Continuación del artículo publicado ayer, que refleja los esfuerzos por el Día del Idioma, realizados por la redacción de BBC Mundo.
miércoles, 7 de junio de 2023
Una celebración anodina (2)
Continuación del artículo publicado ayer, que refleja los esfuerzos por el Día del Idioma, realizados por la redacción de BBC Mundo.
martes, 6 de junio de 2023
Una celebración anodina (1)
lunes, 5 de junio de 2023
Editores contra papeleras, negro sobre blanco
La Cámara
Argentina del Libro le responde a las papeleras: “Tal vez sea el momento de
debatir con seriedad, incluso café mediante”
El papel es el insumo básico de la producción de libros. Desde hace ya tiempo la Cámara Argentina del Libro (CAL) viene denunciando su incremento desmedido en el precio y su desabastecimiento. Días atrás, en una nota con Infobae Cultura, las dos principales papeleras (Ledesma y Celulosa Argentina) explicaron que esta problemática no depende estrictamente de sus decisiones, sino que existe un contexto que lo genera. Además, minimizaron las sentencias del sector editorial.
El asunto volvió a ponerse sobre la mesa luego que las editoriales de literatura infantil y juvenil expresaron su preocupación en torno a los precios “escandalosamente altos” del papel ilustración, un insumo que no se fabrica en Argentina y que se paga “cuatro o cinco veces más que el precio internacional”. Hace apenas unas horas, la CAL publicó un comunicado en respuesta a los dichos de los directivos de las papeleras.
Bajo el título, “Comercialización del papel en Argentina: historia de un abuso (de posición dominante)”, la cámara sostiene que las papeleras dieron “apreciaciones parciales”, por lo que intenta en este texto “dar precisiones y alentar al debate sobre la producción de libros en la Argentina y sobre la rentabilidad que hace viable la permanencia de editoriales PyMes, lo que, a su vez, garantiza el acceso a la bibliodiversidad”.
Son tres puntos los desarrollados en el comunicado. En el primero, titulado “Papel ilustración: concentración y abuso”, la CAL explica que se trata del “papel que se usa mayoritariamente en los libros infantiles que se imprimen a color; también es el papel de las tapas de todos los libros en general”, y que “el mercado cuenta con muy pocos importadores de papel ilustración (Stenfar, Papeles Europeos y Castinver del Grupo Ledesma, Casa Hutton de Celulosa Argentina)”.
Dice que estamos frente a un oligopolio que “fija precios altísimos en función de los valores internacionales y los costos de importación”. También da montos: “Internacionalmente, la tonelada de papel ilustración se paga en torno a los USD 1500, estas empresas nos lo venden a USD 6000, a quienes pueden acceder a comprarlo directamente y quienes requieren un intermediario más, pagan alrededor de USD 7000″.
En el segundo punto,
“Papel interior: más abusos de posición dominante”, se lee: “Es el papel en el
que se imprimen los libros cuyo interior se imprime en blanco y negro (ficción,
no-ficción, poesía, etc.). Hay dos fabricantes, que son los que declararon en
la citada nota periodística: Ledesma y Celulosa Argentina. El papel de interior
aumentó un 35% en el 2020, es decir, acompañó a la inflación; un 121% en 2021,
es decir, la duplicó con creces; y un 155% en 2022, es decir, la superó en un
50%”.
¿Y en este año cuánto aumentó el papel interior? “Para lo que va de 2023, tienen un aumento acumulado de 63%, lo que duplica la inflación general del país. Entonces, es falso que las papeleras ‘acompañen a la inflación’ o que ‘en 2020 hayan quedado atrasados’”.
Por último, “PVP/costos (que crecen) / rentabilidad (que se achica)”. Los libros tienen, por ley, un precio fijo conocido como Precio de Venta al Público (PVP) donde “se detraen los montos brutos percibidos por la cadena comercial y los autores, entre otros”. En este sentido, explican, “es imposible tomar el PVP como referencia para entender cómo incide el precio del papel, como caprichosamente deciden hacerlo los referentes de las papeleras entrevistados”.
