El 17 de enero de 2005, El Nuevo Diario, de Managua, publicó un artículo del poeta, pintor y crítico de literatura y de arte nicaragüense Julio Valle Castillo sobre su compatriota, el poeta Ernesto Cardenal, como traductor de poetas clásicos latinos.
Ernesto Cardenal, traductor de Catulo y Marcial
En Grecia, casi todos, los científicos, médicos, emperadores, patriarcas, filósofos, monjes, ciudadanos comunes y retóricos, no sólo los poetas, escribían epigramas, que se solían fundir y confundir con epígrafes, epitafios e inscripciones. Se escribían sobre los más diversos temas o motivos y sobre distintos materiales, desde papiros hasta cera, láminas de bronce y planchas de mármol. A través de los siglos, el epigrama sufrió altibajos, alcanzó en varios momentos su perfección, conoció la decadencia y nuevos auges. La Roma imperial en sus conquistas se alzó con la literatura griega y propagó el epigrama por todos sus dominios. El epigrama griego entonces pasó a ser grecolatino y a generar el epigrama latino, romano, ibérico, germano... Durante el Renacimiento, la Antología griega fue leída, aprendida e imitada como modelo o clásica, por los humanistas y los poetas. El cultivo español del epigrama se origina en el latino y por tanto en el griego, arranca desde el siglo I y abarca muchos nombres cimeros y claves —Castillejo, Diego Hurtado de Mendoza, Baltasar de Alcázar, Quevedo, Góngora, Lope y Argensola, Sor Juana lnés— y llega al nuevo mundo, a América, y en estos dos últimos siglos, recibe el impulso del movimiento “imaginista” norteamericano y de Ezra Pound (1885-1972), uno de los maestros indiscutibles de la poesía moderna en occidente. Desde comienzos de la segunda década del siglo XX, hacia 1913, Pound, encontraba en algunos clásicos, como Safo, Catulo, Propercio y Marcial, lecciones artesanales e inéditas oportunidades semánticas para quienes se iniciaban en el oficio poético. Constantemente los estaba recomendando en sus artículos, ya en la revista Poetry de Chicago, dirigida por Harold Monro, en sus conversaciones y tertulias, ya en Europa, o ya en su correspondencia privada, con el mismo Monroe, Margaret Anderson e Iris Barry.
Una carta para Barry, datada quizá a 20 de julio de 1916, está citada en el ensayo de Luciano Anceschi, “Ezra Pound y el humanismo americano” (Cuadernos Hispanoamericanos, Madrid, abril de 1967, Núm. 208, pp. 215-231). Quince años más tarde, en sus dos libros, How to Read (1931) y el ABC of Reading (1934), insistía en esta poética y en sus modelos. Véase su breve capítulo "De los romanos", en el que establece su escala de valores: Catulo, el primero; después, Propercio, homenajeado desde en 1917, y por último, un Ovidio fragmentado. A los dos poetas paradigmáticos de la latinidad, Horacio y Virgilio, Pound los rechazaba con argumentos y razones novedosas y a su vez arbitrarias.
A fines de los cuarenta y comienzo de los cincuenta, el poeta nicaragüense y maestro de poetas, José Coronel Urtecho (1906-1994), entonces ganado por la estética y poética de Pound, a quien tenía como el poeta por excelencia de nuestro tiempo, orientó a su discípulo el entonces joven Ernesto Cardenal (1925), que se distanciara de su poesía primeriza (desbordada, sensualista, metafórica, algo hermética), y buscara su propia voz, personal, diferente y diferenciada en aquel contexto marcado tanto por Pablo Neruda y García Lorca como por Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén.
Poesía impura y poesía pura. Y en efecto, Cardenal halló su tono, su acento, su modo a partir de su encuentro con la poesía norteamericana, en particular con Pound y sus concepciones. De ahí que preservando su anchurosidad, limpiara sus aguas, las pasara en claro y quedaran limpias, cristalinas; de ahí que se desnudara, o sea, se despojara de la metáfora, del tropo, y que se negara la subjetividad, las tentaciones del yo, en aras de la objetividad.
Cardenal, Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985) y Carlos Martínez Rivas (1924-1998) integraron la llamada “Generación del 40” de la poesía hispanoamericana en general y de la centroamericana en particular y uno de sus aportes formales y éticos, fue el epigrama, a tal grado que bien se les puede denominar la “Generación del epigrama”, la que enfrentó con el aguijón, la inteligencia, la agudeza, el aparato del poder dictatorial y totalitario que gobernaba buena parte del hemisferio occidental.
Ya entre 1952 y 1956, Cardenal comenzó a escribir sus Epigramas, editados en 1961 por la Universidad Nacional Autónoma de México, que llevan como apéndice sus versiones libres de 34 Cármenes de Cayo Valerio Catulo y 39 de los doce libros de Epigramas de Marcial. Los epigramas de Cardenal no proceden de la fuente hispánica, sino de la anglosajona, más bien, de los latinos, que los poetas norteamericanos propusieron a sus coetáneos, Y más que valorar a Cardenal como traductor de Catulo y Marcial, hay que valorarlo como su modernizador, en la misma línea de Pound, cuyas versiones de Propercio, según Coronel Urtecho, son un “prodigio de modernidad”.
