lunes, 18 de septiembre de 2023

"El traductor se mete hasa las entrañas del texto"

Poeta, traductor, ensayista, editor, Jorge Esquinca (México, 1957) es miembro del Colegio Nacional, una institución que agrupa a los científicos, artistas y literatos mexicanos más destacados, con el propósito de impartir enseñanzas que representen la sabiduría de la época. Con ese marco, en un ciclo sobre poesía y traducción, coordinado por el poeta y novelista Vicente Quirarte, dictó la siguiente conferencia, aquí glosada en la página del Colegio, subida el pasado 16 de agosto.

“Traducir poesía es un acto de amistad”

En México “existe una tradición de traductores que ha sido alimentada a lo largo de los años por talentos excepcionales”, desde el poeta mayor Octavio Paz hasta una nueva generación que incluye nombres como el de Hernán Bravo Varela, sostuvo el poeta, traductor y ensayista Jorge Esquinca, al participar en el curso Poesía y traducción, que coordina Vicente Quirarte, miembro de El Colegio Nacional.

“Me basta con mencionar algunos de los nombres que han sido para mí como una especie de buques insignia en este azaroso mar de la traducción de poesía. Para no ir más lejos, Octavio Paz, miembro de este Colegio, uno de nuestros poetas mayores y un traductor mayor también; Rubén Bonifaz Nuño, sin duda, Guillermo Fernández, José Emilio Pacheco, para mencionar sólo esos nombres de una lista que podría crecer”, afirmó.

En el Aula Mayor de El Colegio Nacional, Esquinca abundó que esa tradición mexicana atraviesa su generación y sigue: “Por ejemplo, la generación de Hernán Bravo Varela, a quien tuve la fortuna de escuchar en la primera intervención de este ciclo, leyendo y comentando su estupenda, su espléndida traducción de La tierra baldía (The Waste Land), este poema capital de la poesía del siglo XX en una novísima y, a mí me parecer, también la mejor traducción que existe ahora en nuestra lengua de ese poema”.

Esquinca, traductor de autores como Pierre Reverdy, Henri Michaux, André du Bouchet y Jacques Dupin, compartió sus inicios en la traducción, al lado de su madre, y definió a la actividad como “un acto de amistad, de reconocimiento, de admiración; es también una disciplina y un reto”.

“Una de las definiciones que prefiero usar al hablar de traducción de poesía es aquella que nos regala Eliot Weinberger, al comentar las traducciones de poesía china realizadas por Ezra Pound. El genio de Pound, afirma, consistió en descubrir la materia viva, la fuerza del poema chino, lo que él llamó noticias que siguen siendo noticias a través de los siglos; esta materia viva funciona un poco como el ADN, produce traducciones individuales, son parientes del original, no su réplica exacta”.

De acuerdo con el ensayista, todo poema digno de ser traducido “lleva por consecuencia esta materia viva, esta carga de energía que está en el núcleo del lenguaje humano y está también más allá de la lengua”.

El primer contacto de Esquinca con la traducción se produjo a los 9 años “cuando le pedí a mi madre, que hablaba inglés con toda corrección, que tradujera una canción de los Beatles; mi colaboración en el proceso se limitó a colocar una y otra vez la aguja en la tornamesa, en el track de “Yesterday”, y anotar en una hoja las frases que dictaba mi madre. El resultado fue una versión bastante aceptable de la canción”.

“Recuerdo que mi madre comentó: ‘es una letra muy hermosa, pero le falta la música’, y esa música era, por supuesto, no sólo la que surgía de los instrumentos y la orquesta que acompaña al cuarteto de Liverpool en esa pieza, sino la música de los versos, la música de la lengua original”.

En ese sentido, la traducción “requiere de un muy particular estado de alerta. Empecé a publicar simultáneamente mis propios poemas y traducciones: conservo un ejemplar de Campo abierto, la primera revista en la que participé como editor, allá por 1982. En ella publiqué mi primera traducción: tres poemas de Gunnar Ekelöff. Al leerlos supe en ese mismo momento que podían pasar a nuestra lengua, quise compartirlos: la traducción es un acto de amistad, de reconocimiento, de admiración, es también una disciplina y un reto. Prefiero siempre traducir aquellos poemas con los que siento esa inmediata empatía, esa especie de certeza”.

