Ayer,
2 de julio, sorpresivamente murió el editor Edgardo Russo. El escritor y periodista Diego Erlan lo recuerdo en estos términos en las páginas de Clarín.
Murió Edgardo Russo, una elegante figura
de la edición independiente en nuestro país
Suele
decirse que el mejor retrato de un editor está en sus catálogos. Elegante y
exquisito, entonces podrían ser los trazos del retrato de Edgardo Russo, poeta,
ensayista, traductor y uno de los nombres imprescindibles de la edición
argentina independiente, que murió el miércoles a los 66 años.
Nacido en 1949, empezó como librero en su
Santa Fe natal con una librería llamada El Aleph. En los 70 filmó en 16 milímetros una
película basada en el relato “El acomodador”, de Felisberto Hernández donde
gastó todos sus ahorros y escribió una novela vanguardista llamada Tantalia en homenaje a Macedonio Fernández (“de la
que no quedan rastros”, decía). Fue en esos años de oscuridad y represión en
los que empezó a escribir un texto autobiográfico (“Nosotros no somos los
polacos”) que aparecería en el número 2/3 de la mítica revista Literal.
“Aquello que estaba intentando se relacionaba en muchos sentidos con Nanina de Germán García, El frasquito de Gusmán y El fiord de Osvaldo Lamborghini”, recordaba Russo en
la edición facsímilar de la revista Literal que publicó la Biblioteca Nacional.
En esas esquirlas de una vida cultural inquieta podría restituirse su mapa
estético.
En el año 1988 armó la editorial de la Universidad del
Litoral. A mediados de los años 90, ya instalado en Buenos Aires, fue
responsable de varias colecciones para la editorial El Ateneo así como el
catálogo de Adriana Hidalgo, en el que reunió poetas como Leónidas Lamborghini,
Marosa di Giorgio, Juana Bignozzi, Juan José Hernández y Diana Bellessi. Participó
también de la fundación de la editorial Interzona (donde armó el sello y
publicó los primeros títulos para dejarle su lugar a Damián Ríos) y terminó en
El Cuenco de Plata, donde publicó toda la obra inédita de Manuel Puig (un
verdadero acontecimiento editorial), y siguió publicando a Copi, Felisberto
Hernández, Rodolfo Walsh, Leopold Sacher Masoch, Marguerite Duras, Antonin
Artaud y Witold Gombrowicz, entre tantos otros autores clásicos pero muchas
veces escasamente leídos.
No sólo a ellos publicó. También al Premio
Nobel Patrick Modiano. “Mi actividad como editor es casi más gratificante que
la de publicar un libro propio. Es la literatura más allá del escritor, es poner
al alcance de los lectores autores u obras olvidadas. El dicho debería
ser: plantar un árbol, tener un hijo, editar libros.” Ese es el manifiesto que
lo llevó a ser elegido por la
Asociación de Libreros Argentinos como Editor del Año.
Consideraba que el libro como objeto sagrado
(sea La Biblia
o el Talmud) se superpone siempre a la realidad más procaz del libro como
mercancía. Así se lo decía en 2004
a Walter Cassara: “A partir de allí se generan equívocos
insolubles y a menudo ridículos. La vieja disputa 'cultural' sobre el
best-seller vs. libro de calidad sólo se dirime en el tiempo.” Russo entendía a
El Cuenco de Plata como “una editorial de catálogo”, un catálogo vigente en un
territorio donde predomina “la guerra de las novedades”, disparaba. Rebeldía e
iconoclasia fueron algunas de las marcas de identidad en su paso por librerías.
La solidez de su proyecto editorial no sólo
se basaba en la calidad literaria que derramaba sino también en una seria
planificación económica, con la que pudo llegar a distribuir en España y
autogestionarse la distribución en el mercado argentino. Eso lo ubicaba entre
los editores díscolos que
optaba por no llevar sus libros a las grandes cadenas.
Su libro de poesía Reconstrucción del hecho, de 1989,
obtuvo el Premio Fondo Nacional de las Artes. Le siguieron Exvotos (1990), Landrú por Landrú (1991) y el ensayo La historia de “Tía Vicenta” (1992). En colaboración con Leopoldo
Brizuela publicó Cómo se escribe una novela (1992)
y, junto a Daniel Freidemberg, Cómo se escribe un poema (1994). Guerra
conyugal fue su
novela, publicada en 1999 por Adriana Hidalgo. Además, tradujo a diversos
autores como W. H. Auden, George Steiner, Harold Bloom y Henry James.
En
noviembre de 1990, convocado por Clarín entre una selección de importantes poetas,
tuvo que elegir algún poema propio que fuera su preferido. Eligió “Love streams”:
“Navaja, como filosa te das, Amor/ a lo que
filtras por la línea discreta de tu vena.// En la muñeca se perfila el viaje
tumultuoso:/ desde un nudo –por el brazo– hasta el codo./ Pequeña cicatriz,
pálida peca, lunar/ bajo el vello que destacas al desliz del dedo./ Y desde
allí subiendo al escarpado paisaje de músculos,/ nervios como trenza en una
calva, carne,/ remontas hasta el hombro donde una mano confiada se apoyaba./ Y
trucha derivas bajo el amoroso hueco articulado al tronco por la aorta/ hasta la
zona dilecta para el beso, allí, segundos antes de que el corazón se rompa.”Podría
funcionar como una despedida. Edgardo Russo fue encontrado muerto, al parecer
de un infarto, en las oficinas de su editorial. Una postal estremecedora y
emocionante. Se lo extrañará.
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