Cayo Valerio Catulo es el poeta de la Época de Cicerón (88-44 a. de Xto), nació en Verona hacia el 77, vivió en Roma y se relacionó con los poetas, oradores y políticos de su tiempo, viajó en misiones oficiales, perdió a un hermano, cuya muerte lo hizo escribir unos versos elegíacos muy sentidos, escribió poesía culta, mítica e himnos, como “La cabellera de Berenice”, “Himno a Diana” y las “Bodas de Tis y Peleo”, pero sus mejores poemas son los breves estallidos de celebración a Lesbia y lamentación, reproches por Lesbia. Un poeta del amor humano, más que divino. Y esa economía y humanidad es la que debe de haber encantado a Pound. En cambio, Marco Valerio Marcial es ya un poeta epigramático propiamente dicho, cultivador del epigrama, que ofrece una panorámica fragmentada del mundo latino; se localiza en el siglo primero de la Era Cristiana; es un español de Calatayud, Tarraconense.
Nació entre 38 y 41, al comienzo del reinado de Claudio; igualmente vivió en Roma, recibió el título de tribuno militar y se desenvolvió en los distintos medios imperiales y plebeyos, conociendo los vicios, defectos y relaciones, todas las esquinas oscuras de aquella sociedad; fue protegido de una tal Marcela, que era más gentil y amorosa con los cónsules, que con el poeta. Regresó a España y murió en su pueblo natal, entre los años 102 y 104. A Cardenal no le interesa la poesía mítica, mitológica latina, las historias de dioses, semidioses y hombres, los cuentos de horror, las macabras historias de Edipo y Tiestes, Cólquidas, Escilas, sino la poesía sencillamente humana, de ahí que encuentre en Marcial un epigrama que puede considerarse el ars poética de estas traducciones:
¿Por qué gozáis con viejas chismografías mitológicas?
Leed esto que la vida puede reclamar como suyo.
Aquí no hay ni Centauros, ni Gorgonas ni Harpías.
Mi poesía está hecha de seres humanos.
¡pero tú no quieres conocer la vida, Mamurra,
ni conocerte a ti. Lee los Orígenes de Calímaco!
Cardenal no sólo traduce a Catulo y Marcial a la lengua española de América, lo que significa una sintaxis tendenciosa a la llaneza, a la simplificación nada hiperbatónica, y un léxico con algunos nicaragüensismos y términos internacionales (plaquette, sex appeal, boulevares... ), sino que al tono lírico exaltado, apasionado, a la sensibilidad y al mundo moderno; no recurre a la versificación tradicional, sino al verso libre y mucho menos a estrofas o rimas. Cardenal traduce, sobre todo, la pasión, el deseo, la ira, el despecho y la contradicción, el odi et amo, el sentimiento de amor y desamor de Catulo, el amante de la cruel e infiel Lesbia; traduce sus rivalidades y admiraciones literarias, sus enemistades políticas, por la que ataca, ridiculiza y calumnia; traduce o traslada el ambiente a otros ambientes igualmente urbanos, pero ya no antiguos, sino actuales:
Celio, nuestra Lesbia, aquella Lesbia,
Aquella Lesbia, a la que amaba Catulo
Más que a él mismo y que a toda su familia,
Ahora se vende en las plazas y los boulevares de Roma.
De Marcial, Cardenal traduce sobre todo la brevedad, o sea la economía verbal, el chispazo, el acierto, la variedad de objetivos, el humor y la mordacidad, no ajenos en muchos instantes a una delicadeza mezclada con el desgarrón sentimental:
¿Por qué me envías, Pola, estas rosas intactas?
Las hubiera preferido deshojadas por ti.
Cardenal no traduce por pruritos de erudición ni galas humanísticas, sino para enseñar lo que de vigente, moderno, actual, hay en los clásicos, que pueda ser adoptado por un joven poeta. Su función didáctica es poética, no académica. A partir de estas traducciones, Cardenal inaugura con ellas y con sus propias creaciones una estilística para la poesía de amor y a su vez para la poesía política en Hispanoamérica, que, en verdad, corrió con mucha fortuna por el continente generando creaciones y tendencias más acordes con su época. Acertó con la lengua de su tiempo. Más realista o veraz, coloquial y sin tono heroico o epopéyico, descartando para los enamorados las Rimas de Bécquer y los 20 poemas de amor... de Neruda. Traducciones, más bien actualizaciones, versiones libres, que, según Ernesto Mejía Sánchez, se ubican “en la línea más alegre, agreste, incisiva e irónica del Catulo español de nuestro tiempo”. Valoración que también podríamos hacer extensiva a las de Marcial.
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