Sobre este asunto, a principios de este año la CAL publicó dos gráficos. Por un lado, está el costo industrial del libro, y por otro, el precio en que después se vende. El costo tiene estos porcentajes: 54% para el papel, 20% para la impresión, 15% para la encuadernación, 6% por el diseño y 5% para la edición. Y el precio tiene estos porcentajes: 50% el canal de venta, 19% el costo industrial (papel, impresión, encuadernación), 13% la gestión editorial, 10% al autor y 8% a la editorial.
“Lo que notamos desde el 2018 a esta parte es que la rentabilidad del sector editorial se ha visto afectada por los aumentos indiscriminados de la materia prima, lo que implicó una enorme transferencia de recursos de todos los actores de la cadena hacia las papeleras. Una rentabilidad menor de los que intervienen en el proceso del libro hace que la oferta disminuya, que la bibliodiversidad se vea afectada y que el acervo cultural de un país se vea comprometido”.
En la nota con Infobae Cultura, Jorge Martínez Falino de Celulosa Argentina dijo que “la incidencia del precio del papel en la tapa del libro es un 5%, es decir que con un kilo de papel hacés dos libros o más, y eso es equivalente a un café (...) Si los que critican dejan de tomar un café en la esquina pueden comprar un kilo de papel y hacer dos libros”.
En el comunicado, la CAL responde: “Tal vez, sea el momento de debatir con seriedad estos aspectos, sin la liviandad de apreciaciones simplistas. Incluso, si hace falta, puede hacerse café mediante”.
viernes, 2 de junio de 2023
"¿Es muy distinto como funciona una librería en París o Buenos Aires?"
El pasado 29 de mayo, la escritora y periodista Gabriela Mayer visitó Cien Fuegos, la librería argentina de París, propiedad del poeta y traductor Miguel Ángel Petrecca. Lo que sigue es la crónica de su conversación y algunos datos sobre la historia de las librerías de lengua castellana de la capital francesa.
Un paseo
por Cien Fuegos, “la última librería latinoamericana en París”
La ciudad a orillas del Sena siempre fue una meca
literaria para los autores latinoamericanos. Desde Rubén Darío hasta César
Vallejo, pasando por escritores icónicos del boom como Julio Cortázar, Gabriel
García Márquez y Mario Vargas Llosa.
Este pintoresco espacio se constituye en
heredero de ese fluido vínculo de las letras latinoamericanas con París, pero
también de la larga tradición de librerías iberoamericanas que existieron en
esta ciudad. Como la Librería Española de Antonio Soriano en la rue de Seine o la Librería Hispanoamericana de la rue
Monsieur-le-Prince, que hace tiempo cerraron definitivamente sus puertas.
Cien
Fuegos o la librería como mito persistente
En la vidriera de Cien Fuegos se destacan, entre
otros títulos, la edición aniversario de Las
venas abiertas de América Latina de Eduardo Galeano, Les morts sont de jour en jour plus indóciles (traducción de Los muertos están cada día más indóciles)
de Roque Dalton y Los surcos del azar
del historietista Paco Roca. Diversidad que convoca a hurgar en el selecto
catálogo de esta librería.
Cien Fuegos atesora miles de volúmenes nuevos y
usados en los anaqueles de madera clara y también apilados en cada recoveco.
Después de hacer espacio a un par de sillas para la entrevista entre libros,
Petrecca dice a Infobae Cultura que la librería como lugar es “un mito
persistente”.
Antes de ocupar el local actual, a pasos de la
plaza elevada de la iglesia Saint-Germain-de-Charonne y cerca del cementerio
Père-Lachaise (donde descansan, entre muchas otras celebridades, Juan José Saer
y Miguel Ángel Asturias), la librería estuvo primero en el distrito XI y luego
en el XV, en la otra punta de París.
Una de las características distintivas de Cien
Fuegos es que ofrece a sus clientes un modelo mixto, con títulos nuevos y
usados, algo poco habitual en Francia. “Acá tenés librerías muy de nuevo o
librerías de viejo, pero que trabajen con las dos cosas es bastante raro”,
comenta Petrecca.
