Se reproduce a continuación una nota aparecida en Vozpópuli sobre Madame Bovary y sus traducciones, que probablemente contenga elementos ya
publicados en este blog. La firma Karina
Sainz Borgo y se publicó el 25 de junio pasado. Nótese la burrada con que termina la nota, cortesía del editor Luis Magrinyà.
Madame,
señora o adúltera: diez formas
distintasde leer a la Bovary de Flaubert
distintasde leer a la Bovary de Flaubert
Es uno de los personajes más
contemporáneos de la literatura europea y eso que ya tiene casi dos siglos
desde que Gustave Flaubert la creó. Escribiéndola, Flaubert nos
abocetó a todos. Su compulsión y aparente frivolidad nos anticipa y explica. Se
trata de Madame Bovary, esa joven de provincias,
encarnación perfecta de la insatisfacción que todo lo arrasa. Justamente por eso,
porque el drama de Emma Bovary no prescribe, desde hace ya algunos
años distintos sellos han ofrecido relecturas, traducciones y versiones
revisadas del clásico.
De las más grandes novelas que
sobre el vacío se hayan escrito jamás, este drama local cuenta la historia de Emma Bovary, mejor dicho, de Emma Rouault, una joven de un pequeño pueblo
normando quien tras casarse con Charles Bovary, joven médico que recién enviuda
tras un esperpéntico matrimonio, lleva una vida aparentemente tranquila. Emma
no tiene obligaciones que atender. Se le va el tiempo leyendo folletines con
los que alimenta una serie de ensoñaciones, las mismas de sus héroes
literarios. Comienza así una especie de
enloquecimiento cervantino. Ella, como Alonso Quijano con las novelas de caballería, se
entrega a la insistente ensoñación sobre la vida en la ciudad, ese laberinto de
pasiones tan lejano de su vida de provincias.
De no haberse casado con un
medicucho sin futuro, piensa Emma, viviría de baile en baile y de arrebato en
arrebato. Ella, que se siente llamada a ser amante de vizcondes y a desatar
pasiones desenfrenadas, comienza a encadenar una serie de experiencias que
hacen de sucedáneos. Y así, en su deseo perpetuo, todo lo confunde: “Las
sensualidades lujosas, con los goces del corazón, y las galanterías, con los
sentimientos delicados”, escribe Flaubert en lo que puede parecer el retrato de
una necia, una mentecata, la misma que todavía nos fascina justamente por su
candidez y brutalidad. El filósofo francés Jules Gaultier llamó bovarysmo al hábito de evadirse de una realidad
insatisfactoria, y Mario Vargas Llosa se confesó en las páginas de La orgía
perpetua un
enamorado de tan singular dama, dueña de esa cabeza llena de fantasmagorías de
la que él ha sido casi siempre el eterno prologuista. Pero volviendo al tema.
En el caso de Emma Bovary, el asunto no está en desear, sino en lo que ese
deseo hace con todo cuanto consigue a su paso.
Según el escritor Andrés Ibáñez, la primera traducción de Madame Bovary al español ocurrió a fines del siglo XIX, y estuvo a cargo del músico y médico Amancio Peratoner (seudónimo de Gerardo Blanco). Cabe destacar que se tomó algunas libertades, la más lesiva de ellas el título, que pasó de Madame Bovary a ¡Adúltera! A esa siguieron la de Pedro Vances para Espasa Calpe y la de José Pablo Rivas para Calleja. También están las ediciones que hicieron Plaza & Janés, con traducción de Juan Rius (Plaza & Janés), la de Consuelo Bergés –traductora también de Stendhal y Proust– para Alianza Editorial, sin duda una de las más leídas; la de Julio C. Acerete (Bruguera), la de Carmen Martín Gaite (recuperada por Tusquets en 1993) y la de Juan Bravo Castillo, que sustituyó a la anterior traducción de Espasa Calpe.
Según el escritor Andrés Ibáñez, la primera traducción de Madame Bovary al español ocurrió a fines del siglo XIX, y estuvo a cargo del músico y médico Amancio Peratoner (seudónimo de Gerardo Blanco). Cabe destacar que se tomó algunas libertades, la más lesiva de ellas el título, que pasó de Madame Bovary a ¡Adúltera! A esa siguieron la de Pedro Vances para Espasa Calpe y la de José Pablo Rivas para Calleja. También están las ediciones que hicieron Plaza & Janés, con traducción de Juan Rius (Plaza & Janés), la de Consuelo Bergés –traductora también de Stendhal y Proust– para Alianza Editorial, sin duda una de las más leídas; la de Julio C. Acerete (Bruguera), la de Carmen Martín Gaite (recuperada por Tusquets en 1993) y la de Juan Bravo Castillo, que sustituyó a la anterior traducción de Espasa Calpe.
A esta lista habría que agregar
tres nuevas versiones editadas en los últimos años. Dos de ellas se publicaron
en 2014: Madame Bovary.
Costumbres de provincia, con traducción, introducción y notas de Jorge Fondebrider y la versión traducida por Mauro Armiño, con prólogo de Mario
Vargas Llosa, publicada también el verano pasado por Siruela. La Bovary de Fondebrider, publicada por el
sello Eterna Cadencia, está acompañada de notas que permiten una mejor
comprensión de la historia, de la cultura y de la sociedad francesa de la
época, justamente por su especificidad. En ellas se incluyen, por ejemplo, las
notas que se nutren de la experiencia de traductores anteriores, así como de
las reflexiones de los escritores que se interesaron en la novela, entre ellos
Nabokov y Vargas Llosa. La segunda, de Siruela, tiene
un plus: los tres fragmentos hasta ahora inéditos, y en los que Flaubert se
revela como un autor meticuloso y exigente con su prosa. No son definitivos
para la comprensión total de la obra, pero sí revelan algunas estampas y
prejuicios de la época, como ocurre con el pasaje Una discusión
sobre libros. En este fragmento el prejuicio de la
lectura femenina arroja luz y dota de sentido muchas oscuridades sobre la
concepción femenina del lector, visto a través de Madame
Bovary como ser influenciable y débil.
Por último, y no por una cuestión
de valoración sino por lo polémico e interesante del volumen, toca citar La señora Bovary, una traducción de María Teresa Gallego Urrutia publicada
por Alba Editorial hace ya dos años. “Al principio no me
atrevía a cambiar los títulos, pero está superado. Se trata de buscar el
rigor”, dijo en su momento Luis Magrinyà, director de la colección de clásicos
de la editorial, ante el reclamo de muchos lectores, que se sintieron
despistados. Todavía mejor fue la respuesta de Gallego Urrutia: “Yo traduje Juicio
y sentimiento de Jane Austen
y todos los años hay señoras en la Feria del Libro que dicen ‘ay, este no lo
tengo’, a lo que les respondo: ¿tienen Sentido
y sensibilidad? Pues es el
mismo, pero bien traducido”.
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