El «desafío» austral: las relaciones
entre
las industrias traductoras argentina y
española
(III)
Hasta el momento, la
industria traductora española, y con ella sus traductores, detentan la
exclusividad de traducción de las obras de ficción, sobre todo de la más
reciente y, por ende, actúan como «consagradores» de escritores y obras
extranjeras en todo el universo hispanohablante, la misma labor que desempeñó
la industria argentina cuando Buenos Aires fue el centro de la la traducción
literaria al español (Larraz 2010: 86).
Si nos encontramos, por
tanto, en los albores de una nueva etapa, convendría analizar cuáles son sus
causas. Por un lado, el reciente cuestionamiento de las traducciones procedentes
de nuestro país sería una señal más del cacareado «déficit de credibilidad» de
la marca España, en este caso de una de sus industrias más exportables.
En otras palabras, del
progresivo debilitamiento de España como referente cultural o, si se prefiere,
del deseo de los argentinos de reconstituir la relación con nuestro país en términos
de igualdad. Pero también podría leerse como una reacción más del nacionalismo cultural
tan tradicional en Argentina desde los tiempos de Sarmiento y Gutiérrez y
todavía tan presente en la sociedad actual, deseosa de reafirmar su condición
de país emergente y de prestigiar en todo lo posible la variedad lingüística rioplatense
para convertirla en lengua de cultura, a la misma altura que el «castellano
peninsular», que, de momento, sigue siendo el modelo «culto» para el resto de
países de la América
hispana, y que no ha sido, de momento, desbancado. Y cito aquí las palabras de
Bourdieu (1985), quien señaló que la legitimación de la lengua estándar no
sería posible sin la aquiescencia de la población a que se dirige la
planificación, cuya complicidad es imprescindible para perpetuar las relaciones
de poder.
No se trata tampoco de nada
nuevo en la historia cultural de Argentina. El poeta Juan María Gutiérrez,
citado por Catelli y Gargatagli (1998:365), decía en 1837 en Buenos Aires:
Nula, pues, la ciencia y la literatura
española, debemos nosotros divorciarnos completamente
con ellas, emanciparnos a este respecto de las tradiciones peninsulares, como supimos
hacerlo en política, cuando nos proclamamos libres. Quedamos aún ligados por el
vínculo fuerte y estrecho del idioma; pero éste debe aflojarse de día en día, a
medida que vayamos entrando en el movimiento intelectual de los pueblos
adelantados de la Europa.
Para esto es necesario que nos familiaricemos con los idiomas
extranjeros, y hagamos constante estudio
de aclimatar al nuestro cuanto en aquéllos se produzca de bueno, interesante y
bello.
Y Borges, citado por
Waisman (2005:23), señalaba más o menos un siglo más tarde: «La historia
argentina puede definirse sin equivocación como un querer apartarse de España,
como un voluntario distanciamiento de España».
Esta es una diferencia
notable con el nacionalismo quebequés, que reivindica, aún con grandes matices,
el papel de la metrópoli y hasta su intervención política frente al Canadá
anglófono. Podría decirse, como señaló en su momento Annie Brisset con respecto
a la postura más ortodoxa del nacionalismo de Québec, que esta actitud refuerza
el aislacionismo y la falta de curiosidad hacia todo tipo de alteridad. Sin
embargo, desafortunadamente, este es también, en el fondo, el mismo tipo de
comportamiento que se puede achacar a las decisiones editoriales tomadas en
España desde hace mucho tiempo, que han pasado por alto, o no han hecho
prácticamente nada, por oír las necesidades del público lector del otro lado
del mar. Es también sintomático, a este respecto, comprobar los escasísimos estudios
e investigaciones académicas desde España sobre la historia de la traducción en
Hispanoamérica, las traducciones hispanoamericanas y argentinas, en particular,
y sus relaciones entre sí y con nuestro país, desde una perspectiva
sociológica. Este «desafío», o expresión de resistencia, como hemos dicho, es
un fenómeno singular, que de momento se circunscribe a Argentina, pero que
podría extenderse a otros países hispanoamericanos decisivos, como México o
Colombia.
Por otro lado, desde un
punto de vista comercial, Argentina constituye un mercado importantísimo para
la industria traductora de España, un aspecto de la política cultural y
editorial española al que pocas veces se alude (11). El bloqueo de libros de
importación que se ha mencionado antes está claramente relacionado con este
asunto. Según una nota aparecida en la página del Club de traductores
literarios de Buenos Aires (edición del domingo 2 de octubre de 2011) las
ventas de libros traducidos en España en Argentina hasta el mes de agosto de
dicho año ascendían a 32 millones de euros. Hay también, por tanto, en la
postura nacionalista recién descrita, una motivación económica indudable. La
industria editorial argentina quiere renacer, y con ella la traducción y los traductores,
y rescatar a su propio público lector, sometido, según las opiniones más radicales,
como hemos visto, a un proceso intolerable de «colonización» lingüística inapropiado
para la época que vivimos. Ya se han oído voces en los blogs y páginas web
citados que abogan por la compra de derechos de traducción de obras
extranjeras, sobre todo de obras de ficción, por parte de las editoriales
argentinas; algo que sólo podrán hacer si sus presupuestos, y las editoriales
españolas, siempre que mantengan su actual potencia económica, se lo permitan.
