miércoles, 4 de diciembre de 2013

¿Quién traduce los lenguajes ficticios?

El traductor español Mario Grande (quien con Mercedes Fernández Cuesta formó un tándem de traductores activo desde 1998) publicó la siguiente columna en El Trujamán del jueves 28 de noviembre pasado.

Lenguajes ficticios y traducción: caminos insospechados

Los lenguajes ficticios ocupan un lugar peculiar en libros, cómics, películas y videojuegos. No solo por su función narrativa, sino también por cuestiones asociadas a la traducción. Su presencia suele vincularse a entornos utópicos/distópicos, mundos mágicos, el espacio exterior. En ellos se hablan, se escriben, se leen y se escuchan, entre otros, la neolengua de Orwell (1984), el sindarin de Tolkien (El Señor de los Anillos) y el klingon de Marc Okrand (Star Trek), el nasdat de Burgess (La naranja mecánica) y el sildaviano de Hergé (El cetro de Ottokar), el na’vi de Paul Frommer (Avatar), las siete lenguas mágicas en la saga de Harry Potter de J. K. Rowling, los cerca de ciento cuarenta idiomas de los episodios de La guerra de las galaxias, obra de multitud de creadores, o el valiriano de Juego de tronos, inspirado en las novelas de George R. R. Martin. De algunos lenguajes ficticios solo se tiene vaga noticia o se conocen unas pocas palabras, en tanto que otros se nos presentan con un notable desarrollo histórico, social y gramatical: léxico, alfabeto, morfología y sintaxis, incluso cierta literatura. Los lenguajes ficticios pueden inspirarse en lenguas conocidas —identificándose con ellas, como la neolengua y el inglés de mediados del siglo xx— de las que extraen cualidades que refuerzan su función narrativa. Rasgo común a todos ellos es su potencia comunicadora anterior a la traducción. Por ejemplo, de la neolengua sabemos que es una lengua en continua reelaboración y reescritura (se está redactando la undécima edición del Diccionario) mediante la destrucción de palabras, procedimiento considerado por el Gran Hermano más útil que la traducción (tildada de falsificación) para lograr el objetivo de anular la facultad humana del lenguaje como expresión del pensamiento hacia el año 2050 (dos vueltas de tuerca al lenguaje de Houyhnhnms y Yahoos en la sátira de Swift). El lector difícilmente puede sustraerse al horror de una lengua sin pasado ni futuro. En otros casos, el recurso a lenguas célticas como el galés basta para revestir al relato de la Tierra Media de un expresivo manto de mítica antigüedad. El nadsat, que se sirve del ruso, funciona eficazmente como argot en plena guerra fría (como el fugaz runglish de Arthur Clarke en2001: una odisea del espacio). Lo mismo que el sildaviano, inspirado en el dialecto holandés de Bruselas), da cuenta de la «Anschluss» de Sildavia por Borduria. Otros lenguajes ficticios van derechos a provocar la emoción mediante la sonoridad, el tono, la frecuencia: el na’vi asociado con la inocencia, igual que el lenguaje de los ewoks (de tonalidad tibetana) o el hutés (de fonética quechua). Como si los lenguajes ficticios llegaran más profundamente. Y más allá de las fronteras del lenguaje humano, sirven de medio de comunicación entre humanos, no humanos y máquinas androides. Su máxima expresión sería C-3PO, el simpático robot dorado de La guerra de las galaxias capaz de traducir seis millones de idiomas (lo que le convertiría en patrono, honra y prez de los traductores electrónicos, siempre que no le extraigan la memoria artificial, claro).

La pregunta es: ¿quién traduce los lenguajes ficticios? Paradójicamente, esta labor no la efectúa el traductor, pues no ha tenido oportunidad de formarse en esos lenguajes. La traducción, cuando procede, (o, quizá mejor, una suerte de metatraducción dentro del texto en cuestión) recae en manos del autor, creador del lenguaje ficticio y único conocedor del mismo, a diferencia del mito de Babel. Al traductor le cabría intervenir en el caso de que fueran precisas adaptaciones. Alguien como Coetzee sugeriría que este tipo de lenguajes son una manifestación autoritaria por cuanto no son interactivos, sociales. Abogaría por el silencio. Alguien como Rushdie lo celebraría por lo que tiene de híbrido o ecléctico. Internet ha modificado los términos del debate, permitiendo la continuación del proceso de creación y traducción de estos idiomas ficticios colectivamente, transformando lo que quizá naciera con voluntad hermética de creación de la imagen del Otro Absoluto en acto de comunicación.


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