Se reproduce a continuación una reseña del traductor e investigador argentino Santiago Venturini (en la foto), aparecida en el sitio Bazar Americano, a propósito de La traducción literaria en América Latina, volumen compilado por Gabriela Adamo, del que oportunamente ya se ha hablado en este blog.
Un balance pendiente
En la portada de La traducción literaria en América Latina se reproduce, ondulada, la imagen de una página del doble número crepuscular que Sur le dedicó a los “Problemas de la traducción” (Nº 338-339, enero-diciembre de 1976). Es la última página de la introducción, firmada por ese nombre que funcionó como sello de autenticidad de la revista, el de Victoria Ocampo, y en la imagen puede leerse incluso el agradecimiento de Ocampo hacia el verdadero orquestador de la entrega, Jaime Rest. Más allá de responder a una aleatoria decisión de diseño o a un guiño calculado, esa reproducción expone desde el detalle una de las cuestiones que organiza al volumen publicado por Paidós y la Fundación TyPA (Teoría y Práctica de las Artes): la revisión de las tradiciones de traducción latinoamericanas –operación para la cual, ya lo sabemos desde hace tiempo, pocos nombres son tan imprescindibles como el de Sur.
La mayor parte de los trabajos compilados por Gabriela Adamo avanzan en el cumplimiento de esta tarea arqueológica, tal como se advierte al repasar la primera y más voluminosa de las dos secciones del sumario: “Un recorrido por el continente”. Argentina, Chile, Colombia, Venezuela, Centroamérica y México son los espacios explorados desde una premisa: es necesaria una revisión de los modos en que se definió y se practicó la traducción en América Latina. Entre las razones que justifican esa necesidad aparecen su creciente institucionalización, la enorme visibilidad que viene adquiriendo desde hace tiempo en diferentes ámbitos disciplinares (hay que decirlo rápidamente: la traducción está de moda) y la certidumbre (tardía, es cierto) de que la traducción constituye una práctica catalizadora que fue imprescindible para la configuración de las culturas latinoamericanas y de las literaturas nacionales. Al lado de esta sección mayor, “Cruces y diagonales” aparece casi como un apéndice: recopila tres trabajos, no menos valiosos, en los que se abandona el perímetro geográfico de la nación o la región para construir una reflexión de otro calibre.
A lo largo del libro el tono no es el de la teoría, aun cuando muchos pasajes o determinados trabajos (como el de Florencia Garramuño) aborden la cuestión desde aportes teóricos. Es necesario repetirlo: La traducción literaria en América Latina no es un libro de teoría sobre traducción, y Adamo lo advierte en el momento de presentarlo: “los textos que conforman este libro no son teóricos, sino empíricos. Nuestro pedido hacia los autores fue, específicamente, que describieran a su modo el contexto que los rodea y en el que llevan a cabo su trabajo: algunos lo hicieron con una mirada muy personal, otros buscaron un panorama más normativo y otros resumieron años de trabajo académico; muchos, desde ya, combinaron estos enfoques”. Esta hibridez, que hace que la mayor parte de los ensayos alternen entre la perspectiva histórica, la anécdota y el abordaje académico se relaciona sin dudas con el ámbito de pertenencia de los participantes: los textos están firmados por traductores, editores, profesores, investigadores y escritores –y muchos nombres cumplen varias de estas funciones a la vez.
Inaugurando el volumen, Anna Gargatagli repasa las “escenas de la traducción” en Argentina: un recorrido que avanza desde la circulación de las traducciones españolas que trasladaban a los países latinoamericanos al ficticio “transmundo de la hispanidad”, continúa por la aparición de esas primeras “traducciones de autor” (Borges, Bioy Casares, Ocampo, Wilcock, etcétera) que tenían como fin el efecto literario, y llega hasta la configuración de una lengua de traducción argentina, modelada por la “impersonalidad flaubertiana”: “El uso de un idioma impersonal para traducir, diferente de la escritura literaria o de los usos coloquiales, implicó que la posibilidad de ser hondamente otro fuera el resultado de un intenso trabajo sobre la lengua que sigue siendo hasta ahora la función de la traducción argentina”. Gargatagli cierra su intervención con un repaso por la situación actual en el que se enumeran agentes, editoriales y organizaciones que hacen de la traducción de diferentes géneros una actividad en expansión.
