye 2019 con la publicación de un nuevo libro, La noche politeísta (Interzona), que es su primer volumen de cuentos, y la salud recuperada después de algunos trances. Con varios kilos menos y el mismo buen humor que lo ayudó a convertirse en el editor más apreciado por los escritores argentinos, se prepara para ofrecer un nuevo curso en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, en 2020, sobre los escritores de los escritores. Las clases del curso anterior, de 2016, fueron reunidas en un libro donde, como él dice, se preservaron los “momentos de delirio de la oralidad”. Breve historia argentina de la literatura latinoamericana (a partir de Borges), de Malba Literatura, condensa varios atributos: erudición, brillo y capacidad de síntesis a la hora de cartografiar el mapa de la literatura de América Latina a través del prisma borgeano.

 

Entre 2015 y 2016, en pocos meses, Chitarroni debió abandonar dos trabajos por pedido de Pablo Avelluto. Primero, como editor en Penguin Random House y luego en el directorio del Fondo Nacional de las Artes, como asesor en Letras. Desde entonces, halló refugio en uno de los sellos independientes de mayor originalidad en la Argentina: La Bestia Equilátera. A medias vintage, a medias experimental, esa editorial puso en circulación títulos de Julian MacLaren-Ross, Elliott Chaze, Elizabeth Taylor, Muriel Spark, César Aira y David Markson, entre muchos otros. Así que se puede decir que uno de los grandes aportes a la cultura argentina hechos por Avelluto es haber dejado libre y a su aire a un artífice como Chitarroni.

 

—¿Qué reúne su nuevo libro de ficción?

—Lo llamé ciclo de relatos, porque están todos débilmente vinculados. Son como una especie de reparación de El carapálida, porque el primer cuento es sobre un presunto libro que escribió el narrador, que sería El carapálida. El otro cuento era “El síndrome de Pickwick”. Entonces, los compañeros que se reconocen en esa novela quieren vengarse por lo mal que los ha tratado. Hay otro que se llama “El mal de uno”, que también es un regreso a los temas de la infancia, esta cuestión de hacer una reconstrucción del itinerario. Mi idea cuando empecé a escribir El carapálida era, un poco, la de una especie de narrativa autobiográfica que se ocupara de los momentos más importantes, que son los menos significativos, de la vida. Uno era la escuela primaria, y el siguiente, que se iba a llamar “Miopía progresiva”, iba a ser sobre la conscripción, que me tocó justo hacerla con el comienzo del Proceso, en 1976, 1977.

 

—¿Hizo el servicio militar?

—Hice la colimba en el Distrito Militar Buenos Aires, que era el lugar donde incorporaban a la gente, en la calle Balcarce, muy cerca de Michelangelo. Era un lugar privilegiado, me lo decían, pero igual estuve un mes entero sin hablar con nadie, hasta que después empieza la pequeña comunidad. Tiene algo de comunidad y de ceremonia gay, donde vas protegiendo a los otros. Había un sistema de autoprotección entre los soldados. Y después la maldición misma. Me tocó un lugar en el que durante todo el año se hacía revisación médica, porque al revés de la tontería que yo creía y que, en general, creíamos todos, que si vos no te presentabas en la primera llamada te mandaban un regimiento a buscarte, en realidad te iban llamando durante todo el año. Si vos no ibas, no ibas. De haberlo sabido no me presentaba y esperaba la primera amnistía. Tuve que sobrevivir ese año, los primeros meses en un estado casi de esquizofrenia, no hablaba con nadie. Era como si te mandaran a prisión sin que hubieras cometido un delito.

 

—A medida que se iba integrando, ¿podía leer ahí mismo?

—Sí, y había entre los compañeros grandes lectores. Me acuerdo de alguien que leía a Proust en la versión inglesa, la de Scott Moncrieff. Y había gente interesante, como en todos lados. Había también tipos que ejercían una especie de mafia, que les hacían prórrogas y eran más grandes que yo. Yo fui de la primera clase, 1958, que hizo la colimba a los 18 años pero esos tipos ya estaban recibidos y no podían dirigirse a ellos como a nosotros. Los paraban en seco. Todo eso está narrativizado en “Miopía progresiva”. Es curioso, porque a mí me gustaba la música progresiva, y la miopía que tenía fue progresiva hasta los 25 años. Ahora, por ejemplo, la presbicia me corrigió la miopía, y puedo leer casi sin anteojos. Siempre pude leer sin anteojos, porque la miopía te impide que veas de lejos, pero de cerca, podés ver.