Las librerías francesas no especializadas suelen
centrarse en las novedades. “A diferencia de la librería argentina, que también
crea un fondo que se va construyendo a lo largo de los años”, afirma el autor
de poemarios como La voluntad, El Maldonado y El gran furcio.
En el caso de Cien Fuegos, es mayor el flujo de
libros usados, que proceden de la compra de bibliotecas, pero también de los
libros que deja gente que parte de París o se muda a un lugar más chico.
De esta manera, terminan confluyendo muchas
bibliotecas diferentes. Como “la biblioteca de un cubano que se vino escapando
de la revolución, la de un peruano artista amante de la revolución… bibliotecas
totalmente opuestas que se fueron acumulando acá a lo largo de décadas”.
Al librero, poeta y traductor nacido en Buenos
Aires le encanta dedicarse a buscar libros, actividad para la cual París
resulta buen lugar. “Justamente encontrás cosas que, como son en español, tal
vez acá no se les da tanto valor”. Entonces, ejemplifica, aparecen ediciones de
Rayuela firmadas o una primera
edición de Cien años de soledad sin la
tapa.
Más allá de los volúmenes que se apilan por Cien
Fuegos, Petrecca -quien llegó a París para hacer un doctorado- tiene más libros
en un sótano e incluso en su propia casa. Aunque ya perdió la cuenta, estima
que deben ser unos diez mil.
Los títulos dentro del local se encuentran
clasificados en diversos sectores. Un muro está dedicado a narrativa, aunque
puede haber “infiltrados”, y otra área es la consagrada a poesía. También
dispone de un sector donde conviven biografía, crítica literaria e historia,
así como zonas que concentran respectivamente libros infantiles y de
arte.
Por lo general, los títulos de narrativa y
poesía son los más buscados, así como los de crítica literaria e historia.
Cien Fuegos suele abrir por las tardes, porque
Petrecca combina su labor librera con la docencia y la traducción del chino y
del francés. “Es el modelo al que llegué en este momento, que se hace
compatible con mis dos trabajos. Por ahora así funciona”.
Desde la puerta, un pequeño cartel detalla en francés los horarios de Cien Fuegos: “Abrimos los jueves de 15 a 18. El resto de los días con cita previa. Si venís y no estoy, es probable que no esté lejos. No dudes en llamarme…”.
El legado de las
librerías iberoamericanas en París
París cuenta con un extenso legado de librerías
iberoamericanas, devenidas en destacados espacios culturales y puntos de
encuentro. “Desde el siglo XIX hacia acá, siempre hubo incluso más de una
librería en español. Algunas más conocidas, otras menos”, detalla Petrecca.
Este fenómeno se explica en el contexto de una
ciudad “que se caracteriza por tener muchas librerías especializadas en
lenguas. Que es el reflejo también de un cierto cosmopolitismo histórico, la
presencia de muchas comunidades. En Argentina también hay algo de eso, me
parece”, opina el librero, editor y poeta, que vive en París desde 2013.
Algunos de los clientes de Cien Fuegos aún
recuerdan dos históricas librerías: la Librería Española y la Librería
Hispanoamericana. La primera, del exiliado español Antonio Soriano, funcionó
hasta la década del 2000. “Fue un centro muy importante de reunión de toda la
cultura española de exiliados, un lugar de edición muy importante, una gran
gran librería”, dice Petrecca.
Asimismo existieron otras menos conocidas o más
efímeras. “Por ejemplo, el hijo de Antonio Berni tuvo una librería en París.
También hubo otra librería argentina cerca del Panteón, El Salón del Libro, de
un argentino que ya falleció, Alejandro de Núñez. La mujer de Buñuel también
tuvo una librería española. Hay incluso librerías de las que no queda siquiera
memoria”, apunta.
