"Elevó el perfil de la traducción en grandes obras literarias e insistió para que su nombre apareciera en las portadas de los libros que tradujo, incluido el Quijote." Tal es la bajada que eligió el New York Times, para la nota firmada Rebecca Chace, el pasado 9 de septiembre.
Adiós a Edith Grossman, la voz de García Márquez en inglés
Edith Grossman, que elevó el perfil de los traductores con sus aclamadas traducciones de El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez, y el Quijote, de Miguel de Cervantes, falleció el lunes en su casa de Manhattan. Tenía 87 años.
La causa fue un cáncer de páncreas, según informó su hijo Kory Grossman.
Neoyorquina directa y dura, Grossman, conocida como “Edie”, se dedicó a traducir autores latinoamericanos y españoles en una época en la que la traducción literaria no se consideraba una disciplina o carrera académica seria.
Durante mucho tiempo, según dijo en una entrevista para esta necrológica en 2021, se consideró a los traductores como la “humilde Cenicienta” del mundo editorial. Pero, como escribió en su innovador libro Por qué la traducción importa (2010), ella veía su papel “no como el fatigoso trabajo del mundo editorial, sino como un puente viviente entre dos reinos de discurso, dos reinos de experiencia y dos grupos de lectores”.
Grossman fue de las primeras en insistir en que, en cualquier libro que tradujera, su nombre apareciera en la portada junto al del autor, una práctica a la que los editores se habían resistido tradicionalmente por razones tanto económicas como de mercadeo. Les gustaba pensar que podían agitar “una varita mágica” y convertir un libro de un idioma a otro, bromeó en la entrevista. “Y no hay ningún humano involucrado. ¿Ningún humano al que se deba pagar?”.
Cuando se publicó su traducción del Quijote en 2003 —con su nombre en la portada junto al de Cervantes— no solo encumbró su propia carrera, sino que también contribuyó a elevar la estatura de la traducción literaria. Su Don Quixote, publicado por un sello de HarperCollins, se convirtió en la versión definitiva en inglés y sirvió de inspiración a una nueva generación de traductores.
“Aunque ha habido muchas traducciones valiosas del Quijote”, escribió el crítico Harold Bloom en una presentación, “recomendaría la versión de Edith Grossman por la extraordinaria calidad de su prosa”.
Que se pusiera su nombre en la portada era solo uno de los problemas que Grossman tenía con los editores. También deseaba que le encargaran traducciones de más libros y les acusaba de “aislacionismo lingüístico” por no hacerlo.
No sólo no querían pagar adecuadamente a los traductores, sino que, en su opinión, estaban ignorando una conversación global que fomenta el entendimiento mutuo a través del intercambio de ideas, cultura y amor por la literatura.
Grossman creía que la traducción era un acto creativo emprendido en armonía con el autor, del mismo modo que un actor pronuncia los parlamentos de un dramaturgo. Esta visión de la traducción reflejaba su propio método, que describía como un proceso auditivo.
“Pienso en la voz del autor y en el sonido del texto, después en mi obligación de oírlos lo más clara y profundamente que sea posible”, escribió en Por qué la traducción importa, “y por último en mi necesidad igualmente imperiosa de pronunciar la obra en el segundo idioma”.
Su técnica la convirtió en una de las traductoras de literatura latinoamericana más cotizadas en las décadas de 1980 y 1990. Fue una de las que permitió a los lectores de lengua inglesa acceder a las obras de Gabriel García Márquez, Isabel Allende, Carlos Fuentes, Laura Esquivel y otros autores de un género totalmente nuevo, el realismo mágico.
Grossman se convirtió en la traductora preferida de García Márquez después de que un agente que vivía en su edificio del Upper West Side de Manhattan le preguntó un día: “¿Te interesaría traducir a García Márquez?”.
“¿Es broma?”, recordó haber respondido.
Envió 20 páginas con una muestra de cómo traduciría El amor en los tiempos del cólera, la obra maestra de García Márquez publicada originalmente en Colombia en 1985. Así comenzó su colaboración de por vida con el Nobel, cuya obra le resultaba fascinante y exigente a la vez. Su versión en inglés fue publicada por Alfred A. Knopf en 1988.
Traducirlo, dijo en la entrevista, “era como resolver un intenso crucigrama”.
Más tarde, él le hizo el máximo elogio, al decirle que era su voz en inglés.
Grossman nació con el nombre de Edith Marion Dorph en Filadelfia, el 22 de marzo de 1936. Su padre, Alexander Dorph, era vendedor de zapatos y organizador sindical, y llegó a tener su propia zapatería. Su madre, Sarah (Stern) Dorph, era secretaria y ama de casa.
Su profesora de español en la secundaria, Naomi Zieber, fue quien la inspiró para especializarse en español en la Universidad de Pensilvania, y empezó a hacer traducciones mientras estudiaba ahí.
En 1957 se licenció en lengua española y en 1959 obtuvo una maestría en literatura española. Pasó un año en España como becaria Fulbright en 1962 y dos años en la Universidad de California, Berkeley, antes de regresar a Nueva York para doctorarse en literatura latinoamericana en la Universidad de Nueva York en 1972.
Al principio de su carrera docente, cuando era estudiante de posgrado, Grossman se topó con prejuicios contra las mujeres en el mundo académico.
“Tuve un profesor que una vez me dijo: ‘Sabes que estás ocupando el espacio de alguien que va a seguir en el campo, y tú solo vas a casarte y tener hijos’”, recordó a la revista en línea Asymptote en 2019. Y añadió: “Le dije: ‘No tienes forma de saber lo que voy a hacer’”.
Pero su teléfono no paraba de sonar con trabajos de traducción, y en la década de 1970 decidió apartarse de la vía académica e intentar traducir a tiempo completo.
“Lo que pierdes en seguridad económica lo ganas en independencia intelectual”, dijo en la entrevista de 2021.
La apuesta le salió bien. A medida que crecía su reputación, Grossman aceptó puestos de profesora a medio tiempo en la Universidad de Nueva York, la Universidad de Columbia y otras universidades de la zona de Nueva York, pero pasó la mayor parte de su carrera trabajando como traductora.
Tardó dos años en su traducción del Quijote, pero le produjo una enorme satisfacción. “Ir al siglo XVII con Cervantes fue como ir con Shakespeare”, dice. “Pura alegría”.
Entre los numerosos honores y premios que Grossman recibió figuran la Medalla PEN/Ralph Manheim a la Traducción; el Premio Artes y Letras de Literatura de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras; y la Cruz de Oficial de la Orden del Mérito Civil concedida por el Rey Felipe VI de España.
Su matrimonio en 1965 con el músico Norman Grossman terminó en divorcio en 1984. Además de su hijo Kory, le sobreviven otro hijo, Matthew, y una hermana, Judith Ahrens.
A pesar de su reputación internacional, Grossman odiaba viajar. Pero mantenía una estrecha relación con los autores a los que traducía y hablaba con ellos regularmente por teléfono. Sus autores sabían que estaba muy dedicada a ellos, como ellos lo estaban a ella.
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