Palabrotas del sexismo
Batahola en España: ¿por la crisis económica que hizo perder las elecciones a los socialistas a manos de la derecha? ¿Por el plan de ajuste draconiano que implementa el nuevo gobierno? Sí, pero también por cómo hablar y cómo escribir . A partir de un informe de Ignacio del Bosque, integrante de la Real Academia, titulado “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, se ha armado la de San Quintín, con feministas, escritores, lingüistas, filólogos y otras yerbas especializadas tirándose con tratados y citas por la cabeza por el papel de la mujer en el idioma.
Todo empezó con nueve guías elaboradas en universidades, con la inestimable colaboración de comunidades autónomas y sindicatos, que hacen recomendaciones ante diversas instancias gubernamentales para despojar al lenguaje de todo signo sexista .
Una de ellas, la de la Universidad de Málaga, propone, por ejemplo, eliminar el “uno”, considerado machista, para referirse al sujeto (¿o sujeta?). Y a la oración “Es difícil que uno se acostumbre a tantas incomodidades” propone sustituirla por la más ecuánime “Es difícil que una persona se acostumbre a vivir con tantas incomodidades”.
También le molesta “todos” para referirse a un conjunto de hombres y mujeres. A “Todos tenemos sentimientos” propone cambiarlo por “Todos y todas tenemos sentimientos”.
Desde luego tampoco soporta el término “hombre” como referido al género humano (¿o génera humana?). Y solicita que “Los estudios sobre el hombre” sea reemplazado por “Los estudios sobre el ser humano”. Impugna la oración “Los trabajadores de la empresa” y propone “La plantilla de la empresa”.
Acota que podemos decir “la adolescencia” en vez de decir “los adolescentes”, y “el funcionarado” en vez de “los funcionarios”.
De igual manera aconseja “la persona interesada” en vez de “el interesado”.
Si un hombre cuida chicos será “niñero” o “nodrizo”, habrá “conserjas” y “conserjes” y, desde luego, “presidentas” y “presidentes”, en la cual los argentinos somos pioneros.
Nada dice la guía de hombres que son gasistas, anestesistas o electricistas, que bien podrían querer ser llamado gasistos, anestesistos o electricistos.
A todo esto el académico Bosque respondió: “Si se aplicaran las directrices propuestas en sus términos más estrictos, no se podría hablar”. Además, no encuentra sentido en “forzar las estructuras lingüísticas para que constituyan un espejo de la realidad.” La publicación desató una tormenta de palabras en España y ya llega a nuestras costas.
Mientras Amelia Valcárcel, catedrática de filosofía, recordaba que “la gramática no es la vida” , Adelaida de la Calle, rectora de la Universidad de Málaga, opinaba que “hay que poner a la mujer en valor y hacer el esfuerzo de cambiar el lenguaje”.
La escritora Rosa Montero anclaba la discusión en lo real: “Es verdad que el lenguaje es sexista, porque la sociedad también lo es.” Y la notable escritora Elvira Lindo enumeraba algunas de las tantas discriminaciones que sufren las mujeres, para concluir: “Son tan fundamentales los aspectos que las mujeres deseamos mejorar que, francamente, estar incluida en un plural masculino que se entiende como genérico me importa bien poco.”
Entre nosotros, Susana Anaine, de la Academia Argentina de letras, escribió en Clarín. “¿Es tan extremadamente difícil acostumbrarse a esquivar en el habla el predominio de un género, reemplazar ‘mis amigos’ por ‘mis amistades’? Y el escritor Pablo de Santis advirtió en La Nación: “Que alguien diga ‘todos y todas’ forma parte de su libertad como hablante, pero que esas preferencias se conviertan en una obligación es una insensatez”.
Adolfo Bioy Casares, en su indispensable Breve diccionario del Argentino exquisito estipula: “El que dice lo que se propone, de manera eficaz y natural, con el lenguaje corriente de su país y de su tiempo, escribe bien.”
Y quizá en lo de “natural” radique la diferencia: intentar estrujar el lenguaje -en vez de modificar la sociedad- en pos de una posición políticamente correcta puede ser una tilinguería notablemente ineficaz. Porque, a diferencia de quienes se esfuerzan, quienes hablan bien -a calzón quitado, a la que te criaste- suelen escribir “con el lenguaje corriente de su país y de su tiempo”. Es decir, bien.
El lenguaje, además, no es obra de academias -que funcionan como meras escribanías-, no se impone por decreto ni soporta la ortopedia de las ideologías: libres, los hablantes lo deciden y lo cambian sin parar. Y como se les da la real gana.
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