Petrecca comenta que obviamente el hecho de que la
librería sea por estos tiempos un negocio más difícil que antes dificulta que
alguien retome ese fondo. “Esa sería también una razón por la cual no tuvieron
continuidad. Pero al mismo tiempo siempre va a haber alguien que tiene ganas de
retomarlo. Es como un mito persistente la librería como lugar, más allá de que
no sea tal vez tan fácil de sostener económicamente como hace algunas décadas”.
Desde el número 11 de la adoquinada rue Saint
Blaise, el librero y poeta agrega que, aunque la librería de Soriano ocupó “un
lugar histórico-cultural muy diferente, mucho más importante, en otro momento
histórico, sí me ubico dentro de esa línea”.
“Compré un
libro y lo perdí”
La diversidad asimismo es una marca distintiva
entre los visitantes de Cien Fuegos. Algunos piden los clásicos del “boom” y otros,
recomendaciones de libros más actuales. También llegan franceses que están
aprendiendo castellano y buscan textos sencillos, así como latinoamericanos y
españoles detrás de novedades editoriales. Por supuesto, tampoco falta la gente
que entra a curiosear o llama pidiendo cosas absurdas.
El librero pone como ejemplo una vez que le
dijeron algo así como: “Hace 40 años compré un libro en una librería y lo
perdí, y me gustaría que me ayudes a encontrarlo de vuelta. Pero no me acuerdo
del título, solo me acuerdo de la tapa. Necesito encontrar ese libro, porque
tengo asociados muchos recuerdos”.
Petrecca cuenta que incluso llegan hasta la rue
Saint Blaise clientes parisinos que no conocían esa calle que se destaca por
sus característicos macetones y farolas, así como una variedad de restaurantes
y cafés.
“Es un
descubrimiento y, por otro lado, la sensación que tienen que es casi como si
fuera el suburbio”, indica. Porque “para el francés que vive del otro lado esto
es lo que llaman el faubourg, algo medio lejano, ya no es el centro. Es
una zona que hace diez, quince años, aparentemente era muy mal vista, bastante
oscura, y que se fue renovando”, detalla el poeta y traductor.
¿Es muy distinto como funciona una librería en
París o Buenos Aires? “Al ser en español, sí. Acá estás en un territorio extranjero,
vendiendo algo que en realidad ya de por sí es muy específico. Siento que tengo
una librería argentina y mi manera de pensar y funcionar es muy a la argentina,
pero está acá”, reflexiona Petrecca.
Del Boom
al miniboom
Fueron varias las obras insignia del boom de la
literatura latinoamericana escritas en París. Más allá de la emblemática Rayuela de Cortázar, donde la ciudad se
teje en la trama de la novela, García Márquez concibió La mala hora y El coronel no
tiene quien le escriba y Carlos Fuentes se inspiró para Aura.
Décadas después, ¿qué presencia tiene la literatura
latinoamericana en la capital francesa? Aunque el boom sigue teniendo mucho
peso, analiza Petrecca, también surgió en el último tiempo un pequeño miniboom
de autoras argentinas, como Mariana Enríquez y Selva Almada. “Hay una cierta
renovación, cierta receptividad. No tienen el lugar que tenía el boom, pero
tienen sus lectores. Lo veo mucho eso ligado a escritoras mujeres”.
En un comienzo este fenómeno puede haber tenido
que ver con el Programa Sur de apoyo a las traducciones. “Y también que es un
lugar donde se traduce mucho y la literatura argentina específicamente, aparte
de la latinoamericana, es una literatura que genera interés”.
Cien Fuegos desarrolla además actividad editorial y
agenda cultural propias, con presentaciones de libros y lecturas. Durante los
primeros años, la librería daba mayor protagonismo a los eventos pero, entre
otros motivos por la pandemia, su periodicidad fue disminuyendo.
En cuanto a la iniciativa editorial, apunta a sacar
unos dos títulos por año e implica “una voluntad de publicar algunas cosas en
francés, pero no es central al proyecto de la librería, es lo más periférico”,
explica Petrecca.
