Efectivamente, desde hace décadas, la llamada rentrée (comienzo del año escolar y académico después de las vacaciones de verano), trae en Francia ese aluvión de novelas que, muchas veces, supera las 600. Otros géneros, como la poesía, la literatura dramática o el ensayo filosófico son generosamente subvencionados por la misma institución según se explica, "para que no desaparezcan".
Pero volviendo a las novelas, la pregunta que siempre me hice es quién las lee. Porque convengamos que ni la crítica literaria ni la periodística tienen la capacidad suficiente como para cubrir tal número de títulos y, mucho menos, para reseñarlos.
Y acá, como de costumbre, habrá que recordar que no todas las editoriales, por más ayuda que reciban, se ven beneficiadas por el favor del las bibliotecas, librerías y, finalmente, el público. Siempre hay que tener algo más: una historia, un nombre, amigos, etc. Las excepciones, cuando las hay, confirman la regla.
Con los reparos del caso, ese hecho, de naturaleza más estadística e industrial que cultural, llena de orgullo a los franceses, o al menos a las instituciones que, como el CNL, están ligadas al mundo del libro.
Jorge Fondebrider
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