Timo Berger (traductor alemán residente en Berlín, Alemania)
1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Quizás noto un rasgo de masculinidad en algunos traductores renombrados acá, en Alemania. Por un lado, hacia las editoriales (suelen cobrar más por página, son más duros con los correctores de estilo, desarrollan estilos personales... no quiero nombrar a los traductores, pero se conocen algunos acá en Alemania) y quizás las traductoras tienden a poner más en el centro el texto en sí, la intención de la autora o del autor y no tanto su propia lectura del texto y su reelaboración. En fin, creo que se refleja ahí los todavía existentes (aunque va cambiando) roles de las mujeres y los hombres en la sociedad.
–Como yo más que nada traduzco poesía, debo confesar que hay ciertas poéticas muy ligadas con el cuerpo femenino y/o con la homosexualidad que me costaría traducir. En el festival que yo coordino, junto a Rike Bolte, a veces tenemos como invitados a poetas que exploran esos campos. Con gusto encargo esas traducciones a una poeta-traductora queer que entiende mucho más del tema que yo. Pero son casos aislados. Creo todavía que un buen traductor/buena traductora crece con los textos que traduce, explora nuevas sensibilidades, nuevos modos de decir, y por eso, no creo que haya que decir que la poesía escrita por mujeres sólo la pueden traducir mujeres. Creo que incluso con el cruce de género que se da cuando un hombre traduce a una mujer o una mujer traduce a un hombre al texto se le agrega un capa más de complejidad.
Laura Fólica (traductora argentina residente en Barcelona, España)
1)¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Sí, claro, porque las marcas de género no tienen una correspondencia unívoca entre las lenguas. Justamente es uno de los problemas clásicos del estudio de las estructuras comparadas entre lenguas, ya planteado en textos fundamentales como el Ensayos de lingüística general de Roman Jakobson, cuando el autor señala que no hay que pensar el género gramatical como un rasgo puramente formal y que conviene situarlo en relación con las “actitudes mitológicas” y poéticas de las distintas comunidades lingüísticas. Así, un niño ruso leyendo cuentos alemanes traducidos se sorprenderá al ver que la Muerte, para él claramente mujer (smert’), es representada como un viejecito en alemán (der Tod); quizás ese asombro sea el modo más genuino de acercarse a la traducción. ¿Cómo resolver ese espacio de ambigüedad genérica que una forma neutra –obligada en una lengua pero inexistente en otra– nos plantea a la hora de tener que optar por la oposición masculino o femenino? Más allá de cómo lidiemos con esta ambigüedad, es interesante pensar que este es uno de los tantos lugares de decisión que tomamos como traductores en nuestros textos. Decisión que se vuelve, hoy más que nunca, una toma de posición, debido al debate que el lenguaje inclusivo ha introducido con las distintas variantes que propone, con la incomodidad (¿asombro?) que nos genera al tener que repensar ese sistema de género que creíamos bien establecido. A las restricciones y posibilidades estructurales de una lengua, ahora se añaden opciones que cuestionan la fetichización de esas estructuras y que nos recuerdan, como susurraba el buen Saussure, que la lengua es social y que necesita del habla nuestra de cada día para su evolución; por lo tanto, que sus estructuras por muy fijas que parezcan en instituciones que “limpian, fijan y dan esplendor” son flexibles, móviles, temporales y que nos están interpelando en nuestras convicciones lingüísticas.
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–Diría más bien que la imposibilidad es una condición de posibilidad para quienes traducen y una defensa de su condición humana, de su práctica como lectura siempre situada. Si pensamos la traducción como una búsqueda de la equivalencia, entonces, sí que la falta de similitud podría ser un problema que nos impida seguir traduciendo. Puede que una máquina se frene ahí o nos ofrezca opciones, una más decepcionante que otra. Pero justamente apuesto a tomar la imposibilidad como un lugar que nos muestra la diferencia lingüística, cultural, subjetiva y que nos desafía a levantar la cabeza de nuestros textos, dejar de teclear por unos momentos y pensar en una resolución que nos satisfaga, al menos por ahora, para seguir traduciendo.
Si esta pregunta apunta más bien a pensar en el lenguaje inclusivo, no me he encontrado con textos de partida que lo usaran; sí, en cambio acabo de traducir una obra ensayística para una editorial argentina que contempla y propone su uso en sus traducciones, pero en el diálogo con las editoras descartamos esta opción porque nos parecía forzar el original que no presentaba marcas textuales ni tampoco temáticas en ese sentido. En mi escritura al castellano, traté de buscar opciones léxicas naturalmente más inclusivas, por ejemplo, en lugar de “la historia del hombre”, “de la humanidad”, o cosas por el estilo, pero no avancé en la intervención explícita de las desinencias de género.
1) ¿Existe algún rasgo genérico en la traducción?
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–No que yo recuerde. Pero recuerdo poco ya.
–Pocos hechos tan evidentes como que el que las diferencias de sexo y de género atraviesan no sólo las lenguas sino las estructuras culturales profundas en las que están ancladas. Si añadimos a eso la evidencia de los particularismos y arbitrariedades que adoptan las marcas de lo sexual o de lo genérico en cada entramado cultural y en cada época, podemos saber de inicio que la traducción deberá confrontarse con desajustes y falta de equivalencias todo el tiempo. El problema más simple deriva de que las lenguas muy generizadas colorean los sentidos de sus enunciados con las valoraciones que el género de las cosas esparcen continua e imperceptiblemente, lo cual a veces plantea un problema para el traductor que no tenga ese recurso ideológico en su lengua de llegada.
2) Si así fuera, ¿podría comentar brevemente en qué consiste?
–Una frase cursi en español como “la mirada sesgada de su sexo” está mucho más feminizada por el género del sustantivo que por el pronombre neutro. El traductor de Google capta eso y nos traduce “the slanted look of her sex”, pasando lo femenino al pronombre. Más espinoso es el problema de la existencia, y la importancia de sensibilidades diferenciadas según el sexo y/o el género. El que al traducir a una mujer sea necesario poder “sentir como tal” o “saber qué se siente ser…”, lo cual en principio le impondría un reto más alto a un traductor de sexo/ género diferente. Es claro que hay textos, sobre todo literarios, en los que el despliegue de la subjetividad autoril (estoy aquí eludiendo explicitar el género) está embebido de cierto modo de ser/estar/sentir/percibir en/desde la propia carne y que este determina no sólo el lenguaje empleado sino también la mejor manera de interpretarlo, el sitio mejor para entenderlo. Un poema de Sharon Olds sobre partos no será captado con igual eficacia emocional por quien no ha parido, se piensa. O las descripciones de Ted Hughes sobre la manipulación viril del ganado no se alcanzarán a comprender si no se tiene un cuerpo masculino y no se ha sido granjero. Yo francamente lo dejé de creer hace muchos años cuando encontré en la prosa de Yourcenar descripciones de la propiocepción corporal de Adriano que no pensaba que pudieran estar al alcance de una mujer. En suma, creo que es real la dificultad de traducir de modo fiel y perceptivo la literatura intimista de alguien del quien estamos separados por barreras de sexo o género, pero no es insuperable. Como no son insuperables otras barreras equivalentes de cultura, edad, época. De hecho, esa es la esencia de la traducción.
3) ¿Se topó alguna vez con algún texto que no haya podido traducir por esa circunstancia?
–No que yo recuerde. Pero recuerdo poco ya.
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