En los próximos meses, editarán dos libros en
francés del poeta Horacio Castillo. “La idea es continuar con eso,
guiados más que nada por el placer, sin ninguna obligación de regularidad”. La
distribución se realiza a escala reducida, a través de Cien Fuegos y en un
puñado más de librerías.
Petrecca adelanta que, probablemente, en algún
momento se mudará de nuevo. “Si es posible, a un lugar un poquito más grande,
por una cuestión también de la cantidad de libros que tengo, y que volvería a
ampliar un poco, a hacer más actividades”.
Una vez finalizada la visita a Cien Fuegos, queda
flotando una última pregunta antes de continuar callejeando cual flâneur por París. ¿A qué debe su nombre
esta particular librería?
Petrecca responde que no lo sabe con exactitud.
“Creo que en mi cabeza inconscientemente el nombre sintetizaba lo chino y lo
latinoamericano: poniendo ‘Cien Fuegos’ pensaba a la vez en las ‘cien flores’
de Mao, entendidas, con deliberada ingenuidad, como imagen de la diversidad”.
jueves, 1 de junio de 2023
El Chat le dijo a Jorge Aulicino: “Me alegra que la nueva traducción sea de tu agrado"
"Puedes llamarme ChatGPT o simplemente ‘Chat’"
Hice la prueba de pedirle a ChatGPT la traducción de un poema. Sabrán que el tal chat es o dicen que es, un prototipo de inteligencia artificial (siempre pensé que toda inteligencia en cierto modo lo es, pero ese es otro tema). Le propuse a nuestro robot traducir “El Cuervo” de Edgar Allan Poe. Como de lo que se trata -o lo que se nos propone- es que dialoguemos y le hagamos preguntas a GPT, le dije sin más si podría traducir “El Cuervo”, de su compatriota Poe. Me imaginé aquella computadora de 2001 Odisea del espacio que gobierna toda la nave y tiene un nombre de mujer que ahora no recuerdo. Un nombre de mujer... la primera computadora de ficción capaz de regir el mundo humano. En fin. GPT reaccionó de inmediato. Yo pensaba pasarle el original de “El Cuervo” pero GPT comenzó su tarea a una velocidad, por decirlo así, racional, de máquina de la anterior era industrial... ¡no de vertiginoso robot! Me recordó las teletipos con las que trabajé algunos años. Componían a una velocidad apreciable, pero no tanta que no se pudiera leer a medida que escribían sus líneas y daban un golpe seco para cambiar de renglón. Esto me hizo sentir más humana (¿o humano? ¿o “no binarie”?) a mi robot. Lo o la vi allí sudando, respondiendo presto a un encargo que amablemente había aceptado realizar. A medida que avanzaba en la traducción me di cuenta de que no estaba trabajando con el texto completo: unía fragmentos del poema, salteaba otros. Era como un traductor humano trabajando material en bruto, primero yendo por aquí, luego por allá. Trataba de soldar, incluso, los baches donde el material evidentemente le faltaba. Cuando terminó, le dije que su traducción era muy deficiente. Me dijo que “la poesía es particularmente desafiante de traducir debido a las sutilezas del lenguaje y la métrica”. Me pareció estar oyendo a un alumno aplicado de un taller de traducción literaria. Por supuesto no estaba oyendo sino leyendo. Le dije: “Te copio aquí el texto en inglés, por favor, operá sobre este texto ‘El Cuervo’.” Me pidió disculpas y no bien pegué el texto en el chat empezó su traducción al mismo ritmo de teletipo con que lo había hecho. Por momentos se detenía y tenía que decirle que continuara. Pensé que estaba programada para responder un número limitado de palabras por vez, pero cuando le pedía que siguiera, continuaba la traducción en el punto en que había dejado, no volvía a empezar, cosa que habría hecho un programa ciego. Por fin la terminó. Le dije textualmente: “Está mucho mejor”. Si bien su respuesta fue de chica de call-center, no dejó de parecerme más humana que la de los chats de las tiendas virtuales: “Me alegra que la nueva traducción sea de tu agrado. Si tienes alguna otra solicitud de traducción o cualquier otra pregunta, no dudes en hacerla. Estoy aquí para ayudarte.” Y, tengo que decirlo, el final de nuestra charla fue conmovedor, una muestra de autoconciencia que me dejó patitieso. Le pregunté su nombre y respondió: “Soy ChatGPT, un modelo de lenguaje desarrollado por OpenAI. No tengo un nombre propio, pero puedes llamarme ChatGPT o simplemente ‘Chat’. ¿En qué más puedo ayudarte?”