 

—¿Empezó a leer libros de muy chico?

—Sí, leyendo cualquier cosa. En mi casa había muchos libros. Estaba la biblioteca de mi hermano, que se repartía entre los libros de educación y los de fútbol, que leía mucho, como los de Dante Panzeri; los libros de mi viejo, que eran las colecciones que se vendían en los quioscos, además de revistas y enciclopedias. El otro día hablábamos con Luis Sagasti de la colección Lo sé todo. Nos preguntábamos qué era ese orden inventado por las enciclopedias. Porque el orden de las enciclopedias era disparatado. Empezaban por el mamut y terminaban con un viaje espacial, o la amistad, o alguna abstracción. Yo pensaba que tal vez ese orden era el mejor de todos, porque la realidad no aparece en orden; los amigos no aparecen alfabéticamente, nada tiene un diseño. Pensaba en Roland Barthes, por ejemplo. Tampoco hay que tratar de no ser convencional cuando lo convencional conviene más que ninguna otra cosa. Entonces, Barthes ordena alfabéticamente. Pero en estas enciclopedias el orden es diferente. Mi viejo había sido muy lector de Salgari y de Verne, y en esa época había una especie de dogma de la clase media que era Stefan Zweig; había una serie de escritores europeos, de pensamiento liberal, algunos trágicos, como Zweig, que se había suicidado en Petrópolis junto con su mujer, y Herman Hesse, Thomas Mann. Esos libros estaban en mi casa. Dostoievski, Tolstoi, y por supuesto, en ese momento era un lector fervoroso, como mi padre, de Roberto Arlt. Mi hermano era borgeano y lo despreciaba un poquito.

 

—Se imaginaba como lector de Borges desde la adolescencia.

—Después uno fue también cambiando de posición, y Arlt dejó de interesarme, no completamente, porque considero que era genial, en especial por los atajos que toma y por las cosas que hace, y la forma de tomarse la literatura. Borges era un gran conocedor de la literatura, de la historia de la literatura y de la intimidad de sus razonamientos y conquistas. Entonces lo que pienso de Borges es eso, que más allá de que no le hayan dado el Premio Nobel, era un hombre que sabía cuáles eran las estrategias para quedar, para sobrevivir. En ese sentido, Arlt era un escritor adolescente, que te atrae porque no especula para nada. Uno puede decir que Borges era un especulador y no ganó el Premio Nobel; le tocaron, como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir. Era un momento en el que él hacía pronunciamientos y la mayoría de los jurados que estaban en Suecia simpatizaban con la izquierda, y él quedaba muy mal parado. Mi papá, aunque no le gustaba Borges, quería que yo lo leyera y me regaló las Obras completas el mismo año en que salieron, en la década de 1970. Ahí empecé a leerlo seriamente, con esa especie de culpa que te dan las obras completas, porque el libro pesa mucho, significa algo. Creo que uno debe leer lo más desprevenidamente posible.

 

—¿Leer desprevenidamente es una especie de lema de tu trabajo como editor?

—Absolutamente. Una especie de deseo, porque en realidad, a medida que pasa el tiempo, te vas sobrecargando de prejuicios, y estás menos desprevenido. La Bestia Equilátera es un anacronismo. Publicamos a Elizabeth Taylor. Taylor era una escritora increíble, sencillamente no había sido traducida al castellano. Ahora, también tuvimos éxito con ella; quiere decir que no se había intentado publicarla. Y eso que ahora, sobre todo las editoriales españolas, están traduciendo como nunca, mucho más que antes. Antes había escritores que quedaban directamente vedados por, a veces, la ignorancia de los editores. Este es un momento en el que la ignorancia es costosa. Ayer me regalaron una novela magnífica de Eric Schierloh, que es el director de la editorial Barba de Abejas, sobre Melville. Y me despertó la curiosidad de por qué resulta Melville tan atractivo. Es un escritor increíble y tiene como zonas oscuras, y a veces uno piensa que era un loco, o casi un loco. Y el tiempo que tarda en reconocerse Moby Dick. Cuando salió Moby Dick, fue muy maltratada por la crítica, no se dieron cuenta de que ese libro es increíble, es como un pequeño Ulises, con la combinación de estilos. El le escribió a Nathaniel Hawthorne, de quien estaba un poco enamorado: “He escrito un libro impío y me siento inmaculado como un cordero”. Le dedica Moby Dick a Hawthorne. Era un personaje carismático y muy atractivo, diría casi lo contrario que su contemporáneo estricto, que era Walt Whitman.