Esto tampoco es una novedad: en el primer congreso de editores de América
Latina, España y Portugal, celebrado en Buenos Aires en 1947 (Larraz 2010:
171), se propuso que los derechos de traducción y autoría resultasen
indivisibles para todos los países de habla española, lo que, en aquellos momentos,
hubiera favorecido especialmente a la industria argentina.
El otro asunto por resolver
sería el carácter de las traducciones hechas en Argentina. La primera modalidad
de traducción descrita por Willson (traducir a la variedad rioplatense) no parecería una solución
totalmente satisfactoria y, de hecho, hoy en día es practicada de forma
minoritaria (Fólica y Villalba 2011: 260). Su ámbito estaría naturalmente limitado
a Argentina y a Uruguay, un territorio demasiado estrecho que, además, aislaríaal
país del Río de la Plata
del resto de Sudamérica. La alternativa, traducir a un castellano «cuidado y
neutro», al estilo de las traducciones de los cuarenta y cincuenta, que es, en realidad,
lo que las editoriales argentinas llevan intentando hacer desde hace muchos años
(12), obtendría, con toda seguridad, una mayor proyección. A diferencia de
España, donde, al menos en la traducción de novelas, no se cuestiona en la
práctica el uso de la variedad nacional, los traductores argentinos se mueven
desde hace tiempo, sobre todo en géneros como el ensayo, en un terreno
«desterritorializado» impulsado desde las editoriales con el objetivo de
ampliar sus cuotas de mercado, especialmente en Sudamérica.
En todo caso, la
posibilidad de que se imponga el criterio de fluidez (Venuti 1995) sobre todos
los demás y se terminen haciendo dos versiones de la obra traducida, una para
España, en castellano «peninsular», y otra para Latinoamérica, en castellano
«neutro», no parece desearla nadie. Pero, para evitarla, editoriales y públicos
de ambos lados del Atlántico tendrían que ser en el futuro menos refractarios a
las traducciones procedentes del otro lado del mar, y también a proyectos
«híbridos» al estilo del de «Shakespeare por escritores» (13). Quizá, también,
habría que replantear la idea de un espacio comercial único para el libro en
lengua española que incluyese los derechos de traducción y la distribución de obras traducidas. En todo
caso, sea lo que depare este futuro, lo cierto es que España y su industria
traductora no pueden continuar en su ensimismamiento con respecto a este y
otros fenómenos contemporáneos. El «desafío» planteado desde Argentina, aunque
pueda parecer más ruido que nueces, requiere una respuesta, y ésta no puede ser
ni el silencio ni el desdén, enseguida interpretados desde allí, sin mucho
fundamento, como arrogancia, imperialismo, más económico que cultural, o un
anticuado afán colonizador.
Como señalaba Nora Catelli
(2012) en la reseña del libro Otras Asias
de Spivak, en el colapso de su imperio, en los inicios del siglo xix, España
conservaba el poder, pero no la autoridad, a diferencia de Francia y Gran
Bretaña en el ocaso de sus respectivos imperios coloniales. No la recuperó, y a
pesar de los arrestos, un poco patéticos, del panhispanismo actual, ya no puede
recuperarla, ni tiene por qué. Argentina, cuyo «campo» literario, en términos
de Bourdieu, ha sido siempre relevante en relación con el de otras literaturas
nacionales sudamericanas y está dotado de una fuerte idiosincrasia propia,
estaría buscando legítimamente una mayor autonomía y simetría con respecto al
español, hasta ahora excesivamente determinante en el subcampos específico de
la traducción. Si, hasta ahora, España ha detentado en este espacio una
posición predominante, sin competencia, al menos en cuanto a los números se refiere,
aspectos como la debilidad económica que parece estarse instalando en nuestro país,
el incuestionable carácter «transnacional» del castellano, el ya mencionado «déficit
de credibilidad» de la «marca» España, los nuevos formatos de edición
electrónica, que rompen con los canales de distribución tradicionales, y la
presunta falta de sensibilidad o empatía de los editores y traductores de
nuestro país hacia el público no español, son elementos que habrá que examinar
y sopesar a la hora de rediseñar el futuro de la industria traductora de
España.
NOTAS:
(11) Sin embargo,
Argentina, que recibe el 6,2% del total de libros exportados desde España, no
es el primer receptor de libros españoles, sino el quinto, tras Francia (que
recibe el 25,5%), Portugal (el 10,00%), México (el 12,1%) y Reino Unido (el
8,4%). Los libros importados de Argentina a España constituyen sólo el 0,5 del
total, aunque debe tenerse en cuenta que muchos títulos traducidos en España se
imprimen en Argentina o en países cercanos, por lo que no constan en España
como exportaciones. Son datos de 2010 del Anuario
de Estadísticas Culturales publicado
on line por el Ministerio de
Educación, Cultura y Deporte de España.
(12) Véase el trabajo de
Laura Fólica y Gabriela Villalba, «Español rioplatense y representaciones sobre la traducción en la
globalización editorial», citado en la bibliografía.
(13) Iniciativas como la
impresión en España de obras de ficción clásicas traducidas y editadas en Argentina contribuirían a ello. Un
ejemplo reciente es la edición española del Retrato
del artista adolescente de James Joyce traducido por Pablo Ingberg y
publicado por Losada en enero de 2012.
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