. Por supuesto, no le pedí el teléfono. En cuanto a la traducción, era defectuosa, pero mejor que la de un traductor virtual cualquiera, y además tenía un no sé qué de esfuerzo honesto que le daba cierta majestuosidad. Por ejemplo, la repetición de frases con sólo alguna palabra cambiada, que en el original apenas tiene una finalidad rítmica y hace a la legendaria, “inimitable” música del poema de Poe. No voy a decir que me apiadé de GPT pero, si la imaginamos inteligente, no podemos apartar la idea de que tiene alguna forma de sentimiento. Porque, parafraseando el refrán, la artificialidad no quita lo valiente... Y creo que la clave de la inteligencia es que se apoya en un sentimiento siempre. Es más: le da una forma. Por el momento, no pienso seguir dialogando con GPT, o “simplemente Chat”.
Copio como muestra de su traducción la última estrofa de “El Cuervo”:
Y el Cuervo, sin moverse, aún está sentado, aún está sentado
sobre el pálido busto de Palas, justo sobre la puerta de mi cámara;
y sus ojos tienen toda la apariencia de los de un demonio que sueña,
y la luz de la lámpara sobre él proyecta su sombra en el suelo;
y mi alma, desde esa sombra que flota en el suelo,
no será elevada, ¡nunca más!
Se equivocó dos veces, y la corregí: en lugar de “puerta de mi cámara” había escrito “mi puerta de cámara” y en el último verso juzgó –eso quiero creer– que no hacía falta la doble negación. Es decir: en lugar de “no será elevada ¡nunca más!” había escrito “será elevada ¡nunca más!”.
miércoles, 31 de mayo de 2023
Otra perspectiva de la reciente enciclopedia sobre Borges coordinada por Jorge Schwartz
“Erudita y entretenida, Borges babilónico. Una enciclopedia es la gran compilación de Jorge Schwartz que reúne citas de autores como Piglia, Sarlo, Balderston y Cozarinsky. Lo desmenuza aquí Gonzalo Aguilar.” Eso es lo que dice la bajada de la reseña publicada en el diario La Nación, de Buenos Aires, el pasado 19 de mayo, a propósito de la enciclopedia comentada por Magdalena Cámpora, en este blog, el 23 de mayo de este año.
Borges: panóptico de un saqueador
genial
Además, cómo no recordar la disparatada enciclopedia china de Otras inquisiciones que revela el carácter nominalista y arbitrario de toda clasificación o el raro adjetivo que le dedica en “Tlön”, donde habla de “cierta enciclopedia pirática”, como si la rapiña y el saqueo fueran parte de su propia naturaleza. Género del paroxismo intelectual, Borges vio en él la aspiración a un orden que al tiempo que reconoce el caos, intenta vana y bellamente domesticarlo.
Fue tan importante el lugar que las enciclopedias tuvieron en su obra y en su vida, que su figura, previsiblemente, desató toda una serie de enciclopedias que van desde las que exploran aspectos particulares (como Borges libros y lecturas de Laura Rosato y Germán Álvarez) a las que se proponen anotar toda su obra, como los índices del sitio Borges Center de la Universidad de Pittsburgh, dirigido por Daniel Balderston.
Entre esos emprendimientos, Borges babilónico. Una enciclopedia, dirigido por Jorge Schwartz, tendrá sin dudas un lugar de privilegio por ser, al mismo tiempo, apabullante, erudito y entretenido. Borges, en el diario de Bioy, decía que era un error considerar a las enciclopedias “como obras de consulta y no como obras de lectura”.