 

—El anacronismo es evidente en el catálogo de La Bestia Equilátera. Cuando era editor en Sudamericana, ¿las opciones que tenía eran más acotadas?

—En realidad era muy feliz, en el sentido de que podía editar mucha narrativa argentina. De ahí salió Gustavo Ferreyra, María Martoccia, Daniel Guebel, gente que para mí era un enorme placer editar. Pero, por otro lado, había una serie de compromisos, era una época en que se editaba mucha literatura que se decía que era, en ese momento, coyuntural, y muchísimos libros de periodismo.

 

—¿Tenía que ocuparse también de los libros de periodismo?

—En la primera época, en 1986, 1987, absolutamente de todo. No sólo era otro siglo, también era otro mundo, donde se tardaba en hacer un libro, se tardaba en corregirlo y, a partir del momento en que entraba en producción, vos perdías el contacto con ese libro. Por lo tanto, las contratapas tenías que hacerlas a partir de las “invenciones del recuerdo”, como el título del libro de Silvina Ocampo. Tenía que hacer una especie de reconstrucción en la que había grandes lagunas y ráfagas de olvidos. Había una colección que dirigía Arturo Infante, que ahora está en Chile, que se llamaba “Saber y Superarse”. Era una colección muy exitosa de autoayuda, y muy precoz, en un momento en que la autoayuda recién empezaba a imponerse. Agradezco mucho haber estado en contacto con todo ese material. Después se fue dividiendo el trabajo, estaba Paula Viale, otras personas, la editorial fue creciendo y cada uno fue teniendo distintas especialidades.

 

—¿Y quedó Ud. con la narrativa argentina?

—Exactamente. De la narrativa extranjera había muy poco que pudiéramos editar. Primero porque los derechos resultaban caros; segundo, porque era el momento de apogeo de Anagrama en España. Muchos libros, de Truman Capote o Tim O’Brien, los teníamos que hacer con participación. Cuando queríamos conseguir algún derecho, teníamos una cantidad enorme de rechazos, porque el libro ya estaba vendido. Me acuerdo de que cuando comenzamos con Ricardo Piglia una colección de policiales que se llamaba “Sol Negro”, Ricardo eligió un libro, Neuromante, de William Gibson y, al mismo tiempo, lo elige Paco Porrúa, que en ese momento tenía Minotauro en España. Entonces había que editarlo en alguna de las dos colecciones. Creo que Ricardo tuvo la generosidad de cederlo, o fue que nunca accedimos al precio que pedían. Porrúa era uno de los editores más geniales que tuvo la Argentina y empezó haciendo una colección en Sudamericana de algo por lo que nadie apostaba mucho, que era la ciencia ficción. Yo diría que hasta tenía peor prensa que el thriller, porque ya había habido una revolución del thriller norteamericano, y se valoraba. La ciencia ficción que publicaba Porrúa era extraordinaria.

 

—¿Trabajaba con Enrique Pezzoni?

—Sí, él tenía un problema porque era decano o jefe en Letras, entonces había uno o dos días en que no podía ir. Pero en realidad, empecé cubriendo una suplencia, porque él se iba a enseñar tres meses a Estados Unidos, y ahí había quedado yo. El había sugerido que iniciáramos juntos el trabajo. Uno iba a la mañana, y el otro iba a la tarde. Yo tenía dos trabajos, por supuesto, como corresponde en este país. Trabajaba no me acuerdo en qué a la mañana, y a la tarde iba a la editorial, y él se ocupaba de la facultad. Había un día, el miércoles, en que nos encontrábamos y discutíamos el material leído. Con la exigencia de Enrique, porque era muy silencioso y leía fluidamente en cualquier idioma, hasta en alemán. Te sometía a su exigencia, no porque te estuviera probando, sino que la conversación misma era un gran intercambio de lo que habíamos leído. Enrique murió muy joven. No había sido alumno de él, sino que nos conocíamos de la revista Sitio, una revista de psicoanálisis en la que él había colaborado. Creo que el nexo fue Luis Gusmán. Era una revista en la que estaban Ramón Alcalde, Enrique, Jorge Jinkis, Eduardo Grüner y Gusmán. Y ahí tuvieron la compasión de publicarme. Mucho antes, yo escribía para revistas de rock, reportajes y, sobre todo, notas sobre artistas extranjeros, de David Bowie a Joni Mitchell. Era una revista que se llamaba Audio, sostenida por los avisadores de uno de los pocos negocios florecientes en la dictadura, que era traer equipos de audio. Eso permitía que yo escribiera sobre lo que quería. Las primeras críticas bibliográficas aparecieron en Sitio, que tampoco duró mucho, habrá durado dos o tres años. Ellos con gran generosidad me dejaban ocuparme de los temas que quería. Eso también fue una cosa que uno debe agradecer.

