A lo largo del tiempo, el Club de Traductores Literarios de Buenos Aires ha manifestado en este blog el profundo disgusto que siente por la percepción hegemónica y condescendiente que los académicos, intelectuales, periodistas y otros pajarracos españoles manifiestan respecto de su propia cultura y en desmedro de América latina. Por más que pretendan esconder sus intenciones detrás de la cortina del panhispanismo, enarbolada como estandarte desde la época de Franco, se les nota. Muchos españoles lectores de este blog se han sentido ofendidos por nuestros comentarios que, en el mejor de los casos, no alcanzan a entender. Sin embargo, ese punto de vista absolutamente autocentrado se pone de manifiesto una y otra vez. Hoy, por ejemplo, en esta nota publicada el 9 de enero de este año, en el diario El País, de Madrid, firmada por el cagatintas Jesús Ruiz Mantilla, quien se ocupa de elogiar la nueva edición de Ulises, publicada por Galaxia Gutemberg, con ilustraciones del pintor Eduardo Arroyo, pero sin mención del traductor… que no es otro que el argentino José Salas Subirat, primer traductor de la obra, cuya versión, en España sufrió todo tipo de oprobios. La omisión resulta demasiado grosera como para pensar que es la distracción de un mal periodista.
La última voluntad de Eduardo Arroyo: el Ulises, ilustrado por primera vez
Eduardo Arroyo solía contar que el Ulises de James Joyce le salvó la vida. “Estaba obsesionado con eso, completamente obsesionado”, asegura su viuda, Isabel Azcárate. Fue hace tiempo, en el año 1989. El pintor sufrió una gravísima peritonitis en París que a punto estuvo de matarlo. La convalecencia le duró un año. Pero él, que era vigoroso, vital y tozudo, utilizó la obra del irlandés para medir sus fuerzas. En cierto modo, para sobrevivir agarrado a aquella necesidad de reinvención como artista que manaba y lo apelaba desde el poderoso texto de Joyce.
Así fue fraguando alrededor de 130 ilustraciones en color y 200 en blanco y negro. Pero nunca en vida del artista ―murió el 14 de octubre de 2018― se publicaron como a él le hubiera gustado: ilustrando el texto de la novela. La mayoría, sin embargo, vieron la luz en un cuaderno que apareció en 1991 para conmemorar el 50 aniversario de la muerte del autor.
Se lo había encargado Hans Menke, editor de Círculo de Lectores. Pero su nieto Stephen Joyce impidió que aquellos dibujos acompañaran la novela. Alegaba que su abuelo nunca quiso ver el Ulises ilustrado. “Aunque lo cierto es que, en vida, el escritor planteó a Picasso y a Matisse algo similar”, asegura Joan Tarrida, responsable de Galaxia Gutenberg. Y lo cierto también fue que Picasso no le contestó, lo que le enfureció.
Tarrida, por tanto, está convencido de que a Joyce le hubiera gustado la idea. Pero a Arroyo más. Y su amistad con el pintor ―fue también su editor en vida― le ha llevado a cumplir esa promesa hecha antes de que muriera y de paso a que la novela aparezca, por tanto, ilustrada por primera vez en todo el mundo justo cuando se cumple, además, el centenario de la primera edición del libro, publicada en París en 1922. “Llegó a ver maquetado un tercio del libro, aproximadamente, se fue con la idea de que el deseo se iba a hacer realidad”. Pero no solo en español. También en inglés, con la editorial Other Press.
A Judith Gurewich, la responsable del sello estadounidense donde aparecerá la obra, no tuvo Tarrida ni que convencerla para que le acompañara en el proyecto. “Había quedado con él en su oficina de Barcelona para hablar de otras cosas y mientras le esperaba vi varios dibujos esparcidos en la mesa”, afirma Gurewich. “Lo tomé como una señal. Nací en Canadá pero crecí en Bélgica y, de repente, aquellas imágenes evocaban algo muy profundo de mi infancia”, afirma, “de cuando mis padres me llevaban a museos y bebía junto a ellos las vanguardias del siglo XX”.
Cuando Tarrida entró en el despacho, su colega le preguntó qué era aquello. “Había tenido lo que yo llamo un ‘momento Madeleine’, en memoria de mi madre, que era una refugiada judía de origen húngaro en Bruselas. Los dos supimos que llevaríamos a cabo el proyecto juntos, casi ni lo tuvimos que hablar”, afirma Gurewich.
Arroyo también se enteró. “Aunque no tuve la suerte de conocerle”, asegura la editora norteamericana ahora. Tarrida se lo contó en julio de 2018. Pero debía pasar un tiempo hasta que expiraran los derechos de autor en España y pasaran a dominio público, algo que se cumplió el pasado 31 de diciembre. El libro aparecerá a finales de enero simultáneamente en inglés y español.
