Una entrevista de Mauro Libertella con el especialista en lunfardo Oscar Conde (foto), publicada en Ñ, el sábado 25 de junio pasado.
"Cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo”, escribió una vez Charly García en una canción emblemática. Ese fragmento, recortado del cancionero argentino, está intervenido por dos lunfardismos que le confieren su singularidad: trip y bocho. De esas palabras, esquirlas clavadas en el tejido de nuestro idioma, que todos usamos con mayor o menor insistencia, se encarga Oscar Conde en Lunfardo. Un estudio sobre el habla popular de los argentinos, un volumen de casi 600 páginas que va a fondo en el tema.
-¿Cómo fue su acercamiento al lunfardo?
-Cuando yo me recibí en la Facultad, ya era profesor de Lenguas Clásicas, y me interesó mucho acercarme a la poesía del tango. Cuando hice eso, me di cuenta de que no había diccionarios de lunfardo muy actualizados ni muy científicamente hechos. Eso me empujó a ver si podía hacer un diccionario, cosa que logré en 1998. El interés por el lunfardo quedó ahí, y se fue reavivando. El germen está ahí hace mucho tiempo. Este libro puntual surgió a partir de una invitación que recibí de la Biblioteca Nacional, para dar una serie de conferencias sobre el tema. La preparación de esas charlas fue el origen de este proyecto.
-¿Hay mucho escrito y publicado sobre el lunfardo?
-Hay una vasta producción, sí. Algunas cosas muy poco serias, y otras muy buenas pero que no son de conocimiento masivo. En cuanto a libros, hay dos autores que son especialmente serios: José Gobello y Mario Teruggi. Cada uno de ellos intentó hacer un libro abarcador sobre el lunfardo. Teruggi hizo uno en 1974, Panorama del lunfardo, excelente para la época pero que ya se quedó muy viejo, y que además no tiene un tratamiento lingüístico a fondo, y Gobello escribió uno que se llama Aproximación al lunfardo, publicado en el 96. Pero a mí me parecía que había una cantidad de interrogantes y problemas que no habían sido trabajados a fondo.
-¿Por ejemplo?
-Bueno, siempre que se habla del lunfardo se hace referencia a otros argots del mundo. Está el argot francés, está el slang inglés, está la gíria brasileña. Pero no se había explicado qué es y cómo funciona ese argot. También me interesaba tomar otros argots para ver en qué cosas se parecen y en qué cosas se diferencian de nuestro lunfardo. Ahí entró el parlache de Medellín, el joual de Montreal, el cockney de Londres.
-Otro tema que usted trabaja es el de las definiciones sobre qué es el lunfardo...
-Esa es una cuestión que me parece crucial. Quería mostrar que el habla popular urbana de la Argentina, que nació en el último tercio del siglo XIX, sigue siendo algo que debemos llamar lunfardo. En ese sentido, me preocupaba mucho distinguir la noción de lunfardo que se maneja habitualmente, y refutar algunas de las ideas de los últimos cien años. Hay quien ha llegado a decir que el lunfardo es un idioma: claramente no. Se ha dicho que es un dialecto, pero no. En todo caso uno puede decir que el lunfardo está incluido dentro del dialecto rioplatense del español. Hay quienes dicen todavía que el lunfardo es el lenguaje de la cárcel o de los ladrones, cuando no lo es. En su origen, es cierto, la palabra lunfardo significaba ladrón, pero rápidamente se entendió que eso no es un tecnolecto, una jerga de los ladrones. La palabra catrera no tiene nada que ver con los ladrones, como no tiene nada que ver faso, o bardear.
-En el libro se ve que hay muchísimos lunfardismos que vienen de las camadas inmigratorias de principios del siglo XX.
-A diferencia de otras hablas populares del mundo, el lunfardo nace, justamente, en esa misma eclosión en la que nace el tango, con la llegada de la inmigración y la convivencia babélica en los conventillos. En los primeros 20 años de vida del lunfardo, el aporte de las letras itálicas es brutal. Hay palabras del napolitano como cucuza (cabeza); palabras del siciliano como furca, que es una toma del ladrón cuando agarra a la víctima de atrás; hay genovesismos como enchastrar o bacán; hay palabras del italiano estándar, y algunas del yergo o furbesco que es el habla de los ladrones italianos. Ese sería el aporte más crucial, pero hay aportes del francés general, como marote, que es una palabra que viene de marot, que es la cabeza en la que se coloca una peluca en una vidriera. O la palabra fifí, que viene del francés. Hay también palabras del argot de la prostitución francesa, como franelear o partuza. También hay algunos calcos, como la posición sexual 69, que es un calco de soixante neuf, que es una creación francesa.
-¿Palabras como chatear se consideran un lunfardismo?
-Yo creo que no. Las palabras que tienen que ver con neologismos que dan cuenta de avances tecnológicos son palabras compartidas por todos los hispanohablantes. No es que en argentino se usa chatear; se usa en todos lados. Eso no es un lunfardismo. Y tampoco es un americanismo, porque se usa en España también. Uno de los límites que tiene el lunfardo es el uso como americanismo. Si se usa en 4 o 5 países, no es un lunfardismo. Otro límite es el de los seudolunfardismos: palabras que mucha gente cree que son lunfardismos, pero son palabras españolas normales, como fiambre para muerto, o curdela como borracho, espichar por morir, son todas palabras españolas.