 

—¿Cuando era editor rechazaba libros por escrito?

—Había inventado una especie de editora que tenía un nombre alemán, Astrid o Ingrid, que era la que se encargaba de dar las malas noticias. Escribía las cartas de rechazo, aunque no me explayaba. Suele ser como una especie de función. Algunos casos daban para explayarse, en el sentido de libros que creía podían mejorarse, porque en general lo que vos ves es que hay libros que están mal desde el comienzo y hay que reformularlos. Pero, por ejemplo, las fallas de dispositio, de suministro de información, se pueden remediar perfectamente, se pueden hablar con los autores. Me acuerdo del gran Eduardo Belgrano Rawson, del propio Charlie Feiling o de Martoccia, que agradecías que te trajeran ese material. Cuando Ferreyra trae su primera novela, que después se llamó El amparo y de la cual después escribió la contrapartida, El desamparo, el primer título era El receptor de carozos, por un personaje al que cada tanto alguien le escupía un carozo. Era un personaje muy humillado. Le dije que la novela era buenísima, pero con ese título parecía una novela de Alberto Laiseca. Laiseca se animaba a llamar a un libro Matando enanos a garrotazos, pero Sudamericana era más convencional. Si bien había salido una novela de Laiseca por la editorial, no la había editado yo, la había editado Enrique. Se llamaba Aventuras de un novelista atonal, que es de la vieja época.

 

—¿Llegó a contar la cantidad de libros que editó?

—Nunca. Ni la cantidad de contratapas que hice. A veces forzosamente, y otras a contratiempos, porque el libro ya estaba a punto de salir, y yo no recordaba bien detalles, nombres, sobre todo, los lugares en donde ocurrían ciertas acciones.

 

—¿Siente que cambió mucho la labor editorial de ese momento, los años 80, 90, respecto de la época actual?

—No. Creo que el editor siempre ocupa el lugar que tiene que ocupar. El editor debe ser una especie de moderado consejero y también debe aprender a renunciar. A mí no me tocó nunca un autor que se negara a colaborar conmigo si yo le decía algo razonable. Había, claro, personajes que tenían algo de encantador y de insoportable a la vez, como Quique Fogwill, que era una especie de contradictorio. Sorokin había descubierto para la sociología rusa la figura del contradictorio. El mejor guerrero en las comunidades indias era un contradictorio; cuando le ordenaban algo, hacía lo contrario. Quique tenía un poco de eso. Era una especie de contradictorio de la tribu. De él publicamos Vivir afuera, Restos diurnos, que era una colección muy linda de cuentos, hasta que se peleó conmigo, como se había peleado antes con Juan Forn. Entonces, el editor es un consejero moderado que no trata de imponer nada. Vos le decís: “Mirá, parece que la información que das en el capítulo dos sería mejor que la dieras en el ocho, porque rompés cierta situación de suspenso que el libro tiene”. Había casos en los que la lectura era muy pormenorizada. Un escritor que era muy receptivo en ese punto, y muy atento, era Osvaldo Soriano, que también editamos en Sudamericana. Porque era como un continuista. Quería que vos le dijeras si había dejado una puerta abierta en el capítulo anterior y nadie la había cerrado, quería saber cosas para las que en el cine se utiliza al continuista. Las de él eran tramas muy apoyadas sobre la acción, entonces no quería que se le pasara nada de eso. Pero yo era más distraído que él, así que deben haber quedado muchas puertas abiertas por mi culpa, no la de Soriano, que de verdad ponía una gran atención.

 

—Algunos escritores argentinos actuales hacen carrera rápidamente.

