El pasado 17 de enero, María Antonia Girakdo publicó en El Colombiano, de Medellín, la siguiente nota sobre traducción audiovisual. En su bajada se lee: “El oficio de la traducción audiovisual está en auge gracias al boom de contenidos en el mundo, pero no faltan las malas prácticas y los retos en el camino”.
¿De verdad a El Joker lo tradujeron como El Bromas?
El oficio de la traducción está lleno de mitos y malas famas. El primer mito a derrumbar es que los títulos de las series y películas en español son producto de la traducción, y no es así: son seleccionados por equipos de mercadeo que analizan, con sus métodos, cuál sería la mejor opción para atraer al público general y darles a entender de qué se trata el producto.
A El Joker no le pusieron “El Bromas” en España, ese era un meme, pero la saga de Fast and Furious (en Latinoamérica, Rápido y Furioso), en la madre patria es A todo gas.
En España es más usual el doblaje y la localización, es decir, la adaptación de los contenidos culturalmente, pues en la dictadura franquista era un método de control y censura de los productos extranjeros.
Finalmente, las audiencias se acostumbraron y hoy las cintas subtituladas solo se pueden ver en ese país en teatros especializados, aunque son cada vez más populares. En los videojuegos y los softwares es la opción más usual.
El segundo mito es que la traducción debe ser literal. De hecho, uno de los grandes problemas de los malos trabajos es que la literalidad termina por introducir al idioma meta (como le dicen los profesionales a la lengua en el que deben traducir los originales) expresiones que no son propias. Por ejemplo, “salvar el día” es una traducción literal de save the day, una frase que es usual encontrar en las cintas de superhéroes y que es propia del inglés, pero que en español no se usa, y que se traduciría dependiendo del contexto. Desde arreglar el día hasta guardar la fecha para una cita.
El camino correcto sería buscar un equivalente, no calcar, aunque los usuarios lo entiendan porque ya están acostumbrados e implique un poco más de trabajo, advierte la mexicana Ana Gabriela González, una de las traductoras audiovisuales más reputadas de Latinoamérica, que ha trabajado en series como House y Grey’s Anatomy, y para las plataformas de streaming más importantes de la actualidad.
Hay más
Del anterior, se desprende el tercer mito: porque una persona sepa otro idioma no significa que pueda ser traductor. El oficio requiere un conocimiento profundo de ambos idiomas, en el sentido gramatical y cultural, para comunicar al espectador las ideas, no las palabras. Una traducción del inglés al español suele ser 10 % más larga, lo que exige a los traductores audiovisuales encontrar expresiones equivalentes que se alcancen a leer en los subtítulos a cada cuadro, o que los actores parezcan decir en la misma fracción de tiempo que sus líneas originales.
Por ejemplo, los traductores usan más “lo siento” por I’m sorry, aunque para los hablantes sea más común decir “perdóname”, pero este tiene demasiadas sílabas y si se usara, se desfasarían los tiempos.
La traducción necesariamente implica pérdidas, no se puede incluir exactamente lo que se dice, por cuestiones de espacio y por esa necesidad de usar correctamente la lengua de llegada, pues los idiomas no son completamente equivalentes, no se encuentran las mismas palabras en todos o no se usan de igual forma las estructuras. Por eso, estas suelen considerarse como obras nuevas, diferentes a los libretos originales.
Se necesita de un buen traductor para que estas pérdidas no sean significativas y que en realidad se comunique lo que se quiere decir, algo que están tratando de mimetizar las grandes compañías de streaming con inteligencia artificial, para lograr que los algoritmos hagan el trabajo, mientras que el traductor se convierte en editor. El proceso se llama posedición y es para la subtitulación. También se utiliza, sobre todo, para el doblaje, pero el proceso implica otros pasos, como la interpretación por parte de los actores.
Hasta el momento, la traducción automática había sido una ayuda tecnológica que las grandes compañías presentaban a sus traductores, pero con El juego del calamar se hizo evidente que está todavía es imperfecta, y que el modelo de posedición para ahorrar costos y reducir tiempos, arriesga la calidad.
Estas pruebas se han hecho desde hace tiempo y ya han salido al aire muchos productos con posedición. Lo que pasa es que en El juego del calamar fue más visible por los errores y porque en el mundo de habla inglesa hubo un debate amplio por la diferencia entre el doblaje y los subtítulos. Sin embargo, no fue una experiencia exitosa. Los usuarios notaron los largos parlamentos reducidos a pocas palabras y los traductores llamaron la atención sobre los errores, por ejemplo, la Asociación de Traducción y Adaptación Audiovisual en España, ATRAE, publicó varios de los errores y advirtió que la posedición sería una mala práctica que perpetúa la precariedad del sector, que no cuenta con la remuneración ni las condiciones laborales consecuentes con los ingresos que genera su trabajo.
Según Jaime Casas, traductor colombiano que ha trabajado con las grandes plataformas internacionales de streaming, estudios de Hollywood y cadenas de TV internacionales, gran parte de las producciones audiovisuales actuales generan más ingresos en otras lenguas que en su lengua de origen, y no se tiene en cuenta a la hora de asignar los presupuestos. A la traducción se le suele destinar el 0,5 %, según González, mientras que el ingreso por las versiones localizadas puede llegar a ser hasta el 50 % del total.
Otro de las malas prácticas que señalan los traductores con respecto a las productoras audiovisuales es que no dejan ni el margen de tiempo adecuado ni el presupuesto para una traducción de calidad. “Si hay algún retraso en la producción o la posproducción, se termina sacando el tiempo de lo asignado a la traducción, y cada vez las fechas de entrega son más apretadas, lo que genera problemas de calidad”, explica Casas. A pesar de esta realidad, los problemas de una mala traducción no se les suelen reclamar a los productores, sino al gremio.
¿Se acerca el fin?
En un momento donde está en auge el oficio, también parece que la tecnología quiere reemplazarlos. Sin embargo, no está lo suficientemente afinada, como ya se demostró, y la complejidad de los proyectos actuales sumada a la tendencia a la localización, para enganchar más a los usuarios, hace que todavía se vea lejano el fin. “La traducción audiovisual no solo depende de las palabras en los libretos, sino de cómo se pronuncien y se muestren en la pantalla, y eso todavía no lo puede captar la traducción asistida”, explica Casas, que, junto a González, y Estefanía Giménez, fundó recientemente Panavat, una asociación panamericana de adaptación y traducción audiovisual.
Además de no saber si la tecnología los llevará al apocalipsis, otros problemas del gremio son la falta de asociación regional y de educación continua. Para Casas, por ejemplo, la oferta de programas educativos más sólidos en Argentina, ha hecho que sean los nacionales de ese país quienes dominan el mercado latinoamericano sin ser quienes más consumen los productos
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