foto de Massimiliano Minocri |
El 1 de julio pasado, Carles Geli publicó en El País, de Madrid, la siguiente nota
con la editora Beatriz de Moura (foto), a
propósito de la sobrevida de Tusquets, que acaba de cumplir poco más de un año
en el seno del Grupo Planeta y, aparentemente, todavía se reconoce.
“Vivimos un ‘Fahrenheit 451”
Beatriz de Moura (Rio de Janeiro,
1939) respira tranquila. Hace poco más de un año —sostiene— se movió a tiempo y
salvó su editorial de una probable muerte económica. “Son 44 años de trabajo
que no quería ver desaparecer”, explica como marco del acuerdo que alcanzó con
Planeta Corporación aquel 26 de abril de 2012 y que permitía la entrada del
gigante editorial en el accionariado de Tusquets, paradigma de la edición
literaria, del sello de volumen medio independiente en tiempos de fusiones para
capear el temporal.
Podría pues, ahora que el futuro
de su casa está “encarrilado”, plantearse su jubilación. Pero eso es imposible
si se la oye hablar con la pasión con que lo hace acerca del dificilísimo
momento que vive el sector —con caídas acumuladas de más del 20% de la
facturación—, y de la cultura en general. “Es la primera vez que choco con la
realidad de esta manera: no es que haya menosprecio por el libro, lo que ocurre
es que en España y en parte de Europa se está dejando de leer”, afirma. Ante
una situación así, explica: “La curiosidad me puede y eso está alargando mi
vida editorial”. Una trayectoria que hoy, por vez primera, contará con pelos y
señales a los estudiantes del Máster de Edición de la Universidad Pompeu
Fabra de Barcelona, que cierra su 18ª edición.
Admite que con Planeta las cosas
van “mejor de lo que había imaginado; José Manuel Lara Bosch es un amigo con el
que ya tuvimos negocios antes y que nos salvó de un cierre que pudo haber sido
definitivo, porque ha sido socio clandestino nuestro durante unos años
difíciles”, dice sin querer entrar más en detalles. Pero la joint venture ha comportado sacrificios: un cambio de
sede y, sobre todo, una reducción de personal. “Entre América Latina y aquí, en
Tusquets hemos pasado de 45 personas a 14. Es el precio que hemos debido pagar
por sobrevivir: desde la muerte de Antonio López Lamadrid en 2009 [consejero
delegado de Tusquets y compañero de la editora], veía como cada año las ventas
caían. Teníamos que intervenir de algún modo”.
Hace tiempo que De Moura vaticina
la necesidad de empresas como la suya de blindarse. “En un contexto de crisis
como la actual, la administración de una editorial mediana ha de ser muy
fuerte; además, la distribución se puede llevar la mitad de la inversión; por
ello necesitas un capital de cierta envergadura para aguantar las inversiones
cuando tú no estás generando dinero... La situación es caótica: hoy estamos con
tirajes de la época de Franco, de apenas 2.000 ejemplares, cuando no hace mucho
eran de 5.000” .
Rodeada de una espectacular
muestra de su elegante colección de narrativa de tapas negras, la veterana
editora es consciente de que habla todo el rato de números, no de literatura.
Pero es que, admite, “la preocupación hoy es sobrevivir; lo prioritario es
salvaguardar lo que se ha hecho, intentar que lo que llevabas a cuestas, aunque
esté maltrecho, pase contigo a la otra era”. ¿Otra era? “Sí, hoy me pregunto de
qué servimos los editores y los catálogos; la crisis ha llegado en un momento
en que coincide con un público que ha pasado a decidir él solo lo que quiere; y
lo que quiere es algo muy concreto, y de lo demás no desea nada de nada. Pero
además, se vende infinitamente menos que hace dos años”.
Atribuye Beatriz de Moura está
situación, en parte, al cambio en el concepto del ocio. “Se ha deteriorado, o
mejor, entregado o sometido voluntariamente a las nuevas tecnologías, a lo
audiovisual; el ocio cultural ha desaparecido y si la gente no lo quiere, pues
no lo quiere”. El símil con lo literario no tarda: “Estamos un poco como en Fahrenheit 451: no se queman los libros ni
damos vueltas por un parque recitándonos fragmentos pero sí está la atmósfera,
la lectura va quedando para unos pocos; no es menosprecio por el libro;
simplemente, se ha dejado de leer…”.
En su opinión, el oscuro panorama
obligará a más movimientos en el sector editorial. “Las cifras de los grandes
grupos también son graves. Están temblando. Deberían producirse más fusiones;
lo que ocurre, como mínimo en España, es que los que deberían fusionarse están
muy alejados entre sí; o a veces son catálogos difícilmente compatibles; pero
si no son fusiones, serán desapariciones”, sentencia. Tampoco cree que sea
bueno que los grandes grupos, como Planeta, se conviertan en “refugio de sellos
históricos para sobrevivir: no es bueno para la literatura porque no se fomenta
que se distingan y peleen entre sí”.
Paradójicamente, cree que las
editoriales pequeñas saldrán mejor paradas de la crisis… si solventan su
distribución. “Su mal está ahí, llegar bien al mercado: deberían crear una gran
distribuidora, un monstruo de distribución de los pequeños sellos”. Sonríe
consciente de la paradoja y de un pensamiento que verbaliza: “En Tusquets
cometimos un error de los pocos de los que me arrepiento: crecimos en los años
90. Deberíamos habernos quedado en medio centenar de títulos”.
Dinámica, animosa, no cree que
entrar en la maquinaria de Planeta acabe desfigurando, con el tiempo, la
personalidad de Tusquets. “Si somos rentables, no hay miedo a que nos trituren;
tampoco nos piden que ganemos grandes sumas, solo quieren rentabilidad”. Pero
hay contrapartida: “El precio es no poder hacer cierto tipos de libros; pero
eso compensa poder seguir y hacer los otros proyectos”.
No va a dar consejos a los
estudiantes, pero cree que hoy, para editar, hay que reunir tres requisitos:
“Leer y haber sido un lector asiduo toda la vida; tener inquietud, cultural y
sociopolítica, pero también entendida como querer curiosear…”. Y hace una pausa
y termina con algo que nunca dijo: “Y tener dinero; alguno. O un socio rico; o
poder montar una sociedad con alguien con dinero; si no, editar hoy me parece
casi imposible; incluso para ser un sello pequeño hoy hace falta dinero”.
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