viernes, 7 de agosto de 2009

Sexta reunión del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires


El pasado lunes 3 comenzaron las actividades del Club de Traductores Literarios de Buenos Aires en el Centro Cultural de España en Buenos Aires. En esa primera reunión el invitado fue el Jaime Arrambide, quien habló sobre sobre traducción de literatura dramática. Para quienes no pudieron asistir, se copia a continuación una breve síntesis preparada por el disertante.

Jaime Arrambide es poeta, dramaturgista y traductor literario del inglés, francés e italaino. Especializado en la traducción de teatro desde hace más de 10 años, ha volcado al castellano obras de Margueritte Duras, Sarah Kane, Jean-Luc Lagarce, Jason Priestley, Jean-Paul Sartre y David Mamet, entre muchos otros.

La palabra en escena: Desafíos de la traducción teatral

El teatro como género literario está doblemente distanciado de la letra impresa. Aunque comparte con la poesía y la narrativa un origen oral, a diferencia de ellas su destino es también la oralidad: el teatro surge de una idea de representación en vivo y se consuma en una representación en vivo. Por otra parte, y dado que la creación teatral es un proceso colectivo, el texto final de cada puesta no depende solamente de esa idea de representación –la visión del autor o del director–, sino también de quienes hacen suyas esas palabras sobre el escenario: los actores. A lo largo del tiempo, el texto escénico deja rastros escritos que se transforman y actualizan con cada nueva puesta en escena. (Razón, quizá, de que el teatro sea la más retraducida de las literaturas, aquella donde la traducción caduca más rápidamente). Es así que el teatro sigue siendo un género donde la autoría es más laxa, más equívoca, más generosa. Habilita formas de apropiación descarada –como siempre lo hizo–, ya que incluso los textos del teatro canónico son versiones establecidas o acordadas entre expertos: rastros de diferentes montajes sucesivos a lo largo del tiempo.

Esa autoría compartida que reconoce el teatro en sus mismísimas fuentes hace de la traducción teatral una práctica que implica un afinado conocimiento del proceso de montaje escénico. Además, la traducción de las obras de teatro responde en la mayoría de los casos a la demanda de un director o compañía interesados en representarla. El traductor teatral se involucra entonces en un proceso más amplio que lo acerca a la función del dramaturgo, entendido éste como el encargado de recuperar la fuente textual, actualizarla y velar por su sentido. Esa dramaturgia implícita de la traducción teatral integra al traductor al proceso de montaje y obliga a encontrar consensos entre las diversas fuerzas que confluyen en una puesta en escena, así como a considerar todas las particularidades musicales propias de la oralidad y de la escucha: el público.

Un dato de color: la única institución de la Argentina que reconoce en los hechos –vale decir, pecuniariamente– que un texto traducido tiene una autoría compartida, es Argentores, que vela por los derechos del autor teatral. Pero justamente el bien protegido por Argentores es el texto escénico, “representado”, del cual el autor percibe regalías que debe compartir con el traductor de su obra.

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