1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–Desde hace tiempo defiendo la idea de que no hay texto sin género e incluso me atrevería a decir que no lo hay sin sexo. A mi entender, todo texto está atravesado por la sensibilidad y las circunstancias (culturales, políticas, pero también biológicas o libidinales) de su autor y, de un modo u otro, las proyecta o manifiesta incluso a pesar de que se intenten soslayar o moderar en la escritura. Es más, este mismo acto (el de la autocensura erótica, digamos) ya constituiría un rasgo de género en sí mismo, obviamente reflejado en el texto y, por tanto, detectable o perceptible en la lectura. Así, la traducción, en tanto forma muy particular y específica de lectura y relectura de textos, no podría –ni debería– desentenderse de esta cuestión, sino ofrecer alternativas conscientes que, a su vez, estarán inevitablemente atravesadas por la sensibilidad y circunstancias del propio traductor. Así como no hay texto sin contexto, tampoco hay traducción capaz de aislarse en el tiempo y el espacio o, por decirlo en términos más próximos al asunto de la encuesta, no hay traducción sin cuerpo.
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Entonces, ¿qué hacer con esos cuerpos, el del texto original y el de la traducción? En primer lugar, reconocerlos y no espantarse de ellos. Como en el cuento de Andersen, el emperador está desnudo, al menos a medias. A partir de aquí se juegan cuestiones ligadas a la actitud política, al arte poética de cada traductor (o de ese traductor en cada momento determinado, porque las posturas y enfoques cambian con la práctica y las experiencias): hasta no hace mucho, el traductor era un agente fiscalizador, dotado de herramientas morales y estéticas para enmendar los posibles defectos de los textos originales y adecuarlos a los usos y costumbres “universales” de cada época; a lo largo del s. XX y sobre todo a partir de su segunda mitad, se ha ido imponiendo un enfoque mucho más verista y preservador de los textos originales, con la idea de devolver todo el sabor y la complejidad de estos textos en lugar de planchar su problemática. Hoy en día volvemos a encontrarnos en una encrucijada ética (y política) en la que se cuestiona esta manera de traducir o, en todo caso, en la que se abre la traducción al debate lingüístico de género. Y se abre en pleno proceso productivo, es decir, generando respuestas prácticas, parciales o de urgencia que, obviamente, irán derivando en tendencias más o menos generales. En el caso de los traductores profesionales, es decir, de quienes trabajamos para la industria editorial, a las cuestiones éticas personales debemos añadir las imposiciones (aceptables o no) de esa industria y su propio aparato político de usos y costumbres. Como he dicho, creo que los textos transpiran una libido que no se circunscribe a meras cuestiones gramaticales de género. Es decir que el problema no se soluciona con una estrategia inclusiva determinada ni se preserva necesariamente la sexualidad del texto neutralizando los usos genéricos predominantes digamos “patriarcales”. De hecho, en mi opinión, de ese modo se sumerge el iceberg, se derrite un poco su pico emergente pero también se borran las huellas históricas, culturales, etc., que lo configuran. El buenismo no elimina lo que identifica como el mal, lo perfuma, se limita a perfumarlo. Soy partidario de trasladar la libido del texto original en el estado en el que nos ha llegado a las manos, a los ojos, a todos los sentidos, en la medida, por supuesto, de nuestras posibilidades técnicas. Pero eso ya es cuestión de oficio... y sensibilidad.
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–No, no me ha pasado nunca. Tal vez por ignorancia o, justamente, por falta de la debida sensibilidad, pero también por enfoque crítico. Así como los textos están atravesados no por una sino por numerosas y complejas ondas libidinales, nosotros mismos, en tanto traductores, no somos de una única manera ni componemos un arquetipo inquebrantable. Todas esas corrientes eróticas, esos momentos políticos del cuerpo del texto, están también en nosotros y conviene despertarlos para que nos ayuden a leer desde distintos puntos de vista, y a solucionar los problemas que se deriven de ello de maneras más amplias y no fiscalizadoras. No censurarse para no censurar. Sé que es una propuesta un tanto naïve pero en el fondo apela a la seriedad y el rigor del oficio, que no deben acabar en la gramática o la lexicografía al uso. A la vez, creo lícito que cada traductor sepa reconocer sus límites y admitir sus zonas ciegas, y que no se apropie de aquello que hará mal o peor que otros. También ahí hay una responsabilidad que a menudo se nos escapa. A este respecto, el debate de género ayuda a que estemos más alerta; el peligro es que ese estado se convierta en hipersensibilidad, que es el paso previo e ineludible a la hipercorrección.
