La escritora y traductora Inés Garland, que está al principio de la serie de entradas que diversos traductores argentinos escribieron sobre el uso de los pronombres tú o vos en sus traducciones, también opina. Lo hace en la columna que sigue.
Estamos en problemas
En el año 1989, hace una vida ya, conseguí un trabajo en una productora de contenidos para televisión, y mi trabajo consistía en revisar los guiones de la tira diaria “El árbol azul” para convertir los diálogos al género neutro. El proyecto era vender las latas de la tira a todo el mundo de habla hispana (no sé si consiguieron venderlo a TODO el mundo de habla hispana, pero circuló bastante). Acepté de puro kamikaze joven o joven kamikaze, un dúo de cualidades que ayuda mucho a hacer desastres con gran alegría. También acepté porque pensé que era posible.
En lugar de “¿querés un café?” yo decía cosas como “¿querrías un café?” o, no sé cuál es peor, “¿te gustaría tomar un café?”, obviando, entre otras, esa cuestión de la economía del lenguaje de la que aún no había oído hablar en mi más bien breve paso por la carrera de Letras (y si había oído hablar, ya lo había olvidado). También tenía que dejar de lado otros detalles como la naturalidad. Los guiones terminaron teniendoextraños diálogos tuteados acompañados de palabras como “policía” o “vereda” y ni se me ocurrió que eso podía ser un problema, aunque confieso que “policía” me ocupó un buen rato (¡¡rato!!, mi dios) porque sabía que en Chile se les decía “pacos” y sospeché de la inconsciencia de mi cometido. Cuento esto porque el mayor problema fue el tuteo vs el voseo y mi relación con los actores. Los actores eran niños. Y me odiaban. Yo era la que les hacía decir esas cosas que les costaba tanto aprender. Cuando iba al piso con el guion recién salido del horno, sentía las miradas resentidas (entre ellas las del ahora famoso conductor Guido Kaczka, con flequillito en ese entonces). Cada día, pasaba por lo de los guionistas y me llevaba a mi casa el tesoro de su creación para destrozarlo. El resultado era, en el piso de grabación, unos “vos, nene, querría un café”.
El voseo y el tuteo siguen siendo un problema para mí y las decisiones cargan con el recuerdo del resentimiento de los niños, como si cada vez yo viera la punta de un iceberg con complicaciones afectivas mucho mayores esperándome bajo el agua.
A veces cuando escribo y desde ya cuando traduzco, el voseo se me hace por momentos chabacano y hasta violento. Pero con el tú siento de repente que me convierto en Gustavo Adolfo y tampoco me convence, así que ahí estoy.
Me parece casi lógico que el diablo hable de vos, como propone Alejandro González, si será violento ese muchacho (el diablo, no González), y el diablo no es ruso, o sí, también, pero no puedo leer ese voseo con naturalidad en una novela de Dostoievsky. Me da por pensar que el que está hablando es Goyeneche.
Mi última traducción es de una memoir de Bette Howland que cuenta su experiencia en W3 (Ward 3), el pabellón psiquiátrico de un hospital universitario en (posiblemente) Chicago. Los diálogos entre los pacientes, la singularidad de las expresiones, eso que los escritores tan bien sabemos: que la manera de hablar es una de las maneras fundamentales con las que se construye un personaje, me gritaban por una temperatura que el “tú” enfriaba como un témpano. Y encima la mayoría de los pacientes eran negros (no, no lo traduje como personas de color —¿de qué color?, como dice Natalia Ginsburg—además, la memoir es de principios de los ’70).
Ahora que lo pienso bien, no
quiero hablar del tema porque me acuerdo del quebradero de cabeza y de haber
llegado a un punto en el que probaba el voseo y el tuteo para tratar de medir
el impacto que tenían las bestialidades que se dicen, las ternuras que se
dicen, el dolor que cuentan, la desolación. Supongo que ahí está el tema.
Debajo de las apariencias del voseo, el tuteo y la nacionalidad del diablo está
el artilugio de que leamos y nos sintamos parte de algo más grande que nosotros
mismos. Si esa pertenencia se rompe por un voseo o un tuteo, estamos en
problemas. Tal vez esa sea la conclusión, que estamos en problemas porque nos
la pasamos tratando de demostrar que nuestra manera es mejor que la ajena.
Pd: No recuerdo la discusión inconcluyente con Aulicino de la misma manera en que la recuerda él. Yo lo que le dije fue que starling, una palabra que mezcla pájaros con estrellas, era más bella que “estornino”, que mezcla pájaros con tornillos. Jamás metería un pájaro local (ni un río, ni una ciudad ni ninguna otra cosa) en una traducción donde aparece un pájaro desconocido en estas latitudes Y confieso que uso la palabra niños en las traducciones y hasta, a veces, en el habla cotidiana, como si niños fueran pequeños y chicos los de doce para arriba. Si seremos arbitrarios.
Estabas buscando otro pájaro, te recuerdo Amanda
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