Borges babilónico sigue este camino y usa el género enciclopedia, con su orden alfabético y su ambición informativa, como un Caballo de Troya: sigue sus reglas, pero ofrece algo más. Con una estructura similar, después de la presentación de rigor (lugar y año de nacimiento, obras más importantes), las entradas arriesgan una interpretación personal llegando a veces a constituirse como verdaderos ensayos.
La primera edición de Borges babilónico tuvo lugar en Brasil en 2017 y nació porque la traducción al portugués de la obra del autor argentino no permitía las notas al pie o el aparato crítico. Jorge Schwartz decidió entonces encarar esta aventura temeraria.
La edición argentina amplía la brasileña y suma nuevos colaboradores, llegando a 75, la mayoría investigadores que provienen del área académica y escriben sobre temas que conocen muy bien. Entre otros, Patricia Artundo escribe sobre revistas y artistas de vanguardia, Daniel Balderston sobre la sexualidad, David Oubiña sobre cine, Lucas Margarit sobre literatura en inglés, Claudia Fernández y Martín Greco sobre literatura italiana, e investigadores jóvenes brasileños sobre los más diversos temas (mi aporte es sobre la censura y Bustos Domecq, ese genio incomprendido).
Pero la diferencia con la edición brasileña no es solo cuantitativa; las nuevas entradas incorporadas muestran un giro que se ha dado en los recientes años en los estudios borgianos: después de una infinidad de lecturas textuales, se percibe un interés sobre los modos de vida, sus opciones políticas (entrada sobre nazifascismo), su relación con la sexualidad (entradas sobre homofobia y censura), y su producción marginal que no entró en las Obras completas y que está en la bibliografía complementaria: Textos recobrados, el Borges de su amigo Bioy y otros descubrimientos recientes.
Así, el título que está tomado de Julio Cortázar adquiere mayor sentido: no es el Borges babélico (la ciudad de la confusión de lenguas y de la pretensión del conocimiento absoluto) sino babilónico, el lugar de la disipación y las pasiones. Aunque babilónico no parezca un atributo muy borgiano, pese a su relato “La lotería en Babilonia”, cada vez son más las elucubraciones sobre el Borges cotidiano e íntimo que van desde películas a las memorias de Estela Canto y la reciente novela Si de Aníbal Jarkowski.
En una lectura azarosa y a los saltos (la única que el género soporta y estimula), Borges babilónico ofrece entradas excepcionales y hallazgos diversos. En “Borges de Bioy”, por ejemplo, Isabel Stratta despliega una escritura precisa (“ráfagas de crítica literaria instantánea”, “conservadurismo pedestre”, “trastienda creativa”) y ensaya respuestas a diversas preguntas: ¿sabía Borges que Bioy estaba registrando las conversaciones que tenían? ¿Qué cambios se producen en la mirada de Bioy sobre su amigo con el paso de los años? ¿Qué “gérmenes de ficciones futuras” se encuentran en las conversaciones?
Otra felicidad que depara el volumen son las entradas sobre literatura francesa redactadas por Magdalena Cámpora. Desmitificadoras, recurren a materiales poco conocidos (sobre todo las conferencias dictadas en instituciones francesas) y discuten con lecturas como las de Jacques Rancière y lugares comunes sobre la supuesta francofobia borgiana. Hay entradas previsibles como la de Flaubert o Voltaire, otras más inesperadas (Rimbaud y Diderot) y ausencias llamativas, como las de Roger Caillois. (La enciclopedia está, como no podía ser de otra manera, repleta de omisiones u olvidos, pero el efecto es estimulante, conduciendo la lectura a un sistema de remisiones infinitas).