1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–No creo que haya un rasgo genérico en la traducción. El traductor es antes que nada un lector sumamente atento, que tiene que evitar errores de lectura u olvidos. Con lo cual, debería poder traducir tanto a un autor hombre o mujer. Si no conoce bien tal o cual tema muy relativo al género del autor, puede buscar, investigar, preguntar; así como lo haría con otros temas. Lo que importa es la tesitura de la voz del texto e intentar ser fiel a ella. En un reciente programa dedicado a la traducción en France Culture, entre las cinco traductoras invitadas, tres traducían a autores –Walser, Murakami y Dante– y no lo plantearon como un problema. Las veces que participé de las residencias de traducción de Jean-Philippe Toussaint en las que solía reunir a sus traductores, había hombres y mujeres, y no recuerdo haber abordado la traducción bajo ese enfoque.
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Los distintos textos que traduje, hasta ahora, siempre fueron textos de autores que me gustaban y resulta que de los tres, dos son hombres: Jean-Philippe Toussaint y Vincent Almendros. Jamás se me cruzó por la cabeza no poder traducirlos por ser mujer. No me parece que el traductor tenga que ser un espejo del autor. En este sentido, la reciente polémica que surgió en Holanda acerca de la persona que habían elegido para traducir a Amanda Gorman me parece equivocada. Es una prueba más de la tendencia a querer encasillar cada vez las cosas. Me gustaría saber quién la va a traducir al castellano.
1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
–Sí, por supuesto. Quién traduce, cómo se traduce, desde dónde... Los handbooks que se publican – y renuevan constantemente en el área de estudios de traducción– hace rato que vienen proponiendo una reflexión acerca de lo que significa traducir en la estela de movimientos, como el movimiento feminista. Por ejemplo, en 1997 salió The Routledge Handbook of Translation and Gender, Translating in the 'Era of Feminism', editado por Luise Von Flotow que justamente propone un estudio de la teoría y práctica de la traducción dentro del marco de los estudios de la mujer y su crítica al lenguage “patriarcal”. En la práctica se puede ver esto en el surgimiento de formas de traducir experimentales, o híbridas, con estrategias de traducción intervencionistas. En ese sentido la antología de traducciones de poesía editada por la poeta/traductora Sophie Collins es excelente: Currently & Emotion (Test Centre, 2016). Kate Briggs en This Little Art (London: Fitzcarraldo, 2017) se refiere a la lady translator... con un poco de ironía a veces, pero justamente para argumentar en contra de una idea de la traducción que considera a la traductora (pensemos en la traductora, la lady translator) como sujeta a la autoridad del autor (hombre)... un poco barthesiano (similar a pensar al lector como sujeto a la autoridad del autor). Entonces, se puede establecer un paralelismo entre este pensamiento de Barthes y el que que se rebela contra la postura que sostiene a la traducción como una obra de menor valor que el original.
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Creo que ya abarqué este tema pero se puede agregar que en el área de estudios de traducción se viene hablando desde hace rato de Feminist Translation Studies y se lo encara desde el lado de un activismo político. Al margen de los activismos, una propuesta de pensar a la traducción como una práctica de escritura creativa, ya implica una posición desafiante con respecto a posturas fosilizadas que ven a la traducción en términos de “fidelidad” (!).
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Yo sólo he traducido a mujeres, con la excepción de poemas de Julio Cortázar que traduje durante la maestría en Escritura Creativa (en la Universidad de Cardiff). Se fue dando así... En el caso de la obra de Alejandra Pizarnik, muchas veces me topo con una cuestión de género: a nivel sintáctico cuando Pizarnik esconde deliberadamente el género de quien habla o a quien se habla. En el texto en prosa “Un rostro”, por ejemplo. Entonces hay que respetar ese juego y tratar de no revelar en la traducción lo que el original esconde.
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