Enrique Bernárdez en las Islas Feroe |
Una interesante entrada más bien técnica en El Trujamán de el miércoles 4 de julio pasado, firmada por el traductor español Enrique Bernárdez, catedrático de filología en la Universidad Complutense de Madrid y uno de los más principales traductores y estudiosos de literatura nórdica, tanto medieval como moderna, en España.
«Los nombres de lugar, instituciones, etc.,
deben ir en su lengua original»
El principio traductológico que da título a este trujamán está generalmente aceptado. Lo malo es la definición de «lengua original», cuestión que trataremos otro día. Veamos lo que sucede en noticias de prensa, sobre todo la escrita, pero también la audiovisual. Con frecuencia, la base está en alguna noticia de agencia, o en un medio de comunicación internacional, etc. Como no podría ser de otro modo, la lengua a la que ha tenido acceso el redactor es habitualmente el inglés. Pero ¿es el inglés la lengua original?
Supongamos que va de fútbol: ¿el estadio de una ciudad, digamos que en China, se llama National Stadium? Naturalmente que no, pero los medios de lengua española (bueno, de España) tenderán a denominar así al lugar. Lo mismo podría suceder con, por ejemplo, la Royal Opera House de Suecia, que naturalmente no se llama así, sino Kungliga Operan. Se puede pensar que exagero, pero no. A veces se riza el rizo. En una traducción de una novela del islandés Halldór Laxness, publicada al poco de serle concedido el Premio Nobel en 1955, los nombres de lugar, todos, absolutamente todos, estaban ¡en alemán! El motivo es, naturalmente, que el traductor había hecho su trabajo a partir de una versión alemana y había respetado, al igual que el editor, la norma o mandamiento de nuestro título. Curiosamente, el traductor alemán había puesto en su lengua los topónimos islandeses, lo que no es demasiado criticable porque se trata de nombres de significado transparente: no se trata de meras etiquetas como la mayoría de los topónimos españoles, franceses o alemanes, así que Laxárdalur es «Valle del río del salmón» y cualquier islandés lo entiende sin problema. Naturalmente, dedicarse a mantener los nombres de instituciones, lugares, etc., en una lengua intermediaria que no es la original es un simple despropósito. Lo hemos visto en los títulos de obras literarias.
Existe un caso especial y más complejo. Pongamos que se traduce del inglés, aunque la acción se desarrolle en otro país que no usa dicha lengua. No es una suposición, estoy pensando en la versión española de los cuentos de Karen Blixen, más conocida entre nosotros como Isak Dinesen. No es que siempre escribiera en inglés, aunque las traducciones al español suelen estar hechas desde esa lengua y no desde el danés que también se debe a la autora. (Dicho sea de paso, sería interesante comparar la doble versión de los cuentos, haciendo que dos traductores pusieran en español el mismo cuento, uno a partir del danés, el otro a partir del inglés). El caso es que en un cuento situado en Holanda se habla (en inglés y en la traducción castellana) de guilders, que en realidad es lo que llamamos (bueno, llamábamos antes del euro) florines. Pero en otro cuento de tema danés aparece una compañía teatral llamada Royal Copenhagen: desde luego, la compañía no se llama así (en Dinamarca suelen usar el danés, aunque a algunos les parezca raro). ¿A qué tenemos que responder? ¿A la lengua de esa versión del cuento, el inglés, o a la denominación de la institución en su lengua original, el danés?
En mi opinión, la lengua original es la realmente original, no la lengua del escritor intermediario. Si este utiliza el francés para denominar un monumento de Ankara, en Turquía, lo que hace es «traducir» a su propia lengua el nombre original. ¿El traductor español debería mantener esa traducción francesa, o irse a buscar el nombre turco, o poner la correspondencia en español?
Este problema no suele ser objeto de discusión, enseñanza ni comentario pero, como se ve, tiene su enjundia.
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