—Ahora, en general, los jóvenes autores tienen agentes, y los agentes rápidamente se ocupan de conseguir traducciones, con lo cual son muy favorecidos. Yo siempre contaba que César Aira tuvo que vivir haciendo traducciones durante toda su vida hasta poder conseguir el estatus que consiguió publicando más de cien libros, que los autores jóvenes consiguen con una cantidad asombrosamente menor de traducciones. De las novelas argentinas que yo publicaba, salvo Soriano, que tenía sus contactos en Francia y en Italia, al único que se publicó en Francia fue a Belgrano Rawson por Fuegia. Y en gran medida, por unos editores que creían que era un libro más documental de lo que es en realidad. En general, ahí también funciona como una ley del malentendido de la traducción. Para nosotros, en esa época de muy mala venta de narrativa fue una especie de best seller. Creo que era una época peor que esta, porque ahora hay un montón de editoriales emergentes o independientes, que se ocupan de la gente. Antes, en las editoriales grandes tenías que ocuparte de toda la gente que escribía porque no había salida, o llevaban su trabajo a Planeta o a Sudamericana. No había alternativas. A lo sumo a Ediciones de la Flor, que era la más independiente de todas. Cuando yo empecé a trabajar en Sudamericana, el editor de De la Flor era Daniel Link.

 

—Sus primeras ficciones fueron tardías.

—Claro, no porque no escribiera, sino porque no publicaba. Porque, en gran medida, El carapálida, que es mi primera novela, de 1997, es muy tardía. Es un libro que me costó mucho tiempo terminar, y mucho tiempo escribir, y mucho tiempo saber qué forma iba a tener. Quería que cada capítulo estuviera predeterminado por un estilo distinto, que no sé si logra entreverse. Y después, Peripecias del no. Diario de una novela inconclusa es casi una solución que encontré a una novela que se llamaba Las equidistantes, que era una novela acerca de un corrector de pruebas a quien convierten en editor de una revista que se llamaba Agrafa. Entonces tenía mucha elaboración y nunca llegaba al tema, así que decidí desordenar eso, provocar una especie de combustión interna e implosión, y dejar esas esquirlas. Es un poco como, y esto es muy pedante decirlo, trabajaba Jean-Luc Godard con el cine en la década de 1960, con el montaje como asociación, por tramas, pero tramas de las que no importaba ya la resolución, sino cierto momento, cierta combinación que a mí me convenía. Lo tardío de mi experimento demuestra lo retardado que yo era.

 

—Muchas de las lecturas críticas de “Peripecias del no” más bien narran las propias experiencias de esos lectores.

—Sí, totalmente, de desciframiento. Y algunos se aburrían rápidamente del procedimiento. Yo me acuerdo de las buenas. Por ejemplo, Piglia me escribió antes que nadie, diciendo que le encantaba el libro. Y después salió una muy buena de Beatriz Sarlo. También salió una muy buena de Matías Serra Bradford. Pero en general, eran críticas desconcertadas. Y hubo muy buenos lectores, como Rafael Cippolini. Era gente que estaba muy acostumbrada a ciertos desafíos de vanguardia. Creo que Peripecias del no es tardía e infructuosamente un libro de vanguardia, en un momento en el que a nadie le importaba. Hoy importa menos que incluso en ese momento.

 

—¿Y qué importa ahora, si ya no importa la vanguardia?

—Parece que ha habido un regreso a ciertas narrativas más convencionales. Sin embargo, por ejemplo, M, de Schierloh, se emparenta con Peripecias del no. El de Luis Sagasti, que se llama Leyden Ltd., es un libro de notas al pie de un libro que no existe, es decir que invierte por completo la noción narrativa de Hemingway acerca de cómo debe ser un relato. El decía que debe ser como un iceberg en el que lo importante pasa abajo, mientras arriba, uno ve la superficie. Acá lo que ve uno es todo lo que hay abajo, la nota al pie. Y es un gran libro. También se logró cierta gran maestría, como puede ser Guillermo Martínez, o Pedro Mairal, hablo de gente ya grande. O Samanta Schweblin, donde se nota cierta influencia anterior de Liliana Heker. Es una gran apropiadora de la modernidad, te diría que como nadie. Es alguien que sabe lo que pasa actualmente. Y eso también es un mérito enorme. A mí me encanta también, aunque no sea tan joven, María Gainza, con La luz negra y El nervio óptico. Son novelas casi de no ficción, pero de mucho tema.