-¿Y las así llamadas “malas palabras”?
-Palabras como hijo de puta se usan en todos los países hispanohablantes. Pero una palabra como pelotudo yo diría que es lunfardo. Boludo, pelotudo, son creaciones muy argentinas. O una palabra como pajero no es un lunfardismo, pero jeropa, el vesre, sí lo es.
-¿Qué hace que algunas palabras sobrevivan y otras caigan en desuso?
-Es un misterio... Esto que me preguntás es lo mismo que si me preguntaras “en una cuadra de Palermo hay cinco bares, ¿por qué a uno va todo el mundo y a otro no va nadie?”. Y yo te diría, “y, son corrientes de consumo”. Con el lenguaje ocurre lo mismo. Hay palabras que a la gente le sientan bien, al hablante le parece una palabra divertida o le parece irónica. Lo que tienen los argots es esta cuestión del peso connotativo que tiene el uso de la palabra. No es lo mismo decir “fui a una discoteca, conocí a una señorita, la seduje y la llevé a un hotel para parejas” que decir “fui a un boliche, conocí una mina, me la levanté, y me la llevé al telo”. No es lo mismo. La cantidad de cosas que se transmiten en el segundo enunciado, en el primero, que es neutro, de tipo denotativo, no se transmiten. Lo segundo está cargado de sentido, de gracia, de picardía.
-Además de grupos generacionales, supongo que hay lunfardismos que están asociados a grupos sociales, económicos, culturales. ¿Cómo funciona eso?
-Todas las palabras, salvo que sean una creación de los medios de comunicación, surgen dentro de un grupo. Esto es inevitable. La mayor parte de los neologismos son creaciones de jóvenes, entre los 12 y los 20 años. Este es el mayor generador de palabras. Los jóvenes tienen otra libertad con la lengua, necesitan diferenciarse, necesitan crear una cohesión de grupo y eso en muchos casos se logra con un lenguaje compartido que los del otro grupo no comprenden, un lenguaje que los hace sentir distintos de sus padres, de sus profesores. Pero a veces, y esto ha ocurrido en el lunfardo del último medio siglo, la palabra lunfarda es simplemente una palabra que corresponde a un ambiente y se saca de contexto de esa jerga para usarse con otro sentido. Una cosa es estar jugando un partido de fútbol y quedar en orsai, y otra es decir una macana en público y quedar en orsai. Una cosa es decir que los caballos en el hipódromo están en las gateras, y otra cosa es decir que estás por proponerle noviazgo a una chica y decís “estoy en la gatera”. Hay usos que han hecho que el vocablo que es propio de la jerga se haya extendido. Dentro del hipódromo se varea a los caballos para que caminen a la madrugada, pero en la calle uno saca a varear a su novia, a su mujer. La palabra copar, que es típicamente de los grupos guerrilleros de los años setenta, derivó en el adjetivo copado. Como se copaban los cuarteles o las comisarias.
-Hay también algunas confusiones que orbitan alrededor del tema del lunfardo, como el lugar común de que los jóvenes no saben hablar.
-A mí me causa un poco de gracia el modo en el que se aborda el tema del lenguaje en los jóvenes. En general, se hace un gran paquete y se dice que los jóvenes no saben hablar porque no leen, porque el nivel de la escuela cayó, y que el chat les deforma el idioma. Estupideces por el estilo. El idioma es imparable. El pueblo agranda el idioma. El chat, además, no tiene nada que ver con el lunfardo: la chica que le escribe a su novio TKM cuando lo ve le dice “te quiero mucho”, no “tkm”. De manera que no veo una deformación. Probablemente haya una pérdida de vocabulario, eso sí. El problema que tiene la pérdida de vocabulario es que perdés espesor para definir las cosas, para clasificar las cosas. Si no conocés muchas variantes que designen estados de ánimos, te va a costar entender lo que te pasa. La lengua no es otra cosa que un sistema de categorías, que reproduce el modo de pensar, el modo en que entendemos el mundo.
-¿Para ir cerrando, cuáles son sus lunfardismos preferidos, si es que los tiene?
-No sé si tengo. En general me interesan aquellos que generan algún tipo de controversia en cuanto a la explicación. Porque mucha gente cree saber la explicación del origen de una palabra, y dice un disparate. La palabra colimba, por ejemplo. Decir que surge de un acrónimo de “corre, limpia, barre” es disparatado. Colimba es el vesre de milico. El verbo zarparse, ¿cómo lo escribís vos?
-Con z.
-Claro, pero no. Es el vesre de pasarse. Biorsi, para decir baño, es también un vesre, de la palabra servicio. Esas palabras me interesan. De atorrante se han dicho muchas cosas, como que viene de unos caños que tenían escrito “A. Torrant”, y como los linyeras dormían en los caños... nada que ver. Es simplemente el verbo atorrar, que quiere decir estar perezoso. Y de algunas se desconoce el origen, y esas me generan ya casi una obsesión. Por ejemplo, por qué al mal olor lo llamamos baranda. No se sabe todavía. O por qué a la mugre la llamamos grela. Me gustan esos misterios.
lunes, 4 de julio de 2011
El dolape que chamuya ajoba se la sabe lunga
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A qué castellano se traduce,
Argot y lunfardo,
Oscar Conde
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