El 6
de julio de 2014, el periodista Héctor
M. Guyot publicó la siguiente columna en el diario La Nación ,
de Buenos Aires.
El problema de las malas traducciones
Modiin,
Israel, 1° de julio de 2014. La imagen de una mujer leyendo en un bosque puede
resultar bucólica. Pero las apariencias a veces esconden y así desacreditan al
sentido de la vista. En este caso, estamos ante un drama. Uno que encierra dos
realidades humanas que existen desde que el mundo es mundo y que resultan más
desoladoras cuando se tocan. La muerte, por un lado. Y el odio a lo distinto,
por el otro. Aquí ambas van juntas, aunque ninguna se muestre en la figura de
una mujer que lee abstraída en medio de un bosque agreste.
La
mujer, en verdad, reza. Reza durante el funeral, celebrado el martes, de tres
jóvenes israelíes secuestrados y asesinados en Cisjordania. El ejército israelí
acusó del crimen al grupo islamista Hamas. Entonces, la venganza se descargó
sobre un joven palestino. Fue encontrado sin vida el miércoles, en otro bosque,
cerca de la ruta que une Jerusalén con Tel Aviv. Había sido secuestrado al
amanecer, frente a su casa, cuando se dirigía a una mezquita. Iba a rezar. Como
la mujer. Pero con otro libro.
Estos
libros, los de unos y otros, así como aquellos que encierran las enseñanzas de
otras religiones, son sin duda sagrados y sabios. Tanto como cada cual estime.
Pero también son maderos sobre el mar encrespado de la vida, a los que nos
aferramos para no hundirnos, o para que no nos trague el vacío o la sensación
de vacío, que tal vez sean la misma cosa. De esto último, y de inequidades más
concretas, se aprovechan quienes los enarbolan para erigirse en dueños de una
verdad detrás de la cual encolumnar a los náufragos.
Tal
vez esos libros, todos, digan más o menos lo mismo. O, sabiamente, no lo digan.
Porque en última instancia todos apuntan, como la poesía, a lo que escapa de
las palabras. Estamos entonces ante un problema de traducción. En todos lados
hay gentes que se empeñan en hacerles decir a las cosas lo que les conviene. En
todos lados hay otros que lo aceptan. Al final, eso es tomado como bueno. Y ya
nadie lee de verdad. Y las divisiones crecen y matan.
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