El traductor, lector de las entrañas
Al presentar a Jorge Esquinca, el colegiado Vicente Quirarte mencionó: “Ha vivido toda su vida en la ciudad de Guadalajara, aunque nació aquí, en esta capital, en 1957. Es ensayista, articulista, traductor y poeta (por supuesto que hemos discutido mucho en esta sala si el traductor de poesía debe ser también poeta). Eso es algo de más de 30 años, inició con La noche en blanco, que fue su primer libro, en 1983, al que siguieron títulos como Alianza a los reinos, El cardo en la voz, que mereció el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y el Premio Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines”.

Durante la sesión, Quirarte cuestionó: “Tú dijiste, en alguna ocasión, que traducir es leer con más atención; te referiste a la sintonía que debe tener un autor, mencionaste a Octavio Paz, a Bonifaz Nuño, a José Emilio Pacheco, quien hablaba de aproximaciones, no de versiones. Entonces quería saber tu punto de vista en ese sentido”.

Jorge Esquinca señaló siempre ha pensado que el traductor es, quizá, quien lee con mayor profundidad un texto, “pues se mete hasta las entrañas del texto, con el afán de hacer el mejor trabajo posible, entonces hay que descubrir o, por lo menos, intentar descubrir dónde están los resortes secretos que hacen que ese poema sea particularmente hermoso, particularmente emotivo”.

Al llevar a cabo esa labor “uno se convierte en un lector muy dedicado del poema, pero también en un lector muy aprovechado porque se aprende. El traductor, que también escribe poemas tiene esa ventaja de que, al estar entrando en conflicto, en apasionado conflicto, con la materia verbal del poema original está también aprendiendo mañas, herramientas, modos que puede usar en sus propios poemas y de ahí a que diga que me han influido sin duda los poetas que he traducido”.

Octavio Paz “no les llama a sus traducciones de poesía traducciones, él prefiere llamarlos versiones, es decir, siempre habrá otra versión, así como hay siempre otra versión de los hechos, casi de cualquier hecho podemos tener varias versiones, por ejemplo, al salir de aquí, algunos de ustedes dirán: ‘qué aburrido estuvo la plática de Esquinca’; y algunos dirán: ‘hombre, estuvo buenísima’, entonces hay versiones de los hechos como hay versiones de un mismo poema y ninguna se puede catalogar como esta es la definitiva, ‘la mera mera’, no es cierto, siempre habrá otra y siempre habrá otro lector también para esas nuevas versiones”.

Ezra Pound, abundó Esquinca, “lo decía: ‘cada generación debe hacer sus propias traducciones’, de ahí que me parece nuevamente formidable que los poetas de las generaciones posteriores a la nuestra, estén traduciendo, y estén traduciendo además muy bien”.

A diferencia de Paz, otro poeta y traductor, José Emilio Pacheco, “todavía más tímido quizá, prefiere llamar a sus traducciones, aproximaciones. Es el nombre que él les dio siempre”.

Vicente Quirarte aprovechó el comentario de Esquinca y apostilló: “La poesía en español, un poema debe sonar como si hubiera sido articulado en el idioma original que hablamos; no tiene que ser hermoso, disfrazado, ahí sí estoy de acuerdo con lo que dices: traductor, traidor, porque está alterando el sentido original del poema, tiene que sonar en español igual que si hubiera sido articulado en esta lengua”.

Esquinca coincidió: “Sí, como si hubiera sido escrito originalmente en español, así lo debe de sentir el lector, que no necesariamente conoce la lengua de la que partió la versión, va a conocer la lengua, no la lengua de partida, sino la lengua de llegada que es nuestra lengua en español y entonces ese poema le tiene que sonar, le tiene que saber a ese lector con el sabor y el sonido de la poesía escrita en nuestra lengua”.

“Cuando hay éxito en una traducción es que pasa eso, que el lector así lo siente, lo emociona, lo conmueve, lo molesta, lo distrae, lo perturba, sí, porque entonces el traductor hizo bien su trabajo”, señaló.

Ese trabajo, completó Quirarte, “a veces puede llevar mucho tiempo, pienso en Eliseo Diego cuando tradujo el poema de Walter de la Mare, que le costó 20 años en llegar al espléndido resultado de su poema Conversación con los difuntos”.

“Si, así es, yo no sé cuánto tiempo la llevó a Hernán (Bravo Varela), por ejemplo, hacer su versión de La tierra baldía, pero supongo que no fue de la noche a la mañana, igual a los colegas y las colegas traductoras que se han presentado en el ciclo, siempre es un trabajo largo, lento, de mucha paciencia, de ardiente paciencia, para decirlo con la frase de Rimbaud”, enfatizó Jorge Esquinca.

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