Armando Roa Vidal aborda la cuestión de la traducción de poesía en el contexto chileno y señala dos rasgos decisivos que comenzaron a tomar forma a partir de la llamada Generación del 38: una mirada crítica hacia las traducciones españolas y una nueva concepción de la poesía como una actividad “abiertamente palimpséstica” y “apropiativa” que desdibuja las fronteras entre creador y traductor y establece una continuidad entre la escritura y la traducción que vuelve obsoletas nociones como las de original o fidelidad. Martha Pulido y María Victoria Tipiani, por su parte, llevan a cabo un inventario detallado de las publicaciones y actividades relacionadas con la traducción en Colombia: editoriales con colecciones específicas, revistas, programas y eventos (las autoras exponen el trabajo con las lenguas extranjeras y la traducción que escenifica el Festival de poesía de Medellín), para concluir que “en Colombia, la traducción ocupa espacios de importancia en los ámbitos profesionales, institucionales y de creación artística”. Algo similar lleva a cabo Edda Armas en su trabajo, que focaliza el ámbito venezolano. Armas también repara en editoriales y colecciones, programas y eventos, al tiempo que expone algunas “poéticas de la traducción” que considera relevantes (su recorrido se inicia con Andrés Bello y llega hasta traductores contemporáneos como Hanni Ossott Verónica Jaffé o Luis Miguel Isava) y se detiene en la traducción de literatura en lenguas indígenas. Carlos Cortés se concentra en Centroamérica, ese espacio paradójico marcado por “el desfase entre una tradición cultural antiquísima y el limbo editorial moderno”. La ausencia de una industria y un mercado editoriales consolidados hicieron históricamente de Centroamérica una zona de expulsión: “Desde los poetas modernistas hasta los autores contemporáneos, todos han publicado sus obras, incluyendo sus traducciones, fuera del área centroamericana”. Esto ha hecho que importantes escritores y traductores como el nicaragüense José Coronel Utrecho, y posteriormente otros como Mario Monteforte Toledo, Alíde Foppa, José Basileo Acuña y Joaquín Gutiérrez (estos dos últimos, destacados traductores de Shakespeare) se vieran obligados a publicar muchas de sus traducciones en otros países como México o España.
Lucrecia Orensanz lleva a cabo un desplazamiento respecto de las demás intervenciones dado que su trabajo, concentrado en el ámbito mexicano, aborda la traducción como formación académica y como profesión, lo que hace que aparezcan aspectos como la identidad gremial de los traductores. En relación con esto, Orensanz reflexiona sobre el estatuto de esa figura bifronte que es el traductor literario, figura en la que se confrontan dos agentes diferentes: el escritor-traductor y el traductor “profesional”. El desacuerdo entre ambos coloca a la traducción literaria en un lugar ambiguo. La extensión de la cita vale la pena: “El problema con la tradición de los escritores-traductores es que ha subordinado la actividad traductora al prestigio literario de quien la practica y ha contribuido a desconectar la traducción literaria de otras formas de traducción, en particular otras formas de traducción editorial. Si el criterio que distingue la traducción literaria es la identidad profesional de quienes la ejercen, y si la identidad profesional de la gente de letras busca a menudo alejarse de todo lo prosaico que envuelve la traducción ejercida como oficio y profesión (pagos, plazos, consignas editoriales, etc.), entonces se acentúa la escisión entre las distintas formas de traducción y entre los distintos tipos de traductores. Básicamente, es la escisión entre los traductores profesionales y los académicos o escritores que traducen. Como si el término ‘traducción literaria’ fuera una cuerda de la que jalan ambos frentes: los escritores del lado de la ‘literaria’ y los traductores del lado de ‘traducción’”.