La relación con la literatura francesa que Cámpora define como “ambivalente” deja de serlo en la entrada sobre Rimbaud, quien aparece como su contrafigura. Desde muy joven Borges encontró a Rimbaud “aburrido” (grave injuria), pero a lo largo de los años le sirvió para oponerle un tipo de visionario (Blake, Swedenborg) que no rechazaron “los goces peculiares de la sintaxis” (es decir, que se mantuvieron en la literatura y no se entregaron, como Rimbaud, “a la política y al comercio”). Al ser confrontado con un autor central del canon occidental pero al que se refiere en contadas ocasiones, las entradas de literatura francesa trazan un perfil inesperado de Borges.
Otro acierto son las miradas que no omiten la interpretación personal ni la confesión. Edgardo Cozarinsky participa con tres colaboraciones sobre Santiago Dabove, Macedonio Fernández y Victoria Ocampo. Sobre la directora de Sur escribe: “Ante esta mujer hermosa, apasionada, generosa, siempre sentí una admiración más fuerte que cualquier desacuerdo puntual sobre gustos u opiniones”. La opinión no configura un desliz sino la libertad con que los escritores intervienen en la enciclopedia.
Quien llega más lejos es Ricardo Piglia con “Memoria”, ensayo en el que
actualiza la pregunta de Walter Benjamin sobre la crisis de la narración. Si en
Benjamin la crisis se vinculaba al trauma de la guerra, en Piglia su disolución
se debe a la captura por parte del Estado de la memoria. Borges aparece, en
esta hipótesis, acompañado de la narrativa norteamericana contemporánea (Thomas
Pynchon, William Gibson, Philip Dick) y hasta de personajes de la galería del
cómic y el cine como el Joker interpretado por Jack Nicholson.
Hasta El proceso de Kafka, en la entrada de Piglia, se transforma de una novela sobre la justicia en un “proceso a la memoria”. Aunque el texto está tomado de su libro Formas breves, la enciclopedia lo dota de nuevos sentidos: ser interpretado bajo la nómina “memoria”, referir a otras entradas en una red de referencias cruzadas y, sobre todo, subrayar su inestabilidad genérica, entre el relato ficcional, el ensayo de autor y la descripción informativa. Otro hallazgo son la cantidad de entradas referidas al mundo árabe y musulmán´; sorprende por su cantidad.
El autor Jorge Schwartz, ensayista argentino hace tiempo radicado en Brasil, fue el director del museo Lasar Segall, curador de muestras emblemáticas como Brasil 1920-1950 y autor de libros clave sobre Horacio Coppola, Oliverio Girondo y Oswald de Andrade. Schwartz ya había hecho un libro de consulta obligatoria sobre los manifiestos de vanguardia (Vanguardias latinoamericanas: textos programáticos y críticos); y con Borges babilónico logra lo mismo.
No es la primera enciclopedia sobre Borges, hay muchas más, pero esta
tiene la característica de incluir a varios de los críticos más importantes de
su obra provenientes del área universitaria: Beatriz Sarlo, Daniel Balderston,
Ricardo Piglia, Michel Lafon, Carlos García, Emir Rodríguez Monegal, Annick Louis,
Ivan Almeida, Saúl Sosnowski, además de incorporar a críticos brasileños de
reconocida trayectoria en su país como Leyla Perrone-Moisés, João Adolfo
Hansen, Eneida Maria de Souza y Davi Arrigucci. La cuidada edición de Fondo de
Cultura lleva el paroxismo de las enciclopedias al límite: contiene una lista y
un índice de colaboradores, una bibliografía, un índice de entradas y otro de
nombres citados.
De todos los artículos de la enciclopedia tal vez el más curioso sea el de “Borges, Jorge Luis”. La entrada reproduce la inventada por el propio Borges cuando, en la edición de las Obras completas de 1974, imagina su destino póstumo en “una Enciclopedia Sudamericana que se publicará en Santiago de Chile, el año 2074” y que evoca su obra, su fama y “ciertas incurables limitaciones”. Es como si el mundo existiera para terminar en una enciclopedia y que su forma de ordenar las cosas fuese una de las mejores para acceder al conocimiento. Frente a la realidad babilónica que nos agobia, ahí está la apuesta de Borges, enciclopédico y babilónico, tal vez no menos monstruosa.