Dentro de sus páginas se regocijan Stephen Dedalus y Buck Mulligan, humedecidos en los trazos de Arroyo mientras contemplan seducidos, narcotizados, medio borrachos por la bruma, el mar verdemoco, según lo define Joyce, que rodea Dublín. Mientras Molly Bloom se cuela en los sueños húmedos de unos cuantos y traiciona su destino fiel de Penélope con la connivencia callada de los gatos y los murciélagos. Al tiempo que Leopold, su esposo, devora casquería y funde mollejas con el sueño de viajar por Europa sin salir de Irlanda…
Ulises fue un texto perfecto para Arroyo. Casi un destino en un artista que logró una simbiosis ideal entre pintura y literatura. Trazó toda su vida imágenes que se podían leer y textos que se veían. Fue un letraherido constante, obsesionado con su vertiente de ilustrador. Junto a Tarrida publicó una Biblia asombrosa. “Lo hicimos a principios del 2000 y ahí empezó a hablarme de su deseo con el Ulises”, asegura el editor.
Jamás se negó a mandar un dibujo para una portada de un libro de cualquier amigo o de un medio que se lo pidiera. Colaboró en eso con Juan Goytisolo y contó con la complicidad de Julián Ríos para el proyecto de Joyce. A petición de este periódico ilustró portadas de Babelia o El País Semanal. Se le podía sugerir con suficiente tiempo de antelación que daba lo mismo: al día siguiente lo enviaba. Acompañar cualquier labor de imprenta le motivaba como a un niño.
Existen multitud de interpretaciones del Ulises. Desde el punto de vista del lenguaje, de diversas corrientes de la psicología, vanguardistas, imbricadas en la tradición, trágicas, cómicas, filosóficas, astrológicas… El psicólogo Néstor Braunstein lo ha estudiado desde la perspectiva lacaniana. El creador de dicha corriente sostenía que el autor era “un desabonado del inconsciente”.
Aun así, no hizo otra cosa, según Braunstein, que labrarse un nombre. “Joyce es el inverosímil inventor de una escritura sin precedentes. Intentó con ella hacerse un nombre”, asegura. Todo ello conlleva una complejidad que se plasma en el esfuerzo de esculpir con carácter y de manera radicalmente original cada párrafo, cada diálogo de la obra. Pero casi mejor atenerse a lo que el propio escritor le dijo un día a Djuna Barnes en vísperas de su publicación. Quedaron en el café Les Deux Magots, de París, y le confesó: “Lo malo es que el público pedirá y encontrará una moraleja en mi libro, o peor, que lo tomará de algún modo en serio, y, por mi honor de caballero, no hay en él una sola línea en serio”.
El aliento cervantino, pues, llevó también a Joyce a pulir y a fantasear en cada página bajo el mandamiento de la ironía. También del influjo poético trasladado a la prosa. Cada vez que en el Ulises se nos presenta un personaje, el autor levanta un monumento verbal para definirlo: entre la iconografía visual y el zarpazo del misterio. ¿Tendrá que ver en eso, según la teoría de Lacan, su obsesión por esculpir cada identidad ajena en un nombre digno para cada una de sus criaturas?
La teoría de Gurewich es que Arroyo, en su genio y su intuición, dice, “jamás interpretó el texto”. Fue una decisión sabia. De curtido lector y libérrimo pintor. Sacar conclusiones fuera de lo que las palabras le provocaban como imagen hubiese desnaturalizado el trabajo. “Interpretó lo que veía. Y en el texto veía y veía, más que leer”, afirma la editora.
Obra coral
También quiso compartir con otros la fiesta de crear un imaginario para Ulises. Invitó a otros pintores como Gilles Aillaud, Andreu Alfaro, Adrien Jacques Le Seigneur junto al traductor del árabe Kadhim Jihad al alimón o Rougemont y también a Grazia Eminente, que aporta una fotografía. Tarrida explica por qué Arroyo sintió la necesidad de que todos ellos lo ayudaran con una colaboración. De hecho, el propio artista le dijo: “Cuando traté de imaginar una playa cubierta de conchas me di cuenta inmediatamente de que solo Gilles Aillaud podía hacerlo”. Lo mismo pasó con Rougemont, a quien pidió el baño turco del quinto capítulo; a Luis Gordillo, que le introdujera, aseguraba Arroyo, “en el laberinto y los batiburrillos de Circe, o Alfaro, que torneó con delectación el seno de Molly…”.
Completó así una obra coral y, en su caso, resucitadora, bajo la guía pertinente de un homenaje y una simbiosis: la de la pintura con la escritura, una unión de la que Arroyo se convirtió en maestro absoluto. Su obra viva continúa al alza y se puede contemplar en la exposición que hasta el 27 de febrero sigue abierta en las Naves de Gamazo, en Santander, bajo el título Eduardo Arroyo: El buque fantasma, en alusión a uno de sus últimos cuadros, así como en la galería Álvaro Alcázar de Madrid, donde se han expuesto autorretratos y una serie de sus personajes favoritos.
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