martes, 10 de junio de 2014

El proceso y un problema kafkiano en Ecuador

El siguiente artículo, firmado por el escritor ecuatoriano Leonardo Valencia (1969), fue publicado en diario El Universo, de Ecuador, el 3 de junio pasado. Se habla en él de un curioso proyecto del Consejo de la Judicatura de Ecuador donde, aparentemente, no se le hace justicia a los traductores.

Kafka y el derecho del traductor

Hay muchas ediciones de los libros de Kafka. Quien fuera un discreto abogado checoslovaco, de lengua alemana, y que murió publicando apenas unos cuantos libros breves, nunca llegó a ver el éxito mundial de sus novelas póstumas, como El desaparecido (durante mucho tiempo titulada América), El castillo y El proceso. Los mejores traductores del mundo se han volcado a este autor que ha planteado tantos retos y dificultades, así como estímulos para el gran arte de la traducción. En el ámbito de lengua española, los más recientes traductores de Kafka han sido Miguel Sáenz, Juan José del Solar (recientemente fallecido), César Aira, Renato Sandoval y Rodolfo Hásler. Entre los más prestigiosos y anteriores han estado nada más y nada menos que el gran escritor argentino J. Rodolfo Wilcock, entre otros traductores como Feliu Formosa o J. D. Vogelmann. Es decir, hay toda una lista de maestros de la traducción, oficio que con el paso de los años y el reconocimiento de sus derechos, no solo en cuanto a pago por su autoría intelectual, ha logrado también un reconocimiento público de su trabajo, incorporando sus nombres hasta en la misma portada de los libros. La razón es evidente: una traducción literaria es una recreación del lenguaje y del mundo del autor a la lengua de destino. La dedicación del traductor exige no solo un talento idiomático sino una cualidad creadora de alto rigor.

Menciono esto porque tengo en mis manos una reciente edición ecuatoriana de la novela El proceso de Kafka publicada en la colección “Literatura y justicia”, emblemático nombre para un proyecto que difunde obras que vinculen la literatura con la labor que lleva adelante el Consejo de la Judicatura de Ecuador. En la contraportada de las ediciones, y específicamente en la que tengo, hay un par de leyendas que señalan los objetivos del proyecto editorial: “Vincular los aspectos que subyacen en la condición humana con las normas y sanciones que las rigen”, y poco después: “La expiación y la culpa, la equidad y la solidaridad como la prueba más alta del concepto de justicia”. En la página interior de créditos consta una larga lista de participantes del proyecto, desde el presidente del Consejo de la Judicatura, los vocales, el consejo editorial, el director de la colección, el editor general, el director de la Escuela de la Función Judicial, y luego lo indispensable: el crédito de fotógrafos, diseño, revisión bibliográfica, equipo periodístico, revisión y corrección de textos. Incluso aparecen los nombres del “Apoyo administrativo Editorial”, el “Apoyo Técnico Gaceta Judicial” (sic). Muchas personas. Aunque son muchas, digamos que está bien que vayan todas.

Pero no hay ni una sola mención al traductor del libro. Es decir, quien ha hecho la parte más importante del trabajo y que tiene derechos legales sobre el reconocimiento económico y público de autoría. Nada, ni una línea. Apenas se menciona que “Libresa S.A. cede los derechos de traducción de la obra” por esta única edición. Pero ninguna mención al traductor. Reviso entonces la edición de Libresa del mismo libro –la de julio de 2011– y tampoco encuentro ninguna mención al traductor. Reviso algunas de las traducciones de Kafka al español y no encuentro ningún parecido, hasta que doy con una de un tal R. Kruger, publicada hace más de treinta años por la editorial española EDAF, que sí se parece, palabra a palabra, con la que publica la colección del Consejo de la Judicatura.

¿Quién será R. Kruger? ¿Vivirá? ¿Sabrá que en un país muy lejano de su país de origen se han publicado miles de ejemplares de su traducción y que no consta su nombre por derecho de autor de traducción? Quiero suponer que legalmente se le habrá pagado, y en cualquier caso eso ya es tarea del mismo Consejo de la Judicatura que, de ahora en adelante, estará atento de que la editorial Libresa publique los nombres de los traductores de la vasta lista de libros traducidos que hace circular por Ecuador.

Hay que felicitar al Consejo de la Judicatura por tan hermoso proyecto –salvo este error grave de omitir el traductor– porque ha hecho mucho más que el Ministerio de Cultura que todavía no logra apoyar solventemente a la industria del libro ecuatoriano o poner en funcionamiento eficaz una red de bibliotecas (¿o es tarea del Ministerio de Educación? Entonces, ¿para qué un Ministerio de Cultura?). En resumen, cuando los funcionarios se llenan de discursos de integridad y de eficacia y de grandes reformas en el sistema judicial pero no cuidan el derecho nada menor del traductor de un libro que es quien ha cargado todo el trabajo, ¿dónde queda lo kafkiano del asunto? El prologuista de la edición ecuatoriana de El proceso de Kafka, el abogado Néstor Arbito Chica, hace un buen prólogo –donde menciona su trabajo en la reforma judicial– y consta su breve biografía junto a la de Kafka en la solapa. Supongo que el mismo prologuista se interesará por aclarar este olvido del traductor y sacarlo a la luz de un largo “proceso” editorial en el que se ha olvidado su derecho incuestionable. Supongamos que R. Kruger esté muerto, su derecho lo tendrán sus herederos, y si no hay herederos, al menos el reconocimiento público de su nombre. Quiero suponer, en honor a Kafka, que esto no se convertirá en otro largo proceso kafkiano donde se olvide el propósito básico: el derecho de cada uno de los hombres frente a un aparato descomunal que busca deshumanizar a cada individuo y controlar, sin cuestionamiento ni disensos, toda una sociedad. Ahora que hay un interesante grupo de traductores ecuatorianos, su derecho a la difusión y la concienciación social de su autoría es un principio a defender sin pretextos ni justificaciones.

Una traducción literaria es una recreación del lenguaje y del mundo del autor a la lengua de destino. La dedicación del traductor exige no solo un talento idiomático sino una cualidad creadora de alto rigor.


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