El trabajo de Florencia Garramuño abre la segunda sección del libro con la constatación de un cambio en el abordaje de la traducción: el paso del paradigma filológico y lingüístico al interés por las “negociaciones históricas y culturales que definen a un texto y sus subsiguientes interpretaciones y traducciones” –algo que, es posible agregar, comienza a operarse desde el surgimiento de los Translation Studies en la década de 1970, estudios que marcaron el abandono del enfoque normativo antes predominante y fortalecieron el enfoque descriptivo. Garramuño, traductora de portugués y una de las responsables de la colección “Vereda tropical” de la editorial Corregidor, se detiene en la relación entre la literatura argentina y la literatura brasileña para pensar las razones que explican la creciente visibilidad de la literatura de Brasil en la Argentina actual. Anna-Kazumi Stahl, por su parte, aborda la importación de literatura japonesa en Latinoamérica a partir de estrategias como la práctica frecuente de la traducción indirecta (es el caso del célebre Kawabata, cuyos libros se tradujeron al castellano a partir de las versiones en inglés) o la occidentalización de la escritura japonesa (a través, por ejemplo, del abandono progresivo de los ideogramas) que llevan a cabo los mismos escritores con el fin de producir una literatura más traducible y garantizar su éxito en el mercado global. Como contraejemplo, Stahl recupera dos proyectos, ambos llevados a cabo por la editorial argentina Adriana Hidalgo, que apostaron a la traducción de textos complejos: Una novela real, de Minae Mizumura y Karada. El cuerpo en la cultura japonesa, del antropólogo japonés Michitaro Tada. Finalmente, Andrés Ehrenhaus reflexiona sobre el trabajo de los traductores argentinos en España. Lo interesante es que esa reflexión se enmarca en un relato autobiográfico –por eso Ehrenhaus habla de una “poética de la experiencia”–, un relato sobre el exilio, sobre la condición del huésped, sobre el pago de un “derecho de hospedaje” (que Ehrenhaus cumplió “desargentinizando” traducciones compradas a bajo precio en nuestro país y publicadas posteriormente en España), sobre la confrontación de la lengua propia y la lengua ajena y sobre las poéticas y las políticas que la traducciones ponen en juego.
Como queda expuesto en este repaso, la tarea arqueológica a la que hicimos referencia al comienzo se cumple inevitablemente desde el presente, lo que hace que la mirada retrospectiva esté casi obligada a presentar su diagnóstico de lo actual. Y el diagnóstico, que aparece disgregado en los trabajos que componen La traducción literaria en América Latina –y que, como compiladora, Adamo capta perfectamente– da cuenta de esa doble condición de la traducción: por un lado, desalentada por la falta de recursos, la ausencia de apoyo estatal e institucional y la precariedad de las industrias editoriales de algunos países –cuestiones en las que coinciden la mayoría de los autores–; por el otro, impulsada por la aparición de una cantidad importante de escuelas, asociaciones, centros de investigación, editoriales, blogs y sitios webs que generan interesantes espacios de discusión (destacamos, desde este lugar, la labor que lleva adelante el blog del “Club de Traductores Literarios de Buenos Aires”), ámbitos que surgen –y en esto también coinciden todos los autores– gracias al trabajo de individuos y grupos más o menos reducidos, y no de políticas públicas. “Pareciera –señala Adamo– que las traducciones en América Latina dependieran demasiado del entusiasmo y del compromiso individual (que, por suerte, abunda)”.
Gracias por la reseña. Ayer compré el libro, lo estoy leyendo. El capítulo de Anna Gargatagli es buenísimo.
ResponderEliminarTe recomiendo especialmente que veas todo lo que de ella tenemos colgado en este blog. Lo encontrás buscándola en la columna de la derecha.
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